– Bueno es también que le aconseje como amigo que busque la manera de halagar al Señor Presidente.
– Sí, ¿verdá?
– Nada le cuesta.
Ambos agregaron con el pensamiento «cometer un delito», por ejemplo, medio el más eficaz para captarse la buena voluntad del mandatario o «ultrajar públicamente a las personas indefensas» o «hacer sentir la superioridad de la fuerza sobre la opinión del país» o «enriquecerse a costillas de la Nación» o…
El delito de sangre era ideal; la supresión de un prójimo constituía la adhesión más completa del ciudadano al Señor Presidente.
Dos meses de cárcel, para cubrir las apariencias, y derechito después a un puesto público de los de confianza, lo que sólo se dispensaba a servidores con proceso pendiente, por la comodidad de devolverlos a la cárcel conforme a la ley, si no se portaban bien.
Nada le cuesta.
– Es usted bondadosísimo…
– No, mayor, no debe agradecerme nada; mi propósito de salvar a usted está ofrecido a Dios por la salud de una enferma que tengo muy, muy grave. Vaya su vida por la de ella.
– Su esposa, quizás…
La palabra más dulce de El Cantar de los Cantares flotó un instante, adorable bordado, entre árboles que daban querubines y flores de azahar.
Al marcharse el mayor, Cara de Ángel se tocó para saber si era el mismo que a tantos había empujado hacia la muerte, el que ahora, ante el azul infrangible de la mañana, empujaba a un hombre hacia la vida.
XXVI Torbellino
Cerró la puerta -el cebolludo mayor se alejaba como un globo de caqui- y fue de puntillas hasta la trastienda oscura. Creía soñar. Entre la realidad y el sueño la diferencia es puramente mecánica. Dormido, despierto, ¿cómo estaba allí? En la penumbra sentía que la tierra iba caminando… El reloj y las moscas acompañaban, a Camilla casi moribunda. El reloj regaba el arrocito de su pulsación para señalar el camino y no perderse de regreso, cuando ella hubiese dejado de existir. Las moscas corrían por las paredes limpiándose las alitas del frío de la muerte. Otras volaban sin descanso, rápidas y sonoras. Sin hacer ruido se detuvo junto a la cama. La enferma seguía delirando…
… Juego de sueño…, charcas de aceite alcanforado…, astros de diálogo lento…, invisible, salobre y desnudo contacto del vacío…, doble bisagra de las manos…, lo inútil de las manos en las manos…, en el jabón de reuter…, en el jardín del libro de lectura…, en el lugar del tigre…, en el allá grande de los pericos…, en la jaula de Dios…
… En la jaula de Dios, la misa del gallo, de un gallo con una gota de luna en la cresta de gallo…, picotea la hostia…, se enciende y se apaga, se enciende y se apaga, se enciende y se apaga… Es misa cantada… No es un gallo; es un relámpago de celuloide en la boca de un botellón rodeado de soldaditos… Relámpagos de la pastelería de la «Rosa Blanca», por santa Rosa… Espuma de cerveza del gallo por el gallito… Por el gallito…
¡La pondremos de cadáver
matatero, tero, lá!
¡Ese oficio no le gusta
matatero, tero, lá!
… Se oye un tambor donde no están sonánnnnndose los mocos, traza palotes en la escuela del viento, es un tambor… ¡Alto, que no es un tambor; es una puerta la que están sonando con el pañuelo del golpe y la mano de un tocador de bronce! Como taladros penetran los toquidos a perforar todos los lados del silencio intestinal de la casa… Tan… tan… tan… Tambor de la casa… Cada casa tiene su puertambor para llamar a la gente que la vive y que cuando está cerrada es como si la viviera muerta… n tan de la casa… puerta… n tan de la casa… el agua de la pila se torna toda ojos cuando oye sonar el puertambor y decir a las criadas con tonadita: «¡A-y tocan!», y repellarse las paredes de los ecos que van repitiendo: «¡A-y tocan, vayana-brirrr!» «¡A-y tocan, vayana-brirrr!», y la ceniza se inquieta, sin poder hacer nada frente al gato, su centinela de vista, con un escalofrío blando tras la cárcel de las parrillas, y se alarman las rosas, víctimas inocentes de intransigencia de las espinas, y los espejos, absortos médiums que por el alma de los muebles muertos dicen con voz muy viva: «¡A-y tocan, vayanabrir!»
