– Estos libros son otra cosa -dijo Ganesh.
Bissoon recogió el libro del suelo y lo ojeó.
– Tienes razón. He estado con la poesía (no te puedes imaginar la cantidad de gente que escribe poesía en Trinidad) y también con ensayos y cosas, pero nunca con catecismos. Pero la experiencia la tengo. Me das nueve centavos de comisión. Ten en cuenta que si hay cosas impresas en Trinidad, Bissoon las vende. Me das treinta catecismos de esos tuyos para empezar. Pero mira lo que te digo, que no sé si se van a vender.
Cuando se hubo marchado Bissoon, la Gran Eructadora dijo:
– Tiene mano. Te venderá los libros. E incluso Leela estaba animada.
– Es una señal. La primera señal que me creo. Fue Bissoon quien le vendió esos libros a mi padre, y con ellos se te metió la idea de escribir en la cabeza. Y encima, es Bissoon quien te los va vender. Es una señal.
– Más que una señal -dijo Ganesh-. Cualquiera que pueda vender un libro a tu padre podría vender una nevera en Alaska. Pero, en el fondo, él también creía que era buena señal.
Beharry y la mooma de Suruj no podían ocultar su decepción ante la mala acogida del libro.
– Tú no te preocupes por ellos -dijo la mooma de Suruj-. Es que en Trinidad no veas la envidia que tienen. Yo sigo pensando que es un buen libro. Suruj ya se sabe de memoria varias preguntas y respuestas.
– La mooma de Suruj tiene mucha razón -dijo Beharry, pensativo-. Pero lo que me parece a mí es que Trinidad no está preparada para esta clase de libro. No tienen suficiente cultura.
– ¡Aja! -Y Ganesh soltó una seca risotada-. Lo que quieren es un libro que parezca gordo. Si parece gordo, piensan que es bueno.
– A lo mejor quieren algo más que un folleto -aventuró Beharry.
– Oye, mira -dijo Ganesh con brusquedad-. Es un libro, y bien bueno, a ver si te enteras.
Envalentonado, Beharry se mordisqueó los labios con fuerza.
– Me parece que no has profundizado lo suficiente.
– ¿Crees que les debería meter otro en la cabeza?
– Una segunda parte -dijo Beharry. Ganesh guardó silencio durante un rato.
– Más preguntas y respuestas sobre la religión hindú -dijo, soñando en voz alta.
– Más preguntas y respuestas. Segunda parte de 101 preguntas y respuestas.
– Oye, Beharry, suena muy bien.
– Pues venga, a escribirlo. A escribirlo.
Antes de que Ganesh empezara siquiera a pensar seriamente en el segundo libro, Bissoon volvió con malas noticias. Las dio con respeto y simpatía. Se quitó el sombrero al entrar en la casa, no puso los pies encima del brazo de la silla y cuando quiso pedir agua dijo:
– ¡Tonnerre! Qué calor que hace hoy. ¿Puedes traerme un poquito de agua? -Después de haber bebido añadió-: Yo no soy como otros que van por ahí presumiendo. Quia. Yo no soy así. Ya sé que te lo había dicho, pero para qué decirlo otra vez. No es culpa tuya no saber de esto. No tienes experiencia en el negocio, y ya está.
– ¿No has vendido nada?
– Diez, y a los que se lo he vendido van a hacer lo que el padre de tu mujer cuando se enteren. Se los tuve que vender como una especie de amuleto. Y menudo trabajo.
– Pues entonces, los noventa centavos de comisión.
– Deja. Te lo guardas para el siguiente. Todo lo que sean cosas impresas, si se pueden vender, Bissoon lo vende.
– No lo entiendo, Bissoon.
– Pues es fácil. Verás. Es la clase de libro que no puedes ni regalar porque la gente se piensa que es como una señal de magia que les quieres hacer. Pero tú no lo dejes.
– ¡Pues maldita señal!
Bissoon alzó la vista, perplejo.
A pesar de todo, Ganesh pensaba que aún se podía hacer algo con el libro. Envió ejemplares firmados a todos los jefes de gobierno que se le ocurrió, y cuando Beharry se enteró de que los enviaba gratis, se enfadó.
