Выбрать главу

– ¿Y quieres que te cubra la espaldas mientras persigues a esos chiflados?

– Sí.

– ¿Y qué hacemos cuando los atrapemos?

– Eso depende de ellos.

– ¿Quieres decir que si nos crean problemas los dejamos fuera de servicio?

– Sólo si es imprescindible.

– ¿Por qué no seguimos la vía más fácil y los dejamos fuera de servicio ahora mismo? -negué con la cabeza y Hawk rió-. Eres el mismo Spenser de siempre. Te siguen gustando las cosas difíciles.

Me encogí de hombros y saqué otra Amstel del lavabo. Apareció el camarero del servicio de habitaciones con el coctel de gambas y me mantuve oculto en el cuarto de baño hasta que se retiró. En cuanto se cerró la puerta, Hawk dijo:

– Listo, Spenser. Lo he pagado, ya puedes salir.

– Nunca se sabe quiénes son los empleados -comenté.

En la mesa de ruedas del servicio de habitaciones había diez cocteles de gambas, cada uno con su cuenco de hielo, y dos tenedores. Hawk probó una gamba.

– No está mal -opinó-. Está bien, lo comprendo. Eres tú el que paga ciento cincuenta diarios, así que dime cómo lo hacemos -volví a asentir-. ¿Qué haremos en primer lugar?

– Comeremos las gambas, beberemos la cerveza y el champán y nos iremos a dormir. Mañana vigilaré un rato más a Katherine. Te llamaré antes de irme para que puedas cubrirme las espaldas.

– Entendido. Y después, ¿qué?

– Después veremos lo que nacemos.

– ¿Qué ocurrirá si descubro a alguien pisándote los talones?

– Limítate a vigilarlo y no permitas que dispare contra mí.

– Haré cuanto esté en mis manos -Hawk sonrió, con la dentadura impecable y blanca en el reluciente rostro de ébano-. Espero que la señora de los bikinis franceses no me distraiga demasiado.

– Probablemente podrás sobornarla con un par de esos calzoncillos tuyos -repliqué.

Capítulo 13

Seguimos mi plan casi durante una semana. Nadie me mató y ni siquiera lo intentó. Hawk se deslizó a mis espaldas con ropa por valor de cinco mil dólares, ganando sus cientos cincuenta pavos diarios. No vimos cosa alguna de interés. No reconocimos miembro alguno de mi lista de delirantes. Montamos guardia, vigilamos el apartamento de Kathie y la seguimos al Museo Británico y la tienda de alimentación.

– Los has asustado -afirmó Hawk mientras cenábamos en su habitación-. En dos ocasiones te enviaron a sus mejores efectivos y te los comiste crudos. Se asustaron y se han quedado quietos.

– Así es, ni siquiera me vigilan. A menos que sean tan buenos que ninguno de nosotros dos los ha descubierto.

– No digas tonterías -opinó Hawk.

– Tienes razón. Los habríamos visto. ¿Crees que Kathie me ha reconocido? -Hawk negó con la cabeza-. En ese caso, no saben si aún los persigo o no.

– Tal vez pasan por el hotel de vez en cuando para comprobar si sigues registrado.

– Sí, es posible -añadí-. Y se mantendrán tranquilos hasta que me vaya.

– Tal vez no tienen motivos para seguir tranquilos -apuntó Hawk.

– Quizá no están tan bien organizados y no preparan nada, por lo que mi presencia carece de importancia.

– Quizá.

– Es posible. Estoy harto de esperar. Presionemos un poco a Kath.

– Puedo ocuparme de este asunto.

– Hawk, no me refería a ese tipo de presión. Me dejaré ver por ella. Si se asusta, es posible que huya. Y si huye podremos seguirla y descubrir a más gente.

– Y cuando huya le pisaré los talones -añadió Hawk-, pero creerá que se ha librado de ti.

– Exactamente. Recuerda que estas personas no son necesariamente británicas. Si Katherine se raja, puede dirigirse a otro país y será mejor que estés preparado.

– Siempre estoy preparado, amigo. Mi hogar es lo que llevo puesto.