… La casa entera quiere salir en un temblor de cuerpo como cuando tiembla, a ver quién está toca que toca que toca el puertambor: las cacerolas caracoleando, los floreros con paso de lana, las palanganas, ¡palangán! ¡palangán!, los platos con tos de china, las tazas, los cubiertos regados como una risa de plata alemana, las botellas vacías precedidas de la botella condecorada de lágrimas de sebo que sirve y no sirve de candelero en el último cuarto, los libros de oraciones, los ramos benditos que cuando tocan creen defender la casa contra la tempestad, las tijeras, las caracolas, los retratos, el pelo viejo, las aceiteras, las cajas de cartón; los fósforos, los clavos…
… Sólo sus tíos fingen dormir entre las despiertas cosas inanimadas, en las islas de sus camas matrimoniales, bajo la armadura de sus colchas hediendo a bolo alimenticio. En balde de silencios amplios saca bocados el puertambor. «¡Siguen tocando!», murmura la esposa de uno de sus tíos, la más cara de máscara. «¡Sí, pero con cuidado quién abre!», le contesta su marido en la oscuridad. «¿Quihoras serán? ¡Ay, hombre, y yo tan bien dormida que estaba!… ¡Siguen tocando!» «¡Sí, pero con cuidado quién abre!» «¡Qué van a decir en las vecindades!» «¡Sí, pero con cuidado quién abre!» «¡Sólo por eso habría que salir-abrir, por nosotros, por lo que van a decir de nosotros, figúrate!… ¡Siguen tocando!» «¡Sí, pero con cuidado quién abre!» «¡Es un abuso, ¿dónde se ha visto?, una desconsideración, una grosería!» «¡Sí, pero con cuidado quién abre!»…
En la garganta de las criadas se afina la voz ronca de su tío. Fantasmas olorosos a terneros llegan a chismear al dormitorio de los señores: «¡Señor! ¡Señora!, como que tocan…», y vuelven a sus catres, entre las pulgas y el sueño, repite que repite: «¡A-í…, pero con cuidado quién abre! ¡A-í…, pero con cuidado quién abre!»
… Tan, tan, tambor de la casa…, oscuridad de la calle… Los perros entejan el cielo de ladridos, techo para estrellas, reptiles negros y lavanderas de barro con los brazos empapados en espuma de relámpagos de plata…
– ¡Papá… paíto… papá…!
En el delirio llamaba a su papá, a su nana, fallecida en el hospital, y a sus tíos, que ni moribunda quisieron recibirla en casa.
Cara de Ángel le puso la mano en la frente. «Toda curación es un milagro», pensaba al acariciarla. «¡Si yo pudiera arrancarle con el calor de mi mano la enfermedad!» Le dolía a saber dónde la molestia inexplicable del, que ve morir un retoño, cosquilleo de ternura que arrastra su ahogo trepador bajo la piel, entre la carne, y no hallaba qué hacer. Maquinalmente unía pensamiento y oraciones. (¡Si pudiera meterme bajo sus párpados y remover las aguas de sus ojos……misericordiosos y después de este destierro……en sus pupilas color de alitas de esperanza……nuestra, Dios te Salve, a ti llamamos los desterrados…»
«Vivir es un crimen……de cada día cuando se ama… dádnoslo hoy, Señor…»
Pensó en su casa como se piensa en una casa extraña. Su casa era allí, allí con Camila, allí donde no era su casa, pero estaba Camila. ¿Y al faltar Camila?… en el cuerpo le picaba una pena vaga, ambulante… ¿Y al faltar Camila?…
Un carretón pasó sacudiéndolo todo. En la estantería del fondín tintinearon las botellas, hizo ruido una aldaba, temblaron las casas vecinas… Al susto sintió Cara de Ángel que se estaba durmiendo de pie. Mejor era sentarse. Junto a la mesa de los remedios había una silla. Un segundo después la tenía bajo su cuerpo. El ruidito del reloj, el olor del alcanfor, la luz de las candelas ofrecidas a Jesús de la Merced y a Jesús de Candelaria, todopoderosos, la mesa, las toallas, los remedios, la cuerda de San Francisco que prestó una vecina para ahuyentar al diablo, todo se fue desgranando sin choque, a rima lenta, gradería musical del adormecimiento, disolución momentánea, malestar sabroso con más agujeros que una esponja, invisible, medio líquido, casi visible, casi sólido, latente, sondeado por sombras azules de sueño sin hilván:
… ¿Quién está trasteando la guitarra?… Quiebrahuesitos, en el diccionario oscuro… Quiebrahuesitos en el subterráneo oscuro cantará la canción del ingeniero agrónomo……Fríos de filo en la hojarasca……Por todos los poros de la Tierra, ala cuadrangular, surge una carcajajajada interminable, endemoniada… Ríen, escupen, ¿qué hacen?……No es de noche y la sombra le separa de Camila, la sombra de esa carcajada de calaveras de fritanga mortuoria… La risa se desprende de los dientes negruzca, bestial, pero el contacto del aire se mezcla al vapor de agua y sube a formar las nubes… Cercas hechas con intestinos humanos dividen la tierra… Lejos hechos con ojos humanos dividen el cielo……Las costillas de un caballo sirven de violineta al huracán que sopla……Ve pasar el entierro de Camila… Sus ojos nadan en los espumarajos que van llevando las bridas del río de carruajes negros… ¡Ya tendrá ojos el Mar Muerto!