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Ganesh dejó de salmodiar de repente y el silencio estremeció la habitación. Se levantó de detrás del biombo y, otra vez salmodiando, se acercó al chico y le pasó las manos de una forma curiosa por la cara, la cabeza y el pecho.

Léela repitió:

– Tienes que creer. Estás empezando a creer. Le estás dando tu fuerza. Está tomando tu fuerza. Estás empezando a creer, está tomando tu fuerza, y la nube está asustada. La nube sigue avanzando, pero está asustada. Viene, pero está asustada.

Ganesh volvió tras el biombo.

Léela dijo:

– La nube llega. Héctor dijo:

– Sí que creo en él.

– Se acerca. Ya casi está aquí. Todavía no está en la habitación, pero se acerca. No se le puede resistir. Ganesh salmodiaba con frenesí.

Léela dijo:

– Está empezando la lucha entre ellos. Ya ha empezado. ¡Ay, Dios mío! La nube va a por él, no a por ti. ¡Dios mío! ¡La nube se está muriendo! -gritó Léela, y al mismo tiempo se oyó un ruido, como una explosión sofocada, y Héctor exclamó:

– ¡Dios mío! Lo veo. Me está dejando. Lo noto: me está dejando.

La madre dijo:

– Ay, Héctor, Héctor. No es una nube. Es el diablo. El padre de Héctor dijo:

– Y yo veo cuarenta diablillos con él.

– ¡Ay, Dios mío! -exclamó Héctor-. ¿Veis cómo matan la nube? Mira, mamá, la están rompiendo. ¿Lo ves?

– Sí, hijo. Lo veo. Está cada vez más fina. Está muerta.

– ¿Lo ves, papá?

– Sí, Héctor. Lo veo.

Y madre e hijo se echaron a llorar, aliviados, mientras Ganesh continuaba con la salmodia y Léela se desplomaba en el suelo. Héctor gritaba:

– ¡Mamá, se ha marchado! ¡Se ha marchado!

Ganesh dejó de salmodiar. Se levantó y los llevó a la habitación de fuera. El aire estaba más fresco y la luz parecía deslumbrante. Era como entrar en un mundo nuevo.

– Señor Ganesh -dijo el padre de Héctor-. No sé qué podemos hacer para agradecérselo.

– Lo que quieran. Si quieren recompensarme, no diré que no, porque tengo que vivir de algo. Pero no quiero que se esfuercen. La madre de Héctor dijo:

– Pero ha salvado una vida.

– Es mi deber. Si quieren mandarme algo, pues bien. Pero no vayan por ahí hablando a la gente de mí. Este trabajo no te permite coger demasiadas cosas. Con un caso como este, a veces me quedo agotado durante una semana.

– Lo entiendo -dijo la mujer-. Pero no se preocupe. Vamos a mandarle cien dólares en cuanto lleguemos a casa. Se los merece.

Ganesh los despidió apresuradamente.

Cuando volvió a entrar en la pequeña habitación, la ventana estaba abierta y Léela descolgaba las cortinas.

– ¡Chica, no sabes lo que haces! -gritó-. Estás perdiendo el olfato. Ya vale, ¿me oyes? Esto es sólo el principio. Fíjate en lo que te digo: dentro de nada, esta casa se va a llenar de gente de toda Trinidad.

– Retiro todas las cosas malas que he dicho y he pensado de ti. Hoy me has hecho sentir pero que muy bien. Por mí, Soomintra puede quedarse con su tendero y su dinero. Pero una cosa: no me vuelvas a pedir que me suelte el pelo ni meterme en este lío.

– No lo vamos a hacer más. Sólo quería asegurarme esta vez. Les sienta bien, eso de oírme hablar en una lengua que no entienden. Pero la verdad es que no hace falta.

– ¿Sabes una cosa? Que yo vi la nube.

– La madre ve un diablo, el padre cuarenta diablillos, el chico una nube, y tú vas y dices que también has visto la nube. Mira, chica: diga lo que diga la mooma de Suruj sobre lo de la educación, a veces tiene su utilidad.

– ¡Pero bueno! ¡No me digas que ha sido un truco! Ganesh no dijo nada.

