—Como queráis —dijo cáusticamente el hombre de nariz aguileña—. Tengo asegurado el campamento, creo.
Eso parecía ser cierto. El suelo estaba sembrado de cadáveres, pero dentro del círculo de carretas sólo se seguía luchando en unos cuantos puntos aislados. Una cúpula de Aire cubrió de repente todo el campamento y el humo de los incendios salió por el agujero dejado en la parte superior. No era un único tejido de saidin; Rand percibía los lugares donde los tejidos individuales se ensamblaban con los otros para formar la cúpula. Calculó que debía de haber al menos doscientos hombres con chaquetas negras bajo el escudo. Una lluvia de rayos y fuego golpeó contra esa barrera y explotó inofensivamente. El propio cielo pareció chisporrotear y arder; el constante fragor del ataque saturaba el aire. Doncellas con tiras rojas colgando de los brazos y siswai’aman se encontraban a lo largo del muro invisible para ellos, entremezclados con mayenienses y cairhieninos, muchos de ellos también a pie. Al otro lado, una ingente masa de Shaido miraba fijamente hacia la invisible barricada que impedía llegar hasta sus enemigos. Algunos arremetieron con sus lanzas contra ella y otros la embistieron con sus propios cuerpos; las primeras se frenaban en seco y los hombres salían rebotados.
Dentro de la cúpula, los últimos focos de lucha habían cesado ya cuando Rand miró. Bajo la vigilancia de apenas un puñado de hombres y Doncellas identificados con las cintas rojas, los Shaido desarmados se quitaban las ropas con semblantes impertérritos; tomados prisioneros en combate, llevarían el blanco ropón de los gai’shain durante un año y un día aun en el caso de que los Shaido lograsen alzarse con la victoria de algún modo. Cairhieninos y mayenienses se ocuparon de la custodia de un grupo de furiosos Guardianes y Cachorros mezclados con atemorizados sirvientes, situando casi tantos guardias como prisioneros había. Diez o doce Aes Sedai estaban siendo escudadas por otros tantos Asha’man que lucían las insignias de la espada y el dragón. Las Aes Sedai parecían asustadas y descompuestas. Rand reconoció a tres de ellas, aunque Nesune era la única cuyo nombre sabía. No conocía a ninguno de sus aprehensores Asha’man. Las mujeres a las que Rand había aislado y dejado inconscientes estaban siendo tendidas junto a los prisioneros, y algunas empezaban a rebullir, en tanto que los soldados y Dedicados de uniforme negro con la espada de plata en el cuello utilizaban el saidin para trasladar al resto y colocarlas tendidas en esa hilera. Algunos sacaron de la arboleda a las dos Aes Sedai inconscientes y a la mujer de rasgos angulosos que continuaba chillando. Cuando se las puso junto al resto, algunas Aes Sedai se giraron bruscamente y vomitaron.
Había otras Aes Sedai presentes, rodeadas de Guardianes y vigiladas por hombres de uniforme negro, aunque no estaban aisladas con escudos; lanzaban ojeadas inquietas a los Asha’man igual que hacían las mujeres retenidas como prisioneras. También miraban a Rand y resultaba obvio que se habrían acercado a él de no ser por los Asha’man. Rand les asestó una mirada furiosa. Alanna estaba allí; no eran alucinaciones lo que había sentido dentro del arcón. No reconocía a sus compañeras, pero daba igual. Eran nueve. Nueve. Una repentina ira irradió fuera del vacío y el apagado zumbido de Lews Therin se reanudó y cobró intensidad.
En ese momento casi no se sorprendió de ver a Perrin dirigirse hacia él dando traspiés, la cara y el cuerpo manchados de sangre, seguido por Loial, que cojeaba y se apoyaba en una enorme hacha, y por un tipo de ojos relucientes, con una chaqueta de rayas rojas y apariencia de ser gitano excepto por la espada que empuñaba, cuya hoja estaba teñida de rojo a todo lo largo. Faltó poco para que Rand mirara en derredor para ver si Mat aparecía allí también. Sí vio a Dobraine, a pie y con una espada en una mano y en la otra aferrado el astil de la bandera carmesí de Rand. Nandera se unió a Perrin mientras se bajaba el velo; y otra Doncella a la que Rand casi no reconoció en un primero momento. Era estupendo ver de nuevo a Sulin vestida con el cadin’sor.
