Выбрать главу

Durante un rato sólo hubo intercambio de nombres y efluvios. Después, Perrin pensó: «Busco personas que van delante de mí. Aes Sedai y hombres, con caballos y carretas». No fue eso exactamente lo que pensó, claro está, igual que Dos Lunas no significaba sólo dos lunas. Las personas eran «dos piernas» y los caballos «cuatro patas pies duros». La Aes Sedai eran «dos piernas que tocan el viento que mueve el sol e invocan fuego». A los lobos no les gustaba el fuego y se mostraban aun más cautelosos con las Aes Sedai que con el resto de los humanos; les resultaba sorprendente que Perrin no supiera distinguir una Aes Sedai. Daban por sentado esa habilidad del mismo modo que él consideraba normal distinguir un caballo blanco entre una manada de caballos negros, algo obvio que no necesitaba explicarse. Entonces le llegó la primera proyección, el modo en que los lobos se pasaban información.

En su mente el cielo nocturno pareció girar y coronar de repente un campamento de carretas, tiendas y lumbres. Su apariencia no era del todo correcta —a los lobos les interesaba poco todo lo humano, de modo que los vehículos y las tiendas mostraban una imagen vaga, en tanto que las hogueras ardían amenazadoramente y los caballos tenían un aspecto muy apetitoso— y esa imagen había ido pasando de lobo a lobo antes de llegar hasta él. El campamento era más extenso de lo que Perrin esperaba, pero Llamarada era categórica al respecto. Su manada estaba dando en ese momento un amplio rodeo al lugar donde las «dos piernas que tocan el viento que mueve el sol e invocan fuego» se encontraban. Perrin trató de preguntar cuántas personas había, pero el concepto de número era desconocido para los lobos; su modo de decir cuántas cosas había era mostrar cuántas habían visto y, una vez que Llamarada y su manada habían percibido a las Aes Sedai, las evitaron porque no querían acercarse más.

«¿A qué distancia?» Esta pregunta obtuvo una respuesta mejor, de nuevo pasando de lobo a lobo, aunque fue una que Perrin tuvo que interpretar. La proyección de Llamarada indicaba que podía llegar hasta la colina donde un desabrido macho llamado Media Cola y su manada se alimentaban de un ciervo en lo que la luna se moviese tal distancia en el cielo, en tal ángulo. Media Cola podía llegar hasta Nariz de Liebre —por lo visto un joven y fiero macho— mientras la luna se movía hasta tal posición, en otro ángulo. Y así prosiguió la información hasta llegar a Dos Lunas. Éste mantuvo un digno silencio, adecuado para un viejo macho con más pelo blanco que oscuro en el hocico; él y su manada se encontraban a unos dos kilómetros de Perrin y habría resultado insultante pensar que Joven Toro no sabía exactamente dónde estaban.

Racionalizando la información lo mejor que pudo, Perrin llegó a una cifra de entre noventa y cinco y ciento diez kilómetros. Al día siguiente sabría la rapidez con que les iba ganando terreno.

¿Por qué? Ésa pregunta la hizo Media Cola, pasada de lobo a lobo y marcada por su efluvio.

Perrin vaciló antes de contestar. Había estado temiendo esto. Se sentía respecto a los lobos igual que con la gente de Dos Ríos.

«Han enjaulado a Exterminador de la Sombra», pensó finalmente. Así era como los lobos llamaban a Rand, pero no tenía ni idea si lo consideraban importante.

La conmoción que inundó su mente fue respuesta de sobra, pero además la noche se llenó de aullidos, próximos y lejanos; aullidos rebosantes de rabia y temor. En el campamento los caballos empezaron a relinchar, atemorizados, piafando y dando tirones de las cuerdas que los sujetaban en una hilera. Unos hombres corrieron a tranquilizarlos mientras otros escudriñaban la oscuridad como si esperasen ver aparecer una manada enorme dispuesta a lanzarse sobre sus monturas.

Vamos hacia ahí, respondió finalmente Media Cola. Sólo eso; y entonces respondieron otros, manadas con las que Perrin había hablado y manadas que habían escuchado en silencio al dos piernas que sabía hablar como los lobos. Vamos hacia ahí. Nada más.

Perrin se dio media vuelta y se quedó dormido; soñó que era un lobo corriendo por infinitas colinas. A la mañana siguiente no había señal alguna de lobos —ni siquiera los Aiel informaron haber visto ninguno— pero Perrin podía sentirlos, varios centenares y más que venían en camino.

