Indarsingh dio un saltito, tocándose la corbata y, como un tonto, habló de política.
Indarsingh perdió su depósito y tuvo una tremenda discusión con el secretario del P. P. U., que también había perdido el suyo. Indarsingh dijo que el P. P. U. había prometido compensar a los miembros que perdieran el depósito. Descubrió que no podía hablar con nadie, pues tras los resultados de las elecciones, el Partido para el Progreso y la Unidad sencillamente desapareció.
Fue idea de Beharry que la gente de Fuente Grove llamase a Ganesh Honorable Ganesh Ramsumair, miembro del Consejo Legislativo.
– ¿A quién desea ver? -preguntaba a las visitas-. ¿Al Honorable Ganesh Ramsumair, miembro del Consejo Legislativo?
Al llegar a este punto convendría detenerse un poco y reflexionar sobre las circunstancias del ascenso de Ganesh, de maestro a sanador, de sanador a místico, de místico a miembro del Consejo Legislativo. En su autobiografía, Los años de culpa, que empezó a escribir en esta época, Ganesh atribuye su éxito (pide que se le perdone por utilizar tal palabra) a Dios. La autobiografía muestra que creía firmemente en la predestinación, y las circunstancias que concurrieron para su ascensión parecen ciertamente providenciales. Si hubiera nacido diez años antes, es muy improbable, teniendo en cuenta la actitud de los indios de Trinidad hacia la educación en aquella época, que su padre le hubiera enviado al Queen's Royal College. Podría haber sido pandit, y un pandit mediocre. Si hubiera nacido diez años más tarde, su padre le habría enviado a Estados Unidos, Canadá o Inglaterra para estudiar una profesión -la actitud de los indios hacia la educación había cambiado por completo-, y quizá Ganesh habría sido un abogado fracasado o un médico peligroso. Si, cuando los estadounidenses bajaron a Trinidad en 1914, Ganesh hubiera seguido el consejo de Léela y hubiera buscado trabajo con ellos o se hubiera hecho taxista, como tantos sanadores, se le habría cerrado para siempre el camino místico y habría supuesto su ruina. A pesar del esplendoroso intervalo con los estadounidenses, a estos sanadores les resulta difícil ganarse la vida hoy en día. En Trinidad ya nadie quiere sacamuelas ni sanadores, y los antiguos colegas de Ganesh en este campo han tenido que seguir dedicándose al taxi, pero ahora a tres centavos el kilómetro y medio, tal es la competencia.
"Está claro que mi Hacedor quería que fuese místico", escribió Ganesh.
Incluso sus enemigos le prestaban servicios. Sin los ataques de Narayan, Ganesh nunca se habría dedicado a la política y habría seguido siendo místico. Con desafortunadas consecuencias. Ganesh se vio convertido en místico cuando Trinidad los reclamaba. Esa época ha pasado. Pero algunas personas no se han dado cuenta y en algunos rincones de Trinidad aún existen residuos de místicos miserables. Parece cierto que la Providencia guió a Ganesh. Al igual que le indicó cuándo debía dedicarse al misticismo, le indicó cuándo abandonarlo.
Su primera experiencia como miembro del Consejo Legislativo resultó humillante. Los miembros del nuevo Consejo y sus esposas fueron invitados a cenar en el palacio del Gobierno, y aunque un semanario difamatorio recién fundado consideraba la invitación un truco imperialista, asistieron todos los miembros. Pero no todas las esposas.
A Léela le daba vergüenza, pero salió del paso diciendo que no soportaba la idea de comer en platos de otras personas.
– Es como ir a un restaurante. No sabes cómo es la comida ni quién la ha cocinado.
En el fondo, Ganesh se sintió aliviado.
– Yo tengo que ir. Pero no te creas, que no pienso usar eso del tenedor y el cuchillo y esas bobadas. Voy a comer con los dedos, como siempre, y me da igual lo que diga el gobernador o quien sea. Pero la mañana antes de la cena consultó con Swami.
– Sahib, lo primero que te tienes que quitar de la cabeza es que te va a gustar la comida. Si eso de comer con tenedor y cuchillo es cosa de práctica, hombre.
