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Una ramita seca se partió al pisarla Elayne, y Min se incorporó de un brinco. Como era habitual en ella, vestía una chaqueta de hombre de color gris y calzones, pero llevaba pequeñas flores azules bordadas en las solapas y en los costados de las ajustadas perneras. Cosa extraña, ya que, aunque había contado que las tres tías que la habían criado eran costureras, ella no parecía distinguir un extremo de una aguja del otro. Miró intensamente a Elayne, se encogió y se pasó los dedos por el oscuro cabello, que ya le llegaba a los hombros.

—Lo sabes —fue cuanto dijo.

—Pensé que debíamos hablar.

Min volvió a pasarse los dedos por el pelo.

—Siuan no me lo dijo hasta esta mañana y desde entonces he estado intentando reunir el valor suficiente para contártelo. Quiere que lo espíe, Elayne. Para las hermanas de la embajada; y me dio nombres de Caemlyn, gente que puede enviarle mensajes desde allí.

—Pero no lo harás, naturalmente —manifestó Elayne sin el menor atisbo de pregunta en su tono, por lo que Min le dedicó una mirada agradecida—. ¿Por qué te daba miedo hablar conmigo? Somos amigas, Min, y prometimos que ningún hombre se interpondría entre nosotras. Ni siquiera aunque las dos lo amemos.

La risa de Min era algo ronca; Elayne suponía que a muchos hombres eso les resultaría atractivo. Y era guapa a su modo, con ese aspecto de pilluelo. Y tenía varios años más que ella; ¿estaría eso a su favor o en su contra?

—Oh, Elayne, lo dijimos cuando estaba a una distancia segura de las dos. Perderte sería como perder a una hermana, pero ¿y si una de nosotras cambia de opinión?

Mejor no preguntar cuál de ellas se suponía que cambiaría. Elayne intentaba no pensar en el hecho de que si ataba y amordazaba a Min con el Poder e invertía el tejido, podría mantenerla oculta en un sótano hasta mucho después de que la embajada hubiese partido.

—No lo haremos —se limitó a aseverar. No, no podía hacer eso a Min. Quería a Rand sólo para ella, pero era incapaz de hacer daño a Min. Quizá debería pedirle a la otra mujer que no se marchara hasta que pudiesen hacerlo las dos. Sin embargo, preguntó—: ¿Te ha liberado Gareth de tu juramento?

En esta ocasión, la risa de Min sonó como un ladrido.

—Ni hablar. Dijo que me haría saldarlo con el trabajo antes o después. En realidad a quien quiere retener aquí es a Siuan, sabe la Luz por qué.

Un leve gesto de tensión en su cara le hizo pensar a Elayne que allí había involucrada una de sus visiones, pero no preguntó. Min nunca hablaba de esas cosas salvo a quien le concernían directamente.

Poseía una habilidad conocida por muy pocas personas en Salidar. Elayne, Nynaeve, Siuan y Leane; nadie más. Birgitte lo ignoraba, aunque, en correspondencia, tampoco Min sabía lo de Birgitte. O lo de Moghedien. Cuántos secretos. Pero el de Min le concernía sólo a ella. A veces veía imágenes o halos alrededor de la gente, y en ocasiones sabía lo que significaban. Cuando lo sabía, nunca se equivocaba; por ejemplo, si decía que un hombre y una mujer se casarían, entonces antes o después acababan casados, aunque en aquel momento se odiaran profundamente. Leane lo llamaba «lectura del Entramado», pero no tenía nada que ver con el Poder. La mayoría de la gente sólo tenía imágenes o halos de vez en cuando, pero en el caso de las Aes Sedai y de los Guardianes eran permanentes. Los retiros de Min a este rincón se debían a la necesidad de escapar a aquella plétora de imágenes.

—¿Querrás llevarle a Rand una carta mía?

—Por supuesto.

La respuesta afirmativa de la otra mujer fue tan rápida y la expresión de su rostro tan franca que Elayne enrojeció y continuó hablando muy deprisa. No estaba segura de que ella hubiese aceptado, si la situación hubiese sido la inversa.

—No debes contarle lo de tus visiones, Min. Me refiero a las que nos conciernen. —Una de las cosas que Min había visto sobre Rand era que tres mujeres se enamorarían perdidamente de él, que estarían atadas a él para siempre, y que una de esas mujeres era ella. La segunda resultó que era Elayne—. Si sabe lo de la visión, podría decidir que no es eso lo que queremos nosotras sino el Entramado o que se debe a que es ta’veren. Podría decidir actuar noblemente y salvarnos impidiendo que ninguna de nosotras se acerque a él.

