– Fue por él por quien compré la vitrina. ¡Ay, Dios mío! Léela, sólo hay una cosa que puede hacer con la foto. Magia y obeah, Léela.
En su agitación, Ramlogan se tiraba del pelo, se daba palmadas en el pecho y el vientre y golpeaba el mostrador.
– Y encima quiere más cosas.
La voz de Ramlogan vibraba de auténtica angustia.
Léela chilló:
– ¿Qué le vas a hacer a mi marido, papá? Sólo hace tres días que me casé con él.
– Soomintra, la pobrecita Soomintra, ella me lo dijo cuando íbamos a hacernos las fotos. "Papá, creo que no deberíamos hacernos fotos." ¡Ay, Dios mío, ay, Dios mío! Léela, ¿por qué no haría caso a la pobrecita Soomintra?
Ramlogan pasó una mano mugrienta por el trozo de papel de estraza de la vitrina y se secó las lágrimas de un manotazo.
– Y anoche me pegó, papá.
– Ven aquí, hija. Ven, Léela. -Se inclinó sobre el mostrador y apoyó las manos sobre los hombros de Léela-. Es tu destino, Léela. También es mi destino. No podemos luchar contra él, Léela.
– ¿Qué le vas a hacer, papá? -gimió Léela-. Es mi marido, tienes que entenderlo.
Ramlogan retiró las manos y se enjugó los ojos. Golpeó el mostrador hasta que la vitrina tembló.
– A eso le llaman educación hoy día. Enseñan una nueva asignatura. El robo.
Léela soltó otro grito.
– ¡Ese hombre es mi marido, papá!
Horas más tarde, cuando Ganesh volvió a Fourways, se sorprendió al oír gritar a Ramlogan:
– ¡Ah, sahib! ¿Qué pasa? ¿Aquí al lado de mi tienda y no me dices nada? Se van a pensar que estamos enfadados.
Ganesh vio a Ramlogan con una sonrisa de oreja a oreja tras el mostrador.
– ¿Qué quieres que te diga si tienes un machete afilado debajo del mostrador, eh?
– ¿Un machete? ¿Un machete afilado? Estás de broma, sahib. Venga, hombre, sahib, ven a sentarte un rato. Venga, vamos a echar una charla. Como en los viejos tiempos, ¿eh, sahib?
– Las cosas han cambiado.
– Venga, sahib. No me digas que estás enfadado conmigo.
– No estoy enfadado contigo.
– Enfadarse es para la gente tonta e inculta como yo. Y cuando la gente inculta se enfada se pone a pensar en hacer magia y todo eso. Las personas con estudios no hacen esas cosas.
– Te vas a llevar una sorpresa.
Ramlogan intentó que Ganesh se fijase en la vitrina.
– Es bonita y moderna, ¿verdad, sahib? Una cosita bien bonita y moderna. -Una mosca adormilada zumbaba fuera, deseosa de reunirse con sus compañeras de dentro. Ramlogan dio un rápido manotazo sobre el cristal y la mató. La quitó de un lateral y se limpió las manos en los pantalones-. Estas moscas son una molestación, sahib. ¿Cómo puede uno librarse de estas molestaciones, sahib?
– Yo no sé nada de moscas. Ramlogan sonrió y volvió a intentarlo.
– ¿Cómo te va de casado, sahib?
– Estas chicas modernas son el mismísimo diablo. No saben dónde está su sitio.
– Te lo tendría que haber contado, sahib. Sólo tres días casado y ya lo has descubierto. Es la educación de los valores. ¿Quieres un poco de salmón, sahib? Es tan bueno como cualquier salmón de San Fernando.
– No me gusta la gente de San Fernando.
– ¿Cómo te van las cosas allí, sahib?
– Mañana, Dios mediante, veremos qué pasa.
– ¡Ay, Dios mío! Sahib, anoche no quise decir nada malo. Estaba un poquito borracho, sahib. Nada más. Soy viejo y no me sienta bien el alcohol, sahib. No me importa cuánto quieres que te dé. Soy buen hindú, sahib. Si te lo llevas todo me da igual, siempre que me dejes con mi carácter.
– Eres un tipo muy curioso, ¿sabes?
Ramlogan intentó matar otra mosca y se le escapó.
– ¿Qué va a pasar mañana, sahib?
