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Compusieron un calipso sobre él que fue la segunda charanga en el Carnaval de 1947:

Hay un señor en la oposición

Con estreñimiento de legislación

Hasta las leyes mueven el vientre

Pero este se guarda todo en su caletre.

Saltaba a la vista la referencia a Evacuación provechosa, pero incluso antes del calipso, Ganesh había empezado a avergonzarse de su carrera de místico. En frecuentes ocasiones se habían leído en voz alta párrafos de Lo que me dijo Dios en la Cámara del Consejo, y en noviembre de 1946, justo a los cuatro meses de haberlo publicado, retiró Los años de culpa, así como sus demás libros, y liquidó la Editorial Ganesh, S.A.

No cabe duda de que en aquella época Ganesh era el hombre más popular de Trinidad. Nunca asistió a un cóctel en el palacio de Gobierno. Tampoco a una cena. Siempre estaba dispuesto a presentar una petición al gobernador. Desenmascaraba un escándalo tras otro. Y también estaba siempre dispuesto a hacer un favor a la gente, ya fueran ricos o pobres. Sus honorarios por tales favores no eran altos. Siempre decía: "Déme lo que pueda." Algunos, como Primrose y el cristiano, tenían tarifas fijas, muy elevadas, asistían a todos los cócteles en el palacio de Gobierno y llevaban esmoquin. No se podía decir que ninguno de ellos representara realmente a su distrito. Aún más: el cristiano era dueño de la mayor parte del suyo, y Primrose se hizo tan rico que tuvieron que concederle título de sir.

En los informes del Departamento de Colonias se describía a Ganesh como agitador irresponsable y sin seguidores.

No tenía ni idea de que iba camino de ser nombrado miembro de la Orden del Imperio Británico.

Así fue como ocurrió.

En septiembre de 1949, una huelga salvaje devastó varias fincas azucareras en el sur de Trinidad. Fue el acontecimiento más excitante desde los disturbios de 1937 en los campos petrolíferos. Los huelguistas quemaban plantaciones de caña, los policías pegaban a los huelguistas y escupían a quienes detenían. La prensa era un puro estallido de amenazas y respuestas a las amenazas. Había gran simpatía hacia los huelguistas, y muchas personas a las que no se les habría ocurrido ponerse en huelga pasaban en bicicleta junto a los piquetes y susurraban: "Ánimo, muchachos."

Ganesh estaba en Tobago por entonces, investigando el escándalo del Fondo de Ayuda a los Niños. Pronunció un ambiguo discurso sobre el asunto, pero el servicio de Negrograma propagó inmediatamente que tenía intención de mediar. Ganesh le dijo a un periodista de The Sentinel que iba a hacer cuanto pudiera para lograr una solución amistosa. Los plantadores negaron haber aceptado la presencia de un mediador. Ganesh escribió a The Sentinel diciendo que iba a mediar, les gustara o no a los plantadores.

En los días siguientes, Ganesh llegó a la cima de su popularidad.

No sabía nada sobre la huelga, salvo lo que había leído en los periódicos, y era la primera vez desde su elección que tenía que enfrentarse a una crisis en el sur de Trinidad. Hasta entonces se había dedicado fundamentalmente a desenmascarar escándalos ministeriales en Puerto España. Enfocó la huelga de un modo tan irreflexivo que quizá podamos ver una vez más la mano de la Providencia en su carrera, como él mismo diría más adelante.

Para empezar, fue al sur con traje. Se llevó libros, pero no religiosos; sólo los escritos de Tom Paine y John Stuart Mili y un grueso tomo de teoría política griega.

En cuanto llegó a Lorimer's Park, a unos kilómetros de San Fernando, donde le esperaban los huelguistas, notó que algo andaba mal. Eso dijo más adelante. Quizá fuera por la lluvia de la noche anterior. Las pancartas estaban todavía húmedas y las denuncias escritas en ellas parecían poco enérgicas. La hierba había desaparecido bajo el barro batido por los pies descalzos de los huelguistas.