—Tal vez —repuso, dubitativa, Min—. Los hombres son raros. Lo más probable es que, si sabe que las dos iremos corriendo cuando se tuerza un dedo, se lo tuerza a propósito. No podrá remediarlo. He visto actuar así a los hombres. Creo que tiene algo que ver con tener barba y pelo en el pecho.

Su expresión era tan perpleja que Elayne no supo discernir si era una broma o no. Min parecía saber mucho sobre los hombres; había trabajado en establos principalmente ya que le gustaban los caballos, pero una vez mencionó haber sido camarera en una taberna.

—En cualquier caso —continuó Min—, no se lo contaré. Tú y yo nos lo repartiremos como un pastel, y puede que dejemos que la tercera coja un trocito cuando aparezca.

—¿Qué vamos a hacer, Min? —Elayne no tenía intención de decir aquello y mucho menos con un tono gemebundo. Una parte de ella deseaba dejar muy claro que no correría si Rand chasqueaba los dedos, y otra parte deseaba que los chasqueara. Parte de ella quería decir que no compartiría a Rand de ningún modo y con nadie, ni siquiera con una amiga, y que las visiones de Min podían irse a la Fosa de la Perdición; otra parte deseaba abofetear a Rand por hacerles esto a Min y a ella. Todo era tan infantil que sintió ganas de esconder la cabeza, pero al mismo tiempo era incapaz de desenredar la maraña de sentimientos que la abrumaban. Dando un timbre más firme a su voz respondió a su propia pregunta antes que Min—: Lo que vamos a hacer es sentarnos un rato aquí y charlar, pero no sobre Rand. —Dicho y hecho, eligió un lugar donde la capa de hojas muertas era particularmente espesa y el tronco de un árbol resultaba un buen respaldo—. Voy a echarte de menos, Min. Es muy agradable tener una amiga en quien confiar.

La otra joven tomó asiento a su lado, cruzada de piernas, y se puso a coger piedrecillas y a arrojarlas al arroyo.

—Nynaeve es tu amiga. Confías en ella. Y desde luego Birgitte parece serlo también; incluso pasas más tiempo con ella que con Nynaeve. —Un ligero ceño arrugó su frente—. ¿De verdad cree que es la Birgitte de las leyendas? Lo digo por el arco y la coleta, que se mencionan en todos los relatos, aunque su arco no sea de plata, y me cuesta creer que le pusieran ese nombre al nacer.

—Pues es su verdadero nombre —repuso Elayne con cuidado. En cierto modo, era cierto. Mejor cambiar el rumbo de la conversación hacia otro tema—. Nynaeve no ha decidido todavía si soy una amiga o alguien a quien tiene que convencer por la fuerza para que haga las cosas del modo que ella considera correcto. Y recuerda demasiado a menudo que soy la hija de la reina. Creo que a veces lo utiliza en mi contra. Tú nunca haces eso.

—Quizá porque tal circunstancia no me impresiona demasiado. —Min sonreía, pero estaba hablando en serio—. Nací en las Montañas de la Niebla, Elayne, en las minas. El mandato real de tu madre es casi inexistente tan lejos al oeste. —Su sonrisa de desvaneció—. Lo siento, Elayne.

La heredera del trono sofocó la chispa de indignación que afloraba dentro de sí — ¡Min era tan súbdita del Trono del León como Nynaeve!— y recostó la cabeza en el tronco del árbol.

—Hablemos de algo alegre.

El sol estaba alto y sus ardientes rayos pasaban a través del ramaje; el cielo era un limpio manto azul, sin asomo de nubes. Siguiendo un impulso, Elayne se abrió al saidar y dejó que la llenara, como si todo el gozo de la vida en el mundo hubiese sido destilado y cada gota de sangre en sus venas fuese reemplazada con esa esencia. Si fuera capaz de crear una sola nube, sería la señal de que todo saldría bien: su madre estaría viva; Rand la amaría; y Moghedien… Bueno, tendría su merecido, de algún modo. Urdió un tenue tejido en el cielo hasta donde alcanzaba a ver, utilizando Aire y Agua, buscando la humedad para formar una nube. Si pudiera esforzarse lo suficiente… La dulzura se tornó de repente en algo muy próximo al dolor, la señal de peligro; absorber demasiado Poder podía tener como consecuencia que se neutralizara a sí misma. Sólo una nube pequeña.