– Que el diablo me lleve -dijo con incredulidad-. No es posible que aprendieras a hablar así con las enseñanzas de Chilton.
– ¡Sí que aprendí! -Hizo un mohín con el labio inferior-. ¡Mi madre me obligaba a robar en las calles!
– Tonterías. -S.T. cruzó la habitación y cogió a Paloma por los hombros-. ¿Cómo te llamas en realidad?
– No me acuerdo.
S.T. le pegó una sacudida.
– Escúchame, imbécil, si tienes una familia que puede acogerte, te obligaré a decírmelo.
– ¡Soy huérfana!
– ¡Eres una dama! -gritó Castidad-. Tú, Armonía y muchas de las otras lo sois, con vuestros aires elegantes; todas nosotras lo sabíamos, y también que el maestro Jamie te quería más que a las demás. Siempre eran las muchachas elegantes las que escogía para subirlas de categoría.
– Eso no es verdad. Mira Luz Eterna. -Paloma miró a Castidad con furia-. Ella fue elegida y procedía de un puesto de costura de Covent Garden.
– Ahí lo tienes, y no llegó muy alto, ¿a qué no? Volvió llorando a la mañana siguiente porque tenía el mal francés y no era adecuada. Las que de verdad ascienden, jamás regresan a este mundano valle de lágrimas.
S.T. se olvidó de Paloma, bajó las manos y se quedó mirando a Castidad de hito en hito.
– Pero fue elegida -insistió Paloma de la Paz.
– ¡Y volvió! -respondió Castidad con tozudez.
– Cuando el maestro Jamie eligió a Fe Sagrada para el ascenso, ¿volvió al día siguiente? ¿A qué no? Ni Sión ni Pan de Vida, y todas eran muchachas de buena familia.
– ¡Dios mío! -susurró S.T.-. ¿No volvieron nunca?
Castidad negó con la cabeza.
– El maestro Jamie las eligió para ascender.
– ¿Y jamás regresaron? ¿Estás segura?
– Subieron a los cielos -aseguró Paloma-. Eso fue lo que nos dijo el maestro.
S.T. se volvió hacia la ventana. Eran los últimos momentos de la tarde; Luton había abandonado la posada a caballo hacía media hora. La sospecha que empezaba a tomar forma en la mente de S.T. era tan absurda que apenas podía creerla. Luton y sus amigos podían tener las fantasías más siniestras, podían hablar de ellas para hacerlas parecer más reales, puede que hasta llegasen a cometer algún asesinato aislado si se creyesen lo suficientemente seguros para llevarlo a cabo, pero más allá de eso, S.T. ni siquiera se atrevía a especular. Había querido que Paloma y Castidad se fuesen de allí, alejarlas de Luton; aquel hombre era un animal sin moral, se mirara por donde se mirase, y podía, si se excitaba lo suficiente, si se sentía lo suficientemente seguro, si veía la oportunidad, ser capaz de hacer realidad sus imaginaciones.
Pero que hubiese algo más…; más que la amenaza de un crimen aislado y fruto de la improvisación… resultaba increíble.
Miró a Paloma de la Paz.
– Para esas «ascensiones», ¿puede resultar elegida cualquiera?
– Sí. Él lo ve en una visión.
– ¿Elige a un hombre alguna vez?
– Pues claro que no. Ellos ya han sido elegidos; no necesitan volver a nacer. -Paloma abrió unos ojos como platos-. ¿Creéis que ascender es una maldad? Él pertenece al diablo, y eso debe de ser un pecado monstruoso. Ahora iréis y lo mataréis, ¿verdad? -Le dirigió una sonrisa radiante-. ¡Qué maravillosamente audaz sois!
Capítulo 22
Dulce Armonía asió las manos de las jóvenes que tenía a ambos lados y observó cómo el maestro Jamie se acercaba con movimiento rígido a las cortinas de color púrpura de la parte frontal de la iglesia. Su corazón latía con fuerza; parecía incapaz de controlar la respiración.
Pronto… pronto… tan pronto como terminase el servicio lo haría.
