– Asi es -admitio, sin salir de su reserva-. Creo que es prematuro aventurar ningun juicio.?Me permite que le pregunte que es el senor Templar para usted?
– Le conozco desde hace muy poco -contesto Patricia con la misma reserva-. Pero confieso que me es muy simpatico.
– ?Seria impertinencia preguntarle si esta enamorada de el? -prosiguio Carn. Y al ver que la joven se ponia encarnada, anadio en tono paternal-: Ya veo que si que es una impertinencia. En fin, tal vez el senor Templar le haga mas caso a usted. Como amigo suyo, le haria usted un gran servicio si empleara toda su influencia para lograr que no persistiera en su idea.
– Entonces,?corre, en efecto, peligro?
Carn suspiro.
– Porque quiere -dijo-. El senor Templar se ha metido en un juego peligroso. No puedo hablar mas. Tal vez el mismo se lo diga.
Patricia miro por enesima vez el reloj. Aun faltaban seis minutos.
6. La magnanimidad del Tigre
– Aqui estamos de nuevo -murmuro el Santo-.?Verdad que parecemos inseparables esta noche??Como esta el occipucio? Espero que nada grave.
Bittle inclino la cabeza.
– Sus modales son un poco rudimentarios -dijo cortesmente-, aunque de mucho efecto. Tengo, sin embargo, mis ideas sobre la violencia fisica, que espero mostrarle a su debido tiempo.
– ?Esplendido! -dijo Templar.
Se volvio para ver al hombre que le apuntaba con la pistola y se inclino ante el con una sonrisa.
– ?Caramba, si es el simpatico Bloem! -exclamo-. Ya me figuraba yo que tomaria parte en la diversion; usted no podia faltar. Y, digame, en caso de que hubiese necesidad,?donde le gusta mas recibir los golpes: en la mandibula o en el estomago? Ya se que es un poco dificil decidir no conociendo los efectos: el golpe en el plexo solar es mas doloroso, pero el de la cara puede traer consigo alguna cicatriz. En fin, como usted quiera, porque me gusta complacer a mis clientes en estos pequenos detalles.
– Basta ya, senor Templar -le interrumpio Bittle asperamente-. Me parece que esta noche ya ha hablado usted bastante.
– ?Si aun no he empezado! -protesto el Santo en tono de queja-. Precisamente iba a contarles uno de mis cuentos preferidos. El amigo Bloem ya lo oyo, mas para usted es inedito. Aquel italiano llamado Fernando que engano a uno del banco. Hicieron las paces con un cris, lo que fue el fin de Fernando.?No hay aplausos?
El Santo les miraba con expresion candida, como si, en efecto, esperase los aplausos. Nadie se movio. Bloem seguia apuntandole con la pistola, y su curtido rostro no revelaba nada. Bittle, en cambio, estaba muy palido. El mayordomo y otros dos criados de aspecto patibulario que habian entrado en la habitacion estaban inmoviles como estatuas.
– Ya te dije que sabe demasiado -observo Bloem dirigiendose a Bittle-. Es preferible no correr riesgos.
– Pues resulta desagradable -manifesto Templar-. Es un cuento que siempre ha sido muy celebrado. El pobre Fernando gasto sus ultimas energias maldiciendo a los tigres y otras cosas, y por eso no vivio lo bastante para decirme exactamente donde estaba el botin. "Baycombe, Devonshire, Inglaterra", dijo, con el cris clavado basta la empunadura, anadiendo: "La casa vieja." Luego murio. Como en los cuentos, perplejo, en aquel dedalo de casas y casuchas. No es de extranar que odiase a los tigres.
Bloem alzo un poco la pistola y los nudillos se le pusieron blancos.
– Esto se arregla facilmente -murmuro, y el Santo se vio frente a la muerte.
– ?No! -dijo Bittle precipitandose sobre Bloem y desviando el canon.
El millonario estaba palido y se secaba con un panuelo el sudor de la frente.
– No seas estupido -dijo despues-. La muchacha estuvo aqui. El la ayudo a escapar. Si le pasa algo, ella hablara.?Es que quieres que acabemos todos en la horca?
– Razona usted estupendamente bien, amigo Bittle -dijo el Santo.
Se sento sobre la mesa, balanceando las piernas, mas frio que un tempano.
– Hay que buscar el medio de que perezca en un accidente -dijo Bittle-. Esa maldita chica hara que la policia nos persiga si no lo arreglamos sin que sospechen de nosotros.
