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Dejo para despues decidir este asunto. Se acerco con cautela y examino ambas vidrieras, pero tuvo que rendirse a la evidencia: las pesadas cortinas estaban tan bien corridas, que no se podia ver nada del interior. Le dieron ganas de echarse a llorar. Por un momento penso romper un cristal para entrar a la fuerza, pero se dijo que era muy aventurado. Ademas, serian dos contra una y con facilidad la vencerian a pesar de que iba armada. Se decidio, pues, a esperar, segura de que el hombre que habia entrado saldria pronto, y entonces seria hora de ver quien charlaba tan misteriosamente con su tia a puerta cerrada.

Busco un lugar oculto y se dijo que desde el pabellon que servia de solana le seria facil acechar sin ser vista las puertas del salon, lo mismo que la de la casa. Con pasos rapidos entro en el y se coloco tras una ventana casi cubierta por la hiedra. Sentandose en una silla junto a la ventana, se dispuso a vigilar.

En aquel instante, los dos personajes que se hallaban en el salon de la casa hablaban de Patricia:

– Solo una pildora…,?vea!, es muy pequena -observo el hombre que hablaba con Agata Girton, poniendo con gran cuidado una bolita blanca sobre la mesa-.?Verdad que, al verla, nadie diria que es capaz de hacer dormir a una persona durante seis horas? Sin embargo, eso es lo que haria. Pongasela en el cafe despues de cenar… Se disuelve rapidamente y, en menos de cinco minutos y sin que se de cuenta, estara profundamente dormida. Usted la deja en el sofa y yo la recogere a las once.

Tratabase de un hombre alto, delgado y, aunque estaban solos, mantenia el ala del sombrero echada sobre el rostro y el cuello del abrigo subido, de modo que no se le veia parte alguna de la cara.

– Si quiere asesinar a alguien, hagalo usted mismo -exclamo Agata Girton con voz cansada.

El hombre se echo a reir.

– No se trata de matar a nadie, se lo prometo. Patricia es una muchacha fuerte y resistente y lo unico que le pasara sera que manana tendra dolor de cabeza.?Como puede usted pensar que mate a una muchacha tan encantadora!

– ?Canalla! -exclamo Agata Girton.

El otro hizo un movimiento de protesta con la cabeza.

– No convence esa moralidad que ahora quiere demostrar -dijo-. Ademas, tengo en gran aprecio a Patricia, pero temo que no me tome en serio, tal como estan las cosas. De modo que, de momento, me propongo raptarla. Luego ya veremos.

– Tambien yo aprecio mucho a Patricia -dijo la senorita Girton.

– ?Por que no se lo dice? -repuso el hombre con ironia-. Pero digaselo poco a poco, no vaya la pobre a morirse del disgusto. No, no debe usted preocuparse de eso. Cuando llegue el momento, suplicare a Patricia que consienta en ser mi mujer, y creo que en eso no hay nada malo.

La senorita Girton le clavo la mirada.

– ?Por que mentir ahora? -pregunto con amargura-. Aqui no hay testigos.

– Hablo en serio -insistio el hombre.

El amarillo rostro de la mujer se contrajo en una mueca y en sus ojos brillo la llama del odio.

– Dice la gente que todos los criminales estan locos. Empiezo a creer que tienen razon.

El hombre alzo un poco el rostro con una mirada de reproche, pero no hizo caso del insulto y continuo hablando con voz suave y persuasiva:

– Jamas he hablado tan en serio en mi vida. He tenido exito en mi profesion. A mi modo, soy un personaje. Tengo educacion, soy instruido, he viajado, tengo salud, se moverme en sociedad. Poseo toda la riqueza que un hombre puede desear. Mi juventud se va acabando, aunque aparento aun ser joven y como amo de veras a Patricia, es preciso emplear ahora la fuerza para demostrarle que estoy decidido a todo; luego no sabra negarme nada…

La voz iba alejandose poco a poco. Agata Girton hizo girar la silla para apartarse.

– Esta loco -murmuro.

Y el hombre se incorporo de pronto.

– ?Que estaba diciendo? -pregunto. Sus ojos tropezaron con la pildora blanca-.?Ah, si!?Me ha comprendido bien?