—Rand —jadeó Perrin—, gracias a la Luz que aún estás vivo. Planeábamos que abrieses un acceso para escapar, pero todo se ha venido abajo. Rhuarc y la mayoría de los Aiel todavía están entre los Shaido, así como casi todos los mayenienses y los cairhieninos, y no sé qué habrá sido de los hombres de Dos Ríos ni de las Sabias. Se suponía que las Aes Sedai tenían que quedarse con ellos, pero… —Puso la pala del hacha en el suelo y se reclinó en el mango, resollando; daba la impresión de que se desplomaría sin ese apoyo.
A lo largo de la barrera empezaban a aparecer hombres montados, así como Aiel con cintas carmesíes y Doncellas con tiras rojas en los brazos. También los frenaba la barrera. Donde quiera que apareciesen, los Shaido caían sobre ellos como un enjambre bajo el que desaparecían.
—Deshaced la cúpula —ordenó Rand, que oyó a Perrin suspirar con alivio. ¡Alivio! ¿Acaso pensaba que iba a dejar que los suyos fueran masacrados? Min empezó a frotarle la espalda y a musitar quedamente con tono apaciguador. Por alguna razón, Perrin la miró con verdadera sorpresa.
Tal vez Taim se hubiese sorprendido, pero desde luego no estaba aliviado.
—Milord Dragón —dijo con voz tensa—, calculo que debe de haber todavía ahí fuera varios cientos de mujeres Shaido que encauzan, algunas de ellas con una fuerza nada despreciable, por lo que se ve. Y eso sin mencionar unos cuantos miles de Shaido con lanzas. A menos que queráis realmente comprobar si sois inmortal, sugiero que esperemos unas cuantas horas hasta que conozcamos este sitio lo bastante bien para crear accesos teniendo una mínima seguridad de saber en qué lugar van a abrirse y entonces marcharnos. Ha habido bajas en la batalla. He perdido a varios soldados hoy, nueve hombres que serán más difíciles de reemplazar que cualquier número de renegados Aiel. Quienes mueran ahí fuera, lo harán por el Dragón Renacido.
Si el hombre hubiese prestado alguna atención a Nandera o a Sulin quizás habría moderado el tono y elegido mejor sus palabras. Hubo un veloz intercambio en el lenguaje de señas entre las dos Doncellas; parecían prestas a matarlo allí mismo.
Perrin se irguió con esfuerzo; sus ojos amarillos se quedaron prendidos en Rand, firmes y angustiados a la vez.
—Rand, aun en el caso de que Dannil y las Sabias permanezcan retirados como se supone que deben hacer, no se marcharán mientras vean esto. —Señaló la cúpula, donde el fuego y los rayos formaban una constante capa de luz—. Si nos quedamos sentados aquí durante horas, los Shaido se lanzarán sobre ellos antes o después, si es que no lo han hecho ya. ¡Luz, Rand! ¡Dannil, Ban, Wil, Tell… Amys, están ahí fuera! ¡Y Sorilea y…! ¡Maldito seas, Rand, ya han muerto más personas por ti de lo que puedas imaginar! —Hizo una profunda inhalación—. Al menos, deja que salga yo. Si consigo llegar hasta allí, puedo informarles que estás vivo y que pueden retirarse antes de que los masacren.
—Podemos salir dos —adujo Loial sin alzar la voz mientras levantaba la enorme hacha—. Habrá más posibilidades siendo dos.
El gitano se limitó a sonreír, pero casi con ansiedad.
—Haré abrir una brecha en la barrera y… —empezó Taim.
—¡No! —lo interrumpió secamente Rand. No por los hombres de Dos Ríos. No podía demostrar preocupación por ellos como tampoco por las Sabias. A decir verdad, debía dar la impresión de que le importaban menos que el resto. ¿Que Amys estaba ahí fuera? ¡Pero si las Sabias nunca tomaban parte en batallas! Podían cruzar en medio de combates y en luchas intestinas sin que nadie las tocase. Habían roto la costumbre, si no la ley, para venir a rescatarlo. Estaba tan poco dispuesto a permitir que Perrin regresara a aquella vorágine como a abandonar a las Sabias. Pero no podía demostrar que lo hacía por ellas ni por la gente de Dos Ríos—. Sevanna quiere mi cabeza, Taim. Por lo visto creyó que podría tenerla hoy. —La carencia de emoción que el vacío otorgaba a su voz resultó muy adecuada. Sin embargo, pareció preocupar a Min; la joven seguía acariciándole la espalda como si quisiera calmarlo—. Me propongo demostrarle cuán equivocada estaba. Te ordené que crearas armas, Taim. Muéstrame hasta qué punto son mortíferas. Dispersa a los Shaido. Destrózalos.