Luego le aseguró que le echaba mucho de menos, y Rob respondió que estaba deseando verla. Después, los dos colgaron. Caminó por la calle de vuelta a su hotel, pensando en comer. Deambulaba contento. Pero cuando se guardó el teléfono en el bolsillo, de pronto se dio cuenta de algo y se paró en seco. De Savary. Cambridge. Los asesinatos.
Quedaba todavía una parte de historia sin resolver. La parte británica. Aquello no había terminado. Simplemente, había cambiado.
De sentirse feliz y satisfecho, Rob pasó ahora a estar de nuevo tenso y hambriento. Preparado para la acción. Listo para el siguiente episodio. Más que eso, estaba preocupado de que pudiera ocurrir algo mientras él no estuviera. Necesitaba volver a Inglaterra lo más rápido posible. Quizá pudiera conseguir otro vuelo vía Estambul. O alquilar un avión…
Su cuerpo se estremeció por el hormigueo de una nueva preocupación.
36
Forrester y Boijer miraban el río Estigia. -Lo recuerdo del colegio -dijo Boijer-. El Estigia es el río que rodea el mundo de los muertos. Nosotros lo hemos cruzado para llegar al país de los fantasmas.
Forrester miró hacia la fría, húmeda y subterránea oscuridad. El río Estigia no era muy ancho, pero avanzaba con fuerza. Caía por su antiguo canal y después giraba en una esquina rocosa y desaparecía en las cuevas y cavernas. Era un buen lugar para abandonar esta vida terrenal. La única nota discordante la ponía una vieja bolsa de patatas fritas Kettle en la orilla de enfrente.
– Por supuesto -interrumpió el guía-, Estigia no se trata más c]ue de un nombre que le pusieron. En realidad, se trata de un río artificial construido por el segundo baronet Francis Dashwood cuando se reformaron las cuevas. Aunque hay muchos ríos y acuíferos de verdad en estas cuevas de caliza y pedernal. Es un laberinto infinito.
El guía, Kevin Bigglestone, se apartó su flequillo castaño y sonrió a los policías.
– ¿Les enseño el resto?
– Adelante.
Bigglestone comenzó su visita guiada de las cuevas del Fuego del Infierno a casi diez kilómetros de la casa Dashwood en West Wy combe.
– Muy bien -dijo-. Ya hemos llegado.
Levantó su paraguas como si fuera guiando a un grupo turístico, Boijer se rió con disimulo; Forrester le dedicó a su subalterno una mirada de atención. Necesitaban a ese tipo. Necesitaban la cooperación de todos los de West Wycombe si querían que su plan funcionara.
– Y bien -dijo Bigglestone con su cara gordinflona apenas visible en la oscuridad de las cuevas-, ¿qué sabemos del Club del Fuego del Infierno del siglo XVIII? ¿Por qué se reunían aquí, en estas frías y húmedas cavernas? Durante el siglo XVI surgieron en Europa varias sociedades secretas, tales como la Rosacruz. Todas ellas estaban comprometidas con el librepensamiento, las tradiciones ocultistas y la in vestigación de los misterios de la fe. En el siglo XVIII, los miembros de la élite de esas sociedades se sentían embargados por la idea de que po drían encontrarse pruebas en Tierra Santa, textos y materiales que socavaran la base histórica y teológica de la cristiandad. Quizá de todos los credos importantes. -El guía volvió a levantar su paraguas-. Por supuesto, aquello no era más que una ilusión, en una época de anticlericalismo y laicismo revolucionario. Pero estas leyendas y tradiciones fueron suficientes para tentar a algunos hombres muy ricos… Se acercó al puente que cruzaba el Estigia y se dio la vuelta-. Ciertos miembros inconformistas de la aristocracia inglesa se sintieron especialmente intrigados por aquellos rumores. De hecho, uno de ellos, el segundo barón Le Despencer, sir Francis Dashwood, viajó por Turquía en el siglo XVIII en busca de la verdad. Cuando volvió estaba tan inspirado por lo que había encontrado que fundó el primer club del Diván y después el Club del Fuego del Infierno. Y uno de los propósitos del Club del Fuego del Infierno era desprestigiar y refutar la fe establecida.
– ¿Cómo sabemos esto? -le interrumpió Forrester.
– Existen abundantes pruebas en esta zona que revelan el desprecio de Dashwood por la fe ortodoxa. Por ejemplo, adoptó el lema Fay ce que voudras, o «Haz lo que quieras». Esto fue copiado de Rabe lais, un gran escritor crítico con la Iglesia. De aquel lema se apropió luego el diabolista Aleister Crowley en el siglo xx y ahora suele ser comúnmente utilizado por los satánicos de todo el mundo. Dashwood hizo inscribir este lema sobre el arco de entrada de la abadía de Medmenham, un edificio en ruinas cerca de aquí que alquilaba para fiestas.
– Eso es cierto, señor -dijo Boijer, mirando a Forrester-. Lo he visto esta mañana.
Bigglestone les invitó a seguirle mientras seguía ofreciéndoles el discurso de la visita guiada.
– En 1752 Dashwood realizó otro viaje hacia el este, esta vez a Italia. Lo hizo en secreto. Nadie está seguro de adónde fue. Una de las teorías apunta a que se dirigió a Venecia a comprar libros sobre magia. Otros expertos creen que pudo haber visitado Nápoles para ver las excavaciones de un burdel romano.
– ¿Por qué haría eso?
– ¡Dashwood era un hombre muy libidinoso, inspector Forrester! En los jardines de West Wycombe hay una estatua de Príapo, el dios griego que sufre una erección constante.
Boijer se rió.
– Debería dejar de tomar viagra.
Bigglestone ignoró la interrupción.
– Bajo la estatua de Príapo, Dashwood hizo que su escultor grabara la inscripción Peni tento non penitenti. Es decir, «Pene en tensión, no penitente», lo cual confirma, como puede ver, inspector Forrester, su firme rechazo del cristianismo, de la moralidad religiosa.
Ahora caminaban por la caverna principal. Bigglestone hundió su paraguas en el aire húmedo, como si fuera abriendo un camino.
– Miren aquí. Según Horace Walpole, estas pequeñas cuevas estaban equipadas con camas para que los hermanos pudieran practicar su deporte con mujeres jóvenes. Las fiestas de sexo eran muy habituales en estas cuevas en tiempos de Dashwood. Igual que las fiestas para emborracharse. También ha habido rumores de adoración al diablo, masturbaciones en grupo y cosas así.
Habían entrado en una cueva más grande, esta vez con esculturas góticas y tallas religiosas. Una versión algo burlesca de una iglesia.
El guía levantó en alto su paraguas.
– Justo encima de nosotros está la iglesia de St Lawrence, construida por el mismo Francis Dashwood. El techo de la iglesia es una copia exacta del techo del destruido templo del Sol de Palmira, en Siria. Francis Dashwood no sólo estaba influenciado por los misterios de la Antigüedad, sino también por los cultos al sol de la Antigüedad. Pero, ¿en qué creía él realmente? Ése es un tema de discusión. Algunos aseguran que su visión política y espiritual puede ser resumida de esta forma: que Gran Bretaña debería estar gobernado por una élite; y que esta élite de nobles debería practicar una religión pagana. -Sonrió-. Y, sin embargo, unida a esta perspectiva había una decidida tendencia al libertinaje: orgías de borrachos, insultos blasfemos, etcétera. Todo lo cual da lugar a una pregunta: ¿cuál era la verdadero base del club?