Y explicó la técnica en líneas generales.
Ganesh dijo:
– Quia, quita. Cuchillo de pescado, cuchara para la sopa, cuchara para la fruta, cucharilla… ¿Pero quién puede acordarse de tanta cosa?
Swami se echó a reír.
– Tú haz lo que hacía yo, sahib. Mira lo que hacen los demás. Y come un montón de buen arroz y dal antes de ir.
La cena fue una fiesta para los fotógrafos. Ganesh se presentó con dhoti, koortah y turbante; el representante de uno de los distritos de Puerto España llevaba traje caqui y salacot; un tercero apareció con pantalones de montar; aferrándose de momento a sus principios anteriores a las elecciones, un cuarto apareció con pantalones cortos y camisa desabrochada, y el miembro del Consejo Legislativo más negro, con un traje azul de tres piezas, guantes amarillos de lana y monóculo. Todos los demás hombres parecían pingüinos, en algunos casos hasta sus negros rostros.
Un indio cristiano de edad no llevó a su esposa porque, según dijo, nunca había tenido esposa; en su lugar llevó a su hija, una criaturita radiante de unos cuatro años.
La esposa del gobernador se movía con seguridad y decisión entre los consejeros y sus esposas. Cuanto más desconcertante era el hombre o la mujer, más le interesaba y más encanto desplegaba.
– Vaya, señora Primrose -dijo animadamente a la esposa del consejero más negro-. Qué distinta está usted hoy.
Toda apretujada en un vestido con estampado de flores, la señora Primrose se arregló el sombrero, también floreado.
– Ah, señora. No soy la misma yo. La otra, la que usted vio en la Unión de Madres de Granadina, esa está en casa. Haciendo un niño.
Muy oportunamente, sirvieron el jerez.
La señora Primrose soltó una risita y le preguntó al camarero:
– ¿Es fuerte la bebida esta?
El camarero asintió y miró por encima del hombro.
– Bueno, pues gracias. Yo es que no uso.
– ¿Quizá alguna otra cosa? -se apresuró a preguntar la esposa del gobernador.
– Un poquito de café o té, si tiene.
– Café. Me temo que el café no estará listo hasta dentro de un rato.
– Bueno, gracias. En realidad no quiero nada. Era por ser sociable.
La señora Primrose soltó otra risita.
Al poco se sentaron a la mesa. La esposa del gobernador se situó a la izquierda del señor Primrose. Ganesh se encontró entre el hombre de los pantalones de montar y el indio cristiano y su hija y vio con preocupación que las personas de las que esperaba aprender la técnica de comer estaban demasiado lejos.
Los miembros del Consejo Legislativo miraron a los camareros, que desviaron rápidamente la mirada. Después se miraron entre sí.
El hombre de los pantalones de montar murmuró:
– Por eso no pueden subir los negros. ¿Han visto cómo se portan esos camareros? Y eso que también son más negros que demonios.
Nadie replicó al comentario.
Llegó la sopa.
– ¿Carne? -preguntó Ganesh. El camarero asintió.
– Llévesela -dijo rápidamente Ganesh, con asco. El hombre de los pantalones de montar dijo:
– Ahí se ha equivocado. Tenía que jugar con la sopa.
– ¿Jugar con ella?
– Eso dice el libro.
Nadie cerca de Ganesh parecía dispuesto a probar la sopa.
El hombre de los pantalones de montar miró a su alrededor.
– Es una habitación bonita.
– Bonitos cuadros -dijo el hombre de la camisa desabrochada, que estaba sentado enfrente.
El hombre de los pantalones de montar suspiró con hastío.
– Es curioso, pero hoy no tengo mucha hambre.
El indio cristiano colocó a su hija sobre la pierna izquierda y, sin hacer caso a los demás, metió la cuchara en la sopa. La probó con la lengua para ver si quemaba y dijo: "Aah". La niña abrió la boca para recibir la sopa. "Una para ti", dijo el cristiano. Luego cogió otra cucharada. "Y otra para mí."