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Me moví por las gradas, mirando filas arriba y abajo. Había muchos estadounidenses. El pistoletazo de salida resonó en el estadio y los corredores abandonaron los calzos. Me paré a mirar. Ganó el yanqui. Dio una vuelta a la pista. Era un joven negro y alto con paso típico de corredor y la inscripción USA en la camiseta. Seguí mirando un rato. Parecía un baile, aunque los asistentes eran más opulentos, más solemnes y las pruebas que se celebraban eran de otro orden. Un vendedor pasó a mi lado pregonando Coca-Cola.

Debajo, en el campo, un pelotón de funcionarios olímpicos con sus chaquetas reglamentarias salió a la cercana pista lateral y recogió los aparatos de salto de longitud. Un estadounidense lanzó el disco. Llegó más lejos que el africano, pero no tanto como el polaco. Rodeé el estadio entero y me harté de escudriñar la multitud, deteniéndome de vez en cuando para ver las pruebas. Vi a Hawk y a Kathie dos secciones más arriba. Ella lo cogía del brazo y él hacía lo que tenía que hacer. Volví a dar la vuelta e hice un alto en el segundo nivel para tomar un frankfurt con una cerveza.

Puse mostaza y condimento para salchichas en el frankfurt, bebí un trago de cerveza, di un mordisco al frankfurt (que no era olímpico, sino regular) y me asomé por el pasillo que conducía a las gradas. Paul caminaba por el pasillo. Regresé al puesto de venta y seguí comiendo mi frankfurt. Un tributo al registro minucioso, las técnicas de vigilancia y una obra maestra de la concentración; miré las gradas pasillo por pasillo y casi choca conmigo mientras estoy comiendo un frankfurt. ¡Vaya superdetective!

Paul pasó a mi lado sin mirar y ascendió por la rampa hacia el tercer nivel. Acabé el frankfurt y la cerveza y me deslicé lentamente tras él. No vi a alguien que se pareciera a Zachary. Tampoco me molestó.

En el tercer nivel, Paul se dirigió a un lugar del pasillo y miró hacia el estadio. Entré por la rampa contigua y lo observé desde el otro lado de los asientos. Desde allí los atletas parecían más pequeños, pero igualmente ágiles y preparados. El pelotón de funcionarios acomodaba vallas de poca altura. Los lanzadores de disco se retiraban y los funcionarios de dicha prueba formaron una pequeña falange y abandonaron la pista. Paul echó un vistazo a su alrededor, miró hacia lo alto del estadio y observó el pasillo que tenía a sus espaldas. Permanecí semioculto en mi pasillo, a una sección de distancia, y lo vigilé de soslayo desde atrás de las gafas de sol y por debajo de la gorra de cuadros.

Paul abandonó el pasillo y tomó la rampa que corría bajo las gradas. Había un enorme quiosco donde se encontraban los servicios y entre éstos y la pared de debajo de las gradas existía un espacio estrecho. Paul se detuvo a observar ese espacio. Me apoyé en la pared y leí un programa, ocupando el ancho de la rampa, junto a una columna. Paul recorrió el espacio de más allá de los servicios y se internó por otra rampa. Luego regresó por la rampa y se detuvo a observarla en el espacio de más allá de los servicios.

Como en las gradas no había mucha actividad, me mantuve apartado de la columna, con sólo una ranura entre ésta y el borde del quiosco de los servicios. De todas maneras, podía verlo. Me hallaba en buena posición mientras Hawk y Kathie no aparecieran y se encontraran con Paul. Si nos veía, nos lo cargaríamos ahí mismo, pero yo quería averiguar qué tramaba. Paul miró por encima del hombro hacia los servicios. Nadie salió. Se apoyó en la pared de la esquina y sacó algo que parecía un catalejo. Apoyado en la esquina del quiosco, enfocó el catalejo rampa abajo. Centró la imagen, alzando y bajando ligeramente el aparato, sacó un rotulador grueso y trazó una corta raya negra bajo el catalejo, sosteniéndolo en ángulo recto contra el edificio. Guardó el rotulador, volvió a mirar por el catalejo sujetándolo a la altura de la raya en la pared, lo cerró y se lo metió en el bolsillo. Sin mirar alrededor, se dirigió al servicio de hombres.

