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Su primera experiencia como miembro del Consejo Legislativo resultó humillante. Los miembros del nuevo Consejo y sus esposas fueron invitados a cenar en el palacio del Gobierno, y aunque un semanario difamatorio recién fundado consideraba la invitación un truco imperialista, asistieron todos los miembros. Pero no todas las esposas.

A Léela le daba vergüenza, pero salió del paso diciendo que no soportaba la idea de comer en platos de otras personas.

– Es como ir a un restaurante. No sabes cómo es la comida ni quién la ha cocinado.

En el fondo, Ganesh se sintió aliviado.

– Yo tengo que ir. Pero no te creas, que no pienso usar eso del tenedor y el cuchillo y esas bobadas. Voy a comer con los dedos, como siempre, y me da igual lo que diga el gobernador o quien sea. Pero la mañana antes de la cena consultó con Swami.

– Sahib, lo primero que te tienes que quitar de la cabeza es que te va a gustar la comida. Si eso de comer con tenedor y cuchillo es cosa de práctica, hombre.

Y explicó la técnica en líneas generales.

Ganesh dijo:

– Quia, quita. Cuchillo de pescado, cuchara para la sopa, cuchara para la fruta, cucharilla… ¿Pero quién puede acordarse de tanta cosa?

Swami se echó a reír.

– Tú haz lo que hacía yo, sahib. Mira lo que hacen los demás. Y come un montón de buen arroz y dal antes de ir.

La cena fue una fiesta para los fotógrafos. Ganesh se presentó con dhoti, koortah y turbante; el representante de uno de los distritos de Puerto España llevaba traje caqui y salacot; un tercero apareció con pantalones de montar; aferrándose de momento a sus principios anteriores a las elecciones, un cuarto apareció con pantalones cortos y camisa desabrochada, y el miembro del Consejo Legislativo más negro, con un traje azul de tres piezas, guantes amarillos de lana y monóculo. Todos los demás hombres parecían pingüinos, en algunos casos hasta sus negros rostros.

Un indio cristiano de edad no llevó a su esposa porque, según dijo, nunca había tenido esposa; en su lugar llevó a su hija, una criaturita radiante de unos cuatro años.

La esposa del gobernador se movía con seguridad y decisión entre los consejeros y sus esposas. Cuanto más desconcertante era el hombre o la mujer, más le interesaba y más encanto desplegaba.

– Vaya, señora Primrose -dijo animadamente a la esposa del consejero más negro-. Qué distinta está usted hoy.

Toda apretujada en un vestido con estampado de flores, la señora Primrose se arregló el sombrero, también floreado.

– Ah, señora. No soy la misma yo. La otra, la que usted vio en la Unión de Madres de Granadina, esa está en casa. Haciendo un niño.

Muy oportunamente, sirvieron el jerez.

La señora Primrose soltó una risita y le preguntó al camarero:

– ¿Es fuerte la bebida esta?

El camarero asintió y miró por encima del hombro.

– Bueno, pues gracias. Yo es que no uso.

– ¿Quizá alguna otra cosa? -se apresuró a preguntar la esposa del gobernador.

– Un poquito de café o té, si tiene.

– Café. Me temo que el café no estará listo hasta dentro de un rato.

– Bueno, gracias. En realidad no quiero nada. Era por ser sociable.

La señora Primrose soltó otra risita.

Al poco se sentaron a la mesa. La esposa del gobernador se situó a la izquierda del señor Primrose. Ganesh se encontró entre el hombre de los pantalones de montar y el indio cristiano y su hija y vio con preocupación que las personas de las que esperaba aprender la técnica de comer estaban demasiado lejos.

Los miembros del Consejo Legislativo miraron a los camareros, que desviaron rápidamente la mirada. Después se miraron entre sí.

El hombre de los pantalones de montar murmuró:

– Por eso no pueden subir los negros. ¿Han visto cómo se portan esos camareros? Y eso que también son más negros que demonios.

Nadie replicó al comentario.

Llegó la sopa.

– ¿Carne? -preguntó Ganesh. El camarero asintió.

– Llévesela -dijo rápidamente Ganesh, con asco. El hombre de los pantalones de montar dijo:

– Ahí se ha equivocado. Tenía que jugar con la sopa.

– ¿Jugar con ella?

– Eso dice el libro.

