Beharry fue a casa de Ganesh a presentar sus respetos y a solucionar lo de la pelea. Reconoció que ya no procedía que Ganesh fuera a la tienda a charlar.
– La mooma de Suruj estaba convencida desde el principio de que tenías poderes.
– También lo notaba yo. ¿Pero no es curioso que pensara desde hace tiempo que tengo mano para sanar?
– Pero si tienes más razón que un santo, hombre.
– ¿Qué quieres decir?
Beharry se mordisqueó los labios.
– Que eres el sanador místico.
8 Mas dificultades con ramlogan
Al cabo de un mes, Ganesh no podía atender a más clientes de los que atendía.
No se imaginaba que hubiera tantas personas en Trinidad con problemas espirituales. Pero lo que le sorprendía aún más era el alcance de sus poderes. Nadie conjuraba mejor que él a los malos espíritus, ni siquiera en Trinidad, donde había tantos que la gente había adquirido habilidad para enfrentarse a ellos. Nadie sabía atar mejor una casa, ceñirla, es decir, con lazos espirituales a prueba del espíritu más osado. Si se topaba con alguno especialmente rebelde, siempre tenía los libros que le había dado su tía. De modo que no eran nada para éclass="underline" ni bolas de fuego, ni soucuyants ni loups-garoux.
Así ganó la mayor parte del dinero. Pero lo que realmente le gustaba era un problema que requiriese todos sus poderes intelectuales y espirituales. Como la Mujer Que No Podía Comer. Esa mujer notaba que la comida se le transformaba en agujas en la boca, que le sangraba. La curó. Y a Amante. Amante era todo un personaje en Trinidad. Le ponían su nombre a caballos de carreras y pichones, pero a sus amigos y familiares les avergonzaba que un ciclista de carreras de éxito se enamorase de su bicicleta y le hiciese el amor abiertamente de una forma muy curiosa. También a él le curó.
Así que el prestigio de Ganesh aumentó de tal modo que quienes iban a verle enfermos se marchaban sanos. A veces, ni siquiera él sabía por qué.
Tenía el prestigio asegurado por sus conocimientos. Sin ellos, fácilmente le habrían considerado un taumaturgo más de los muchos que plagaban Trinidad. Casi todos eran farsantes. Conocían un par de encantamientos ineficaces pero carecían de inteligencia y simpatía para nada más. Su método para atajar a los espíritus seguía siendo primitivo. Supuestamente, dar una patada brusca en la espalda a una persona poseída cogía al espíritu por sorpresa y lo expulsaba. Era por estos ignorantes por lo que la profesión tenía mala fama. Ganesh la elevó y dejó sin trabajo a los charlatanes. Cualquier hombre obeah estaba dispuesto a autoproclamarse místico, pero la gente de Trinidad sabía que Ganesh era el único místico auténtico de la isla.
Nunca se tenía la sensación de que fuera un farsante, ni podían negarse su cultura y sus conocimientos, con todos aquellos libros que poseía. Y no eran sólo los conocimientos de los libros. Podía hablar casi de cualquier tema. Por ejemplo, tenía sus opiniones sobre Hitler y sabía cómo acabar con la guerra en dos semanas. "Hay una manera", decía. "Sólo una. Y en catorce días, incluso trece, ¡zas!: ¡adiós guerra!" Pero la mantenía en secreto. Y también podía discutir sobre religión con sensatez. No era intolerante. Le interesaban tanto el cristianismo y el islam como el hinduismo. En el santuario, en el antiguo dormitorio, tenía dibujos de Jesús y María junto a Krisna y Visnú, y una media luna y una estrella que representaban el islam iconoclasta. "Todos tienen el mismo Dios", decía. Caía bien a cristianos y musulmanes, y dispuestos como siempre a aventurarse con nuevos dioses en sus oraciones, a los hindúes no les parecía mal.
Pero más que sus poderes, conocimientos o tolerancia, la gente admiraba su caridad. No cobraba unos honorarios fijos y aceptaba lo que le dieran. Cuando alguien se lamentaba de ser pobre y al mismo tiempo de que le perseguía un espíritu del mal, Ganesh se encargaba del espíritu y renunciaba a sus honorarios. La gente empezó a decir: "No es como los demás. Esos sólo van a por el dinero, pero Ganesh es un buen hombre."
