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Por el camino se acercó un coche de la policía de Montreal, con las luces encendidas y la sirena conectada. Varias personas señalaban en nuestra dirección y corrían hacia el coche. El vehículo pegó un frenazo y se apearon dos polis pistola en mano.

– Chico, no necesitamos para nada a los puñeteros polis -me dijo Hawk.

Alcé la mano derecha, con la palma hacia fuera, me temblaba. Hawk bajó la suya flojamente. Estábamos demasiado agotados para estrecharnos las manos. Simplemente nos las sujetamos, balanceándonos de un lado a otro mientras Zachary permanecía inmóvil en el suelo, delante de nosotros.

– Chico, no necesitamos a los malditos polis -insistió Hawk y su garganta emitió un ruido ronco.

Me di cuenta de que reía. Lo imité. Los dos polis de Montreal nos miraban con las armas preparadas y las puertas del coche patrulla abiertas. Otro vehículo policial se acercaba colina abajo.

– Qu'est-ce que c'est? -preguntó uno de los polis.

– Je parle anglais -respondí mientras la sangre manaba de mis heridas. Reí mientras respiraba entrecortadamente-. Je suis Americain, mon gendarme.

Hawk estaba prácticamente doblado de risa. Balanceaba el cuerpo de un lado a otro y se sostenía de mi mano sana.

– ¿Qué demonios están haciendo? -preguntó el agente.

Hawk intentó dominar la risa y respondió:

– Acabamos de ganar la medalla de oro en la modalidad de peloteras al aire libre.

Fue la frase más divertida que había oído o, al menos, eso me pareció. Aún nos reíamos cuando nos metieron en el coche patrulla y nos trasladaron a un hospital.

Capítulo 29

Me arreglaron el brazo, me acomodaron la nariz, me lavaron y me obligaron a pasar la noche en el hospital, con Hawk en la cama de al lado. Aunque no nos arrestaron, un poli montó guardia toda la noche junto a la puerta. Me dolía el brazo, y me dieron una inyección sedante. Dormí el resto del día y toda la noche. Al despertar, encontré a un tío de paisano de la Real Policía Montada de Canadá. Hawk estaba sentado en la cama, leía el Montreal Star y, con una paja colocada en la comisura de los labios, sorbía zumos de un enorme vaso de plástico. La hinchazón del ojo había cedido un poco. Podía ver, pero aún tenía el labio muy inflamado y vi el hilo negro de los puntos.

– Me llamo Morgan -dijo el hombre de la Real Policía Montada de Canadá y me mostró su placa-. Nos gustaría saber qué ocurrió.

– Paul muerto. Kathie le disparó con el rifle mientras intentaba escapar -dijo Hawk con dificultad.

– ¿Escapar? -pregunté.

– Sí -respondió Hawk con expresión totalmente anodina.

– ¿Dónde está Kathie?

– La hemos retenido, al menos de momento -informó Morgan.

– ¿Cómo está Zachary? -quise saber.

– Sobrevivirá -respondió Morgan-. Lo hemos investigado. De hecho, figura en nuestros archivos.

– No me cabe la menor duda -añadí.

Me acomodé en la cama. Me sentí molesto. Todo mi cuerpo clamaba de dolor. Tenía el brazo izquierdo escayolado de los nudillos al codo. La escayola daba calor. Mi nariz estaba cubierta de esparadrapo y tenía las fosas taponadas.

– Como los juegos se celebran en Montreal, obviamente tenemos un archivo de terroristas conocidos. Zachary es muy famoso. Lo buscan varias naciones. ¿Qué tenían que ver con él?

– Intentábamos evitar que Paul y él se cargaran al ganador de una medalla de oro.

Morgan era un hombre de edad mediana, de aspecto fuerte, de cabellos rubios y bigote tupido. Su mandíbula sobresalía y su boca retrocedía. El bigote le sentaba bien. Usaba gafas sin aros. Hacía años que no veía gafas semejantes. La directora de la escuela primaria a la que asistí también usaba gafas sin aros.

