Habia caido en una especie de rio subterraneo. Tenia el brazo y una mano apoyados en un saliente de la pared de la caverna que atravesaba el rio. La caverna no tenia mas de cuatro metros de ancho y ocho de altura. La aparente quietud de agua no indicaba su tremenda velocidad. Sin aquel saliente de roca tan providencial, seguramente se habria ahogado en pocos minutos. Se sentia tan fatigado, le dolia de tal modo el cuerpo, tan grande era la tension de brazos y piernas, que, a pesar de su fuerza atletica, no podia sostenerse indefinidamente en aquella postura.
Venciendo el deseo de dejarse caer y acabar de una vez de padecer, el Santo puso en tension sus musculos y se aupo unos centimetros para probar sus fuerzas. Con un suspiro se dejo caer otra vez a la anterior posicion, porque se daba cuenta de que se sentia mas debil de lo que habia sospechado. Tal vez dijera en silencio una oracion… Luego respiro profundamente y volvio a subir… un centimetro…, cuatro…, seis…, ocho. De nuevo suspiro. A pesar de la poca altura que habia ganado, sintio un gran alivio en las piernas, que ya no tenian que luchar tanto contra la corriente. Con renovado vigor rebaso con la cabeza el saliente y encontro apoyo con el pie en una hendidura, con lo que pudo dar mas descanso a los brazos, mientras volvia a reunir energias para su ultimo esfuerzo.
Miro hacia arriba, preguntandose si la fatigosa subida solo significaba retrasar el inevitable fin…, quedarse agarrado desesperadamente a la roca hasta que por ultimo, exhausto y vencido, la fatiga lo lanzara de nuevo a las aguas de aquel maldito rio. Tuvo que contenerse para no malgastar la poca energia que le quedaba en un grito jubiloso, porque a tres metros por encima de su cabeza acababa de ver una gran cueva. Por su aspecto, podia descansar en ella todo el tiempo necesario. Al parecer, su buena estrella no le habia abandonado del todo aquella tarde.
– Aun no, senor Tigre, aun no -murmuro el Santo-. Mucha gente se ha empenado en balde en quererme despachar al otro barrio, pero, al parecer, no es mi destino morir violentamente.
Poco a poco iba subiendo, agarrandose a las hendiduras de la roca, de desigual superficie, alejandose cada vez mas del rio, hasta que por fin, y cuando ya advertia el agotamiento, cayo rendido en la cueva y cerro los ojos.
Pasado ya el peligro de morir ahogado, sobrevino la reaccion. En circunstancias ordinarias, sus nervios no flaquaban nunca, pero tal vez la impresion de la caida y la desesperante sensacion de verse cogido en la veloz corriente del rio subterraneo habian logrado minar su innata confianza en si mismo. Estaba exhausto y temblaba de pies a cabeza, debido al sobrehumano esfuerzo. Tardo bastante en reanimarse y poder mirar hacia abajo, donde corria el rio. El Santo recobro un poco de buen humor y sonrio levemente.
– ?Mala suerte, Tigre! -murmuro-. Siento causarte una decepcion; pero no quiero morir todavia.
Luego se volvio hacia el interior de la cueva para examinar a la debil luz las probabilidades de salir de alli. Recordo una historia que habia oido acerca de las cuevas de Cheddar, en las que un grupo de exploradores se habia perdido, y que su fertil imaginacion se encendio con la vision de extranos animales prehistoricos que sobrevivian en las entranas de la tierra.
Sin embargo, como no era posible buscar la salida por la parte del rio, era preciso aventurarse por la caverna. Estaba seguro de que el rio le habia apartado lo bastante de la boca del pozo para que cupiese la esperanza de ponerse en contacto con los que seguramente le buscarian.
Detras de el prolongabase, en efecto, la cueva, y, al adentrarse en ella, lamento de nuevo la falta de una linterna que iluminara el camino, pero noto una corriente de aire frio, y ello aumento su esperanza, pues si el aire circulaba por la cueva, esta debia de tener alguna salida.
Era un vago consuelo observar que su reloj de pulsera, garantizado para resistir la inmersion en el agua, habia salido bien de la prueba. Seguia andando y por la esfera luminosa podia apreciar el tiempo que empleaba en avanzar para salir de aquel infierno. Poco a poco iba arrastrandose por los vericuetos de la cueva, y mas de una vez se dio un golpe contra uel bajo techo o un saliente que surgia inopinadamente en su camino. Siempre se aseguraba de que la corriente de aire viniese de frente antes de decidirse por la derecha o por la izquierda, y por este medio se ahorro recorrer inutilmente mas de un callejon sin salida. Asi procedio durante una hora, al cabo de la cual, y al buscar el techo de la caverna, se dio cuenta de que esta era ahora mas amplia y que ya podia caminar derecho: todo un alivio despues de andar tanto tiempo a gatas.
