Léela contó más de cinco mil estadounidenses.
Beharry no había tenido tanto trabajo en toda su vida.
– Es lo que yo pensaba -dijo Ganesh-. Trinidad es un sitio muy pequeño, y los pobres americanos no tienen gran cosa que hacer.
Muchos pedían consejo espiritual, y cuantos lo solicitaban lo recibían.
– A veces me da la impresión de que estos americanos son el pueblo más religioso del mundo -dijo Ganesh-. Incluso más que los hindúes.
– Los hindúes de Hollywood -murmuró Beharry, pero mordisqueándose de tal modo los labios que Ganesh no entendió lo que decía.
Al cabo de tres meses The Hindú anunció que tenía que reducir el número de páginas porque quería contribuir a los gastos de la guerra. Aparte de Ganesh, no hubo muchas personas que notaran el descenso de anuncios de medicinas de marca y otros productos internacionalmente conocidos. The Hindú perdió el encanto de los anuncios ilustrados, y Narayan sólo sacaba dinero de sencillos comentarios sobre tiendas pequeñas de Trinidad. Pero el Pajarito siguió piando.
9 El pandit de la prensa
Ganesh se vio hecho todo un filósofo y arbitro. En los pueblos indios de Trinidad seguía habiendo panchayats, consejos de ancianos, y le invitaban con frecuencia para que diera su opinión en casos de pequeños robos o agresiones, o para que sentenciara en una pelea entre marido y mujer. También le pedían a menudo que pronunciara un discurso en reuniones religiosas.
Su llegada a tales reuniones resultaba impresionante. Bajaba de su taxi con gran dignidad, se echaba la chalina verde por encima del hombro y le estrechaba la mano al pandit que oficiaba. Después aparecían dos taxis más, con los libros. La gente se precipitaba hacia los coches para ayudar, cogía los libros y los llevaba al estrado. Esas personas que ayudaban se sentían orgullosas y activas, y parecían casi tan solemnes como Ganesh. Corrían del taxi al estrado y volvían a hacer el mismo recorrido, con el ceño fruncido, sin pronunciar palabra.
Sentado en el estrado bajo un dosel rojo con borlas y rodeado de libros, Ganesh parecía la personificación misma de la autoridad y la devoción. Su público, con ropas de vivos colores, se desparramaba desde el estrado formando círculos que se iban ampliando en la misma medida en que disminuía su magnificencia, desde comerciantes y tenderos bien vestidos, justo debajo del estrado, hasta jornaleros andrajosos al fondo, pasando por niños curiosamente engalanados, durmiendo sobre mantas, o niños de brazos y piernas como alambres, despatarrados y desnudos sobre sacos de azúcar.
La gente iba a oírle no sólo por su fama, sino por lo novedoso de lo que decía. Hablaba de la buena vida, de la felicidad y de cómo conseguirla. Tomaba cosas del budismo y de otras religiones y no tenía empacho en reconocerlo. Siempre que quería dar mayor fuerza a algo chasqueaba los dedos y un ayudante mostraba un libro abierto ante el público para que la gente viera que Ganesh no se lo estaba inventando. Hablaba en hindi, pero los libros que mostraba estaban en inglés, de modo que aquel despliegue de conocimientos inspiraba gran respeto.
Lo que más resaltaba era que el deseo es una fuente de tristeza y, por consiguiente, había que suprimirlo. De vez en cuando se iba por la tangente y planteaba si el deseo de suprimir el deseo no es un deseo en sí mismo, pero normalmente intentaba ser lo más práctico posible. Hablaba fervorosamente sobre el sermón del fuego de Buda. A veces, con toda naturalidad, pasaba al tema de la guerra, y de la guerra en general, y a una cita de Una Historia de Inglaterra para los niños, de Dickens: "La guerra es algo terrible."
En otras ocasiones decía que la felicidad sólo es posible si libras la mente de deseos y te consideras parte de la Vida, un minúsculo vínculo en la enorme cadena de la Creación. "Tendeos sobre la hierba seca y sentid cómo crece la vida de las rocas y la tierra, por debajo, atravesándoos, subiendo. Mirad las nubes y el cielo cuando no hace calor y os sentís parte de todo ello. Notad cómo todo es una extensión de vosotros mismos. Por consiguiente, vosotros, que sois todo eso, no moriréis."
