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– Dame algunos -dijo Beharry-. Los pondré en la tienda.

– Pero Fuente Grove es un sitio muy pequeño. Aquí nunca viene nadie.

– Si no hace ningún bien, tampoco hará ningún mal.

– Tenemos que pintar unos carteles y mandarlos a Río Claro, Princes Town, San Fernando y Puerto España.

– ¿Programas?

– No, hombre. Estamos hablando de un libro, no de una obra de teatro.

Beharry sonrió débilmente.

– No, si sólo era una idea. En realidad, de la mooma de Suruj. Pero sí que tenemos que poner un anuncio en The Sentinel. Con un cupón para rellenar, cortar y enviar.

– Como las revistas de América. Esa sí que es buena idea.

– Ah, y una cosa que le tiene preocupada a la mooma de Suruj. ¿Le has dicho al impresor de guardar el molde?

– Pues claro, hombre. Conozco el asunto, ¿sabes?

– Es que la mooma de Suruj estaba preocupada de verdad.

Tanto se entusiasmaron que Ganesh empezó a pensar si no debería haber imprimido dos mil ejemplares. Beharry dijo que se imaginaba a toda Trinidad corriendo como locos a Fuente Grove para llevarse un ejemplar, y Ganesh dijo que no le parecía una idea descabellada. Tan animados estaban que fijaron el precio del libro en cuarenta y ocho centavos, no en treinta y seis como habían pensado al principio.

– Trescientos dólares de beneficio -dijo Beharry.

– No pronuncies esa palabra -replicó Ganesh, pensando en Ramlogan.

Beharry sacó un grueso libro de contabilidad de un estante bajo el mostrador.

– Te va a hacer falta esto. La mooma de Suruj me obligó a comprarlo hace unos años, pero yo sólo tengo usada la primera página. Con esto puedes saber lo que compras y lo que vendes.

Al poco tiempo apareció en The Trinidad Sentinel un anuncio de ocho centímetros sobre el libro, con un cupón para rellenar, lleno de líneas de puntos, porque Ganesh se empeñó en ello. The Sentinel dedicó al librillo una recensión de ocho centímetros.

Ganesh y Beharry avisaron y sobornaron a los de Correos, y se quedaron a la espera de la oleada de peticiones.

Al cabo de una semana, sólo habían enviado un cupón relleno. Pero el remitente adjuntaba una carta en la que solicitaba un ejemplar gratis.

– Tira eso -dijo Beharry.

– Así es Trinidad -dijo Ganesh.

Las librerías e incluso las tiendas normales se negaron a distribuir el libro. Algunas pidieron una comisión de hasta el quince por ciento por cada ejemplar, y Ganesh no accedió a semejante cosa.

– Es en lo único que piensan: el dinero, el dinero -le dijo a Beharry con amargura.

Unos cuantos vendedores ambulantes de San Fernando aceptaron los libros y Ganesh hizo muchos viajes hasta allí para ver cómo iban las ventas. No iban demasiado bien, y se dio grandes paseos por San Fernando con el libro en el bolsillo de la camisa para que todo el mundo viera el título, y siempre que iba a un café o en autobús lo sacaba y lo leía, absorto, moviendo la cabeza y frotándose la barbilla cuando se topaba con una pregunta y una respuesta que le complacían especialmente.

No sirvió de nada.

Léela estaba tan apenada como él. "No te preocupes, hombre", decía. "Ten en cuenta que Trinidad está llena de gente como Soomintra."

Un día, la Gran Eructadora fue a Fuente Grove con un chico alto y delgado. El chico llevaba un traje de tres piezas y sombrero y se quedó en el patio a la sombra del mango mientras la Gran Eructadora se explicaba.

– Me he enterado de lo del libro -dijo efusivamente-, y me he traído a Bissoon. Tiene mano para vender.

– Sólo cosas impresas -dijo Bissoon, subiendo la escalera hasta la galería.

Ganesh vio que Bissoon no era un chico, sino un hombre de edad, y también que, aunque llevaba un traje de tres piezas, sombrero, cuello duro y corbata, no llevaba zapatos.

– Es que no me dejan andar -dijo.

Bissoon aclaró enseguida que, aunque se había tomado muchas molestias para ir a Fuente Grove, él no suplicaba. Cuando entró en el cuarto de estar no se quitó el sombrero, y de vez en cuando se levantaba de la silla y escupía por la ventana abierta, dibujando un arco bien definido. Puso las piernas encima de un brazo de la silla, y Ganesh le observó mientras jugueteaba con los dedos de los pies, desprendiendo polvillo sobre el suelo.

