Ella se levanto, tratando de recobrar el aliento, cerciorandose al mismo tiempo de no haber sufrido dano alguno.
Horacio noto que un objeto duro se apoyaba en sus costillas, y en seguida se dio cuenta de lo que era.
– ?Comprendera usted ahora que estoy decidida? -dijo Patricia jadeando aun-. Sentiria tener que hacerle dano, pero lo hare si me obliga con su terquedad. Quiero ir, e ire, sea como sea.
Le hubiera sido facil al criado de Templar forcejear con ella y quitarle el arma, pero el sollozo que advirtio en la voz de la muchacha le detuvo.
– Muy bien -dijo al cabo de un rato-. Si eso ha de tranquilizarla, vengase conmigo.
Entonces la joven se dio cuenta de que Horacio estaba temiendo lo peor.
Bajaron aprisa la colina. Ella recordo la cojera del criado y amoldo su paso al de el, aunque Horacio avanzo con bastante rapidez a pesar de su dificultad.
– ?Quiere usted guiarme, senorita? No conozco bien estos contornos -le dijo al llegar a la "Casa Vieja".
Patricia le llevo a la entrada de la casa, sin que tuviera necesidad de tomar las mismas precauciones que el Santo, porque la noche estaba oscura y la Luna no saldria hasta de despues de unas horas. Al llegar a la puerta, Horacio la detuvo.
– Dejeme entrar primero -dijo.
La aparto y bloqueo el camino, y ella, en vista de la superioridad fisica de el, se vio obligada a obedecerle.
Advirtio que buscaba algo en sus bolsillos y luego oyo que abria la puerta de una patada, al mismo tiempo que inundo el pasillo con un potente rayo de luz de la linterna que llevaba en la mano.
– ?Ve las huellas? -murmuro-. Aqui han estado no hace mucho algunas personas, y apuesto cualquier cosa a que se trata de la banda del Tigre.
El haz de luz ilumino la mesa que habia al final del pasillo. El Santo habia dado la vuelta a la caja y en esta posicion era mas facil deducir su finalidad. Horacio se mostro a la altura de las circunstancias, porque se detuvo y examino atentamente la puerta que acababa de trasponer. Encontro la parte astillada del marco, donde dio la bala, y volvio a salir para examinar el suelo.
– No -anuncio al fin-. Esa trampa no cogio al senor Templar, como me hubiese pasado ahora a mi.
De nuevo penetro en el pasillo, manteniendose en el centro, de tal modo que ella se vio obligada a ir tras el, protegiendose con su cuerpo. Patricia llevaba la mano sobre la pistola, y, aunque emocionada, permanecio serena y segura de si misma.
Horacio se detuvo frente a la puerta por la que penetro el Santo.
– Vamos a mirar primero aqui -dijo.
Ella miraba por encima de su hombro cuando Horacio hizo recorrer el haz de luz por la estancia vacia, y los dos tardaron en ver el agujero en el suelo a pocos pasos de la puerta.
Horacio percibio que la muchacha dio un grito ahogado. Ella hubiera querido apartarlo para entrar corriendo, pero el la agarro y no la solto, a pesar de que luchaba furiosamente.
– Espere… espere un momento -ordeno el criado con voz ronca.
La mantuvo a raya y probo la firmeza del suelo centimetro a centimetro hasta llegar al agujero. Solo cuando se convencio de que no ofrecia peligro llegar alla permitio a la joven acercarse tambien.
Los dos se arrodillaron y dirigieron la linterna hacia abajo. La luz se perdio en las profundas tinieblas, sin llegar al fondo. Por la disposicion de la parte superior del agujero se dieron cuenta de que se trataba de un antiguo pozo sobre el cual estaba asentada la casa. Patricia creyo ver un debil reflejo de luz de la linterna en la superficie del agua. Horacio fue a buscar una de las botellas vacias y la dejo caer en el pozo. Parecio que transcurria una eternidad hasta que percibieron el ruido de la caida de la botella en el agua.
– Calculo que hay unos treinta metros -dijo Horacio.
La muchacha se inclino sobre la boca del pozo.
– ?Simon!…?Simon!… -grito.
Solo le respondio el eco.
– ?Senor Templar…, soy Horacio! -grito tambien con voz estentorea el criado; pero tampoco oyo mas respuesta que el eco.
