Выбрать главу

– Señor presidente Ganesh, sahib, con su permiso, sahib, voy a contestar a la pregunta del chico. Al fin y al cabo, es mi sobrino, el hijo de mi hermana.

Ovación estruendosa. Gritos de: "¡Chist! ¡Chist! ¡Vamos a oír qué dice!"

– Me parece a mí, señor presidente Ganesh, que la pregunta del chico casi se contesta a sí misma, sahib. En primer lugar, ¿quién va a tomarse a Narayan en serio? ¿Quién le va a hacer caso? Señor presidente Ganesh, yo soy el director general de The Dharma. Esa revista ha convertido a Narayan en el hazmerreír de todos. En segundo lugar, sahib, Narayan no tiene cabeza para hacer una cosa así.

Risas.

Swami volvió a levantar una mano.

– En tercer y último lugar, sahib, está el factor sorpresa. Ese es el factor que va a derrotar a Narayan.

Gritos de: "¡Larga vida a Swami! ¡Larga vida al sobrino de Swami!".

Partap preguntó:

– ¿Y el transporte, pandit? Estaba pensando que podría coger varias furgonetas de los Paquetes Postales…

– Yo tengo cinco taxis -replicó Ganesh-. Y muchos amigos que son taxistas.

Los taxistas allí presentes se rieron. Ganesh pronunció el discurso de clausura.

– Recordad: sólo estamos luchando contra Narayan. Recordad: luchamos por la unidad de los hindúes. -Y antes de que se dispersaran, gritó para infundir ánimos-: ¡No olvidéis que os respalda una revista!

Al día siguiente, domingo, The Sentinel informaba de la creación de la Liga Hindú. Según el presidente, el pandit Ganesh Ramsumair, la Liga ya tenía veinte secciones.

El martes -The Sentinel no se publica los lunes-, Narayan anunció que la Asociación Hindú tenía treinta secciones. El miércoles, la Liga anunció que tenía cuarenta secciones. El jueves, la Asociación había doblado el número de miembros y tenía sesenta. La Liga guardó silencio el viernes. El sábado, la Asociación aseguraba contar con ochenta secciones. Nadie dijo nada el domingo.

El martes Narayan declaró en una conferencia de prensa que saltaba a la vista que la Asociación Hindú era el grupo hindú más competente y que iba a presionar para obtener la dotación de treinta mil dólares inmediatamente después de la elección de cargos en la segunda asamblea general del domingo.

La Asociación Hindú se reuniría en Carapichaima, en el salón de la Sociedad de Socorro Mutuo, un edificio grande, como una escuela de misión con columnas de más de tres metros de altura y tejado piramidal de hierro galvanizado. De cemento en la planta de arriba y enrejado alrededor de las columnas en la de abajo. Un gran letrero negro y plateado proclamaba con elocuencia las ventajas de la Sociedad, que incluían "el entierro gratuito de sus miembros".

La segunda asamblea general de la Asociación Hindú debía comenzar a la una del mediodía, pero cuando llegaron Ganesh y sus seguidores en varios taxis, alrededor de la una y media, sólo vieron a tres hombres vestidos de blanco, entre ellos un negro alto de larga barba con aspecto de santo.

Ganesh había advertido de que podía haber intercambio de golpes, en cuanto el taxi llegara a Carapichaima. Swami, armado con un grueso bastón poui, se sentó en el borde del asiento y gritó:

– ¿Dónde está Narayan? Narayan, ¿dónde estás? ¡Hoy quiero verte la cara!

Después se tranquilizó.

Los hombres de Ganesh invadieron inmediatamente el lugar. Dando muestras de una iniciativa que sorprendió a Ganesh, Swami se unió al grupo de avanzadilla.

– Narayan no está -dijo el chico con alivio.

Swami golpeó el suelo cubierto de polvo con el bastón.

– Es una trampa, sahib. Y hoy es el día que quería ver a Narayan. Después volvió Partap, con la noticia de que los delegados de la Asociación Hindú estaban comiendo en una habitación del piso de arriba.

Ganesh, con Swami, Partap y el chico cruzaron el patio de tierra y asfalto, hasta la escalera de madera en un lateral del edificio. El chico dijo:

– Más os vale protegerme como es debido, ¿entendido? Como me peguen, lo vais a pagar muy caro. A mitad de los escalones Swami gritó:

– ¡Narayan!

