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—No lo he hecho tan bien como podría con los ter’angreal, Anaiya Sedai. —Eso, al menos, sí era obra suya y sólo suya. El primero había sido el brazalete y el collar (algo guardado muy en secreto, ni que decir tiene) pero eran una copia alterada de una detestable invención, el a’dam, que los seanchan habían dejado atrás cuando su invasión fue rechazada en la costa de Falme. El disco verde que permitía pasar inadvertida a cualquiera que no fuera lo bastante fuerte para ejecutar el truco de la invisibilidad —y no eran muchas las que lo eran— había sido idea suya desde el principio. No disponía de angreal ni sa’angreal para investigar, de modo que había sido imposible crearlo hasta el momento; e, incluso teniendo la facilidad de disponer del artilugio seanchan para copiarlo, resultó que crear ter’angreal no era tan sencillo como había imaginado. Éstos utilizaban el Poder Único en lugar de aumentarlo, y lo usaban para un propósito específico, para hacer una única cosa. Algunos los podían utilizar incluso personas incapaces de encauzar, hasta hombres. Tendría que haber resultado más sencillo. Puede que su función lo fuera, pero no su creación.

Su comentario modesto desató un torrente de palabras en Janya:

—Tonterías, pequeña. Vaya, pero si no me cabe duda de que tan pronto como estemos de vuelta en la Torre y podamos someterte a la prueba adecuadamente y ponerte la Vara Juratoria en la mano serás ascendida al chal al igual que al anillo. Estoy segura. Realmente estás cumpliendo todas las expectativas que teníamos puestas en ti. Y más. ¡Nadie habría imaginado…!

Anaiya volvió a tocarle el brazo; parecía una señal acordada de antemano, porque de nuevo Janya calló y parpadeó.

—No es menester hinchar en exceso el orgullo de la muchacha —dijo Anaiya—. Elayne, no voy a permitirte que te enfurruñes. Hace mucho que tendrías que haber superado eso. —La madre podía ser firme al igual que afable—. No quiero verte mohína por tener unos pocos fracasos, en especial cuando has alcanzado un éxito tan maravilloso. —Elayne había hecho cinco intentos con el disco de piedra. Dos de ellos no surtieron ningún efecto, y otros dos hacían que la persona pareciese una imagen borrosa, además de revolverle el estómago. El que funcionó fue el tercer intento. En opinión de Elayne, eso era algo más que unos pocos fracasos—. Todo lo que has hecho es maravilloso. Tú y también Nynaeve.

—Gracias —repuso Elayne—. Gracias a las dos. Trataré de no estar mohína. —Cuando una Aes Sedai decía que una estaba mohína, no se le podía decir que no lo estaba—. Con vuestro permiso, tengo entendido que la embajada a Caemlyn parte hoy y deseo despedirme de Min.

La dejaron marchar, aunque Janya habría tardado media hora en hacerlo si Anaiya no hubiese estado allí. Ésta miró a Elayne de manera penetrante —seguramente estaba enterada de las palabras que había tenido con Sheriam— pero no dijo nada. A veces los silencios de una Aes Sedai eran tan explícitos como cualquier palabra.

Jugueteando con el anillo de la serpiente que llevaba en el dedo corazón de la mano izquierda, Elayne reanudó su camino a buen paso, casi corriendo, con los ojos prendidos en la distancia de manera que, llegado el caso, pudiese afirmar que no había visto a cualquier otra persona que intentara detenerla para felicitarla. Tal vez funcionara o tal vez su treta acabase con una visita a Tiana; tratarlas con mano blanda como recompensa por un buen trabajo tenía sus límites. En ese preciso momento habría preferido con mucho la visita a Tiana que unas alabanzas que no merecía.

