Seguramente habían ido a Irlanda.
Todo aquello era muy plausible. Pero Forrester pensó que era necesario que, al hablar con Rob, se añadiera aquella teoría extraña que lo apoyara sobre las víctimas enterradas, la fosa de Ribemont, Catalhóyük y un asesino llamado Gacy y el hecho de que Cloncurry elegiría algún lugar cercano a las víctimas de sus antepasados… En ese momento, Rob colgó.
Estaba poco convencido de que Forrester tuviera razón con esas especulaciones psicológicas. No parecía más que una corazonada y él no creía en ellas. No se fiaba de nadie. Ni siquiera de sí mismo. En lo único en lo que podía confiar era en la sinceridad del odio que sentía hacia su propia persona y en la ferocidad de su angustia.
Aquella noche se acostó y durmió durante tres horas. Soñó con un animal crucificado que lloraba en la cruz; puede que fuera un cerdo o un perro. Cuando se despertó, estaba amaneciendo. La imagen del animal clavado se le quedó grabada en la mente. Tomó un valium. Cuando se volvió a despertar era mediodía. Su teléfono móvil estaba sonando. ¡Sonando! Corrió hasta la mesa y contestó.
– ¿Sí? Hola.
– Rob.
Era… Isobel. Sintió que su ánimo caía en picado; le gustaba Isobel y la admiraba, ansiaba su inteligencia y ayuda, pero en ese momento sólo quería oír a la policía, la policía, la policía.
– Isobel…
– ¿No ha habido noticias?
Él suspiró.
– No. No desde la última vez. Nada. Sólo… sólo estos jodidos correos de Cloncurry. Los vídeos…
– Robert, lo siento. Lo siento mucho. Pero… -Hizo una pausa. Rob podía imaginársela en su preciosa casa de madera, mirando el azul del mar de Turquía. Aquella imagen era desgarradora y le recordaba a cómo él y Christine se habían enamorado. Allí, bajo las estrellas del Marmara.
– Robert, he tenido una idea.
– ¿Aja?
– Sobre el Libro Negro.
– Muy bien… -Apenas podía mostrar interés.
Isobel no permitió que eso la disuadiera.
– Escúchame, Rob. Eso es lo que están buscando estos cabrones, ¿no? El Libro Negro. Están absolutamente desesperados. Y tú les has dicho que puedes encontrarlo, que lo has encontrado o lo que sea para que ellos sigan… ¿Correcto?
– Sí, pero… Isobel, no lo tenemos. No tenemos ni idea de dónde está.
– ¡Pues de eso se trata! Imagínate que sí lo encontramos. Si localizamos el Libro Negro tendremos verdadero poder sobre ellos, ¿no? Podremos… hacer un intercambio…, negociar… ¿Entiendes lo que quiero decir?
El periodista asintió bruscamente. Deseaba que esta llamada le diera fuerzas y le alentara. Pero estaba muy cansado.
Isobel siguió hablando. Mientras lo hacía, Rob caminaba descalzo por el apartamento sosteniendo el teléfono bajo barbilla. Después, se sentó en la mesa y miró el ordenador encendido. No había correos de Cloncurry. Nada nuevo.
Isobel continuaba hablando; Rob trataba de concentrarse.
– Isobel, no te he oído, perdona. ¿Lo puedes repetir?
– Claro… -Dejó escapar un suspiro-. Déjame que te lo explique. Creo que ellos, la banda, pueden estar llamando a la puerta equivocada en lo que respecta al libro.
– ¿Por qué?
– He estado investigando. Sabemos, por un lado, que la banda estaba interesada en Layard, el asiriólogo que conoció a los yazidis, ¿correcto?
Un leve recuerdo pasó por la mente de Rob.
– ¿Te refieres a lo del robo en el colegio?
– Sí. -La voz de Isobel sonó fría ahora-. Austen Henry Layard, que promovió el Pórtico de Nínive del colegio Canford. Es famoso por haberse reunido con los yazidis en 1847.
