Ramlogan fue el primero en ofrecer dinero para animar a Ganesh a que comiera. Estaba un poco ojeroso por haberse quedado despierto toda la noche, pero parecía complacido y contento al dejar cinco billetes de veinte dólares en el plato de latón que había junto al kedgeree. Retrocedió, se cruzó de brazos, miró el dinero, después a Ganesh, al grupito que estaba al lado, y sonrió.
Se quedó así, sonriendo, casi dos minutos; pero Ganesh ni siquiera miró el kedgeree.
– ¡Venga, a dar dinero al chico! -gritó a quienes le rodeaban-. Darle dinero. Venga, que parecéis más pobres que un ratón de sacristía.
Fue pasando entre ellos, riendo y tomándoles el pelo. Algunos depositaron pequeñas cantidades en el plato de latón.
Ganesh continuó sereno y frío, como un Buda con demasiada ropa.
Empezó a formarse una pequeña multitud.
– A ver, el chico tiene sentido común. -La voz de Ramlogan se tino de angustia-. En esta época, con los estudios que tiene… -Depositó otros cien dólares-. Venga, chico, a comer, a comérselo todo. No quiero que te mueras de hambre. Todavía no, por lo menos.
Se echó a reír, pero nadie le imitó.
Ganesh no empezó a comer. Oyó a un hombre que decía: "Bueno, esto tenía que pasar tarde o temprano."
La gente dijo:
– Vamos, Ramlogan. A darle dinero al chico, hombre. ¿Para qué te crees que está ahí sentado? ¿Para hacerse una foto?
Ramlogan soltó una breve carcajada, forzada, y se puso de mal genio.
– Si se cree que me va a sacar más dinero está pero que muy equivocado. Pues que no coma. ¿A mí qué me importa si se muere de hambre? ¿Os creéis que me importa?
Se marchó de allí.
La multitud aumentó; aumentaron las risas.
Ramlogan volvió y la multitud le aclamó. Puso doscientos dólares en el plato de latón y, antes de levantarse, le susurró a Ganesh: "Que te acuerdes, sahib. Lo has prometido. A comer, chico, hijo mío, a comer, sahib, a comer, pandit, sahib. Te lo ruego: come."
Un hombre gritó:
– ¡No! ¡No pienso comer! Ramlogan se levantó y se dio la vuelta.
– ¡Oye, tú, o te callas la boca o te la callo yo a bofetadas! No te metas donde no te llaman.
La multitud estalló en carcajadas.
Ramlogan volvió a inclinarse para susurrar: "¿Lo ves, sahib? Me estás dejando en vergüenza." En aquella ocasión, el susurro prometía acabar en lágrimas. "¿Sahib, ves lo que le estás haciendo a mi carácter y mi sentido de los valores?"
Ganesh no se inmutó.
La multitud empezaba a tratarle como a un héroe.
Al final, Ganesh le sacó a Ramlogan lo siguiente: una vaca y una ternera, mil quinientos dólares en efectivo y una casa en Fuente Grove. Ramlogan también anuló la factura pendiente de la comida que había enviado a casa de Ganesh.
La ceremonia acabó alrededor de las nueve de la mañana, pero Ramlogan llevaba sudando mucho más tiempo.
– Era una broma entre el chico y yo -decía una y otra vez-. ¡Anda si no sabría yo desde hace tiempo lo que le iba a dar! Estábamos de broma, nada más.
Ganesh volvió a su casa después de la boda. Tendrían que pasar tres días para que Léela se fuera a vivir con él, y entretanto, la Gran Eructadora intentó restablecer el orden en la casa. La mayoría de los invitados desapareció tan repentinamente como había aparecido, si bien Ganesh veía de vez en cuando a alguien que seguía remoloneando por la casa y comiendo.
– Rey Jorge se fue ayer a Arima -dijo la Gran Eructadora-. Se ha muerto alguien. Yo voy mañana, pero he mandado allí a Rey Jorge para arreglarlo todo. -Acto seguido, decidió informar a Ganesh de las cosas de la vida-. Estas chicas modernas son el mismo diablo -dijo-. Y por lo que veo y oigo, esa Léela es una chica moderna. Pero en fin, tendrás que conformarte con lo que te ha tocado. -Hizo una pausa para eructar-. Lo único que necesitas para llevarla derecha como una vela son unos cuantos golpes de vez en cuando.