– Eso es harina de otro costal. Procura no ponerte el mono rosa para seguirla. Algunas personas reparan en ese tipo de cosas. Sé que en tu opinión no llaman la atención, pero…

– ¿Alguna vez oíste decir que alguien se me escapó o que fui reconocido por alguien que no debía verme?

– Sólo era una sugerencia. Al fin y al cabo, soy tu patrón.

– Por supuesto, jefe, es usted sumamente amable permitiendo que el viejo Hawk lo ayude -dijo imitando el acento de los esclavos negros.

– Déjate de tonterías -le pedí-. Eres un negro tan casero como Truman Capote.

Hawk bebió el champán y dejó la copa sobre la mesa. Cortó un trozo pequeño de salmón ahumado escocés y lo comió. Bebió más champán.

– Sólo soy una pobre y vieja persona de color que intenta llevarse bien con los blancos.

– Bueno, reconozco que fuiste uno de los primeros en practicar la integración racial de la fractura de piernas en Boston.

– Pobre del hombre que no hace algo por su pueblo.

– Hawk, por todos los demonios, ¿cuál es tu pueblo?

– La buena gente que, al margen de razas, creencias o colores, tiene pasta para pagarme.

– Hawk, ¿piensas alguna vez en qué significa ser negro?

Me contempló durante cerca de diez segundos.

– Spenser, tú y yo somos muy parecidos. Tal vez tengas más escrúpulos, pero nos parecemos mucho salvo en una cosa. Tú nunca has sido negro. Eso es algo que yo sé y que tú nunca conocerás.

– De modo que piensas en la cuestión. ¿Qué es ser negro?

– Solía pensar en el tema cuando me parecía necesario. Pero ya no lo hago. Ahora soy tan negro como tú bailarín. Ahora bebo champán, voy con zorras, tomo el dinero y nadie me empuja. Ahora juego constantemente y nadie juega mejor que yo los juegos que conozco -bebió más champán con movimientos gráciles, seguros y delicados. Se había quitado la camisa y la luz del techo hacía que los planos musculares destacaran puntos fluidos y rebuscados sobre la piel negra. Dejó la copa de champán sobre la mesa, cortó otro trozo de salmón y se detuvo cuando lo tenía a mitad de camino de la boca. Volvió a mirarme y su rostro se iluminó con una sonrisa extrañamente carente de alegría-. Chico, tal vez tú seas la excepción.

– Es posible -repliqué-, pero no es el mismo juego.

Hawk se encogió de hombros.

– Es el mismo juego con otras reglas.

– Puede ser. Nunca tuve la certeza de que te guiaras por ciertas reglas.

– Pues deberías saberlo. Ocurre que tengo menos reglas que tú, pero no soy tonto. De todas maneras, sabes que si digo que voy a hacer algo, lo hago. Se cumple. Si me dejo contratar para algo, continúo contratado. Hago lo que sea para ganarme el sustento.

– Recuerdo la ocasión en que no continuaste contratado con King Powers.

– Era otra cosa -se defendió Hawk-. King Powers es un irrigador. No tiene reglas, no cuenta. Me refiero a ti o a Henry Cimoli. Si te digo algo, va a misa.

– Es cierto -reconocí-. ¿Quién más?

Hawk había bebido cantidades ingentes de Taittinger y yo un montón de Amstel.

– ¿Quién más qué?

– ¿Quién más puede confiar en ti?

– Quirk -respondió Hawk.

– Martin Quirk -dije-. El teniente Martin Quirk, de la brigada de detectives.

– Así es.

– A Quirk le gustaría meterte en chirona.

– ¡Ya lo creo! -exclamó Hawk-. Pero sabe cómo se comporta un hombre y cómo hay que tratarlo.

– Sí, tienes razón. ¿Existe alguien más?

– Tú, Henry y Quirk. Me parece más que suficiente. Es más de lo que tienen la mayoría de las personas que conozco.

– Creo que Henry no te creará problemas, pero algún día Quirk o yo podríamos abatirte de un disparo.

Hawk acabó el salmón y volvió a mirarme con una sonrisa de oreja a oreja.

– Si puedes, hombre, si puedes -Hawk apartó el plato y se levantó-. Quiero mostrarte algo.