La Gran Eructadora y Ganesh miraron a Bissoon, muy respetuosos por su mano para vender.

Bissoon se limpió los dientes con la lengua, ruidosamente.

– A ver, el libro. -Chasqueó los dedos-. El libro, hombre. Ganesh dijo:

– El libro, sí.

Y le gritó a Léela que trajera el libro del dormitorio, donde guardaban todos los ejemplares por razones de seguridad.

– ¿Qué haces aquí, Bissoon?

Bissoon perdió el aplomo unos momentos al volverse y ver a Léela.

– Ah, eres tú, Léela. La hija de Ramlogan. ¿Cómo está tu padre, chica?

– Bien haces en preguntar. A papá no se le quitas de la cabeza, por lo de todos esos libros que le vendiste, que él no quería comprar.

Bissoon volvió a tranquilizarse.

– Ah, sí, unos libros americanos. Muy bonitos. Muy buenos. El arte de vender. Los libros más rápidos de vender que he tenido entre manos. Por eso se los vendí a tu padre. Y se llevó el último lote. Tiene suerte, ese Ramlogan.

– Yo no sé nada de eso, pero desde luego que tú no vas a tener tanta suerte si vuelves a Fourways.

– Léela, Bissoon ha venido para vender mi libro -dijo Ganesh. La Gran Eructadora eructó y Bissoon dijo:

– Sí. Vamos a ver el libro. Cuando estás en el negocio de los libros el tiempo no espera, ¿sabes?

Léela le dio el libro, se encogió de hombros y se marchó.

– Es imbécil, ese Ramlogan -dijo Bissoon.

– Es más mujer que hombre -añadió la Gran Eructadora.

– Un materialista -dijo Ganesh.

Bissoon volvió a limpiarse los dientes con la lengua.

– ¿Tenéis agua en esta casa? Hace calor y tengo sed.

– Sí, sí, claro que tenemos agua, Bissoon -dijo Ganesh con vehemencia; se levantó y le gritó a Léela que llevara agua. Bissoon gritó:

– ¡Ah, oye, hija de Ramlogan! ¡No me vayas a traer agua con mosquitos!

– Aquí no hay mosquitos -dijo Ganesh-. Es el sitio más seco de Trinidad.

Léela llevó el agua y Bissoon dejó el libro para coger el jarro de latón. Ganesh y la Gran Eructadora lo miraban fijamente. Bissoon bebió el agua a la manera ortodoxa hindú, sin tocar el jarro con los labios, vertiendo el líquido en la boca, y a pesar de ser un hindú benévolo, a Ganesh le molestó la acusación implícita de que sus jarros estaban sucios. Bissoon bebió lentamente, y Ganesh le observó mientras bebía. Después, Bissoon dejó con delicadeza el jarro en el suelo y soltó un regüeldo.

Sacó un pañuelo de seda de un bolsillo de la chaqueta, se limpió las manos y la boca y se sacudió la chaqueta. Después volvió a coger el libro.

– Pre-gun-ta nú-me-ro u-no. ¿Qué es el hin-du-is-mo? Respuesta: El hin-du-is-mo es la re-li-gión de los hin-dú-es. Pregunta número dos: ¿Por qué soy hin-dú? Respuesta: Por-que mis pa-dres y mis a-bue-los eran hin-dú-es. Pre-gun-ta nú-me-ro tres…

– ¡No lo leas así! -exclamó Ganesh-. Separas las palabras y las frases y suena todo fatal.

Bissoon se frotó con decisión los dedos de los pies, se levantó, se sacudió la chaqueta y los pantalones y se dirigió a la puerta.

La Gran Eructadora se puso de pie precipitadamente, eructando, y detuvo a Bissoon.

– Dios, otra vez estos gases. Bissoon, no te vayas. Queremos que vendas el libro para una buena causa.

Le cogió por el brazo y él se dejó llevar hasta la silla.

– Es un libro santo, hombre -se excusó Ganesh.

– Una especie de catecismo.

– Eso es.

Ganesh sonrió, apaciguador.

– Difíciles de vender, los catecismos.

– ¡Quia!

La Gran Eructadora mezcló un eructo con una palabra.

– Mirar, yo tengo experiencia en este negocio. -Los pies de Bissoon volvían a colgar del brazo de la silla, y los dedos a juguetear-. Elevo toda la vida, desde que dejé la cuadrilla de segadores, en el negocio del libro. Con sólo ver un libro, sé lo fácil o difícil que es venderlo. Es que empecé de pequeño. Con programas de teatro. Tenía que repartirlos. Repartí más que nadie en toda Trinidad. Después me fui a San Fernando, a vender calendarios, y luego…