– Yo soy un hombre independiente -dijo-. No me va eso de amigarse con ciertas personas. Si el rey quiere leer el libro, pues que se lo compre.
Eso no impidió a Ganesh enviar un ejemplar a Mahatma Gandhi, y sin duda se debió al estallido de la guerra que no recibiera respuesta.
7 El sanador mistico
Muchos años después, Ganesh escribía en Los años de culpa: "Todo ocurre para bien. Si, por ejemplo, mi primer libro hubiera tenido éxito, es probable que ahora fuera un simple teólogo, que escribiera interminables comentarios a las escrituras hindúes. Por el contrario, encontré mi verdadero camino."
En realidad, cuando acabó la guerra, su camino no estaba demasiado claro.
– Es tremendo -le dijo a Beharry-. Tengo la sensación de que estoy destinado para algo grande, pero no sé qué.
– Por eso vas a hacer algo grande. Yo sigo creyendo en ti, y también la mooma de Suruj cree en ti.
Seguían con interés las noticias sobre la guerra y hablaban sobre ellas todos los domingos. Beharry se hizo con un mapa de guerra de Europa y le puso chinchetas. No paraba de hablar sobre estrategia y táctica, y de eso sacó Ganesh la idea de publicar análisis mensuales sobre la marcha de la guerra, "como una especie de libro de historia para más adelante". La idea le animó, persistió una temporada y al final la dejó en el olvido.
– A ver si viene Hitler y se pone a bombardear Trinidad -dijo Ganesh un domingo.
Beharry se mordisqueó los labios, deseoso de discutir.
– Pero hombre, ¿por qué?
– A ver si lo bombardea todo. Entonces, ningún problema con lo de ser sanador ni escritor ni nada de nada.
– No te das cuenta de que somos un puntito en algunos mapas. Si quieres que te diga la verdad, para mí que Hitler ni siquiera sabe que hay un sitio que se llama Trinidad y que aquí vive gente como tú y como yo y como la mooma de Suruj.
– ¡Quia! -insistió Ganesh-. Aquí hay petróleo y los alemanes andan como locos por el petróleo. Como no tengamos cuidado, Hitler se nos presenta aquí.
– Que no se entere la mooma de Suruj. Su primo se ha metido en lo de los voluntarios. El dentista ese que te dije. Como no se gana nada con lo de dentista, pues se ha apuntado. A la mooma de Suruj le ha dicho que es un buen trabajo, y fácil.
– El primo de la mooma de Suruj tiene buen ojo para esas cosas.
– Pero, ¿y si los alemanes se presentan aquí mañana?
– Pues lo único que puedo decirte es que el primo de la mooma de Suruj iba a batir el récord mundial de carreras.
– No, hombre, no. Si llegan los alemanes, a ver, ¿qué pasa con la moneda? ¿Y con mi tienda? ¿Y con el juzgado? Eso es lo que me tiene preocupado a mí.
Y así, discutiendo sobre las consecuencias de la guerra, empezaron a hablar de la guerra en términos generales. Beharry no paraba de soltar citas del Gita, y Ganesh volvió a leer, con actitud más crítica, el diálogo entre Arjuna y Krisna en el campo de batalla.
Las lecturas de Ganesh tomaron otros derroteros. Se olvidó de la guerra; se hizo un gran indólogo y se compró todos los libros de filosofía hindú que encontró en San Fernando. Se los leyó, los subrayó, y los domingos por la tarde se dedicó a tomar notas. Al mismo tiempo, le empezó a tomar el gusto a la psicología aplicada y leyó muchos libros sobre "El arte del éxito". Pero lo que realmente le gustaba era la India. Ya por costumbre, lo primero que miraba en un libro era el índice, para ver si había referencias a la India o al hinduismo. Si eran elogiosas, compraba el libro. Al cabo de poco tiempo tenía una colección bastante curiosa.
– Oye, Ganesh, te estás comprando un montón de libros -le dijo Beharry.
– Mira lo que estaba yo pensando. Suponte que no me conoces y que de repente vas por Fuente Grove con tu Lincoln Zephyr. ¿Pensarías que tengo tantísimos libros en mi casa?
– Hombre, pues no -contestó Beharry. El orgullo que sentía Léela por los libros de Ganesh se equilibraba con su preocupación por el dinero.