Avanzaba con suma precaucion, tentando el suelo con los pies, y las paredes con las manos, para evitar caer de nuevo.
La oscuridad que reinaba en la caverna era un tormento para los ojos y una tortura para los nervios. Comprendio entonces muy bien la gran angustia del que se queda ciego. Sentia en los ojos extranas luces de tanto querer penetrar aquellas tinieblas; el esfuerzo de depender enteramente del tacto para avanzar por la oscuridad iba rindiendolo. Tenia a veces el irresistible deseo de dejarse caer y arrastrarse por el suelo sin fin alguno, hasta que el sueno y el olvido le amparasen. Otras veces sentiase invadido por un temor pueril que le hacia golpear las paredes de roca con furor o echar a correr alocadamente hasta tropezar con algun obstaculo y caer de bruces; o tambien detenerse para cesar en la lucha y maldecir su mala suerte, invocando la muerte para que acabase su agonia.
Sin embargo, el Santo continuaba su camino, aunque termino casi por no saber lo que hacia, y su paso se hacia cada vez mas lento, hasta que por fin se detuvo. Pero la razon le aconsejaba continuar. De sus secos labios salieron trozos de todos los cantos que habia oido, repitiendolos el eco en multiples matices. Una vez se quedo casi sordo a causa de una estruendosa risa, extrana, discordante, y solo a medias se dio cuenta de que era el quien reia. A veces hablaba, diciendo cosas sin sentido. Y al advertir tales sintomas de locura, se detenia para serenarse y obligarse a resistir el obsesionante silencio.
Y no le preocupaba su seguridad; a veces corria como si le persiguiesen, solo para tropezar de nuevo con algun obstaculo y dar con el cuerpo en tierra. Pero siempre se rehacia, impelido por el intenso afan de vivir, de salir de aquel averno. A veces blasfemaba; otras, oraba; pero metro tras metro proseguia el avance hacia la corriente que era su guia y esperanza.
Su voluntad de hierro le llevo cuando ya el cuerpo, maltrecho, exhausto, pedia descanso. Ya no veia la esfera del reloj: cada vez que miraba, no percibia mas que una mancha de luz que giraba vertiginosamente. Las horas habian cesado de significar algo para el…, en aquel vacio estigio no existia el tiempo, solo dolor y locura. La espesa oscuridad le obsesionaba; a veces se sorprendia queriendo cogerla como una cosa palpable. Pensaba en la luz, la divina luz del Sol, la suave luz de la mistica Luna, el vago destello del firmamento estrellado, la luz de la lampara de su casa, la de los faros, de las bombillas, de los rotulos de las calles de las grandes urbes. Penso en toda suerte de luces, hasta en la inexorable blancura del sol tropical llameante sobre los desiertos… Pero solo veia oscuridad, tinieblas… Y asi continuaba fatigosa e incansablemente…
Y de pronto, frente a el se despejo la oscuridad. Acababa de doblar la esquina de un pasaje, tropezando con una roca que percibio, pero que no tuvo fuerzas para esquivar. Y echado sobre el suelo, completamente agotado, vio que la roca emitia una palida luz plateada. El Santo se pregunto si al fin su razon habia sido vencida por la locura y si sus ojos veian alli donde nada habia que ver. Lentamente y con mucho miedo alzo la cabeza.
Podia distinguir toda la cueva: la anchura, la altura, la profundidad… La luz era tan debil, que en realidad solo era la oscuridad normal de la noche, pero tras las densas y horrendas tinieblas en que avanzara durante horas, el contraste se le antojo tan grande como el paso de la noche al dia. Casi sollozando de agradecimiento, se levanto y continuo, tambaleante. A cosa de cincuenta metros, la cueva torcia de nuevo hacia la derecha y, en el rincon que veia, la luz era un poco mas intensa. Llego por fin al recodo y lo doblo, lleno de temor de sufrir un nuevo desengano, pero vio ante si una cueva aun mayor, en cuyo extremo opuesto se percibia una abertura de forma irregular: el bendito cielo…, el firmamento cubierto de rutilantes estrellas.