Estaba en el descansillo de arriba: un hombre viejo, muy bajo, muy delgado, con un traje de dril blanco lleno de manchas y desastrado. Tenía el rostro contraído, con expresión de gran dolor. Parecía dispéptico. Se dio la vuelta, se apoyó en el múrete de la galería superior, y se quedó mirando fijamente los mangos y las casitas de madera al otro lado de la carretera.

Ganesh y sus hombres subieron ruidosamente la escalera, el chico más ruidoso que nadie.

Swami dijo:

– Coge mi poui y dale en la calva mientras mira a otro lado, sahib. Es una ocasión única. Ganesh replicó:

– No sabes cuánta razón tienes. El chico dijo:

– Aquí tienes tres testigos de que perdió el equilibrio y se cayó. Ganesh no respondió. El chico dijo:

– Dame el bastón. Yo le arreglaré las cuentas a Narayan.

Swami sonrió.

– Eres demasiado pequeño.

Los seguidores de Ganesh repartían The Dharma a diestro y siniestro, entre los que pasaban por la carretera, entre los delegados que estaban comiendo, entre los delegados que paseaban por el patio. Al principio intentaron cobrar cuatro centavos por ejemplar, pero después empezaron a regalar la revista.

Partap dijo pausadamente:

– ¿Quieres que vaya a insultar a Narayan, pandit? Estoy lo bastante chiflado como para hacer una cosa así. -De repente enloqueció-. ¡Más vale que me sujetéis si no queréis que mande a ese hombrecillo al hospital! ¿Me oís? ¡Sujetarme!

Le sujetaron.

Narayan dejó de contemplar el otro lado de la carretera y bajó lentamente hacia el descansillo. Swami dijo:

– ¿Quieres que le tire escaleras abajo, sahib?

También a él le sujetaron.

Narayan les lanzó una mirada. Parecía enfermo.

– Dejarle en paz -dijo Ganesh-. Está acabado, el pobre.

El chico dijo:

– Parece un pollo mojado.

Le oyeron bajar los escalones, pasito a pasito.

Los delegados que estaban comiendo salieron a la galería en pequeños grupos, vaso en mano. Trataban de mantener la calma y actuaban como si Ganesh y sus hombres no estuvieran allí. Se lavaron las manos e hicieron gárgaras, tirando el agua por encima de la pared, mientras hablaban en voz alta y se reían.

A Ganesh le llamó la atención uno de los gargaristas, bajo y robusto, que estaba en un extremo de la galería. Creyó reconocer el vigor con el que aquel hombre hacía gargarismos y escupía al patio, y le resultaba conocido aquel garbo. De vez en cuando el gargarista daba un saltito, y Ganesh también reconoció aquello.

Aquel hombre dejó de hacer gárgaras y miró a su alrededor.

– ¡Ganesh! ¡Ganesh Ramsumair!

– ¡Indarsingh!

Estaba más rollizo y tenía bigote, pero conservaba la gracia que le llevó a ser un alumno destacado en el Queen's Royal College.

– Vaya, vaya, chaval.

– Pero bueno, si hablas con acento de Oxford. ¿Qué pasa, hombre?

– Tranquilo, chaval. Vaya la que nos estás jugando. Pero tienes buena pinta. Pero que muy buena pinta.

Se tocó la corbata que llevaba, de la Sociedad de St Catherine, y dio otro saltito.

A Ganesh le habría dado vergüenza hablar correctamente con Indarshing.

– Vamos, que no me esperaba verte aquí. Anda, que un tipo como tú, venga a ganar becas…

– Pues estoy hasta las narices del Derecho, chico. A ver si me meto en lo de la política. Empezando por poco. Dando charlas.

– Claro, hombre. Indarsingh, el lince de los debates en el colegio.

Swami y los demás miraban boquiabiertos. Ganesh dijo:

– ¿Es que os he pedido que montéis guardia, pandilla? ¿Dónde está Narayan?

– Está sentado ahí abajo, tan tranquilo, limpiándose la cara con un pañuelo sucio.

– Pues hale, a vigilarle. Que no haga nada raro.

Los hombres y el chico se marcharon.

Indarsingh no se dio por aludido con la interrupción.