Nadie cerca de Ganesh parecía dispuesto a probar la sopa.

El hombre de los pantalones de montar miró a su alrededor.

– Es una habitación bonita.

– Bonitos cuadros -dijo el hombre de la camisa desabrochada, que estaba sentado enfrente.

El hombre de los pantalones de montar suspiró con hastío.

– Es curioso, pero hoy no tengo mucha hambre.

El indio cristiano colocó a su hija sobre la pierna izquierda y, sin hacer caso a los demás, metió la cuchara en la sopa. La probó con la lengua para ver si quemaba y dijo: "Aah". La niña abrió la boca para recibir la sopa. "Una para ti", dijo el cristiano. Luego cogió otra cucharada. "Y otra para mí."

Los demás lo vieron. Empezaron a comer audazmente.

Al señor Primrose le sobrevino una catástrofe nada original. Se le cayó el monóculo en la sopa.

La esposa del gobernador desvió la mirada rápidamente.

Pero el señor Primrose señaló el monóculo.

– Je, je -rió-. ¿Pero han visto cómo se ha caído?

Los miembros del Consejo Legislativo miraron con simpatía.

El señor Primrose se encaró con ellos.

– ¿Qué miran? ¿Es que nunca han visto un negro? El hombre de los pantalones de montar susurró al oído de Ganesh:

– Pero si no hemos dicho nada.

– ¡Eh! ¿Qué pasa? -espetó el señor Primrose-. ¿Que los negros no llevan monóculo?

Sacó el monóculo, lo secó y se lo guardó en un bolsillo de la chaqueta.

El hombre de la camisa desabrochada intentó cambiar de tema.

– Me pregunto cuánto nos van a pagar por los gastos de coche para venir aquí. Desde luego, yo no he pedido cenar con el gobernador.

Señaló con la cabeza al gobernador y la dejó quieta rápidamente.

El hombre de los pantalones de montar dijo:

– Pero hombre, nos tienen que pagar.

Ea cena fue un martirio para Ganesh. Se sentía incómodo y extraño. Se fue poniendo cada vez de peor humor y rechazó todos los platos. Se sintió como si volviera a ser un muchacho, como el primer día en Queen's Royal College.

Estaba de muy mal genio al volver aquella noche, ya tarde, a Fuente Grove. "Querían dejarme en ridículo", murmuró. "Dejarme en ridículo."

– ¡Leela! -gritó-. Ven, chica, y dame algo de comer. Leela salió, sonriendo burlonamente.

– Pero hombre, si yo creía que estabas cenando con el gobernador.

– Déjate de bromas, oye. He cenado. Pero ahora quiero comer. Se van a enterar -refunfuñó, mientras metía los dedos en el arroz, el dal y el curry-. Se van a enterar.

12 De miembro del Consejo Legislativo a miembro de la Orden del Imperio Británico

Al poco, Ganesh decidió mudarse a Puerto España. Le resultaba muy cansado viajar casi todos los días entre Puerto España y Fuente Grove. El Gobierno pagaba los gastos y merecía la pena, pero sabía que incluso si vivía en Puerto España podría seguir reclamando gastos de viaje, como los demás miembros del Consejo que vivían en el campo.

Swami y el chico fueron a despedirse. A Ganesh había llegado a caerle bien el chico: veía muchas cosas de sí mismo en él.

– Pero no te preocupes, sahib -dijo Swami-. La Asociación le está arreglando una cosilla. Un pequeña beca para viajar y aprender.

Beharry, la mooma de Suruj y su segundo hijo, Dipraj, ayudaron a hacer el equipaje. Más tarde llegaron Ramlogan y la Gran Eructadora.

La mooma de Suruj y Léela se abrazaron y lloraron, y Léela le regaló los heléchos de la galería de arriba.

– Los tendré siempre, hija. La Gran Eructadora dijo:

– Chicas, estáis actuando como si se fuera a casar alguien. Beharry se metió la mano debajo de la camiseta y se mordisqueó los labios.

– Ganesh tenía que marcharse. Ha cumplido su deber aquí y Dios le llama a otro sitio.

– Ojalá no hubiera pasado nada de esto -dijo Ganesh con súbita amargura-. ¡Ojalá no me hubiera hecho místico!

Beharry posó una mano en el hombro de Ganesh.