La gente a veces le entendía, y cuando se levantaban se sentían un poco más nobles.
Y precisamente por eso, en 1944 el Pajarito empezó a atacar a Ganesh. Al parecer, se había resignado a su "así llamado misticismo". El Pajarito decía: "No soy más que un pajarito, pero pienso que hoy en día es retrógrado para cualquier comunidad admirar a un visionario religioso…"
La Gran Eructadora le dijo a Ganesh:
– Pues hijo, Narayan ha empezado a copiarte. Está dando conferencias, en varios sitios, y enseñando sus libros y todo. Algo sobre la religión y el pueblo.
– El opio -dijo Beharry.
En Fuente Grove empezó a analizarse cuidadosamente cada nueva revelación del Pajarito.
– No te tiene envidia por lo de tus poderes místicos, pandit. Ahora anda detrás de las elecciones, que serán dentro de dos años. Las primeras votaciones con sufragio universal. Sí, sufragio universal. En eso tiene puestos los ojos.
Los siguientes números de The Hindú parecieron confirmar la opinión de Beharry. El espacio libre de la revista ya no se llenaba con citas del Gita o de los Upanishads. Lo único que llevaba eran cosas como: ¡Unión de los trabajadores! Cada uno que enseñe a otro, Mens Sana in Corpore Sano, Per Ardua ad Astra, The Hindú es portavoz del progreso, Quizá no esté de acuerdo con vosotros, pero lucharé hasta la muerte para defenderos. El Pajarito empezó a agitar en favor de Un día de trabajo un día de pago, y Un hogar para los indigentes; más adelante comenzó a anunciar la creación del fondo para el "Hogar de los indigentes" de The Hindú.
Un día, Léela le dijo a la mooma de Suruj:
– Estaba yo pensando en dedicarme a lo de la asistencia social.
– Fíjate, hija, lo mismito que me está pidiendo el poopa de Suruj desde hace no sé cuánto tiempo. Pero es que, mira, no tengo tiempo.
A la Gran Eructadora le encantó la idea y se puso en plan práctico.
– Léela, nueve años que te conozco y es lo mejor que se te ha ocurrido en la vida. Con toda la comida que llega aquí y que haya que tirarla… Pues vas y se la das a los pobres.
– Ay, tía, no te vayas a creer que se tira tanto, porque si no se usa hoy pues se usa mañana. ¿Pero cómo puedo empezar con esto de la asistencia social?
– Ya te lo explico yo. Coges y reúnes unos cuantos niños, te los llevas al restaurante y les das de comer. O también puedes ir a buscar niños y darles de comer fuera. Ahora que se nos acerca la Navidad, pues compras unos globos y te vas por ahí a repartirlos.
– Sí, fíjate. Soomintra está comprando un montón de globos bien bonitos.
Y a partir de entonces, con la ayuda de la Gran Eructadora, Léela dedicó todos los domingos a la labor social.
Ganesh siguió trabajando, sin inmutarse por Narayan y el Pajarito. Era como si las pullas de Narayan le hubieran incitado a hacer precisamente las cosas por las que le atacaba. En esto fue clarividente, porque los libros que escribió en esa época contribuyeron a crear su fama, no sólo en el campo, sino en Puerto España. Empleó los temas de sus charlas en El camino hacia la felicidad. Después aparecieron Reencarnación, El alma como yo la veo, La necesidad de la fe. Estos libros se vendían bien, regularmente, pero ninguno tuvo un éxito espectacular.
Y a continuación, uno tras otro, se publicaron los dos libros que hicieron su nombre muy conocido en Trinidad.
El primer libro empezaba así: "El jueves, 2 de mayo, a las nueve de la mañana, justo después de haber desayunado, vi a Dios. Me miró y dijo…"
Lo que me dijo Dios debe considerarse sin duda un clásico de la literatura de Trinidad. Su absoluta sencillez, casi ingenuidad, resulta pasmosa. El carácter del narrador queda magníficamente desvelado, sobre todo en los capítulos de diálogo, donde su humildad y su perplejidad espiritual sirven de contrapunto al desenmarañamiento de múltiples y espinosas cuestiones metafísicas. También hay varios capítulos de valientes profecías. Predice el final de la guerra y el destino de ciertos personajes de la isla.