No apareció nada en los periódicos sobre este acontecimiento, pero al cabo de dos semanas toda Trinidad sabía de la existencia de Ganesh y sus poderes. La noticia se propagó gracias a la rumorología local, el servicio de Negrograma, eficaz y poco menos que clarividente. A medida que Negrograma divulgaba la noticia, se magnificaban los éxitos de Ganesh, y sus poderes alcanzaban la categoría de olímpicos.

Se presentó la Gran Eructadora, que había estado en Icacos, en un funeral, y se echó a llorar en el hombro de Ganesh.

– Al fin has descubierto para qué tienes mano -dijo.

Léela escribió a Ramlogan y a Soomintra.

Beharry fue a casa de Ganesh a presentar sus respetos y a solucionar lo de la pelea. Reconoció que ya no procedía que Ganesh fuera a la tienda a charlar.

– La mooma de Suruj estaba convencida desde el principio de que tenías poderes.

– También lo notaba yo. ¿Pero no es curioso que pensara desde hace tiempo que tengo mano para sanar?

– Pero si tienes más razón que un santo, hombre.

– ¿Qué quieres decir?

Beharry se mordisqueó los labios.

– Que eres el sanador místico.

8 Mas dificultades con ramlogan

Al cabo de un mes, Ganesh no podía atender a más clientes de los que atendía.

No se imaginaba que hubiera tantas personas en Trinidad con problemas espirituales. Pero lo que le sorprendía aún más era el alcance de sus poderes. Nadie conjuraba mejor que él a los malos espíritus, ni siquiera en Trinidad, donde había tantos que la gente había adquirido habilidad para enfrentarse a ellos. Nadie sabía atar mejor una casa, ceñirla, es decir, con lazos espirituales a prueba del espíritu más osado. Si se topaba con alguno especialmente rebelde, siempre tenía los libros que le había dado su tía. De modo que no eran nada para éclass="underline" ni bolas de fuego, ni soucuyants ni loups-garoux.

Así ganó la mayor parte del dinero. Pero lo que realmente le gustaba era un problema que requiriese todos sus poderes intelectuales y espirituales. Como la Mujer Que No Podía Comer. Esa mujer notaba que la comida se le transformaba en agujas en la boca, que le sangraba. La curó. Y a Amante. Amante era todo un personaje en Trinidad. Le ponían su nombre a caballos de carreras y pichones, pero a sus amigos y familiares les avergonzaba que un ciclista de carreras de éxito se enamorase de su bicicleta y le hiciese el amor abiertamente de una forma muy curiosa. También a él le curó.

Así que el prestigio de Ganesh aumentó de tal modo que quienes iban a verle enfermos se marchaban sanos. A veces, ni siquiera él sabía por qué.

Tenía el prestigio asegurado por sus conocimientos. Sin ellos, fácilmente le habrían considerado un taumaturgo más de los muchos que plagaban Trinidad. Casi todos eran farsantes. Conocían un par de encantamientos ineficaces pero carecían de inteligencia y simpatía para nada más. Su método para atajar a los espíritus seguía siendo primitivo. Supuestamente, dar una patada brusca en la espalda a una persona poseída cogía al espíritu por sorpresa y lo expulsaba. Era por estos ignorantes por lo que la profesión tenía mala fama. Ganesh la elevó y dejó sin trabajo a los charlatanes. Cualquier hombre obeah estaba dispuesto a autoproclamarse místico, pero la gente de Trinidad sabía que Ganesh era el único místico auténtico de la isla.

Nunca se tenía la sensación de que fuera un farsante, ni podían negarse su cultura y sus conocimientos, con todos aquellos libros que poseía. Y no eran sólo los conocimientos de los libros. Podía hablar casi de cualquier tema. Por ejemplo, tenía sus opiniones sobre Hitler y sabía cómo acabar con la guerra en dos semanas. "Hay una manera", decía. "Sólo una. Y en catorce días, incluso trece, ¡zas!: ¡adiós guerra!" Pero la mantenía en secreto. Y también podía discutir sobre religión con sensatez. No era intolerante. Le interesaban tanto el cristianismo y el islam como el hinduismo. En el santuario, en el antiguo dormitorio, tenía dibujos de Jesús y María junto a Krisna y Visnú, y una media luna y una estrella que representaban el islam iconoclasta. "Todos tienen el mismo Dios", decía. Caía bien a cristianos y musulmanes, y dispuestos como siempre a aventurarse con nuevos dioses en sus oraciones, a los hindúes no les parecía mal.