Ganesh dijo:
– Verás, es que creo que Ramlogan está enfadado de verdad conmigo después de lo del kedgeree.
La pelea con Ramlogan
– No estuvo bien, pero Ramlogan se lo tiene merecido. Cuando un hombre se pone a ocupar el puesto de una mujer, a arreglar matrimonios, se lo está buscando.
– Pero ahora me tengo que ir de aquí. ¿Conoces Fuente Grove? Ramlogan tiene una casa allí, y me la da.
– ¿Pero qué vas a hacer en un poblacho dejado de la mano de Dios como ese? El único trabajo allí son las plantaciones de azúcar.
– No es eso lo que yo quiero hacer. -Ganesh guardó silencio, y después añadió, dubitativo-: Estoy pensando en dedicarme a lo de sanador.
Su tía se rió tanto que tuvo que eructar.
– Con estos gases, hijo, y encima… ¿Es que me quieres matar o qué? ¡Sanar a la gente! ¿Qué sabes tú de eso?
– Papá era un sanador bien bueno y yo sé todo lo que él sabía.
– Pero para esas cosas hay que tener mano. ¿Te imaginas lo que puede pasar si de repente todo el mundo se pone a decir: "Pues mira, que estoy pensando en dedicarme a lo de sanador"? En Trinidad hay tantos que como no se sanen los unos a los otros, ya me dirás tú.
– Creo que tengo mano. Como Rey Jorge.
– La mano que ella tiene no es de esas. Es que ella nació así. Ganesh le contó lo del pie de Léela. Su tía torció el gesto.
– No, si no me parece mal. Pero un hombre como tú debería hacer otra cosa. Cosas de libros, mira.
– También voy a hacer eso. -Y otra vez se le escapó-. Estoy pensando en escribir libros.
– Buena cosa. Los libros dan dinero, ¿sabes? Supongo que el que escribió el Almanaque del granjero de Macdonald se estará forrando. ¿Por qué no intentas algo como El libro del destino de Napoleón? Para mí que se te daría bien.
– ¿Y la gente va a comprar eso?
– Es justo lo que necesita Trinidad, hijo. Fíjate en todos los indios que hay en las ciudades. Y sin pandit ni nada. ¿Cómo van a saber lo que tienen que hacer y dejar de hacer, cuándo y cómo? Se lo tienen que imaginar.
Ganesh se quedó pensativo.
– Sí, es lo que voy a hacer yo. Un poco de sanar y otro poco de escribir.
– Conozco yo a un chico que te vende cualquier cosa que escribes, vamos, como rosquillas, por toda Trinidad. Por ejemplo: vendes el libro a dos chelines, cuarenta y ocho centavos. Al chico le das seis centavos por libro. O sea, imprimes cuarenta o cincuenta mil…
– Pues unos dos mil dólares, pero… ¡Oye, que todavía no he escrito el libro!
– Ya lo sé, hijo. En cuanto te pongas a ello, ya verás cómo escribes unos libros bien bonitos. Y eructó.
En cuanto Léela se fue a vivir con Ganesh y el último invitado hubo abandonado la aldea, Ramlogan le declaró la guerra a Ganesh, y aquella misma noche pasó por todo Fourways dando alaridos, proclamando: "¡Ver cómo me ha robado! Yo, que tengo a mi mujer muerta, sin hijas ni nada, un pobre viudo! ¡Ver cómo se le olvida lo que he hecho por él! Se le olvida lo que le he dado, que le ayudé a quemar a su padre, se le olvida que le he ayudado. Y ahora, ver cómo me roba. Ver cómo me pone en vergüenza. Mirarme, que Dios me ayude, si no voy a por ese hijo de perra ahora mismo."
Ganesh le ordenó a Léela que cerrase puertas y ventanas a cal y canto y apagara las luces. Cogió uno de los bastones de su padre y se plantó en el centro del salón.
Léela se echó a llorar.
– ¡A mi propio padre le quieres dar de bastonazos!
Ganesh oyó a Ramlogan gritando en la carretera:
– ¡Ganesh, mamón, conque quieres mi hacienda, ¿eh?! ¡Pues te la llevarás, pero con los pies por delante! Ganesh dijo:
– Léela, en el dormitorio hay un cuadernillo. Me lo traes. Y un lapicero en el cajón de la mesa. Ve y me traes eso también.