– Bien…, eso ya lo sabemos…
– ¡Pero lo cierto es que se reunió con ellos dos veces! Volvió a verlos en 1850.
– De acuerdo… ¿y?
– Está todo en este libro que tengo. Lo acabo de recordar. Aquí. La conquista de Asiría. Dice así: Layard fue a Lalesh en 1847. Como ya sabemos. Después regresó a Constantinopla y se reunió con el embajador británico en la Sublime Puerta.
– Sublime…
– Puerta. El Imperio Otomano. El embajador se llamaba sir Stratford Canning. Y ahí es cuando todo cambia. Dos años más tarde, Layard vuelve otra vez con los yazidis y esta vez consigue un logro inexplicable y encuentra todas las antigüedades que le hicieron famoso. Y todo esto es cierto. Está en los libros de historia. ¿Lo entiendes?
Rob trataba de apartar de su mente la imagen de su hija. Las mordazas de cuero…
– Lo cierto es que no. No tengo ni la más remota idea de lo que quieres decir.
– Muy bien, Rob. Perdona. Iré directa al grano. En su primera expedición, Layard fue a Lalesh. Mi opinión es que cuando estuvo allí, los yazidis le hablaron del Libro Negro y de cómo un inglés, Jerusa lem Whaley, se lo había llevado. Layard fue el primer británico que habían conocido los yazidis y, probablemente, el primer occidental desde la visita de Whaley. Así que tiene todo el sentido. Debieron de decirle que querían que les devolvieran el libro.
– Hummm…, puede ser.
– Así que Layard va a Constantinopla y le habla al embajador Cannings sobre sus descubrimientos. Sabemos con seguridad que se vieron. Y también sabemos que sir Stratford Canning era un angloir landés de ascendencia protestante.
Rob pudo por fin discernir débilmente adónde iba a parar.
– ¿Canning era irlandés?
– Sí. De la aristocracia angloirlandesa. Una pequeña camarilla. Personas como Whaley y lord Saint Leger. Los miembros del Fuego del Infierno. Todos ellos están relacionados.
– Pues sí, es curioso. Pero ¿cómo concuerda todo esto?
– Más o menos en la misma época corrieron rumores en Irlanda sobre un tal Edward Hincks.
– ¿Cómo? Me estoy liando.
– Hincks fue un clérigo irlandés de Cork poco conocido. ¡Él solo consiguió descifrar la escritura cuneiforme! Todo esto es cierto, Rob. Búscalo en internet. Éste es uno de los mayores misterios de la asirio logía. Toda la Europa culta trataba de descifrar la escritura cuneiforme y, de repente, ese párroco rural irlandés les aventaja a todos. ¿Cómo es que Hincks la descifró de pronto? Era un insignificante clérigo protestante que vivía en mitad de ninguna parte, en el culo del mundo irlandés.
– ¿Crees que encontró el libro?
– Creo que Hincks encontró el Libro Negro. El libro estaba escrito casi por completo en caracteres cuneiformes, así que Hincks debió de encontrarlo de alguna forma en Irlanda y lo tradujo, lo descifró y se dio cuenta de que había encontrado el tesoro de Whaley. El famoso texto de los yazidis que antes tenían los del Club del Fuego del Infierno. Quizá tratara de mantenerlo en secreto. Sólo unos cuantos protestantes irlandeses encopetados sabían lo que había encontrado Hincks, personas que, para empezar, ya estaban al corriente de la historia de Whaley y del club irlandés del Fuego del Infierno.
– ¿Te refieres a los aristócratas irlandeses? ¿Gente como… Can ning?
Isobel casi emitió un chillido.
– Eso es, Rob. Sir Stratford Canning era enormemente importante en los círculos angloirlandeses. Como muchos de su clase, no hay duda de que se avergonzaba del pasado del club. Así que, cuando oyó que habían encontrado el libro de Whaley, Canning tuvo una estupenda idea que resolvería todos los problemas que tenían. Querían librarse del libro y él sabía que Layard necesitaba dárselo a los yazidis. Y Hincks lo encontró.