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– Sí, pandit. La mooma de Suruj dice que Narayan ha ido a Tunapuna y le va contando a la gente que con un poquito de práctica él podría ser tan bueno como tú en lo de la mística.

La Gran Eructadora dijo:

– Es lo que pasa con los indios de aquí. No soportan ver que a otro indio le va bien.

– No estoy preocupado -dijo Ganesh.

Y era verdad. Pero la gente recordaba ciertas cosas de The Hindú, como que tacharan a Ganesh de Hombre de Negocios de Dios, y esa acusación fue repitiéndose entre personas que no tenían ni idea. Ganesh no tenía mentalidad mercantil. Es más, detestaba los negocios. Lo del servicio de taxis era cosa de Léela. Lo mismo que el restaurante, algo que difícilmente podía considerarse una idea comercial. Los clientes tenían que esperar tanto tiempo cuando iban a ver a Ganesh que era cuestión de simple consideración ofrecerles comida. De modo que Léela levantó una gran carpa de bambú junto a la casa donde daba de comer a la gente, y como Fuente Grove estaba tan lejos de cualquier otro pueblo, tenía que cobrar un poco más.

Y después empezó el lío con la tienda de Beharry.

Para comprender el asunto de la tienda de Beharry -algunas personas lo convirtieron en auténtico escándalo-, hay que recordar que los clientes de Ganesh llevaban muchos años acostumbrados a farsantes que les hacían quemar alcanfor y grasa de manteca, azúcar y arroz, y sacrificar gallos y cabras. A Ganesh no le servían de gran cosa esos estúpidos rituales, pero descubrió que a sus clientes les encantaban, sobre todo a las mujeres, de modo que empezó a ordenarles que quemaran ciertas cosas dos o tres veces al día. Los clientes llevaban los ingredientes y le rogaban que los ofreciera en su nombre, y a veces incluso le pagaban por ello.

No le sorprendió demasiado que, un domingo por la mañana, Beharry le dijera:

– Pandit, la mooma de Suruj y yo nos paramos a veces a pensar y nos preocupa lo que te trae la gente. Son pobres, y no saben si lo que compran es bueno o malo, si está limpio o no. Y sé que a muchos tenderos no les importa vender algo en malas condiciones.

Léela dijo:

– Sí que es verdad. La mooma de Suruj me ha contado que lleva preocupada por eso mucho tiempo. Ganesh sonrió.

– Mucho se preocupa la mooma de Suruj últimamente, ¿no?

– Sí, pandit. Sabía que me ibas a entender. Esos pobres no tienen tu nivel de educación, y de ti depende que compren las cosas como es debido, en una tienda como es debido.

Léela dijo:

– Yo pienso que a los pobres les gustaría comprar las cosas aquí mismo, en Fuente Grove.

– Entonces, maharaní, ¿por qué no las tienes en tu casa?

– No quedaría bien, Beharry. La gente va a pensar que les tomamos el pelo. ¿Y en tu tienda? La mooma de Suruj dice que no sería mucho más trabajo. Es más, me parece a mí que la mooma de Suruj y tú sois las personas más adecuadas para encargarse de eso. Y además, yo estoy tan cansada últimamente…

– Trabajas demasiado, maharaní. ¿Por qué no descansas un poco?

Ganesh dijo:

– Beharry, eres muy amable por ayudarme así.

De modo que los clientes empezaron a comprar los ingredientes para las ofrendas sólo en la tienda de Beharry. "Las cosas no son baratas allí", les decía Ganesh. "Pero es el único sitio de toda Trinidad donde sabes lo que compras."

Casi todo lo que vendía Beharry llegaba a casa de Ganesh. Una buena cantidad se utilizaba para los rituales. "E incluso eso es un desperdicio de buena comida", decía Ganesh. Léela empleaba el resto en el restaurante.

"A los pobres quiero darles sólo lo mejor", decía.

Fuente Grove prosperó. El Ministerio de Obras Públicas reconoció su existencia y rehízo el firme de la carretera. Instalaron en la aldea el primer depósito de suministro de agua. Situado frente a la tienda de Beharry, al otro lado de la carretera, pasó a ser el lugar de encuentro de las mujeres, y los niños jugaban desnudos bajo el caño.

