Me ha sonreído como si quisiera tranquilizarme.
– No temáis, pues, ya que nosotros no os traicionaremos. Aunque detuvieran a alguno de nosotros, no hay riesgo alguno. Hemos acordado que no hablaríamos de ninguno de nosotros con nuestros enemigos.
– ¡Antes, morir! -ha gritado Guillelma, secundada por un gesto de asentimiento de Blaise.
Yo no sabía hacia dónde mirar. La ingenuidad de aquellos seres era digna de maravilla.
¿Creen realmente que los inquisidores sacan información simplemente a través de los juramentos solemnes?
– No nos abandonéis por miedo -ha dicho Berengaria, en tono casi de mando-. Vos sois la oveja extraviada en parajes abruptos. Debéis volver con el rebaño y allí encontraréis fuerza en vuestra fe y haréis el bien a los pobres. Venid el domingo. Venid a uniros a nuestras oraciones después de la misa.
– El domingo que viene es Domingo de Ramos -le he señalado.
– Razón de más para que vengáis. Mejor rendir culto a Cristo entre gente humilde y devota en casa de pobres que entre sacerdotes perversos rodeados de oro.
Ha habido un murmullo de aprobación. Me he visto obligado a asentir y, al hacerlo, Na Berengaria me ha recompensado con una sonrisa de aprobación. La sonrisa todavía se ha dilatado cuando he anunciado que cedía el pergamino sin coste alguno a la sagrada causa de difundir la sabiduría de Pierre Olivi.
– Gracias al dinero que me habéis ahorrado -ha dicho Berengaria mientras me acompañaba afuera de la cocina-, podré suministrar alimento a todo un hospital de leprosos un mes entero.
A continuación, me ha dado una palmada en la mejilla con maternal y diligente indulgencia antes de dejarme en la puerta.
Me parece algo dominante. Hace que me pregunte por su marido, a quien no he visto. ¿Es también hereje? ¿O es tan débil de carácter que no puede impedir que su mujer celebre cultos en su casa con sus amigos herejes?
Seguramente tendré la respuesta el domingo, pues he convenido que iría ese día a su casa con el dedo de la beguina y mis libros heréticos. Quizás entonces descubra más cosas sobre los «fugitivos de injusta persecución», a los que ha hecho referencia Berengaria Donas. ¿Podría ser Jacques Bonet uno de ellos? ¿Aparecerá el domingo por su casa?
¿O ha quedado reducido a un conjunto de huesos requemados escondidos en un barril vacío?
Al ver el contenido del barril, lo primero que se me ocurrió pensar fue que podía tratarse de los restos mortales del familiar desaparecido de Jean de Beaune. ¿Puede haber mejor manera de esconder un cadáver que disfrazándolo de otro cadáver? He pensado que también pudieron hacerlo picadillo y echarlo al fuego de la cocina; sin embargo, he descartado la posibilidad casi enseguida. Hay métodos mejores de deshacerse de los huesos que escondiéndolos en la bodega. Puedes dárselos a un perro. Puedes arrojarlos al Aude lastrándolos con un peso. Puedes enterrarlos debajo de un montón de mierda.
No, suponiendo que Jacques Bonet esté muerto realmente, el último sitio donde podría encontrarlo sería en casa de Berengaria. ¿Cómo iba a invitar a un desconocido a su casa si escondiese en ella el cadáver de una persona asesinada? La única esperanza que me queda es que Jacques haya dejado huellas, señales o algún indicio de su presencia; algo que persista, a pesar de que haga ya mucho tiempo que se haya ido.
Quiera Dios que, si está muerto, lo hayan matado aquellas personas en aquella casa. Así me sentiría más cómodo al tener que cumplir con mi tarea.
XI
EL pobre Martin hoy se siente muy desgraciado. Esta mañana ha venido a trabajar con los ojos irritados y un persistente resuello, pero no me ha dado ninguna explicación sobre la razón de su estado. Le he preguntado si Hugues le había tirado de las orejas o si había sido víctima de alguna otra fechoría de las que no dejan marcas, él lo ha negado.
