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– Y así el Libro Negro fue enviado de vuelta a Constantinopla…

– Y volvió por fin a los yazidis… ¡por medio de Austen Layard!

Se hizo el silencio en el teléfono. Rob sopesó todo aquello. Trataba de no pensar en su hija.

– Bueno, es una teoría…

– Es más que una teoría, Rob. ¡Escucha esto! -Rob pudo oír cómo pasaba las páginas de un libro-. Aquí. Escucha. Éste es el verdadero relato de la segunda visita de Layard a los yazidis: «Cuando se rumoreó entre los yazidis que Layard había vuelto a Constantino pla, se decidió enviar a cuatro sacerdotes yazidis y a un jefe», y se dirigieron todos a Constantinopla.

– ¿Y?

– Hay más. Tras unas «negociaciones secretas» con Layard y Canning en la capital otomana, Layard y los yazidis se dirigieron después hacia el este, al Kurdistán, de vuelta a la tierra de los yazidis. -Isobel tomó aire y luego citó textualmente-: «El trayecto desde el lago Van a Mosul se convirtió en un desfile triunfal… Layard recibió cálidas muestras de gratitud. Era a él a quien habían acudido los yazidis y había demostrado que era digno de su confianza». Después de aquello, el grupo continuó su camino por los pueblos yazidis hasta Urfa acompañado por «cientos de personas que cantaban y gritaban».

Rob podía notar la emoción de Isobel, pero era incapaz de compartirla. Mientras miraba apesadumbrado el cielo nublado de Londres, dijo:

– Vale. Ya entiendo. Puede que tengas razón. El Libro Negro está, por tanto, en Kurdistán. En algún lugar. No en Gran Bretaña ni en Irlanda. Al final, Layard lo devolvió. La banda se equivoca. Está claro.

– Por supuesto, cariño -repuso Isobel-. Pero no es sólo que esté en el Kurdistán. Está en Urfa. ¿Entiendes? El libro dice Urfa. Por supuesto que Lalesh es la capital sagrada de los yazidis, pero la antigua capital administrativa, la política, es Urfa. ¡El libro está en Sanliurfa! Oculto en algún lugar. Layard lo llevó allí, a los yazidis. Y a cambio, éstos le dijeron dónde encontraría las grandes piezas antiguas, el obelisco de Nínive y el resto. Y Canning y Layard consiguieron la fama que deseaban. ¡Todo encaja!

La boca de Rob se secó. Sintió un impulso de desesperación sarcástica.

– Muy bien. Estupendo, Izzy. Es posible. Pero ¿cómo demonios lo encontramos? ¿Cómo? Los yazidis trataron de matarnos. Sanliurfa es un lugar en el que no somos bienvenidos. ¿Sugieres que simplemente volvamos y les pidamos que nos den su texto sagrado? ¿Hay algo más que quieres que hagamos de paso? ¿Caminar quizá sobre el lago Van?

– No estoy hablando de ti. -Isobel suspiró con fuerza-. Me refiero a mí. ¡Esto es una oportunidad para mí! Tengo amigos en Urfa. Y si puedo llegar primero al Libro Negro, aunque sólo sea pedirlo prestado durante unas horas para hacer una copia, tendremos algo para Cloncurry. Podremos intercambiar nuestro conocimiento por Lizzie y Christine. Conozco bien a los yazidis. Creo que puedo encontrarlo. Encontrar el libro.

– Isobel…

– ¡No vas a disuadirme! Me voy a Sanliurfa, Rob. Voy a encontrar el libro para ti. Christine es mi amiga. Y tu hija es como si fuera mía. Quiero ayudar. Puedo hacerlo. Confía en mí.

– Pero, Isobel, es peligroso. Es una locura. Y los yazidis a los que yo vi creen de verdad que el libro sigue en Gran Bretaña. ¿Qué me dices de eso? Y luego está Kiribali…

La mujer soltó una risa ahogada.

– Kiribali no me conoce. Y, de todas formas, tengo sesenta y seis años. Si soy decapitada por unos nestorianos psicópatas, que así sea. Así no tendré que preocuparme de ir a graduarme de nuevo la vista. Pero creo que estaré bien, Rob. Ya tengo una idea de dónde puede estar el libro. Y tomo un vuelo para Urfa esta noche.

Rob puso reparos. La esperanza que le ofrecía Isobel era remota, muy remota, pero también le atraía; quizá porque, en realidad, no tenía ninguna otra esperanza. Y también sabía que Isobel estaba arriesgando su vida, cualquiera que fuera el resultado.

– Gracias, Isobel. Gracias. Pase lo que pase, gracias por esto.

