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– Y a mí me acusa de robar a los pobres. -Swami parecía dolido-. Sahib, ya pasan de dieciocho meses que me conoces. He organizado miles de reuniones religiosas para ti. ¿Va a robar a los pobres un hombre de mi posición, sahib?

Swami era pasante de un abogado de Couva.

– ¿Y qué le ha hecho Narayan al chico? Swami se echó a reír y tomó un buen trago de Coca-Cola. El chico miró su vaso.

– Todavía nada, sahib. Está aquí por la experiencia. La cara del chico se oscureció aún más, de vergüenza.

– Pero es un chaval bien listo, ¿sabes? -El chico frunció el ceño, mirando su vaso-. Es el hijo de mi hermana. Un genio, sahib. Sacó un sobresaliente a la primera en el Certificado de Cambridge.

Ganesh pensó en su aprobado, cuando tenía diecinueve años. Murmuró "Hum" y tomó el primer sorbo de Coca-Cola.

Partap añadió:

– Es que no está bien, sahib. Cada vez que abres The Sentinel te puedes apostar lo que quieras a que en la página tres sale que Narayan ha enviado cables de felicitación.

Ganesh tomó un largo trago de Coca-Cola.

Swami dijo:

– Tienes que hacer algo, sahib. Fundar una asociación. O sacar un periódico. En eso también tengo un montón de experiencia. Mira, sahib, cuando era joven, en los años veinte, no pasaba un solo año sin que Swami no sacara un periódico nuevo. Tuve que ir a Puerto España (cosas de la abogacía, ¿entiendes?) y fui al Registro Civil. Bueno, la cantidad de periódicos que sacaría yo… Pero he cambiado. Lo que yo digo es que sólo tienes que sacar un periódico cuando tienes una razón buena, buena de verdad.

Todos bebieron un poco de Coca-Cola.

– Pero ya está bien de hablar de mí mismo. Sahib, aquí este chiquito es un escritor nato. Bueno, es que si le oyes hablar en inglés, las palabras que utiliza… Bueno, así de largas. -Estiró el brazo derecho hasta que se le tensó la sisa de la camisa.

Ganesh miró al chico.

– Hoy está un poco avergonzado -dijo Swami.

– Pero no te creas -dijo Partap-. Se pasa todo el tiempo pensando.

Tomaron mucha más Coca-Cola y hablaron mucho más, pero Ganesh no se dejó convencer, aunque en los argumentos de aquellos hombres había muchas cosas que le atraían. Lo de sacar su propio periódico, por ejemplo, se le había pasado por la cabeza en repetidas ocasiones. Aún más: muchos domingos le gritaba a Leela que le llevara papel y lápices rojos y confeccionaba imitaciones de periódicos. Trazaba columnas, e indicaba cuáles se dedicarían a publicidad y cuáles a la instrucción. Pero se trataba de un placer íntimo, como el de hacer cuadernos.

Pero poco después ocurrieron dos cosas que le decidieron a actuar contra Narayan.

Podría decirse que la primera empezó en la redacción londinense de The Messenger. Acabó la guerra, y los periodistas se quedaron más o menos a verlas venir. The Messenger envió un corresponsal a América del Sur a cubrir una revolución que parecía prometedora. Teniendo en cuenta que la única historia con interés humano que consiguió allí fue la de una mujer de un club nocturno que le dijo: "Estás en la cama. Oyes bim, bam, bum. Dices: "Revolución", y te vuelves a dormir", al corresponsal le fue bien. Tras haber cubierto aquella revolución regresó a su país pasando por Para, Georgetown y Puerto España, y en los tres sitios descubrió crisis. Al parecer, los nativos de Trinidad planeaban una revuelta y los funcionarios británicos y sus esposas iban a los bailes con revólveres. El libelo era publicidad y gustó en Trinidad. A Ganesh le interesó más el análisis de la situación política del corresponsal, como apareció en The Trinidad Sentinel. Se describía a Narayan como presidente de la extremista Asociación Hindú. Narayan, "que me recibió en la sede de su partido", era el dirigente de la comunidad india. A Ganesh no le importó eso. No le importó la despectiva referencia a los fanáticos hindúes del sur de Trinidad. Pero le fastidió que el corresponsal se extendiera en detalles románticos al hablar de Narayan y describirle como "veterano periodista de calva incipiente, fumador empedernido" y muchas cosas más. Podía aguantar todos los insultos de Narayan. Allá Inglaterra si quería considerar a Narayan dirigente de los indios de Trinidad, pero que en Inglaterra se leyese y recordase que C. S. Narayan era un veterano periodista de calva incipiente y fumador empedernido, eso no lo podía soportar.

