– ?Hemos de seguir fingiendo??Que se ha figurado, amigo?
Carn se rasco la nariz.
– Como usted quiera. Tiene usted ventaja sobre mi, porque yo, la verdad, casi nada o muy poco se de usted.
– Esa es la mejor noticia que he oido en mucho tiempo -exclamo el Santo con alegria.
Carn se levanto despues de beber algunos vasos de cerveza, y Templar se puso tambien en pie.
– Permitame que le acompane -dijo-. Estare mas tranquilo.
– Si se figura que necesito un ama de cria… -empezo Carn con cierto calor.
Pero el Santo se cogio del brazo del detective con sonrisa encantadora, diciendo:
– Nada de eso. Me encanta el paseo nocturno.
Vivia el inspector en una casita en los terrenos detras de los de la casa solariega de Baycombe. Templar ya la habia visto y se habia preguntado a quien podia pertenecer. Por un motivo que no supo analizar, se sintio satisfecho de saber que Patricia Holm tenia a su alcance nada menos que a un verdadero inspector de la policia de Londres.
Durante el camino, Carn le informo que hacia tres meses que se hallaba en el pueblo. Se mostro en cierto modo muy locuaz, pero no revelo nada esencial. Tambien se referia amablemente a las buenas cualidades del Santo, un hecho que complacio mucho a Templar, sin hacerle prescindir de su innata precaucion.
– Creo que seria un duelo muy interesante -dijo Carn.
– Asi lo espero -convino Templar con cortesia.
– Tanto mas porque es usted el bandido mas seguro de si mismo que he encontrado hasta ahora.
El Santo se echo a reir.
– No precipite los acontecimientos -protesto-. Aun no he cometido el crimen. Tengo casi un proyecto mediante el cual me sera facil evitarme la molestia de ir contra la ley. Escribire manana a mis procuradores y le hare saber lo que decida.
Rechazo la invitacion de Carn de entrar en su casa para tomar una copa y, deseandole buenas noches, se marcho hacia el torreon.
Pero solo recorrio el camino durante el trecho que Carn podia vigilar desde su casa. Llegado a cierto lugar, volvio sobre sus pasos y, moviendose como una sombra, se dirigio hacia la villa de sir John Bittle.
Se le habia ocurrido que sus investigaciones bien podrian extenderse a ese nuevo rico. Acababan de dar las diez, pero la posibilidad de que aun estuviesen levantados en aquella casa no podia detenerle, porque el Santo era temerario en extremo.
La casa estaba rodeada de un alto muro de aspecto siniestro y misterioso que le daba apariencia de antigua prision. Templar rodeo el muro sin hacer el menor ruido, asemejandose en sus movimientos a un piel roja que espiara un campamento enemigo. Habia una puerta posterior que parecia una entrada medieval y la cual no se podia forzar sin determinadas herramientas que Templar no llevaba en su equipaje. En la parte delantera existia una puerta doble, ancha, fuerte, imposible de forzar.
No le quedo mas remedio que escalar el muro. Afortunadamente, el Santo era de buena estatura; poniendose de puntillas, pudo alcanzar el borde con la mano. Satisfecho de la prueba, se quito la americana y, sujetandola entre los dientes, se mantuvo a pulso con las manos en el borde del muro, colocando la americana encima de los trozos de vidrio incrustados en la piedra, y salvo el obstaculo. Una vez arriba, se dejo caer al otro lado como un gato.
Despues se deslizo rapidamente a lo largo del muro hasta la entrada posterior, porque habia descubierto desde fuera los alambres de una instalacion de alarma. Encontro pronto los hilos y corto uno de ellos, inutilizando de este modo las precauciones que habia tomado el dueno de la casa. Luego descorrio el cerrojo de la puerta y dejo esta entreabierta, dispuesta para la huida.
Despues se dejo caer de rodillas y avanzo a gatas hacia la casa. A cualquiera que le hubiese visto asi le habria parecido un loco: cuando avanzaba unos centimetros, movia las manos cuidadosamente en todas direcciones, como una hormiga con sus antenas. De este modo pudo evitar el contacto con dos alambres de otra instalacion de alarma, uno casi a ras del suelo y el otro a la altura de los hombros. Al llegar a la pared de la casa se puso de pie, riendo en silencio.
