Tenemos a su hija, Rob. Si quiere que se la devolvamos debe darnos el Libro Negro. O decirnos exactamente dónde está. De otro modo, morirá. De una forma que no le diré. Estoy seguro de que su imaginación puede hacer el resto. Tampoco le hemos hecho nada a su novia, pero la mataremos de igual modo si usted no nos ayuda.
Rob quiso estampar el ordenador contra la pared. Pero continuó leyendo. Quedaba mucho más.
Por cierto, he leído su artículo sobre los palestinos. Muy conmovedor. Desgarrador. Escribe con una prosa bastante efectiva cuando no es tan previsiblemente liberal. Pero me pregunto si alguna vez ha pensado de verdad en la situación israelí y en lo que en ella subyace. ¿Lo ha hecho, Rob?
Mírelo de este modo: ¿A quién tiene más miedo? En lo que a razas se refiere, ¿cuál de ellas le pone más nervioso en el fondo? Me atrevería a decir que son los negros, los africanos, ¿verdad? Tengo razón, ¿no? ¿Se cruza de acera cuando ve una pandilla de jóvenes negros con sus capuchas por las calles de Londres? Si es así, no es el único, Rob. Todos lo hacemos. Y el miedo a los negros es estadísticamente lógico, por lo que respecta a delitos callejeros menores. Es mucho más probable que le asalte y le robe un negro que un blanco, por no hablar de los japoneses o los coreanos, dada la proporción de gente negra en la población general.
Pero piénselo un poco más.
He leído sus artículos y sé que no es estúpido. Puede que sí sea imbécil en lo que se refiere a la política, pero no es estúpido. Así que, piense. ¿Qué raza es la que de verdad asesina más? ¿Cuál de las razas humanas es la más letal?
La de los listos, ¿verdad?
Profundicemos en ello. Usted tiene miedo a los negros. Pero, en realidad, ¿cuántas personas han sido asesinadas por africanos a nivel global? ¿Por ejércitos africanos? ¿Por el poder africano? ¿Unos cuantos miles? ¿Quizá unos cientos de miles? Y eso en lo que respecta a toda África. Así que ya ve: en proporción, no son tan peligrosos. Son muy caóticos y claramente incapaces de autogobernarse, pero no son peligrosos a escala mundial. Ahora hablemos de los árabes. Los árabes apenas han llegado a dominar la informática. No han conseguido invadir a nadie desde el siglo XV. El 11 de septiembre fue su mejor intento de matar a montones de personas en doscientos años. Y mataron a tres mil. Los americanos podrían bombardear con napalm a esa misma cantidad en un solo minuto. Por control remoto.
Entonces, ¿cuál es el pueblo organizado que de verdad asesina, Rob? Por ello, necesitamos ir al norte. Donde están los inteligentes.
Entre las naciones europeas, los británicos y los alemanes han asesinado más que ningún otro. Veamos el Imperio Británico. Los británicos eliminaron del mapa a los aborígenes de Tasmania, por completo. Los asesinaron absolutamente a todos. Los británicos de Tasmania tenían de hecho un deporte en el que salían a cazarlos. Un deporte sangriento, como la caza del zorro.
El único pueblo europeo que puede asemejarse al británico en puros términos letales es el alemán. Tardaron en ponerse a la altura, sin imperio ni nada, pero lo hicieron bastante bien en el siglo XX. Se cargaron a seis millones de judíos. Asesinaron a cinco millones de polacos y puede que entre diez y veinte millones de rusos. Demasiados para contarlos. ¿Y cuáles son los coeficientes intelectuales de los británicos y de los alemanes? En torno al ciento dos y ciento cinco, significativamente por encima de la media y muy por encima de otras razas. Este pequeño margen es lo suficientemente importante para convertir a los británicos y a los alemanes en algunos de los pueblos más letales del mundo, así como los más inteligentes.
Pero vayamos más lejos. ¿Quién es aún más inteligente que los británicos y los alemanes, Rob? Los chinos. Tienen una media de coeficiente intelectual de ciento siete. Y los chinos asesinaron quizá a cien millones en el siglo XX. Por supuesto, asesinaron a su propia gente, pero sobre gustos no hay nada escrito.