No se atrevía a mirar ni a un lado ni a otro, ni a buscar a nadie con la vista. El maestro Jamie estaba cambiando. Miraba a su alrededor a menudo, como si lo supiese. Cuando sus ojos se cruzaron con los de ella, Armonía sintió un estremecimiento que la recorrió desde la garganta hasta el vientre; no podía ni tragar saliva. El hombre la miró durante largo rato; el arañazo de su mejilla tenía un fuerte color rosa y rojo a la luz de las velas. A continuación alzó los brazos.
La mano derecha no alcanzó la misma altura que la izquierda, sino que fue presa de violentos estremecimientos y, con los dedos abiertos, blanca y temblorosa, destacó sobre el brillante trasfondo de color violeta.
– ¡Oye mi grito, oh Señor! -gritó el hombre-. Los agentes de Lucifer han venido a perseguirnos; el infierno nos envía diablesas a aguijonearnos y bestias demoníacas a desgarrarnos, pero Tú has hecho que un caballo, una bestia sin alma, una de tus humildes criaturas nos entregue a la bruja. Nos has mostrado que la naturaleza está de nuestra parte; ¡toda la creación divina se alzará contra esta maldición! No sucumbiremos al miedo. La bruja no escapará a nuestra venganza, ¡hecha en tu sagrado nombre!
– ¡Venganza sagrada! -gritó alguien. Era la voz de Ángel Divino.
Otros susurraron y murmuraron, pero no se oyó el grito estentóreo que en otros tiempos se habría alzado al unísono.
Armonía sabía que todos recordaban el rostro lleno de moratones de la bruja que había atacado al maestro Jamie con una espada. Era un rostro familiar. Un rostro turbador. Armonía lo había visto cuando llevaban el terrible cuerpo inerte, atado y sin conocimiento, al Santuario Celestial.
Había cosas que quedaban en el pasado; cosas de las que nadie hablaba ya, pero el rostro blanco y vulnerable de la prisionera aturdida volvía a ponerlas frente a ellas.
Otra gente había habitado el Santuario Celestial en otra época. Gente maligna. Había habido cosas que el maestro Jamie había dicho a sus fieles que tenían que hacer, y ellos las habían hecho. Habían alejado a los no creyentes, y la paz del maestro Jamie había reinado en el pueblo.
Aquella bruja había sido una de los no creyentes. Armonía se acordaba de ella, y no era la única. Aquella tarde, a espaldas del maestro Jamie, habían cuchicheado entre sí.
A espaldas de él.
Y ahora Armonía se disponía a marcharse. No iba a obedecer nunca más las órdenes del maestro.
Estaba aterrorizada.
Era el señor de la medianoche quien la había hecho volverse atrevida. Algunas de las demás, pensó, se sentían también como ella. Había sido él quien había hecho que el maestro Jamie pareciese un payaso, quien lo había hecho enfurecer de impotencia y caer de culo en la calle helada, pero el señor no se encontraba en aquel momento allí, y no había forma de saber cuándo volvería.
El maestro Jamie todavía era el amo, más amo que nunca con toda su bondad convertida en ira, con Ángel Divino y los hombres que harían todo lo que él les mandase.
Así que era necesario hacer profesión de fe.
Por eso tenía que irse ya. No había ninguna esperanza para la bruja, estaba condenada, pero Armonía no podía ayudar al maestro Jamie a castigarla. Ni tampoco atreverse a negarse.
Lo único que debía hacer era soportar aquel servicio interminable; después simplemente se adentraría en las sombras de la iglesia cuando todo el mundo se marchara y esperaría allí a que la calle quedase vacía. Se iría a pie. No sería hasta pasada la penitencia de la medianoche cuando volvería Ángel Divino y descubriría su ausencia.
Era tan sencillo… Podía haberlo hecho en cualquier momento durante aquellos dos años.
Lágrimas de pena le escocieron en los ojos. Parecía imposible que estuviese haciéndose pedazos todo lo que ella amaba. Sin el maestro Jamie, sin sus amigas, sin el Santuario Celestial, no tenía nada. Su vida anterior era como un sueño. No sabía adónde iría ni qué haría, pero no podía quedarse. Era como si hubiese estado viviendo, como decía la Biblia, con una venda en los ojos.
Ahora se había desprendido, pero ¿cómo era posible que algo que le había parecido tan maravilloso y seguro fuese tan horrible? Era como darle la vuelta a una piedra reluciente y descubrir gusanos y podredumbre debajo.