– He tratado de ayudarle, señor Luttrell. Pensamos que si le dejábamos venir aquí se quedaría satisfecho. Pero usted tuvo que buscar más. Siempre. Ustedes, los occidentales, siempre quieren más.
Rob estaba desconcertado. ¿De qué hablaba? Karwan se frotaba los ojos con el índice y el pulgar. Aquel yazidi parecía cansado. A través de las rejas de las ventanas Rob pudo oír los ruidos amortiguados de Lalesh: niños riendo y el gorgoteo de una fuente.
Karwan se acercó.
– ¿Qué les pasa a ustedes? ¿Por qué quieren saberlo todo? Breitner era igual. El alemán. Exactamente igual. -Rob abrió los ojos. Karwan asintió-. Sí. Breitner. En Gobekli Tepe…
El joven yazidi examinó de mal humor el dibujo de la alfombra que había delante de él. Su dedo índice seguía el laberinto escarlata del bordado. Parecía estar meditando, decidiendo algo importante. Rob esperó. Tenía la garganta seca. Las muñecas le dolían por culpa de las cuerda.
– ¿Puedo beber algo, Karwan? -preguntó.
El yazidi alargó la mano y cogió una pequeña botella de plástico con agua mineral, la colocó en la boca de Rob y éste bebió, estremeciéndose, jadeando y tragando. Dejó la botella entre los dos sobre el suelo de cemento y Karwan suspiró una segunda vez.
– Le voy a decir la verdad. No tiene sentido seguir ocultándola. Puede que la verdad ayude a los yazidis. Porque las mentiras y los engaños nos están haciendo daño. Yo soy hijo de un jeque yazidi. Un jefe. Pero soy también alguien que ha estudiado nuestra fe desde fuera. Así que me encuentro en una posición especial, señor Luttrell. Puede que eso me permita una cierta… discreción. -Evitaba mirar a Rob directamente. ¿Un reflejo de culpa? Siguió hablando-: Lo que estoy a punto de contarle no ha sido revelado a nadie que no sea yazidi en miles de años. Puede que nunca.
Rob escuchaba con atención. La voz de Karwan era uniforme, casi monótona. Como si aquello fuera un monólogo preparado o algo que había estado pensando durante muchos años, un discurso ensayado.
– Los yazidis creen que Gobekli Tepe es el lugar donde estaba el Jardín del Edén. Seguramente usted ya conoce esta historia. Y creo que nuestras creencias han… dado información a otras religiones. -Se encogió de hombros y exhaló con fuerza-. Como le dije, creemos que somos descendientes directos de Adán. Somos los Hijos de la Vasija. Gobekli Tepe es, por tanto, el hogar de nuestros ancestros. A todos los yazidis de la casta de los sacerdotes, la clase más alta, como yo, se nos dice que tenemos que proteger Gobekli Tepe. Proteger y defender el templo de nuestros antepasados. Por la misma razón, nuestros padres y los padres de nuestros padres nos enseñan que debemos mantener a salvo los secretos de Gobekli. Todo lo que salga de allí debe ser ocultado o destruido. Como aquellos… restos… del museo de Sanliurfa. Ése es nuestro deber como yazidis. Porque nuestros antepasados enterraron Gobekli Tepe bajo toda aquella tierra… por un motivo. -Karwan agarró la botella y bebió un sorbo de agua; miró directamente a Rob, con sus ojos kurdos de color marrón oscuro ardiendo en la penumbra de aquella bodega-. Por supuesto, sé cuál es su pregunta, señor Luttrell. ¿Por qué? ¿Por qué mis antepasados yazidis enterraron Gobekli Tepe? ¿Por qué debemos protegerlo? ¿Qué ocurrió allí? -Karwan sonrió, pero era una sonrisa de dolor, incluso de angustia-. Eso es algo que no se nos ha enseñado. Nadie nos lo dice. No tenemos una tradición escrita. Todo es revelado oralmente, de boca a boca, de oreja a oreja, de padre a hijo. Cuando yo era muy joven le pregunté a mi padre por qué teníamos estas tradiciones, y me contestó: «Porque son tradiciones, eso es todo».
Rob trató de hablar pero Karwan levantó una mano impaciente para callarlo.
