Eran esas borracheras del sábado lo que mantenía la tienda de Beharry. El no bebía porque era buen hindú y porque, como le dijo a Ganesh: "Mira, no hay nada como tener la cabeza clara." Y además, a su mujer no le parecía bien.
Beharry era la única persona de Fuente Grove de la que Ganesh se hizo amigo. Era un hombrecillo de aspecto intelectual, con una ligera tripita y el pelo gris y escaso. En Fuente Grove, sólo él leía los periódicos. Le llegaba todos los días un ejemplar del día anterior de The Trinidad Sentinel, con un ciclista de Princes Town, y se lo leía de cabo a rabo, sentado en un alto taburete delante del mostrador. Detestaba estar detrás del mostrador. "Es que me da la impresión de estar en un redil."
Al día siguiente de llegar a Fuente Grove, Ganesh fue a ver a Beharry y descubrió que estaba enterado de lo del Instituto.
– Es justo lo que le hace falta a Fuente Grove -dijo Beharry-. Vas a escribir libros y cosas, ¿no?
Ganesh asintió, y Beharry gritó: "¡Suruj!"
Un niño de unos cinco años entró corriendo en la tienda.
– Suruj, trae los libros. Están debajo de la almohada.
– ¿Todos, papá?
– Todos.
El niño llevó los libros, y Beharry se los fue dando uno a uno a Ganesh: El libro del destino de Napoleón, una edición escolar de Eothen sin tapas, tres números del Almanaque de Bookers's Drug Stores, el Gita y el Ramayana.
– A mí no me engaña nadie -dijo Beharry-. Seré cateto, pero no tonto. ¡Suruj!
El niño volvió a aparecer a todo correr.
– Cigarrillos y cerillas, Suruj.
– Pero papá, si están en el mostrador.
– ¿Es que te crees que no lo veo? Me los traes. El niño obedeció, y salió corriendo de la tienda.
– ¿Qué te parecen los libros? -preguntó Beharry, señalándolos con un cigarrillo sin encender.
Cuando Beharry hablaba, parecía un ratón. Se ponía nervioso y movía la boquita como si estuviera mordisqueando algo.
– Bien.
Entró en la tienda una mujer grandona de cara cansada.
– Poopa de Suruj, ¿es que no has oído que te estoy llamando para comer?
Beharry se mordisqueó los labios.
– Le estaba enseñando al pandit los libros que leo.
– ¡Leer! -Su rostro cansado se avivó con el desdén-. ¡Leer! ¿Quieres saber qué lee?
Ganesh no sabía adonde mirar.
– Como no esté yo al tanto, cierra la tienda y se mete en la cama con los libros. Todavía no le he visto terminar un libro, pero eso sí, no se conforma si no lee cuatro o cinco al mismo tiempo. Para algunos es peligroso aprender a leer.
Beharry volvió a meter el cigarrillo en el paquete.
– Este mundo será diferente y mejor el día que hagas un niño -dijo la mujer, saliendo a toda prisa de la tienda-. La vida ya es bastante difícil contigo, por no hablar de tus tres hijos, que no valen para nada.
Después de que se hubo marchado se produjo un breve silencio.
– La mooma de Suruj -explicó Beharry.
– Así son ellas -replicó Ganesh.
– Pero la verdad es que tiene razón. Si todos empezaran a hacer lo mismo que tú y yo, sería un mundo de locos. -Beharry se mordisqueó los labios y le guiñó un ojo a Ganesh-. Te lo digo yo. Esto de la lectura es muy peligroso.
Suruj volvió a entrar a todo correr en la tienda.
– Ella te está llamando, papá.
Tenía el tono irritado de su madre.
Cuando Ganesh salía de la tienda oyó decir a Beharry:
– ¿Cómo que ella? ¿Así llamas a tu madre? ¿Quién es ella? ¿La gata?
Ganesh oyó un bofetón.
Iba con frecuencia a la tienda de Beharry. Beharry le caía bien y le gustaba la tienda. Beharry la alegraba con anuncios de colores para artículos que él no ofrecía, y estaba tan seca y limpia como la de Ramlogan grasienta y sucia.
