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Padre e hijo salieron de Fourways aquel domingo y cogieron el autobús para Princes Town. El anciano llevaba la ropa para ir de visita: dhoti, koortah, gorro blanco y un paraguas colgado del brazo izquierdo. Cuando cogieron el tren en Princes Town se sentían importantes.

– Cuidadito con el traje -dijo el anciano en voz muy alta, y los que estaban a su lado lo oyeron-. Acuérdate de que vas al colegio de la ciudad.

Cuando llegaron a St Joseph, Ganesh empezó a sentir vergüenza. Su atuendo y sus ademanes ya no atraían miradas de respeto. La gente sonreía, y cuando se apearon en la terminal de Puerto España, una mujer se rió.

– Ya te dije que no me vistieras así -mintió Ganesh, casi sollozando.

– Anda y que se rían -replicó el anciano en hindi, y se pasó la palma de una mano por el poblado bigote gris-. Los borricos rebuznan por cualquier cosa.

"Borrico" era su insulto favorito, quizá porque el término en hindi es tan expresivo: gaddaha.

Fueron a todo correr a la casa de Dundonald Street donde iba a hospedarse Ganesh, y la señora Cooper, la casera, negra, alta y rolliza, se rió al verlos, pero dijo:

– El chico parece todo un caballerete.

– Es buena mujer -le dijo el anciano a Ganesh en hindi-. No te preocupes por la comida ni nada. Te cuidará bien.

Ganesh prefería no acordarse de lo que ocurrió al día siguiente, cuando le llevaron al colegio. Los chicos mayores se rieron, y aunque no llevaba el salacot caqui, se sentía incómodo con el traje. Y encima, la escenita en el despacho del director: su padre gesticulando con el gorro blanco y el paraguas; el director, inglés, paciente al principio, después firme y al final desesperado; el anciano encolerizado, murmurando "Gaddaha. Gaddaha".

Ganesh nunca dejó de sentirse torpón. Estaba tan avergonzado de su nombre indio que durante una temporada fue contando que en realidad se llamaba Gareth. Aquello le hizo un flaco servicio. Seguía vistiendo mal, no jugaba a nada, y en cuanto abría la boca se notaba que era un indio del campo. Nunca dejó de ser campesino. Seguía creyendo que leer con otra luz que no fuera la natural era malo para la vista, y en cuanto acababan las clases se iba corriendo a casa, en Dundonald Street, y se ponía a leer en la escalera de atrás. Se dormía con las gallinas y se despertaba antes del canto del gallo. "Ese Ramsumair es un auténtico empollón", decían riéndose los chicos, pero Ganesh nunca fue sino un estudiante mediocre.

Le aguardaba otra humillación. Cuando fue a casa en las primeras vacaciones escolares, su padre dijo, después de volver a presumir de éclass="underline"

– Ya es hora de que el chico sea un auténtico brahmán.

La ceremonia de iniciación se celebró aquella misma semana. Le afeitaron la cabeza, le dieron un pequeño fardo de color azafrán y le dijeron: "Hale, y ahora a Benarés, a estudiar."

Cogió el bordón y se alejó de Fourways a toda prisa.

Tal y como estaba previsto, Dookhie, el tendero, corrió tras él, llorando un poco y rogándole en inglés:

– No, muchacho, no. Que no te vayas a Benarés a estudiar. Ganesh siguió andando.

– Pero, ¿qué le pasa a ese chico? -preguntaba la gente-. Se lo toma muy en serio.

Dookhie cogió a Ganesh por un hombro y le dijo:

– Ya está bien de tonterías, niño. Deja de hacer el idiota. ¿Qué te has creído, que me voy a pasar todo el día corriendo detrás de ti? ¿De verdad te crees que vas a llegar a Benarés? Eso está en la India, a ver si te enteras, y esto es Trinidad.

Le llevaron a casa. Pero el incidente tuvo su trascendencia.

Todavía estaba prácticamente calvo cuando volvió al colegio, y los chicos se rieron tanto que el director le llamó y le dijo:

– Ramsumair, está usted creando problemas en el colegio. Póngase algo en la cabeza.