En los cuatro días siguientes la tierra se allanó dando paso a una planicie suavemente ondulada donde las mayores elevaciones no merecían el nombre de colinas en comparación con las que los habían rodeado en las inmediaciones del Alguenya. El bosque se volvió menos y menos frondoso hasta convertirse en pradera, la hierba parda y marchita, con arboledas cada vez más distantes entre sí. Los ríos y arroyos que cruzaron apenas mojaron los cascos de los caballos, aunque tampoco habrían hecho mucho más antes de que su cauce se estrechara, encajonado entre los bancos de piedras y barro endurecido por el sol. Todas las noches los lobos le contaban a Perrin lo que podían sobre las Aes Sedai que marchaban delante, y no era gran cosa. La manada de Llamarada las seguía, pero a bastante distancia. Una cosa sí quedó clara: el grupo de Perrin cubría tanto terreno cada jornada como en la primera, de manera que cada día acortaba la distancia con las Aes Sedai en unos quince kilómetros. Mas, cuando las alcanzaran, entonces ¿qué?

Todas las noches, antes de entrar en contacto con los lobos, Perrin se sentaba a charlar tranquilamente con Loial mientras fumaban sus pipas. Era ese «entonces ¿qué?» de lo que Perrin quería hablar. Dobraine parecía pensar que deberían cargar y morir haciendo cuanto estuviese en su mano. Rhuarc sólo decía que debían esperar y ver qué novedades traía el sol del nuevo día y que todos los hombres tenían que despertar del sueño, lo que no difería mucho de lo dicho por Dobraine, considerando que una máxima de los Aiel afirmaba que la vida era un sueño. Puede que Loial fuese joven para la longeva raza Ogier, pero eso no cambiaba que tuviese más de noventa años. Perrin sospechaba que Loial había leído más libros de los que él había visto y a menudo lo sorprendía con sus conocimientos sobre las Aes Sedai.

—Hay varios libros relativos a Aes Sedai ocupándose de hombres capaces de encauzar. —Loial frunció el entrecejo y chupó la pipa; la cazoleta, adornada con hojas talladas, era tan grande como los dos puños de Perrin—. Elora, hija de Amar, nieta de Coura, escribió Hombres de Fuego y mujeres de Agua en los albores del reinado de Artur Hawkwing. Y Ledar, hijo de Shandin, nieto de Koimal, escribió Estudio de la raza humana. Las mujeres y el Poder Único entre los humanos hace sólo unos trescientos años. Esos dos son los mejores, a mi modo de ver. El de Elora en particular; lo escribió al estilo de… No. Seré breve.

Perrin lo dudaba mucho; la brevedad rara vez se contaba entre las virtudes de Loial cuando hablaba de libros. El Ogier carraspeó antes de proseguir:

—Conforme a la ley de la Torre, el hombre debe ser llevado allí para someterlo a juicio antes de amansarlo. —Las orejas del Ogier se agitaron violentamente un instante y sus largas cejas se inclinaron en un gesto sombrío, pero palmeó el hombro de Perrin para animarlo—. No creo que sea ésa su intención, Perrin. Oí comentar que hablaron de honrarlo. Y es el Dragón Renacido. Eso lo saben.

—¿Honrarlo? —repitió en voz queda Perrin—. Quizá le pongan para dormir sábanas de seda, pero no deja de ser un prisionero.

—Estoy seguro de que lo están tratando bien, Perrin. Estoy seguro. —El Ogier no parecía tenerlas consigo por mucho que dijese y el suspiro que soltó sonó borrascoso—. Y estará a salvo hasta que lleguen a Tar Valon. Elora y Ledar, y también varios escritores más, coinciden en que se necesitan trece Aes Sedai para amansar a un hombre. Lo que no entiendo es cómo lo capturaron. —Sacudió la enorme cabeza en un gesto de absoluto desconcierto—. Perrin, tanto Elora como Ledar dicen que cuando las Aes Sedai encuentran un hombre de gran poder siempre reúnen trece hermanas para prenderlo. Oh, se cuentan historias sobre cuatro o cinco, y los dos mencionan a Caraighan, que condujo ella sola a un hombre hasta la Torre durante más de tres mil kilómetros, después de que ese hombre mató a sus dos Guardianes, pero… Perrin, escribieron sobre Yurian Arco Pétreo y Guaire Amalasan. También de Raolin Perdición del Oscuro y de Davian, pero son los otros los que me preocupan. —Esos habían sido cuatro de los más poderosos entre los hombres que se habían autoproclamado el Dragón Renacido, todos ellos del remoto pasado, antes de Artur Hawkwing—. Seis Aes Sedai intentaron capturar a Arco Pétreo y él mató a tres e hizo prisioneras a las otras. Seis trataron de atrapar a Amalasan, que mató a una y neutralizó a otras dos. Sin duda Rand es tan fuerte como Arco Pétreo o Amalasan. ¿Son realmente sólo seis las que van delante de nosotros? Eso explicaría muchas cosas.