El dirigente de los huelguistas, un hombre bajo y gordo con traje marrón de rayas, llevó a Ganesh hasta el estrado, que no consistía más que en dos jaulas de coches Morris; unas cajas más pequeñas servían de escalones. Estaba húmedo y embarrado. Ganesh fue presentado a los miembros del comité de huelga, unos seis, y el hombre del traje marrón se puso a trabajar inmediatamente. Gritó:

– ¡Hermanos y hermanas! ¿Sabéis por qué la bandera roja es roja?

Los reporteros de la policía garrapateaban concienzudamente en sus cuadernos.

– Que lo escriban -dijo el dirigente-. Que lo escriban en sus sucios cuadernillos negros, que no les tenemos miedo. A ver, decirme: ¿les tenemos miedo?

De la multitud salió un hombre bajo y robusto y se dirigió al estrado.

– Calla esa bocaza -dijo. El dirigente insistió.

– Decirme: ¿les tenemos miedo?

No hubo respuesta.

El hombre junto al estrado dijo:

– Déjate de charlas y di algo rápido.

Estaba enrollándose las mangas de la camisa, casi hasta las axilas. Tenía brazos poderosos. El dirigente gritó:

– ¡Vamos a rezar!

El reventador se echó a reír.

– ¿Rezar para qué? -gritó-. ¿Para que te pongas más gordo y revientes el traje?

Ganesh empezó a sentirse incómodo.

El dirigente separó las manos tras la oración.

– La bandera roja está teñida con nuestra sangre, y ya es hora de levantar bien alto la cabeza en el mercado como hombres libres e independientes y dirigir grandes ejércitos en el cielo.

De la multitud salieron más hombres. Daba la impresión de que todos se habían acercado más al estrado.

El reventador gritó:

– Ya vale de palabrería. Te vuelves a las fincas y les pides que cojan el soborno que te han dado.

El dirigente siguió hablando, sin que nadie le escuchara. Los del comité de huelga se agitaron en sus sillas plegables. El dirigente se dio una palmada en la frente y dijo:

– ¿Pero qué pasa? Se me olvidaba que todos vosotros estáis aquí para escuchar al gran luchador por la libertad, Ganesh Ramsumair.

Por fin se oyeron algunos aplausos.

– Todos sabéis que Ganesh ha escrito grandes libros sobre Dios y eso.

El reventador se quitó el sombrero y lo agitó.

– ¡Dios mío! -gritó-. ¡Pero si da asco! Ganesh le vio las encías.

– Hermanos y hermanas, voy a rogar al hombre de bien y de Dios que os dirija unas palabras.

Y Ganesh no acertó. Se le escapó la situación de las manos, tontamente. Olvidó que iba a hablar ante una multitud de huelguistas impacientes como hombre de bien y de Dios. Por el contrario, habló como sí fueran el indolente público de Woodfbrd Square y él un combativo miembro del Consejo Legislativo y nada más.

– Amigos míos -dijo (se le había pegado de Narayan)-, amigos míos, sé de vuestros grandes sufrimientos, pero tengo que estudiar mejor el asunto, y hasta entonces he de pediros que tengáis paciencia.

No sabía que el dirigente de los huelguistas llevaba casi cinco semanas diciéndoles lo mismo.

Y el discurso no fue a mejor. Habló de la situación política de Trinidad, de la situación económica, de estatutos y aranceles, de la lucha contra el colonialismo, y describió el socialhinduismo en detalle.

Justo cuando iba a demostrar que la huelga podía ser el primer paso para el establecimiento del socialhinduismo en Trinidad, estalló la tormenta.

El reventador se quitó el sombrero y lo pisoteó en el barro.

– ¡No! -gritó-. ¡No! ¡Nooo!

Otros corearon el grito.

El dirigente agitó las manos para pedir silencio.

– Amigos míos, yo…

El reventador volvió a pisotear el sombrero y a gritar:

– ¡ Nooo!

El dirigente dio una patada en el estrado y se volvió hacia el comité.

– ¿Por qué demonios son tan desagradecidos los negros?

El reventador dejó en paz el sombrero. Corrió hacia el estrado e intentó agarrar al dirigente por los tobillos. No lo logró, gritó: "¡Nooo!" y volvió corriendo a pisotear el sombrero. Ganesh hizo otra tentativa.