Y vayamos a los que están en lo más alto.
Por número de población, ¿quién tiene más probabilidad de matarle? ¿Los alemanes o los británicos? ¿Un negro o un chino? ¿Un coreano o un kazajo? ¿Un nigeriano o un italiano?
No. Son los judíos. Los judíos han asesinado a más personas en este planeta que ningún otro. Por supuesto, dado el diminuto tamaño de la población judía han tenido que hacer su masacre a través de apoderados, por así decirlo, aprovechando el poder de otras naciones o haciendo que otros países luchen entre sí. Viven y matan utilizando su inteligencia como arma. Y no se puede negar a cuántos han pasado por la espada. Piénselo. Los judíos inventaron el cristianismo, ¿cuántos han muerto por la cruz? ¿Cincuenta millones? Los judíos soñaron con el comunismo. Otros cien millones. Después está la bomba atómica. Inventada por judíos. ¿A cuántos matará?
Los judíos, disfrazados de neoconservadores, incluso idearon la segunda guerra de Iraq. Sí, ésa fue una operación corta comparada con lo que acostumbran. Sólo mataron a un millón. Muy poca cosa. Pero, al menos, se mantienen en forma. Quizá estén ensayando para la gran guerra entre el islam y la cristiandad. Se acerca lo que todos sabemos, y los judíos comenzarán lo que todos sabemos. Pero ellos empiezan todas las guerras; porque son muy listos.
¿Cuál es la media del coeficiente intelectual del judío asquenazí? Ciento quince. Son, con diferencia, la raza más inteligente del planeta. Y es más probable que los judíos le quiten la vida, según su historial, que ningún otro. Sólo que no lo hacen en la calle, con una navaja, buscando diez dólares para comprar crack.
Kob se quedó mirando el correo. Aquella basura racista resultaba casi hiriente por su psicosis. Era de una demencia vertiginosa. Pero probablemente hubiera en ella alguna clave.
Volvió a leerlo dos veces más. Después cogió el teléfono y llamó al inspector Forrester.
39
El inspector Forrester estaba al teléfono, concertando una reunión con Janice Edwards. Quería preguntarle su opinión sobre el caso Cloncurry porque era experta en psicología evolutiva. Había escrito libros sobre la materia, densos, pero con buena acogida.
La secretaria de la terapeuta fue evasiva. Le dijo que Janice estaba muy ocupada y que la única hora que tenía disponible en la semana era al día siguiente, en el Real Instituto de Cirugía para sus reuniones mensuales con la fundación del instituto.
– Bueno. Está bien. Entonces la veré allí.
La secretaria dejó escapar un suspiro.
– Tomo nota.
A la mañana siguiente Forrester cogió el metro hasta Holborn y esperó en el vestíbulo lleno de columnas del instituto hasta que Janice llegó para conducirlo al interior del enorme y resplandeciente museo de acero y cristal del edificio, puesto que aquél era «un lugar agradable para charlar».
El museo era impresionante. Un laberinto de enormes estantes de cristal llenos de tarros y muestras.
– A esto se le llama la Galería de Cristal -dijo Janice, señalando a los relucientes estantes de disecciones-. Fue restaurada hace un par de años. Estamos muy orgullosos de ella. Costó millones.
Forrester asintió con educación.
– Aquí está uno de mis objetos preferidos -le explicó la doctora-. ¿Ve? La garganta conservada de un suicida. Este hombre se cortó la garganta. Puede verse la explosión en la carne. Hunter era un disector brillante -dijo, sonriendo a Forrester-. Y bien. ¿Qué me decía, Mark?
– ¿Cree que puede haber un gen asesino?
– No -contestó, moviendo la cabeza.
– ¿Ninguno?
– Ni un solo gen. No. Pero quizá sí una agrupación de genes. No pienso que sea imposible. Pero no se sabe con seguridad. Es una ciencia incipiente.
– Bien.
– No hemos hecho más que empezar a descifrar la genética. Por ejemplo, ¿alguna vez ha pensado en la interconexión entre la homosexualidad y el alto nivel de inteligencia?
– ¿La hay?