Salió unos tres minutos después. Era mediodía. Las competiciones de la mañana tocaban a su fin y la muchedumbre comenzó a salir. Los pasillos de debajo de las gradas, que poco antes estaban casi vacíos, quedaron atiborrados. Me esforcé por seguir a Paul y lo acompañé hasta el metro. Pero cuando el tren hacia Berri Montigny salió de Viau, yo estaba tres hileras más atrás en el andén, tildando de imbécil al hombre que tenía delante.

Capítulo 27

Al regresar al estadio vi que se había despejado. Faltaba una hora para que dejaran pasar a los asistentes a los juegos de la tarde. Di vueltas por la entrada de nuestra sección y Hawk apareció cinco minutos más tarde. Kathie no lo cogía del brazo y caminaba ligeramente rezagada. En cuanto me vio, Hawk meneó la cabeza.

– Lo he visto -dije.

– ¿Iba solo?

– Sí. Pero se me escapó en el metro.

– ¡Mierda!

– Regresará. Marcó una posición en el segundo nivel. Esta tarde iremos a echarle un vistazo.

– ¿Podemos comer? -preguntó Kathie a Hawk.

– ¿Quieres que probemos la Brasserie? -me preguntó Hawk.

– Me encantaría.

Bajamos hacia la zona abierta que precedía las escaleras de la estación, cerca del Centro Deportivo. Había pequeños tenderetes de frankfurts y hamburguesas, de souvenirs, un sitio donde comprar monedas y sellos, servicios y una inmensa carpa de aspecto festivo con los lados abiertos y los estandartes ondeando en la punta de sus diez postes. Dentro había enormes mesas y bancos de madera. Había un incesante movimiento de camareros y camareras que tomaban pedidos y servían alimentos y bebidas.

Tomamos salchichas con cerveza y contemplamos a los entusiastas que comían en otras mesas. Había montones de estadounidenses. Más que cualquier otra nacionalidad, tal vez más estadounidenses que canadienses. Kathie hizo cola delante de los servicios. Hawk y yo bebimos otra cerveza.

– ¿A qué conclusión has llegado? -inquirió Hawk.

– No estoy seguro, pero creo que Paul ha marcado un punto de trasposición de tiro. Miró por el catalejo e hizo una raya en la pared, a la altura del hombro. Me gustaría echar un vistazo a lo que se ve desde ese sitio.

Kathie regresó. Nos dirigimos al estadio. Los asistentes a los juegos de la tarde empezaban a entrar. Los acompañamos y nos dirigimos al segundo nivel. En la pared de la esquina de los servicios, cerca de la rampa de entrada, estaba la marca de Paul. Antes de acercarnos dimos un paseo por la zona. No vimos a Paul.

Estudiamos la marca. Si apoyabas la mejilla contra la pared y seguías con la vista su radio de acción, contemplabas el extremo más alejado del campo interior del estadio, a este lado de la pista de atletismo. En ese momento allí sólo había hierba. Hawk también echó un vistazo.

– ¿Por qué este sitio? -preguntó.

– Tal vez es el único lugar semiescondido que permite un disparo a la acción.

– En ese caso, ¿para qué la marca? Puede recordar el lugar.

– Allá, en ese sitio, tiene que haber algo. Si decidieras cargarte a alguien para llamar la atención durante los Juegos Olímpicos, ¿a quién elegirías?

– A los que obtengan medallas.

– Claro, yo haría lo mismo. Me gustaría saber si las ceremonias de entrega de galardones tienen lugar ahí abajo.

– No he visto ninguna. No hay muchas ceremonias de ese tipo al comienzo de los juegos.

– Vigilaremos.

Estudiamos la situación. Yo vigilé la marca y Hawk circuló por el estadio en compañía de Kathie. Paul no hizo acto de presencia. No hubo reparto de medallas. Al día siguiente sí lo hubo y, guiándome por la marca de Paul en la pared de los servicios, vi las tres tarimas blancas y al ganador de la medalla de oro en lanzamiento del disco de pie, en la del centro.