– Por supuesto, nada de esto importaba. No durante muchos siglos. Nadie amenazó Gobekli Tepe. Nadie conocía su existencia, excepto los yazidis. Permanecía enterrado bajo su tierra antigua. Pero llegó el alemán, los arqueólogos con sus palas, sus excavadoras y sus máquinas, analizando, excavando, sacando a la luz. Para los yazidis, desenterrar Gobekli es algo terrible. Como abrir una herida horrible. Nos duele. Lo que nuestros antepasados enterraron debe permanecer enterrado; lo que se saca a lo luz tiene que ser ocultado y protegido. Así que nosotros, los yazidis, hicimos que él nos contratara, nos convertimos en sus obreros para poder retrasar la excavación, o incluso detenerla. Y sin embargo, él continuó. Siguió abriendo la herida…
– Entonces, ustedes mataron a Franz y después…
Karwan emitió un gruñido.
– ¡No! Nosotros no somos diablos. No somos asesinos. Tratamos de asustarle. De espantarle, de espantarlos a todos ustedes. Pero debió de caerse. Eso es todo.
– ¿Y el Pulsa Dinura?
– Sí… Sí, por supuesto. Y los problemas en el templo. Tratamos de… ¿cómo se dice…? Tratamos de obstaculizar la excavación, detenerla. Pero el alemán estaba muy decidido. Continuó haciéndolo. Excavando el Jardín del Edén, el jardín de las vasijas. Incluso lo hacía por las noches. Seguramente hubo una discusión. Y él se cayó. Creo que fue un accidente.
Rob trató de protestar. Karwan se encogió de hombros.
– Usted puede creer esto o puede elegir no creerlo. Como desee. Ya estoy harto de mentiras.
– ¿Y qué es el cráneo?
Karwan respiró hondo, despacio.
– No lo sé. Cuando fui a Texas estudié mi propia religión. Vi la… estructura de sus mitos. Desde un punto de vista diferente. Y no lo sé. No sé quién es Melek Taus ni sé qué es el cráneo. La única certeza que tengo es que debemos adorar al cráneo y al pavo real. Y que jamás deberemos reproducirnos con alguien que no sea yazidi; no debemos casarnos nunca fuera de nuestra fe. Porque ustedes, los que no son yazidis, están contaminados.
– ¿Es un animal? ¿El cráneo?
– ¡No lo sé! Créame. Creo… -A Karwan le costaba encontrar las palabras-. Creo que algo ocurrió en Gobekli Tepe. En nuestro templo del Edén. Algo terrible hace diez mil años. De no ser así, ¿por qué lo enterramos? ¿Por qué sepultar aquel hermoso recinto a menos que fuera un lugar de vergüenza o de sufrimiento? Tuvo que haber una razón para ocultarlo.
– ¿Por qué me cuenta esto ahora? ¿Por qué ahora? ¿Por qué a mí?
– Porque usted insistió en venir. No se rindió. Por eso se lo cuento ahora. Ha encontrado las vasijas. Con esos horribles restos. ¿Para qué son? ¿Por qué fueron metidos allí esos bebés? Me aterroriza. Hay demasiadas cosas que desconozco. Lo único que tenemos son mitos y tradiciones. No tenemos un libro que nos lo cuente. Ya no.
En el exterior se volvió oír el sonido de voces. Parecía como si se estuvieran despidiendo. Las voces se unieron a motores de coches que se ponían en marcha. La gente se estaba marchando de Lalesh. Rob quería escribir las palabras de Karwan. Sintió un deseo físico de tomar nota de ello; pero las cuerdas seguían apretándole las muñecas. Lo único que podía hacer era seguir preguntando.
– Entonces, ¿cómo encaja aquí el Libro Negro?
Karwan movió la cabeza.
– Ah, sí. El Libro Negro. ¿Qué es eso? Yo no estoy tan seguro de que sea un libro. Creo que fue alguna prueba, alguna clave, algo que explicaba el gran misterio. Pero ha desaparecido. Nos lo quitaron. Y ahora sólo nos quedan… nuestros cuentos de hadas. Y nuestro ángel pavo real. Es suficiente. Le he contado cosas que nunca debería haber contado a nadie. Pero no he tenido otra opción. El mundo desprecia a los yazidis. Se nos insulta y se nos persigue. Nos llaman adoradores del demonio. ¿Hay algo peor? Quizá si el mundo conociera mejor la verdad, nos trataría mejor. -Dio otro trago a la botella de agua-. Somos los guardianes de un secreto, señor Luttrell, un horrible secreto que no comprendemos. Pero debemos persistir en nuestro silencio y proteger el pasado enterrado. Ésa es nuestra carga. A lo largo de los siglos. Somos los Hijos de la Vasija.