……Sus ojos verdes… ¿Por qué se agitan en la sombra los guantes blancos de los palafreneros?… Detrás del entierro canta un osario de caderitas de niño: «¡Luna, luna, tomá tu tuna y and’echá las cáscaras a la laguna!»… Así canta cada huesito blando… «¡Luna, luna, tomá tu tuna y and’echá las cáscaras a la laguna!»… Ilíacos con ojos en forma de ojales… «¡Luna, luna, tomá tu tuna y and’echá las cáscaras a la laguna!»… ¿Por qué sigue la vida cotidiana?… ¿Por qué anda el tranvía?… ¿Por qué no se mueren todos?… Después del entierro de Camila nada puede ser, todo lo que hay está sobrepuesto, es postizo, no existe… Mejor le da risa… La torre inclinada de risa… Se registran los bolsillos para hacer recuerdos… Polvito de los días de Camila… Basuritas… Un hilo… Camila debe estar a estas horas… Un hilo… Una tarjeta sucia… ¡Ah, la de aquel diplomático que entra vinos y conservas sin pagar derechos y los menudea en el almacén de un tirolés!… Todoelorbecante… Naufragio…Los salvavidas de las coronas blancas… Todoelorbecante… Camila, inmóvil en su abrazo……Encuentro……Las manos del campanero……Están doblando las calles……La emoción desangra… Lívida, silenciosa, incorpórea……¿Por qué no ofrecerle el brazo?… Va descolgándose por las telarañas de su tacto hasta el brazo que le falta; sólo tiene la manga…… En los alambres del telégrafo… Por mirar los alambres del telégrafo pierde tiempo y de una casucha del Callejón del Judío salen cinco hombres de vidrio opaco a cortarle el paso, todos los cinco con un hilo de sangre en la sien… Desesperadamente lucha por acercarse adonde Camila le espera, olorosa a goma de sellos postales… A lo lejos se ve el Cerrito del Carmen… Cara de Ángel da manotadas en su sueño para abrirse campo… Se ciega… Llora… Intenta romper con los dientes la tela finísima de la sombra que le separa del hormiguero humano que en la pequeña colina se instala bajo toldos de petate a vender juguetes, frutas, melcochas…… Saca las uñas……Se eriza… Por una alcantarilla logra pasar y corre a reunirse con Camila, pero los cinco hombres de vidrio poco tornan a cortarle el paso… «¡Vean que se la están repartiendo a pedacitos en el corpus!», les grita… «¡Déjenme pasar antes que la destrocen toda!»… «¡Ella no se puede defender porque está muerta!» «¿No ven?»… «¡Vean!» «¡Vean, cada sombra lleva una fruta y en cada fruta ensartado un pedacito de Camila!» «¡Cómo dar crédito a los ojos; yo la vi enterrar y estaba cierto que no era ella; ella está aquí en el corpus, en este cementerio oloroso a membrillo, a mango, a pera y melocotón y de su cuerpo han hecho palomitas blancas, docenas, cientos, palomitas de algodón ahorcadas en listones de colores con adornos de frases primorosas: “Recuerdo Mío”, “Amor Eterno”, “Pienso en Ti”, “Ámame Siempre”, “No me Olvides”!…» Su voz se ahoga en el ruido estridente de las trompetillas, de los tamborcitos fabricados con tripa de mal año y migajón duro; en la bulla de la gente, pasos de papás que suben arrastrando los pies como forlones, carreritas de chicos que se persiguen; en el voliván de las campanas, en las campanillas, en el ardor del sol, en el calor de los cirios ciegos a mediodía, en la custodia resplandeciente… Los cinco hombres opacos se juntan y forman un solo cuerpo… Papel de humo dormido… Dejan de ser sólidos en la distancia… Van bebiendo agua gaseosa… Una bandera de agua gaseosa entre manos agitadas como gritos…… Patinadores… Camila resbala entre patinadores invisibles, a lo largo de un espejo público que ve con indiferencia el bien y el mal. Empalaga el cosmético de su voz olorosa cuando habla para defenderse: «¡No, no, aquí, no!»… «¿Pero aquí, por qué no?»… «¡Porque estoy muerta!»… «¿Y eso, qué tiene?»… «¡Tiene que…!» «¡Qué, dime qué!»… Entre los dos pasa un frío de cielo largo y corre una columna de hombres de pantalón rojo… Camila sale entre ellos… Él sale tras ella en el primer pie que siente… La columna se detiene de golpe al último requetetambién del tambor… avanza el Señor Presidente… Ser dorado… ¡Tararí!… El público retrocede, tiembla… Los hombres de pantalón rojo están jugando con sus cabezas… ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Una segunda vez! ¡Que se repita! ¡Qué bien lo hacen!… Los del pantalón rojo no obedecen la voz de mando; obedecen la voz del público y vuelven a jugar con sus cabezas… Tres tiempos… ¡Uno!, quitarse la cabeza… ¡Dos!, lanzarla a lo alto a que se peine en las estrellas… ¡Tres!, recibirla en las manos y volvérsela a poner… ¡Bravo! ¡Bravo! ¡Otra vez! ¡Que se repita!… ¡Eso es! ¡Que se repita!… Hay carne de gallina repartida… Poco a poco cesan las voces…… Se oye el tambor……Todos están viendo lo que no quisieran ver…… Los hombres de pantalón rojo se quitan las cabezas, las lanzan al aire y no las reciben al caer… Delante de dos filas de cuerpos inmóviles, con los brazos atados a la espalda, se estrellan los cráneos en el suelo.