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Pero más que sus poderes, conocimientos o tolerancia, la gente admiraba su caridad. No cobraba unos honorarios fijos y aceptaba lo que le dieran. Cuando alguien se lamentaba de ser pobre y al mismo tiempo de que le perseguía un espíritu del mal, Ganesh se encargaba del espíritu y renunciaba a sus honorarios. La gente empezó a decir: "No es como los demás. Esos sólo van a por el dinero, pero Ganesh es un buen hombre."

Sabía escuchar. La gente le abría su alma y él no les hacía sentirse incómodos. Tenía una forma de hablar flexible. Con las personas sencillas hablaba en dialecto. Con quienes parecían pomposos, escépticos o decían: "Es la primera vez en mi vida que acudo a alguien como usted" hablaba con la mayor corrección posible, y su pausada pronunciación daba peso a sus palabras, y se ganaba su confianza.

De modo que a Fuente Grove llegaban clientes de todos los rincones de Trinidad. Al poco tuvo que derruir el cobertizo de los libros y levantar una carpa con techo de bambú para albergarlos. Llevaban sus tristezas a Fuente Grove, pero hacían que el pueblo pareciera animado. A pesar de la aflicción reflejada en sus rostros y actitudes, llevaban ropa de colores tan alegres como si fueran a una boda: velos, corpinos, faldas de un rosa, amarillo, azul o verde chillón.

El servicio de Negrograma sostenía que incluso la mujer del gobernador había ido a ver a Ganesh. Cuando le preguntaron sobre el particular, se puso serio y cambió de tema.

Los sábados y domingos descansaba. Los sábados y domingos iba a San Fernando y compraba libros por valor de unos veinte dólares, más de quince centímetros, y los domingos, por la costumbre, cogía los libros nuevos y subrayaba párrafos al azar, aunque ya no tenía tiempo para leerlos tan detenidamente como hubiera querido.

También los domingos, Beharry iba a su casa por la mañana, para charlar. Pero había experimentado un cambio. Parecía sentirse avergonzado ante Ganesh y no tan dispuesto para la conversación como antes. Se sentaba en la galería y se limitaba a mordisquearse los labios y a asentir a cuanto Ganesh decía.

Ahora que Ganesh había dejado de ir a casa de Beharry empezó a hacerlo Léela. Le había dado por llevar sari y parecía más delgada y frágil. Hablaba con la mooma de Suruj sobre el trabajo de Ganesh y sobre el cansancio que ella sentía.

En cuanto Léela se marchaba, la mooma de Suruj estallaba.

– ¿Pero la has oído, poopa de Suruj? ¿Has visto lo pronto que empiezan a presumir los indios? Eso, sí, no es él quien me molesta, sino ella. ¿No has oído todo eso que me ha contado, que si quiere tirar la casa y levantar otra? ¿Y esa bobada del sari? Toda la vida por ahí con corpiño y falda larga, ¿y ahora le da por el sari?

– Oye, que fue idea tuya que Ganesh se pusiera dhoti y turbante. A ver por qué no va a llevar Léela sari.

– No tienes vergüenza ninguna, poopa de Suruj. Te tratan como a un perro y encima los defiendes. Y además, una cosa es el dhoti de él y otra cosa el sari de Léela. ¿Y las demás tonterías que me ha soltado ahí sentada esa delgaducha? Que si estaba muy cansada y que si necesitaba vacaciones. ¿Pero es que alguna vez ha tenido vacaciones? ¿Y yo? ¿Y Ganesh? ¿Y tú? ¡Vacaciones! Venga a trabajar como una burra limpiando el establo y haciendo mil cosas que yo no haría ni loca, y nunca ha abierto la boca para decir que si el cansancio y las vacaciones. Lo que pasa es que se ve con un poco de dinero en el bolsillo y por eso le da por las tonterías, ¿entiendes?

– Oye, no está bien hablar así. Cualquiera que te oiga va a pensar que tienes envidia.