Tal vez se sienta desgraciado por lo mucho que sufre su madre. O quizá los culpables de su infelicidad sean sus hermanos.
Ojalá no fuera tan bajo y tan delgado.
Creo que no se alimenta lo suficiente. En la familia Moresi, se valen de la Cuaresma como excusa para matar de hambre a los hijos. Antes de salir de casa en dirección al Bourg, le he dado a Martin un poco de pan y le he dicho que a mí no me hacía falta. Se lo ha zampado en un santiamén, como si temiera que al pan le salieran piernas y se le escapara corriendo de las manos. Me ha dicho también que su padre no es partidario de comer en demasía, porque la gula es un pecado terrible que conduce, incluso a los niños, directamente al Infierno. Según Hugues Moresi, los verdaderos santos comen ortigas hervidas y mendrugos, pues Dios no ama a los que se regalan con pasteles, carnes asadas, huevos aderezados con especias y azúcar de pilón.
El corazón se me ha caído a los pies al oírlo. Es el cantar de todo cátaro perfectus y también la opinión compartida por muchos beguinos. Ya puede un hombre ser embustero, tramposo, hipócrita, gandul y un parásito que vive de chupar la sangre al prójimo, porque basta con que ayune y lleve ropas sencillas para que sea tenido por santo. Entre los herejes cataros, hasta los huevos, la carne y la leche son pecados, porque se consideran fruto de la fornicación. Siendo niño, recuerdo que una vez me negaron una loncha de tocino alegando que habría sido nociva para mi alma.
Ni que decir tiene que mi alma tenía nula importancia para la chica que me negó la loncha de tocino, que, por cierto, ella se moría de ganas de comer. Son pocos los creyentes cataros que siguen a pies juntillas los preceptos que rigen la vida de sus sacerdotes. He visto a creyentes que comían cordero y cerdo, huevos, queso, aves y animales de caza de todo tipo, pero a menudo prohibían estos manjares a sus hijos y personas de condición inferior porque se los reservaban para ellos.
Tal vez Hugues Moresi tiene una disposición similar. Tal vez sus opiniones no sean tan heréticas como parecen. Esta, en todo caso, es la tercera vez que adopta una postura comprensiva con los beguinos y sus doctrinas.
¿No habré abierto mi casa a un beguino secreto? Sería sumamente desconcertante si así fuera.
Debo mantener el ojo vigilante con mis inquilinos. Que tengan la cocina limpia y paguen con regularidad son cosas importantes, pero no lo serían si las acompañasen unas creencias espirituales inconvenientes. Por otra parte, me preocupa que esto pueda afectar a Martin. Si su padre no fuera ortodoxo, ¿me correspondería a mí contrarrestar la influencia paterna? No me siento inclinado a ello. Al oír a ese pobre niño despotricando y diciendo sandeces sobre pasteles y ortigas, le he respondido con aspereza.
– Entonces, ¿por qué ha creado Dios los pasteles, si no es para comerlos? -le he dicho-. ¿Qué finalidad tienen los pasteles?
A lo que me ha respondido con semblante enfurruñado. -Los pasteles no los hace Dios, maestro, los hacen las personas.
– Las personas hacen pasteles porque hay harina y manteca para hacerlos. Si no hubiera trigo, no habría harina. Si no hubiera animales, no habría manteca. Dios ha hecho todas esas cosas. Y las ha hecho de una manera especial, haciendo que el trigo pueda molerse y se prepare manteca con la leche. -No he hecho más que citar lo que me decía Bernard Gui, que fue quien me las explicó hace mucho, muchísimo tiempo, cuando yo todavía creía que la carne y la leche eran cosas malas-. Creer que la manteca es pecaminosa es creer que la creación de Dios también es pecaminosa. ¿Eso cree tu corazón?
– ¡No! -Martin ha negado con la cabeza-. No, maestro, yo nunca creería tal cosa.
– La gula es pecado, pero el pecado estriba en la cantidad. Consumir algo en exceso es malo, ya sea azúcar o pan duro. Dudo que tengas barriga suficiente para dar cabida a una excesiva cantidad de ninguna de las dos cosas. No tienes pinta de glotón, chico. No pecas de gordo, precisamente.