– No entiendo qué le ves a ese Beharry -le dijo Léela-. Piensa que puede llevar una tienda, pero a mí me da risa. Tengo que escribir a papá para contarle qué tiendas tienen en Fuente Grove.
– Hay una cosa que tienes que decirle a tu padre que haga. Montar un puesto en el mercado de San Fernando. Léela se echó a llorar.
– ¡Hay que ver lo que te mete en la cabeza ese Beharry! Ese hombre es mi padre.
Y otra vez se echó a llorar.
Pero Ganesh siguió yendo a la tienda de Beharry.
Cuando Beharry se enteró de que Ganesh iba a establecerse como sanador se mordisqueó los labios nerviosamente y movió la cabeza.
– Mira, has elegido algo bien difícil. Hoy día das una patada y te sale un sanador o un dentista. Mismamente uno de mis primos (bueno, en realidad es primo de la mooma de Suruj, pero la familia de la mooma de Suruj es como mi propia familia), un chico bien majo, también va a empezar con esto.
– ¿Qué? ¿Otro sanador?
– Un momento, espera. Las Navidades pasadas la mooma de Suruj se llevó a los niños a donde la abuela y este chico le dijo, como si tal cosa, que se iba a meter a lo de dentista. Figúrate la sorpresa de la mooma de Suruj. Y después, vamos y nos enteramos de que ha pedido dinero para comprar una de esas máquinas de dentista y que le saca las muelas a la gente, así, sin más. El muchacho va matando gente a mansalva, y le siguen yendo. La gente de Trinidad es así.
– Yo no quiero sacar muelas. Pero al chico le va bien, ¿no?
– Pues de momento sí. Ya ha pagado la máquina. Pero acuérdate de que en Tunapuna hay mucha gente. Veo que llegará un día en que a los sacamuelas les va a costar trabajo sacar dos centavos para comprar pan y un poco de mantequilla colorada.
La mooma de Suruj entró del patio acalorada y llena de polvo con una escoba de cocoye.
– Venía yo decidida a barrer la tienda, y mira lo primero que oigo. ¿Por qué llamas sacamuelas al chico? No es que no lo esté intentando. -Miró a Ganesh-. ¿Sabes que le pasa al poopa de Suruj? Pues que le tiene envidia al chico. Él no puede ni cortar las uñas de los pies, y ese chiquillo saca las muelas a personas crecidas. Le tiene una envidia tremenda al chico.
Ganesh dijo:
– Algo de razón llevas, maharaní. Es como yo y lo de ser sanador. No me voy a meter en eso así como así. Estudio y aprendo un montón, de mi padre. No es una cosa de sacamuelas.
A la defensiva, Beharry se mordisqueó los labios.
– No quería decir eso. Sólo le estaba explicando al pandit que si se establece como sanador en Fuente Grove lo va a tener difícil.
Ganesh no tardó mucho en descubrir que Beharry tenía razón. En Trinidad había demasiados sanadores, y resultaba inútil anunciarse. Léela se lo dijo a sus amigos, la Gran Eructadora a los suyos, Beharry prometió escribir a cuantos conocía, pero pocos se molestaron en ir con sus achaques hasta un sitio tan alejado como Fuente Grove. Y los aldeanos estaban muy sanos.
– Oye -dijo Léela-. Creo que no se te da bien lo de ser sanador.
Y llegó un momento en que él mismo empezó a dudar de sus poderes. Podía curar una nara, una simple dislocación de estómago, como cualquier sanador, y también la rigidez de articulaciones. Pero no se animaba a acometer operaciones más arriesgadas.
Un día fue a verle una chica con un brazo torcido. Ella parecía tan contenta, pero su madre estaba hundida, llorando.
– Lo hemos intentado con todos y con todo, pandit. No ha pasado nada. Y la chica se va haciendo mayor, pero, ¿quién va a querer casarse con ella?
Era una chica guapa, con unos ojos muy vivos en un rostro impasible. Sólo miraba a su madre; ni una sola vez miró a Ganesh.