– ¿Quién, yo? ¿Yo envidia de ella? ¡Lo que tengo que aguantar de vieja! -Beharry desvió la mirada-. A ver, poopa de Suruj. ¿Por qué voy a tener envidia de una flaca que ni siquiera puede tener un hijo? A mí no se me ocurre dejar a mi marido ni abandonar mis obligaciones. No es de mí de quien te tienes que quejar. Son ellos los desagradecidos. -Guardó silencio y añadió solemnemente-: Recuerdo cómo recogimos a Ganesh y le ayudamos y le dimos de comer. Hicimos mil cosas por él. -Volvió a guardar silencio, antes de espetar-: ¿Y qué nos devuelve?

– Oye, no queríamos nada a cambio. Sólo cumplimos con nuestro deber.

– Mira lo que nos devuelve. Cansancio. Vacaciones.

– Sí, vale,

– No me haces caso, poopa de Suruj. Todos los domingos, de buena mañana, saltas de la cama y te vas corriendo a besarle los pies a ese hombre como si fuera un dios.

– Mira, Ganesh es un gran hombre y yo debo ir a verle. Si me trata mal, es cosa suya, no mía.

Y cuando Beharry iba a ver a Ganesh, decía:

– La mooma de Suruj no se encuentra bien esta mañana. Si no, habría venido. Pero manda recuerdos.

Lo que más satisfizo a Ganesh durante aquellos primeros meses místicos fue el éxito de sus Preguntas y respuestas.

Fue Basdeo, el impresor, quien descubrió las posibilidades. Fue a Fuente Grove un domingo por la mañana y se encontró a Ganesh y a Beharry sentados sobre unas mantas en la galería. Con dhoti y camiseta, Ganesh leía The Sentinel (entonces le llevaban el periódico a casa todos los días). Beharry tenía la mirada fija y se mordisqueaba los labios.

– Es lo que te dije -dijo Basdeo tras los saludos. Estaba algo más que un poco rechoncho y cuando se sentó cruzó las piernas con dificultad-. Todavía guardo el molde de tu libro, pandit. ¿Te acuerdas? Te dije que tenía una sensación especial contigo. Es un libro bueno de verdad, y en mi opinión, debería tener la oportunidad de leerlo más gente.

– Todavía me quedan más de novecientos ejemplares.

– Pues los vendes a dólar cada uno, pandit. La gente te los va a quitar de las manos, te lo digo yo. No hay de qué avergonzarse. Cuando los acabes, hago otra edición…

– Edición revisada -intervino Beharry, pero en voz muy baja, y Basdeo no le hizo caso.

– Otra edición, pandit. Cubierta de tela, sobrecubierta, papel más grueso, más ilustraciones.

– Edición de lujo -dijo Beharry.

– Exacto. Una bonita edición de lujo. ¿Qué te parece, sahib? Ganesh sonrió y dobló The Sentinel con sumo cuidado.

– ¿Cuánto va a sacar de esto la Imprenta Eléctrica Élite?

Basdeo no sonrió.

– Esta es la idea, sahib. Imprimo el libro a mi costa. En una edición de lujo bien grande. Traemos los libros aquí. Hasta entonces, tú no pagas ni un centavo. Vendes cada libro a dos dólares. Por cada uno te llevas un dólar. No tienes que mover ni un dedo. Y es un libro bueno y santo, sahib.

– ¿Y los demás vendedores? -preguntó Beharry. Basdeo se volvió hacia él con recelo.

– ¿Qué vendedores? Sólo el pandit y yo vamos a ocuparnos de los libros. Sólo Ganesh y yo, pandit, sahib. Beharry se mordisqueó los labios.

– Es buena idea, y un buen libro.

De modo que 101 preguntas y respuestas sobre la religión hindú fue el primer best seller de la historia editorial de Trinidad. La gente estaba dispuesta a pagarlo. Los simples lo compraban como amuleto; los pobres porque era lo mínimo que podían hacer por el pandit Ganesh, pero a la mayoría les interesaba de verdad. Sólo se vendía en Fuente Grove y ya no hacía falta la buena mano de Bissoon para las ventas.

Sin embargo, Bissoon fue a pedir unos cuantos ejemplares. Parecía más alto y más delgado, y a unos ciento cincuenta metros de distancia no se le confundía con un niño. Había envejecido mucho. Su traje estaba raído y lleno de polvo, la camisa sucia, y no llevaba corbata.