Agata Girton volvio a acercarse a el.

– Usted esta loco -dijo-. No me cabe la menor duda. Con todo ese dinero, toda esa riqueza de que tanto blasona,?por que tuvo que quitarme lo de la chica? Si es tan rico,?que le importaban veinte mil libras esterlinas mas?

– Nunca se tiene bastante. Ademas,?es mucho pagar veinte mil libras esterlinas por la libertad y acaso por la vida? Ya sabe usted, tia Agata, que pueden condenarla por asesinato…

– No me llame tia Agata.

– Entonces…

– Eso tampoco…

El hombre se encogio de hombros.

– Muy bien,?oh, ser sin nombre! -dijo con calculada insolencia-. Recuerde que si le he quitado una gran cantidad de dinero, ahora deseo algo que no se puede comprar con dinero. Y usted me lo dara… De lo contrario… Pero no, usted cumplira mis ordenes.

La senorita Girton continuaba mirandole con ojos de profundo odio.

– No lo se -dijo lentamente-. Hace anos que usted ha convertido mi vida en un continuo martirio. Tengo ganas de terminar de una vez. Si ayudase a que le pongan donde deberia estar, acaso me perdonarian muchas cosas. La policia siempre trata bien a los delatores.

El hombre permanecio silencioso durante unos minutos; despues levanto la mano y bajo el ala del sombrero un poco mas.

– Yo no soy como la "poli" -dijo con voz glacial-. No continue hablando asi si no quiere que sienta la tentacion de ponerla alli donde no pueda amenazarme.

Despues se levanto y fue hacia la puerta con las manos en los bolsillos y los hombros caidos. Dio vuelta a la llave y abrio la puerta un poco. Luego se volvio hacia Agata Girton.

– Saldre solo. Patricia esta arriba,?verdad?

– Hace poco oi sus pisadas en su habitacion.

El hombre aguardo un momento como si escuchara.

– Tiene usted el oido mas fino que yo, porque no oigo nada -dijo-. Haga exactamente lo que le he dicho y no trate de enganarme. Le pesaria. Buenas tardes.

Cerro la puerta tras de si, y Agata le oyo cruzar la estancia.

Durante un momento vacilo.

Luego atraveso rapidamente la habitacion y abrio la mesa de escritorio. Busco un buen rato y, cuando saco la mano, tenia en ella una pequena pistola. Se dirigio a la puerta-vidriera, descorrio las cortinas, y, al mismo tiempo, quito el seguro del arma.

En aquel momento vio al hombre salir de la puerta del jardin y tomar el camino a la izquierda. Agata Girton abrio la vidriera y salio a la terraza. El hombre estaba a unos veinte metros de distancia, pero, siendo baja la cerca, se le veia muy bien, pues no le llegaba mas que a la cintura.

La senorita Girton alzo el arma y apunto con la lentitud con que se apunta a un blanco en un concurso de tiro. En aquel momento, el hombre se dirigio a la derecha hacia el campo, volviendo la espalda a la casa.

El ruido de dos disparos de pistola rompio el silencio del atardecer. El hombre empezo a tambalearse, alzo los brazos y cayo.

De pronto, Agata Girton vio a Patricia a su lado.

– ?Quien era? -pregunto la muchacha, palida y temblorosa-.?Que has hecho?

– Matarlo, creo -dijo Agata Girton friamente.

Habiase alzado de puntillas, mirando con gran atenc para ver el resultado de los disparos. Pero la cerca y los bustos impedian ver el cuerpo caido.

– Esperame aqui, mientras voy a verle -ordeno.

Rapidamente cruzo el camino y entro en el campo con la pistola aun en la mano.

El hombre estaba echado sobre la hierba, boca arriba, mirando al cielo con ojos muy abiertos. Agata Girton dejo el arma en el suelo y se inclino para poner la mano sobre el corazon del herido…

Patricia oyo un grito de terror de su tia y luego la vio levantarse tambaleandose, cubriendose el rostro con la mano.

La muchacha agarro fuertemente su pistola y echo correr en direccion a su tia. Esta continuaba en el mismo sitio, las manos en la cara, y Patricia vio con horror que por entre los dedos corria sangre. El hombre habia desaparecido.