– Sé que no tiene lógica, Beharry, pero no lo puedo evitar. Beharry lo comprendía.

– Un hombre puede aguantar cosas grandes. Son las cosas pequeñas lo que te desarma.

– Tiene que pasar algo, y entonces iré a por Narayan. Beharry se mordisqueó los labios.

– Así me gusta oírte hablar, pandit.

A continuación, y muy oportunamente, la Gran Eructadora llevó grandes noticias.

– ¡Ay, Ganesh, la vergüenza! ¡La vergüenza que está trayendo a los indios ese Narayan! -Estaba tan afectada que sólo pudo eructar y pedir agua. Le dieron Coca-Cola, que le hizo regoldar entre eructo y eructo, y no estuvo comunicativa durante un rato-. Estoy harta de la Coca-Cola -dijo al fin-. No soy lo bastante moderna. La próxima vez, para mí sólo agua.

– ¿Qué vergüenza?

– Ay, hijo. El Fondo para el Hogar de los Indigentes. ¿No sabes que Narayan ha empezado con eso?

– El Pajarito lleva meses hablando de ello.

– ¡Hogar de los Indigentes! Ese hombre está comprando fincas con la misma rapidez con que se recauda el dinero. Y yo lo he descubierto por pura casualidad. No sé si sabes lo mal que lo está pasando Gowrie últimamente. Es una especie de pariente de Narayan. Así que, cuando me la encontré en la boda de Dollarie, se puso a llorar a moco tendido por el dinero, y yo le dije, digo: "Gowrie, ¿por qué no vas a ver a Narayan y le pides un algo? Tiene el fondo ese de los indigentes." Y me dice que no, que no puede hacer eso, que tiene su orgullo y que el fondo todavía está abierto. Pero la convencí, y cuando la vi ayer en el funeral de Daulatram, le pregunté: "¿Qué? ¿Le has pedido algo a Narayan?" Y me dice sí, que le ha pedido a Narayan. Y le digo: "¿Y qué?" Y me contó que Narayan se echó a llorar y se puso de mal genio, diciendo que todo el mundo se piensa que porque ha abierto un pequeño fondo es rico. Y que le dice, dice: "Si soy más pobre que tú, Gowrie. Mírame y dime: ¿cómo puedes pensar que soy rico? La semana pasada sin ir más lejos tuve que pagar catorce mil dólares por una finca entera. ¿Y de dónde voy a sacar todo ese dinero?" Y venga a llorar, y Gowrie dice que al final pensó que él le iba a pedir dinero.

Durante el largo discurso la Gran Eructadora no eructó ni una sola vez.

– ¿Será la Coca-Cola? -le preguntó Ganesh.

– No. Me pasa cuando me embalo.

– ¿Pero cómo es posible que no se monte un jaleo con el fondo ese?

– Ay, hijo, no me digas que no conoces Trinidad. Cuando alguien da dinero, ¿tú crees que les importa adonde va a parar? Con abrir la boca y enseñar los dientes para la foto de los periódicos, se quedan tan contentos, ¿entiendes? Y además, ¿crees que quieren que se descubra una cosa así para que la gente se ría de ellos?

– Pues no está bien. Y no lo digo por ser místico y todo eso, pero creo que a quien lo ve desde fuera no le puede parecer bien.

– Lo mismo que pienso yo -dijo la Gran Eructadora.

Así que volvieron los miembros de la delegación, y en esta ocasión no se sentaron en la galería, sino a la mesa del cuarto de estar. Volvieron a mirar los dibujos de las paredes. Y una vez más, Léela celebró el ritual de sacar Coca-Cola del frigorífico y servirla en los vasos bonitos.

Swami iba vestido de blanco, como la primera vez, y llevaba la misma ristra de plumas y lápices en el bolsillo de la camisa, y la misma carta. Partap se había quitado el esparadrapo. El chico había desechado los pantalones cortos y optado por un traje de chaqueta cruzada de color marrón dos tallas mayor que la suya. Llevaba un número de la revista Time y otro de The New Stateman and Nation.

Partap dijo:

– Narayan es tan listo que parece tonto. Le tenemos cogido, pandit. Fíjate que se ha cambiado de nombre. Con los indios se llama Chandra Shekar Narayan.