Beharry también prosperó. Mandaron interno a Suruj al Naparima College de San Fernando. La mooma de Suruj se quedó embarazada del cuarto hijo y le contó a Léela los planes que tenía para renovar la tienda.

Y Ganesh prosperó. Derribó su casa, siguió con el restaurante y levantó una mansión. En Fuente Grove nunca se había visto cosa igual. Tenía dos plantas; los muros eran de bloques de cemento; según el servicio de Negrograma, tenía más de cien ventanas, y si llegaba a oídos del gobernador habría problemas, porque sólo el palacio del Gobierno podía tener cien ventanas. Llegó un arquitecto indio de la Guayana Británica y le construyó un templo de estilo hindú a Ganesh. Para compensar el gasto de tanta edificación, Ganesh se vio obligado a cobrar la entrada al templo. Se contrató a un rotulista profesional de San Fernando para que rehiciese el cartel de GANESH, místico. En la parte superior escribió, en hindi: Paz a todos vosotros, y debajo: Aquí se puede disfrutar de consuelo y solaz espirituales a cualquier hora de cualquier día salvo sábados y domingos. No obstante, se lamenta no poder atender peticiones de ayuda económica. En inglés.

Léela se hacía más refinada cada día. Iba con frecuencia a San Fernando a ver a Soomintra, y a comprar. Volvía con saris caros y un montón de pesadas joyas. Pero el cambio más importante fue su forma de hablar inglés. Adoptó un acento muy suyo, suavizando todos los sonidos vocálicos fuertes; la gramática que empleaba no le debía nada a nadie, entre otras cosas una conjugación sumamente personal de los verbos ser y estar. Le dijo a la mooma de Suruj:

– Esta casa que yo que estamos construyendo, no la quiero como otras casas indias. La quiero con buenos muebles y todo bien bonito. Yo es que estamos pensando en comprar un frigorífico y cosas de esas.

– Pues yo también que estamos pensando, fíjate -dijo la mooma de Suruj-. Yo es que estamos pensando en hacer una tienda nueva del todo, moderna, una tienda de comestibles como es debido, como las de los libros del poopa de Suruj, con montones de latas y botes y unos estantes bien buenos…

– … y eso que dicen de que los indios no son capaces de mantener su casa en condiciones, pues mira, es verdad. Pero yo es que vamos a pintarla bien bonita…

– … el poopa de Suruj lleva tiempo diciendo lo mismo, y vamos a pintar la tienda, de arriba abajo, y la vamos a poner bien bonita, con su mostrador de mármol y todo. Pero no te creas, que no nos vamos a olvidar de dónde vivimos, que también vamos a dejar la casa bien bonita…

– … con sus buenas alfombras como las que hemos visto Soomintra y yo en Gopal, y sus cortinas…

– … y sus sillones Morris [1] con cojines de muelles. Pero mira, que está llorando el crío. Para mí que quiere comer. Nada, me voy, Léela, cielo.

Con tantas cosas que contarse, Léela y la mooma de Suruj siguieron siendo buenas amigas.

Y Léela no hablaba por hablar. Una vez terminada la casa -y eso, en sí mismo era todo un logro para los indios de Trinidad-, la pintó, y expresó su alma hindú en la elección de los colores, vivos, chillones. Encargó a un pintor que dibujara una serie de rosas muy rojas sobre la pared azul del cuarto de estar. Le pidió al constructor de templos de la Guayana Británica que le hiciera varias estatuas y tallas que distribuyó por los sitios más inverosímiles. Le hizo construir una balaustrada con múltiples adornos alrededor de la terraza, y encima le pidió que erigiera dos elefantes de piedra, en representación de Ganesh, el dios elefante hindú. Ganesh revisó todos los adornos que había preparado Léela, dio su consentimiento, y diseñó los elefantes.

– Me importa tres pitos lo que diga Narayan sobre mí en The Hindú -dijo-. Te voy a comprar ese frigorífico, Léela.

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[1] Sillones Morris: reciben este nombre porque su tapicería es semejante a los diseños del prerrafaelista William Morris (1834-1896), iniciador de la decoración de interiores. (N. de la T.)