Patricia se cubrio el rostro con las manos, murmurando al mismo tiempo con gran desesperacion:
– ?Santo!…?Santo!…?Simon!…?Dios mio!
Despues miro a Horacio.
– ?Esta usted seguro de que se cayo en este pozo??No le sorprendio la otra trampa?
Horacio habia examinado los bordes del agujero y le enseno la prueba. Los bandidos habian cortado un trozo cuadrado del entarimado con una sierra finisima, dejando solo entera una parte minima, que el peso de un hombre podria romper facilmente. Era sencillo deducirlo por la parte astillada de la madera; de alli saco tambien el criado una hebra, que examino a la luz.
– Es de su traje -dijo con voz ronca-. Parece que la trampa no ha fallado… Pero no se apure usted, senorita… El senor Templar siempre ha sido hombre de suerte. Creo que ahora estara en algun sitio seguro, dejando que el Tigre crea haberlo cazado, y, cuando menos lo espere,?zas!, ahi estara el Santo para darle su merecido… Y una cosa es cierta. No puede haber ahora por aqui cachorros del Tigre… El ruido que hemos hecho los hubiese atraido como el panal a las moscas.
– ?No podriamos buscar una cuerda y bajar al pozo? -pregunto Patricia, tratando de serenar la voz.
– Vere a alguien del pueblo para que lo intente. Pero no creo que se pueda hacer nada… Hace muchas horas que debio de caer…
La joven se apoyo en la pared, cerrando los ojos, llorando en silencio, mientras Horacio trataba de consolarla.
La idea de que Templar estuviese muerto causo un terrible vacio en su corazon: no podia ni pensarlo. No le cabia en la cabeza que un hombre como el fuese destinado a un fin tan horrendo como el de morir ahogado como una rata en aquellas tinieblas. Acaso se habia mantenido a flote durante algun tiempo, mas si viviese habria contestado a sus gritos. Tal vez al caer se golpeara la cabeza… Pero pese a sentir un nudo en la garganta y vaciedad en el corazon, ya no temblaba. Iba serenandose; una extrana quietud la invadia…
Aquello era obra del Tigre; el era el hombre que habia causado la muerte de Simon Templar. Con amarga certidumbre se dio cuenta de que jamas podria descansar hasta encontrar al Tigre…
– Vengase conmigo, senorita -suplico Horacio-. No seamos pesimistas: no sabemos aun si cayo al pozo. Permitame que la lleve a casa para que descanse, mientras averiguo unas cosas. Tan pronto como sepa algo volvere.
– ?No!
Patricia lo dijo con voz clara y vibrante.
– Nada podemos hacer…
– Si, podemos y debemos hacer algo -dijo Patricia agarrando a Horacio fuertemente por el hombro-. Hemos de continuar la obra empezada por el Santo. Nos toca a nosotros completarla. A el no le gustaria que nos fuesemos a casa para llorarle, dejando, entre tanto, escapar al Tigre. No podemos permitir que su sacrificio sea inutil, Horacio…
– Si, senorita. Usted tiene razon; no podemos tolerar que el Tigre se salga con la suya. Mi senor no debe haber muerto en balde. Ahora soy criado de usted como lo he sido del Santo. -Se detuvo un momento-.?No seria mejor decirselo al doctor Carn, senorita? En realidad, es inspector de policia; el senor Templar me lo dijo, y tambien esta aqui para cazar al Tigre.
– Supongo que si…?Vamonos pronto!
Atravesaron el pueblo y subieron la cuesta con paso rapido, pese a que el renqueante Horacio tenia dificultades para seguir a Patricia.
La casita de Carn estaba a oscuras y, a pesar de que la muchacha llamo furiosamente, nadie le contesto, aunque se oia muy bien el timbre de la puerta.
– No esta en casa -dijo, desanimada.
Horacio vio que la muchacha estaba blanca y que apretaba los labios.
– Ahora recuerdo -dijo-. Esta tarde vino al torreon a avisarme a mi y al senor Templar de que el Tigre iba a atacarnos esta noche. Y le vi en un carro yendo a Ilfracombe. Algo trama.?Para que habra ido a Ilfracombe?
– Si ha descubierto algo, probablemente habra ido alli para buscar ayuda. Tal vez sepa que el barco va a entrar esta noche. En tal caso, volvera pronto.
– Es probable -convino Horacio-. Pero no podemos fiarnos de eso.
Patricia se mordio los labios.