Bloem se encogio de hombros.
– A la chica se la puede hacer callar -observo friamente.
– Te guardaras muy bien de tocarla -mando Bittle-.?Donde esta el jefe?
El Santo vio en el rostro de Bloem una mueca de advertencia.
– Volvera mas tarde.
– Buenas noticias -dijo Templar-.?Acaso voy a conocer por fin al celebre Tigre en persona? No pueden ustedes hacerse idea de las ganas que tengo de conocerle.
– No tema, senor Templar -le contesto Bittle-: el Tigre se dara a conocer cuando este seguro de que usted ya no podra hacer nada contra el. Creo -anadio- que esta noche lo conocera.
El Santo comprendio que el panico que Bittle mostro poco antes era solo debido al miedo que sentia a verse metido en una investigacion policiaca, pero no por asistir a un asesinato a sangre fria. El millonario estaba ahora muy tranquilo y en sus frios ojos no habia piedad. El tono con que pronuncio la segunda parte de su respuesta hubiese aterrado a muchos valientes. Pero los nervios del Santo eran de acero bien templado, y su optimismo, indestructible. Sostuvo sonriendo la mirada de Bittle.
– No se fie mucho -aconsejo-. Desde hace ocho anos llevo una vida muy peligrosa y aun no ha conseguido nadie matarme. Incluso el Tigre puede fracasar.
– Confio en que el Tigre sea tan listo como usted -dijo Bittle.
– Pues confie, amigo -contesto el Santo alegremente.
Antes de entrar en la biblioteca le hablan registrado de pies a cabeza, quitandole el punal, pero le habian dejado la pitillera. Era un estuche ancho, para dos hileras de cigarrillos. Los de un lado tenian ciertas caracteristicas que el Santo no se creyo obligado a explicar. Le molestaba hacer juegos malabares solo por divertir a la concurrencia. Escogio un cigarrillo del lado opuesto del estuche (que no era una pitillera corriente, porque uno de los bordes, invisible estando cerrada, tenia el filo de una navaja de afeitar) y empezo a fumar con increible aplomo.
Bittle y Bloem, ambos armados, discutian en voz baja en otro extremo de la habitacion. El mayordomo pugilista se habia apostado junto a la puerta y no era previsible que le cogieran desprevenido por segunda vez. El Santo hubiera podido vencerle en buena lid, pero en aquellas circunstancias era impensable, porque los demas hubieran intervenido. Los otros dos criados se hallaban guardando la puerta para impedir que el Santo volviese a despedirse a la francesa. Ambos eran hombres forzudos, por lo que Templar, calculando las probabilidades de exito con una ojeada, se dijo que, de momento, no era posible salir. Habla pocos hombres que el Santo no hubiese acometido uno a uno, y menos aun eran los que no hubiera podido doblegar, porque era fuerte y estaba avezado. Pero tuvo que admitir que arremeter contra tres pugiles a la vez y enfrentarse al mismo tiempo con dos hombres armados era algo que no podia hacer sin exponerse a un fracaso. Por lo tanto, se quedo tranquilamente sentado sobre la mesa, fumando. No solia emocionarse antes de empezar la funcion.
Miro el reloj y vio que aun faltaba media hora para que desde fuera pudiese venirle ayuda. Se alegro de su prevision al decir a Patricia Holm que fuese a ver a Carn en caso de que le sucediese algo, pero confiaba que seria solo como ultimo recurso y que no habria necesidad de recurrir a el. Templar no deseaba de ningun modo tener que agradecer algo al inspector de Scotland Yard y, sobre todo, no queria que tuviese mas ventajas que el en la aventura que habia llevado a ambos a Baycombe. De todos modos, era confortador saber que Carn podria sacarle del apuro, sin mencionar al admirable Horacio, que no tardaria en investigar el paradero de su amo, si es que no se habia puesto ya en camino con su formidable artilleria.
Las reflexiones del Santo fueron interrumpidas al sonar un timbre. El sonido fue muy debil, pero Templar tenia el oido muy fino; percibio lo que a la mayoria hubiera pasado inadvertido: el ritmo sincopado de un timbre. A poco llamaron a la puerta y entro un hombre, que hablo en voz baja con Bittle. Este salio inmediatamente. Bloem se dirigio a Templar y este le saludo con amable sonrisa.