El anillo de oro era un ofidio mordiéndose la cola, la Gran Serpiente, un símbolo de Aes Sedai, pero que también llevaban las Aceptadas. Cuando se pusiera el chal, con los flecos del color del Ajah que escogiera, llevaría el anillo en el dedo que quisiera. Sería el Ajah Verde por fuerza; sólo las hermanas Verdes tenían más de un Guardián, y ella quería tener a Rand. O, al menos, todo lo que pudiera tenerlo. La dificultad radicaba en que ya había vinculado a Birgitte, la primera mujer que se convertía en Guardián. Ésa era la razón de que pudiese percibir los sentimientos de Birgitte y que supiera que la arquera se había clavado una astilla en la mano aquella mañana. Sólo Nynaeve estaba enterada del vínculo. Los Guardianes eran para las Aes Sedai; a una Aceptada que se extralimitara con ese vínculo no habría trato de favor que pudiera salvarle el pellejo. En su caso había sido necesario hacerlo, no un capricho, o de lo contrario Birgitte habría muerto; empero, Elayne no creía que ello influyera en las consecuencias. Quebrantar una regla con el Poder podía resultar fatal para una misma y para otros, y, para que tal cosa quedara bien grabada en la mente de todas, las Aes Sedai rara vez permitían que quienquiera que rompía una regla por la razón que fuese escapara sin castigo.

Allí, en Salidar, había muchos subterfugios. No sólo lo de Birgitte y Moghedien. Uno de los Juramentos impedía que una Aes Sedai mintiera, pero se evitaba decir mentiras sobre algo si no se hablaba de ello. Moraine sabía cómo tejer un manto de invisibilidad, puede que del mismo modo que habían aprendido de Moghedien; Nynaeve había visto a Moraine hacerlo en una ocasión, antes de que la antigua Zahorí supiese algo del Poder. Sin embargo, nadie más en Salidar conocía este truco o, al menos, nadie lo admitía. Birgitte le había confirmado lo que Elayne empezaba a sospechar: casi todas tenían sus propios trucos secretos. Dichos conocimientos podían terminar convirtiéndose en una práctica generalizada que se enseñaba a novicias o Aceptadas si había suficientes Aes Sedai que los sabían, o podían morir con la Aes Sedai que los practicaba. En dos o tres ocasiones le había parecido vislumbrar un brillo en los ojos de alguien cuando hizo demostraciones de algo. Carenna se había interesado en la escucha de conversaciones a escondidas con una rapidez que resultaba sospechosa. Sin embargo, no era ésta precisamente la clase de acusación que una Aceptada podía hacer contra una Aes Sedai.

Saber estas cosas no hacía más llevaderos sus propios engaños, pero sí que ayudaba un poco. Eso y recordar la necesidad. Pero ojalá dejaran de felicitarla por cosas que no había hecho.

Sabía dónde podía encontrar a Min. El río Eldar corría a menos de cinco kilómetros de Salidar, y un pequeño arroyo fluía a las afueras del pueblo, en su curso hacia el río a través del bosque. La mayoría de los árboles que habían crecido dentro de la aldea se habían talado cuando las Aes Sedai empezaron a llegar, pero quedaba un pequeño soto a la orilla del arroyo, detrás de las casas, en una franja de tierra demasiado estrecha para ser de utilidad. Min afirmaba que le gustaban más las ciudades, pero a menudo iba a sentarse entre aquellos árboles. Era un modo de escapar de la compañía de Aes Sedai y Guardianes, cosa que era casi esencial para Min.

Efectivamente, cuando Elayne giró en la esquina de la casa de piedra hacia la estrecha franja de tierra y al arroyuelo, encontró a Min sentada allí con la espalda recostada en un árbol, contemplando el discurrir del agua entre las piedras; el mínimo caudal que quedaba, se entiende. El arroyo fluía por un cauce de barro seco el doble de ancho que la propia corriente. Los árboles conservaban unas pocas hojas allí, aunque la mayoría del bosque circundante empezaba a estar completamente desnudo de follaje. Incluso los robles.