Sabía escuchar. La gente le abría su alma y él no les hacía sentirse incómodos. Tenía una forma de hablar flexible. Con las personas sencillas hablaba en dialecto. Con quienes parecían pomposos, escépticos o decían: "Es la primera vez en mi vida que acudo a alguien como usted" hablaba con la mayor corrección posible, y su pausada pronunciación daba peso a sus palabras, y se ganaba su confianza.
De modo que a Fuente Grove llegaban clientes de todos los rincones de Trinidad. Al poco tuvo que derruir el cobertizo de los libros y levantar una carpa con techo de bambú para albergarlos. Llevaban sus tristezas a Fuente Grove, pero hacían que el pueblo pareciera animado. A pesar de la aflicción reflejada en sus rostros y actitudes, llevaban ropa de colores tan alegres como si fueran a una boda: velos, corpinos, faldas de un rosa, amarillo, azul o verde chillón.
El servicio de Negrograma sostenía que incluso la mujer del gobernador había ido a ver a Ganesh. Cuando le preguntaron sobre el particular, se puso serio y cambió de tema.
Los sábados y domingos descansaba. Los sábados y domingos iba a San Fernando y compraba libros por valor de unos veinte dólares, más de quince centímetros, y los domingos, por la costumbre, cogía los libros nuevos y subrayaba párrafos al azar, aunque ya no tenía tiempo para leerlos tan detenidamente como hubiera querido.
También los domingos, Beharry iba a su casa por la mañana, para charlar. Pero había experimentado un cambio. Parecía sentirse avergonzado ante Ganesh y no tan dispuesto para la conversación como antes. Se sentaba en la galería y se limitaba a mordisquearse los labios y a asentir a cuanto Ganesh decía.
Ahora que Ganesh había dejado de ir a casa de Beharry empezó a hacerlo Léela. Le había dado por llevar sari y parecía más delgada y frágil. Hablaba con la mooma de Suruj sobre el trabajo de Ganesh y sobre el cansancio que ella sentía.
En cuanto Léela se marchaba, la mooma de Suruj estallaba.
– ¿Pero la has oído, poopa de Suruj? ¿Has visto lo pronto que empiezan a presumir los indios? Eso, sí, no es él quien me molesta, sino ella. ¿No has oído todo eso que me ha contado, que si quiere tirar la casa y levantar otra? ¿Y esa bobada del sari? Toda la vida por ahí con corpiño y falda larga, ¿y ahora le da por el sari?
– Oye, que fue idea tuya que Ganesh se pusiera dhoti y turbante. A ver por qué no va a llevar Léela sari.
– No tienes vergüenza ninguna, poopa de Suruj. Te tratan como a un perro y encima los defiendes. Y además, una cosa es el dhoti de él y otra cosa el sari de Léela. ¿Y las demás tonterías que me ha soltado ahí sentada esa delgaducha? Que si estaba muy cansada y que si necesitaba vacaciones. ¿Pero es que alguna vez ha tenido vacaciones? ¿Y yo? ¿Y Ganesh? ¿Y tú? ¡Vacaciones! Venga a trabajar como una burra limpiando el establo y haciendo mil cosas que yo no haría ni loca, y nunca ha abierto la boca para decir que si el cansancio y las vacaciones. Lo que pasa es que se ve con un poco de dinero en el bolsillo y por eso le da por las tonterías, ¿entiendes?
– Oye, no está bien hablar así. Cualquiera que te oiga va a pensar que tienes envidia.
– ¿Quién, yo? ¿Yo envidia de ella? ¡Lo que tengo que aguantar de vieja! -Beharry desvió la mirada-. A ver, poopa de Suruj. ¿Por qué voy a tener envidia de una flaca que ni siquiera puede tener un hijo? A mí no se me ocurre dejar a mi marido ni abandonar mis obligaciones. No es de mí de quien te tienes que quejar. Son ellos los desagradecidos. -Guardó silencio y añadió solemnemente-: Recuerdo cómo recogimos a Ganesh y le ayudamos y le dimos de comer. Hicimos mil cosas por él. -Volvió a guardar silencio, antes de espetar-: ¿Y qué nos devuelve?
– Oye, no queríamos nada a cambio. Sólo cumplimos con nuestro deber.
– Mira lo que nos devuelve. Cansancio. Vacaciones.
– Sí, vale,
– No me haces caso, poopa de Suruj. Todos los domingos, de buena mañana, saltas de la cama y te vas corriendo a besarle los pies a ese hombre como si fuera un dios.
– Mira, Ganesh es un gran hombre y yo debo ir a verle. Si me trata mal, es cosa suya, no mía.