"Veamos ahora al guerrero que se rodea con tantas precauciones", se dijo el Santo.
La parte de la casa que tenia delante estaba a oscuras, y, despues de reflexionar un instante, Templar se dirigio rapidamente hacia la parte sur de la misma. Apenas llego a la esquina, vio dos rodales de luz en el cesped y poco despues llego junto a una de las puertas-vidrieras de la habitacion que estaba iluminada. Las cortinas no se hallaban del todo corridas y se podia ver lo que pasaba en el interior.
Era la biblioteca, lujosamente amueblada. Se veia claramente que la avaricia de sir John Bittle no le impedia rodearse de todas las comodidades. La alfombra era de confeccion turca, muy espesa y gruesa; los sillones, anchos, bien tapizados de cuero; en uno de los rincones habia una estatua de bronce de gran precio; las paredes estaban con los estantes llenos de libros.
El Santo abarco los detalles de la habitacion con una mirada, y al instante se fijo en un individuo que solo podia ser sir John Bittle, el dueno de la casa. Tratabase de un hombre gordo, carilleno, que estaba sentado en una butaca; llevaba traje de etiqueta y fumaba un buen habano.
Creia Templar que Bittle estaba solo, pero, de pronto y cuando iba a avanzar, oyo la voz del millonario:
– Conque ya lo sabe usted, senorita.
El Santo se quedo de piedra al oir una voz familiar:
– No puedo creerlo.
Templar se aparto un poco de la pared para poder ver mejor. Patricia estaba sentada en una butaca frente a Bittle, tenia las facciones angustiadas y el panuelo, retorcido entre sus manos, denunciaba una gran congoja.
Bittle se echo a reir con risa ronca y antipatica que no llego a alterar sus duras facciones. El Santo tambien rio, pero entre dientes; si Bittle hubiera podido oirle, habria percibido un sonido poco agradable para el.
– Supongo que tampoco se convencera si le enseno documentos…, pagares…, recibos,?verdad? -pregunto el millonario. Extrajo algunos papeles del bolsillo y se los tendio a la joven-. He tenido mucha paciencia, pero ya me estoy cansando. Supongo que, al verla a usted, me puse tonto y romantico, pero ya no dare un centimo mas en hipoteca sobre una finca que no vale la mitad de lo que he prestado a su tia.
– Le dara usted un grave disgusto -dijo Patricia, palida.
– Es preferible eso que hacer un mal negocio.
La muchacha se levanto, haciendo crujir los documentos entre sus manos.
– Seria un acto muy bajo -exclamo con vehemencia-.?Que son unos miles de libras esterlinas para usted?
– Mucho. Significa nada menos que puedo dictar mis condiciones.
Patricia se quedo rigida. Hubo un silencio lleno de siniestros augurios. Luego, con voz cansada, pregunto:
– ?Que condiciones?
Sir John Bittle hizo un ademan de impaciencia.
– Por favor, nada de melodrama. Al fin y al cabo, la cosa no es nada del otro mundo. Yo quisiera que aceptara usted ser mi mujer.
La muchacha se quedo sin poder contestar durante un rato; la ultima lagrima desaparecio de sus ya blancas mejillas. Alzo los documentos exclamando:
– Aqui tiene mi respuesta,?sinverguenza!
Y rompiendo los papeles en varios trozos, se los lanzo a la cara, clavandole, iracunda, la mirada.
– ?Muy bien, chiquilla! -murmuro el Santo.
Bittle, sin embargo, se mostro imperturbable; de nuevo rio con risa bronca, sin que su rostro, impenetrable, rollizo e hinchado, revelase la menor emocion.
– No eran mas que copias -dijo con voz burlona.
El Santo penso en romper la tension del dialogo con un ligero comentario del tercero en discordia y se dispuso a salir a escena.
– ?Que tonta es usted! -anadio Bittle-.?Se ha figurado que hubiese podido subir desde abajo hasta llegar a ser lo que soy sin tener inteligencia??Cree usted que yo, que he vencido a los abogados mas listos de Londres, iba a permitir que una provincianita se burlase de mi??Bah! -Y tras breve pausa-: Hablemos con calma y no perdamos los estribos.?Nada de melodramas! El caso es muy sencillo: o se casa usted conmigo, o embargare a su tia todo lo que tiene. Elija lo que quiera, pero basta ya de escenas.