– Lo averiguamos gracias a los testigos y a lo que nos dijo Kathie. Dicho sea de paso, parece que no es ése su verdadero nombre.

– Estoy enterado. No sé cuál es su verdadero nombre.

Morgan miró a Hawk y preguntó:

– ¿Y usted?

– No lo sé -respondió Hawk.

Morgan volvió a mirarme.

– De todos modos, fue suficiente con el rifle con mira telescópica, la marca en la pared y ese tipo de cosas. Pudimos deducir perfectamente cuál era el plan. Lo que nos interesa saber es por qué casualidad ustedes estaban en el momento y el lugar adecuados. En la escena encontramos varias armas. Ninguno de ustedes parecía capaz de resistir. Señor Spenser, encontramos un revólver Smith and Wesson del calibre treinta y ocho, para el que tiene permiso. También había una escopeta adaptada, que en Canadá es ilegal, y de la que no hay permiso, pero para la que su compañero parecía llevar una funda.

Hawk miró al techo y se encogió de hombros. Mantuve el pico cerrado.

– Sin duda las armas restantes pertenecían a Paul y a Zachary -añadió Morgan.

– Sí -dije.

– Dejémonos de tonterías -propuso Morgan-. Ninguno de ustedes es turista. Spenser, he averiguado sus antecedentes. Llevaba en la cartera su licencia de investigador. Hablamos con Boston e hicimos averiguaciones. Este caballero -señaló a Hawk- sólo reconoce que se llama Hawk. No lleva identificación. Sin embargo, la policía de Boston sugirió que un hombre de estas características y que utiliza ese nombre ocasionalmente se asociaba con usted. Tengo entendido que lo describieron como un rompepiernas. Tampoco fue un par de turistas los que se hicieron cargo del señor Zachary. Explíquese de una buena vez.

– Me gustaría hacer una llamada telefónica -dije.

– Spenser, esto no es una película de James Cagney -puntualizó Morgan.

– Quiero llamar a mi patrón. Tiene derecho al anonimato y a ser consultado antes de que lo mencione, si es que decido transgredir el anonimato.

Morgan señaló con la cabeza el teléfono de la mesilla que estaba junto a la cama. Telefoneé a Jason Carroll. Estaba. Tuve la sospecha de que siempre estaba en su puesto, a la espera de una llamada de Dixon.

– Soy Spenser -dije-. No mencione el nombre de mi cliente ni el suyo, pero he concluido lo que acordamos que haría, la policía ha intervenido y me están interrogando.

– Creo que nuestro cliente no estará en absoluto de acuerdo -comentó Carroll-. ¿Se encuentra en las señas de Montreal?

– No, estoy en el hospital -el número figuraba en el teléfono y se lo di.

– ¿Está gravemente herido?

– No, saldré hoy mismo.

– Hablaré con nuestro cliente y volveré a ponerme en contacto con usted.

Colgué.

– No tengo el menor deseo de crear dificultades -dije a Morgan-. Concédame unas pocas horas hasta que haya hablado con mi cliente. Retírese, vaya a almorzar y regrese más tarde, les hemos solucionado una buena papeleta. Les hemos evitado una escena muy desagradable.

Morgan asintió con la cabeza.

– Ya lo sé. Les estamos tratando con toda amabilidad. Usted tiene experiencia con la policía. No estamos obligados a ser tan amables.

– Ja -soltó Hawk desde la cama contigua.

– Es verdad -reconocí-. Concédame unas pocas horas hasta que haya tenido noticias de mi cliente.

Morgan volvió a asentir con la cabeza.

– Sí, por supuesto. Regresaré antes de la cena -sonrió-. Si necesita algo, encontrará a un agente al otro lado de la puerta.

– ¿Lleva puesta una llamativa chaqueta roja? -preguntó Hawk.

– Sólo en las grandes ceremonias -respondió Morgan-. Para la reina, sí, pero no para usted -se fue.

– ¿Crees realmente que Kathie disparó contra Paul mientras intentaba escapar? -pregunté a Hawk.