De modo que Ganesh fue a clase con el salacot caqui hasta que le creció el pelo.

Había otro chico indio, Indarsingh, que vivía en la casa de Dundonald Street. También estaba en el Queen's Royal College, y aunque era seis meses menor que Ganesh, iba tres clases por delante de él. Era un chico listo, y todos los que le conocían decían que iba a ser un hombre importante. A sus dieciséis años, Indarsingh pronunciaba largos discursos en los debates de la Sociedad Literaria, recitaba sus propios versos en los concursos de poesía y siempre ganaba los concursos de discursos improvisados. También practicaba todos los deportes, no muy bien, pero tenía condiciones de deportista y por eso los chicos le consideraban un ideal. Indarsingh convenció a Ganesh para que jugara al fútbol. Cuando Ganesh dejó al descubierto sus piernas, pálidas, amarillentas, un chico escupió con asco y exclamó: "¡Oye, tú, tus piernas no ven el sol!" Ganesh no volvió a jugar al fútbol, pero siguió siendo amigo de Indarsingh. A Indarsingh le resultaba útil. "Vente a dar un paseo por el Jardín Botánico", le decía a Ganesh, y durante el paseo no paraba de hablar, para ensayar su discurso del próximo debate. Al final decía: "¿A que está bien? Pero requetebién." El tal Indarsingh era un chico bajo, rechoncho, y en sus andares, como en su forma de hablar, mostraba el garbo de los bajitos.

Indarsingh era el único amigo de Ganesh, pero su amistad no duraría. Al final del segundo año de Ganesh en el colegio, a Indarsingh le dieron una beca para Inglaterra. A ojos de Ganesh, Indarsingh había conseguido algo que superaba toda ambición.

Con el tiempo, Ganesh obtuvo el certificado de Cambridge, y sorprendió a todo el mundo con un aprobado. El señor Ramsumair le dio la enhorabuena, ofreció un premio anual al colegio, y le dijo a Ganesh que había encontrado a una buena chica para que se casara con ella.

– El viejo te está metiendo prisa -dijo la señora Cooper.

Ganesh escribió una carta, diciendo que no tenía la menor intención de casarse, y cuando su padre contestó que si no quería casarse podía considerarse huérfano, Ganesh decidió considerarse huérfano.

– Tienes que buscarte un trabajo -dijo la señora Cooper-. Oye, que no es que esté pensando en lo que me tienes que pagar. Es que tienes que encontrar trabajo. ¿Por qué no hablas con el director de tu colegio?

Lo hizo. El director se quedó algo perplejo y preguntó:

– ¿Qué quiere hacer?

– Dar clase -contestó Ganesh, porque pensaba que tenía que halagar al director.

– ¿Dar clase? Qué raro. ¿En primaria?

– ¿Qué quiere decir, señor?

– No estará pensando en dar clase en este colegio, ¿verdad?

– No, señor. No me tome el pelo.

Al final, con la ayuda del director, Ganesh se matriculó en la Escuela Gubernamental de Preparación de Profesores de Puerto España, donde había muchos más indios y no se sentía tan incómodo. Le enseñaron cosas muy importantes, y de vez en cuando hacía prácticas con unos cuantos alumnos en colegios cercanos. Aprendió a escribir en la pizarra y consiguió superar la dentera del chirriar de la tiza. Después le pusieron a dar clase.

Le mandaron a un colegio de un distrito problemático del barrio este de Puerto España. El despacho del director también servía de clase, atestada de chicos jóvenes. El director estaba sentado bajo un retrato del rey Jorge V, y entrevistó a Ganesh.

– No sabe qué suerte tiene -empezó a decir, y se levantó de golpe, añadiendo-: Un momento. Hay un chico al que voy a darle una buena. Un momento.

Pasó con dificultad por entre los pupitres hasta donde estaba un chico, en la fila del fondo. Los alumnos guardaron silencio inmediatamente y se oyó el ruido de las demás clases. Después, Ganesh oyó al chico chillando detrás de la pizarra.