Ganesh se levantó del banco y se sacudió los fondillos del pantalón.
– Ah, mañana. Es un gran secreto.
Ramlogan frotó el borde del mostrador con las manos.
– ¿Por qué lloras?
– Ay, sahib. Yo soy un hombre pobre. Debes compadecerte de mí.
– Léela estará bien conmigo. No tienes que llorar por ella.
Encontró a Léela en la cocina, acuclillada ante el fogón de chulha, removiendo el arroz hirviendo en una cacerola de esmalte.
– Léela, vengo decidido a quitarme el cinturón y darte unos buenos azotes antes incluso de lavarme las manos o hacer nada.
Léela se arregló el velo en la cabeza antes de volverse hacia él.
– ¿Y ahora qué pasa, hombre?
– Mira chica, ¿cómo dejas que toda la mala sangre de tu padre te corra por las venas? ¿Por qué haces como si no supieras nada cuando vas contando mis cosas a todo el mundo?
Léela volvió a mirar la chulha y a remover el arroz.
– Oye, si empezamos a discutir ahora se quedará blando el arroz y ya sabes que no te gusta así.
– Vale, pero quiero que me contestes más tarde.
Después de comer Léela confesó y se llevó una sorpresa cuando Ganesh no le dio una paliza. De modo que se envalentonó y preguntó:
– Oye, ¿qué has hecho con la foto de papá?
– Creo que ya le he arreglado las cuentas a tu padre. Mañana no habrá nadie en Trinidad que no le conozca. Mira, Léela, como te pongas a llorar otra vez, te vas a enterar. Empieza a hacer las maletas. Nos mudamos mañana mismo a Fuente Grove.
Y a la mañana siguiente aparecía esta noticia en la quinta página de The Trinidad Sentineclass="underline"
INSTITUTO CULTURAL FUNDADO POR UN BENEFACTOR
Shri Ramlogan, comerciante de Fourways, cerca de Debe, ha donado una considerable suma de dinero con el fin de fundar un instituto cultural en Fuente Grove. El objetivo de dicho instituto, que aún no tiene nombre, consistirá en la promoción de la cultura y la ciencia del pensamiento hindúes en Trinidad.
El presidente del instituto, según se sabe, será Ganesh Ramsumair, licenciado.
Y en lugar destacado, aparecía una fotografía de un Ramlogan bien vestido y más delgado, con una maceta al lado, sobre fondo de ruinas griegas.
El mostrador de la tienda de Ramlogan estaba cubierto de ejemplares de The Trinidad Sentinel y de The Port of Spain Herald. Ramlogan no alzó la vista cuando Ganesh entró en la tienda. Miraba fijamente la fotografía e intentaba fruncir el ceño.
– No te molestes con The Herald -dijo Ganesh-. Yo no les he contado la historia.
Ramlogan continuaba sin alzar la vista. Frunció el ceño con más intensidad y dijo:
– ¡Hum! -Volvió la página y leyó un breve artículo sobre el peligro de las vacas tuberculosas-. ¿Te han pagado algo?
– Querían que yo pagara.
– Hijos de perra.
Ganesh hizo un ruido, a modo de asentimiento.
– Así que, sahib.… -Y Ramlogan alzó por fin la vista-. ¿Era para esto para lo que querías el dinero, de verdad?
– De verdad, de verdad.
– ¿Y de verdad que vas a escribir libros en Fuente Grove y todo eso?
– De verdad que voy a escribir libros.
– Sí, sí. Yo estoy leyendo, sahib. Es estupendo, y tú eres un gran hombre, sahib.
– ¿Cuándo has empezado a leer?
– Intento aprender todo el rato, sahib. Sólo sé leer un poquito. Mira, hay cien mil palabras que no me dicen nada. Mira, sahib, ¿me lo lees tú? Cuando tú lees, te escucho con los ojos cerrados.
– Después te portas raro. ¿Por qué no miras la foto y ya está, eh?
– Es una foto bonita, sahib.
– Pues a seguir mirándola. Yo me tengo que ir.
Ganesh y Léela se mudaron a Fuente Grove aquella tarde; pero justo antes de que se marcharan de Fourways llegó una carta. Contenía la documentación de los derechos del petróleo, y también la información de que el petróleo se había agotado y que no iba a recibir más dinero.