– De nada. Vamos a salvar a esas chicas, Rob. Te veré pronto. ¡Os veré a los tres!

Rob se volvió a sentar y se frotó los ojos. Después salió y estuvo fuera toda la tarde, bebiendo solo en un bar. Al regresar a casa no pudo soportar el silencio, así que volvió a las calles para seguir bebiendo. Fue de bar en bar, bebiendo despacio y a solas, mirando el móvil cada cinco minutos. Al día siguiente hizo lo mismo. Y al siguiente. Llamó Sally cinco veces. Llamaron sus amigos de The Times. Llamó Steve. Llamó Sally. La policía guardaba silencio.

Y mientras tanto, Isobel lo llamaba casi a cada hora contándole sus avances en Urfa. Dijo que creía que se encontraba «cerca de la verdad, cerca del libro». Le contó que algunos de los yazidis negaron tener el libro, pero que otros pensaban que ella tenía razón, que el libro había sido devuelto, pero que no sabían dónde estaba escondido.

– Estoy cerca -dijo-. Muy cerca.

Rob pudo escuchar de fondo el sonido de los almuecines en aquella última llamada, detrás de la voz fervientemente animada de Isobel. Era una sensación terrible la de oír el bullicio de Sanliurfa. Si no hubiera estado nunca allí, nada de esto habría pasado. No quería volver a pensar en el Kurdistán nunca más.

Durante los dos días siguientes Rob no hizo otra cosa que atormentarse. Isobel dejó de llamarle. Steve dejó de telefonearle tanto. El silencio le resultaba insoportable. Trató de beber té y de tranquilizar a Sally. Fue al supermercado a comprar vodka; después volvió a casa y se fue directo al ordenador, una vez más. Lo hacía ya de forma rutinaria, sin esperar nada.

Pero esta vez estaba el pequeño dibujo de un sobre en la pantalla. Había llegado un nuevo correo y era de… Cloncurry.

Rob abrió el mensaje con los dientes apretados por la tensión.

El correo estaba vacío; no había más que un enlace para ver un vídeo. Rob hizo clic sobre él. La pantalla burbujeó y se quedó en blanco. Luego Rob vio a Christine y a su hija en una habitación vacía, de nuevo atadas a unas sillas. Aquella habitación era un poco diferente, más pequeña que la última. La ropa de las prisioneras había cambiado. Estaba claro que las habían trasladado.

Pero no fue aquello lo que hizo que Rob se estremeciera con un fuerte y nuevo temor y una angustia más profunda, sino el hecho de que las dos rehenes estuvieran encapuchadas. Alguien había puesto unas capuchas negras y gruesas sobre las cabezas de las chicas.

El periodista hizo una mueca de dolor. Recordó su propio terror bajo aquella capucha negra y pestilente en Lalesh. Mirando a la oscuridad.

Aquellas nuevas e inquietantes imágenes del vídeo de Lizzie y Christine en silencio, encapuchadas y atadas a las sillas duraron tres minutos muy largos. Después apareció Cloncurry hablando a la cámara.

Rob miró fijamente aquel rostro delgado y atractivo.

– ¡Hola, Rob! Como puede ver nos hemos mudado a un lugar más excitante. Las chicas llevan capuchas porque queremos acojonar las. Y bien. Cuénteme algo del Libro Negro. ¿Se está ocupando de ello? Necesito saberlo. Necesito que me mantenga totalmente informado. Por favor, no se guarde secretos. No me gustan los secretos. Los secretos de familia son algo horrible, ¿no cree? Así que, cuénteme. Si todavía quiere a su familia, si no quiere que su familia muera, cuénteme. Hágalo pronto. No me obligue a hacer lo que no quiero.

Cloncurry miró hacia otro lado. Parecía hablar con alguien detrás de la cámara. Susurraba. Rob pudo oír risas procedentes del otro lado. Luego Cloncurry volvió a mirar al objetivo.

– Pero vayamos a lo importante, Rob. Ya sabe lo que me gusta hacer. Ya conoce mi especialidad. El sacrificio, ¿no? El sacrificio humano. Pero el problema es que tengo mucho entre lo que elegir. Es decir, ¿cómo quiere que mate a su hija? ¿Y a Christine? Porque hay muchas formas de sacrificio, ¿verdad? ¿Cuáles son sus favoritas, Rob? Yo prefiero las vikingas. ¿Usted no? El águila de sangre, por ejemplo. Creo que el profesor se asustó mucho cuando le sacamos los pulmones. Pero podríamos haber sido mucho más… crueles. -Cloncurry sonrió.