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– ¿Por qué no lo destruyó él mismo?

– ¿Quién sabe? El Libro Negro es un extraordinario… tesoro oculto. Una revelación tan terrorífica, Rob, que quizá no se atreviera a hacerlo. Debió de sentirse orgulloso por su descubrimiento. Había encontrado lo que el gran Dashwood no logró. Él. El humilde Tom Whaley, de un lugar remoto de la Irlanda colonial, había superado al ministro británico. Debió de sentirse orgulloso de sí mismo. Así que, en lugar de destruirlo, lo ocultó. En un lugar concreto en el que ha estado olvidado a lo largo del tiempo. De ahí nuestra heroica búsqueda del descubrimiento de mi antepasado. Pero aquí viene lo curioso, Rob. ¿Me escucha?

Definitivamente, la policía estaba haciendo algo. Rob pudo ver hombres armados saliendo de la carpa. Oyó órdenes dadas entre susurros. Podía sentir la actividad: las pantallas de vídeo parpadeaban con imágenes en movimiento. Al mismo tiempo, la banda parecía estar levantando algo en el jardín. Era una gran estaca de madera. Como algo que se podría utilizar para empalar.

Rob sabía que tenía que hacer que Cloncurry siguiera hablando; permaneció tranquilo y le pidió al asesino que continuara.

– Siga, siga. Le escucho.

– Whaley dijo que si alguna vez se desenterraba un templo de Turquía…

– ¿Gobekli Tepe?

– Muy listo. Gobekli Tepe. Whaley le dijo a sus confidentes exactamente lo que los yazidis le habían dicho a éclass="underline" que si alguna vez se desenterraba Gobekli Tepe debería destruirse el Libro Negro.

– ¿Por qué?

– Ésa es la jodida cuestión, imbécil. Porque en las manos adecuadas, visto de la forma correcta y combinado con las pruebas de Gobekli, el libro es algo que pondrá el mundo patas arriba, Rob. Lo cambiaría todo. Rebajaría y degradaría a la sociedad. No sólo a las religiones. Toda la estructura de nuestras vidas, la forma de existencia del mundo, correría peligro si se revelara la verdad. -Cloncurry se acercó mucho a la cámara. Su rostro invadió toda la pantalla-. Ésa es la gran ironía de esto, Rob. Desde el primer momento he estado tratando de protegerles a ustedes de sí mismos, estúpidos, proteger a toda la humanidad. Ésa es la labor de los Cloncurry. Protegerles a todos ustedes. Encontrar el libro si es necesario y destruirlo. ¡Salvarlos a todos! ¿Sabe? Prácticamente somos santos. Espero una invitación por correo electrónico del Papa cualquier día de éstos. -La sonrisa de serpiente había vuelto.

Rob miró las pantallas que había tras el ordenador portátil. Pudo ver movimiento. Una de las cámaras mostraba tres figuras claramente ar madas, avanzando lentamente hacia el jardín de la casa. Tenía que ser la policía. Entrando. Mientras trataba de concentrarse en la conversación ron Cloncurry se dio cuenta de que probablemente éste estuviera inten tando hacer exactamente lo mismo: distraer a Rob y a la policía.

Pero Dooley y sus hombres habían visto la estaca de madera; sabían que ése era el momento. Rob miró el perfil de su hija. Atada a su silla, divisándola por encima del hombro de Cloncurry. Con un enorme esfuerzo, Rob controló sus emociones.

– ¿Y por qué tanta violencia? ¿Por qué matar? Si sólo quería el li bro de los yazidis, ¿por qué todos los sacrificios?

El rostro del ordenador frunció el ceño.

– Porque soy un Cloncurry. Descendemos de los Whaley. Ellos descienden de Oliver Cromwell. ¿Capisce? ¿Ha oído el asunto de las personas que se quemaron allí? ¿Personas quemándose en las igle sias? ¿Delante de una gran audiencia? Se oyó a Cromwell reír cuando mataba a gente en la batalla.

– ¿Y?

– Échele la culpa a mi jodido haplotipo. Pregúntele a mi doble hé lice. Eche un vistazo a la secuencia genética disbindina DTNBP-1.

Rob trataba de no pensar en su hija. Empalada.

– Entonces, ¿está diciendo que usted heredó este rasgo?

Cloncurry aplaudió con sarcasmo.

– Brillante, Holmes. Sí. Está bastante claro que soy un psicópata ¿Cuántas pruebas quiere? Siga sintonizando este canal y podrá verme comiéndome el cerebro de su hija. Con patatas al horno. ¿Esa prueba es suficiente?

Rob se tragó la rabia. Tenía que mantener a Cloncurry allí y a Lizzi a la vista a través de la webcam. Y eso significaba tener que escuchar ese loco despotricando. Hizo un gesto de asentimiento.

– Por supuesto que tengo los jodidos genes de la violencia, Rob. Y es bastante curioso que también tenga los genes de una gran inteligencia. ¿Sabe cuál es mi coeficiente intelectual? Ciento cuarenta y siete. Sí, ciento cuarenta y siete. Eso me convierte en un genio, incluso; para la media de los genios. El coeficiente intelectual de un ganador del premio Nobel es de ciento cuarenta y cinco. Soy inteligente, Rob. Mucho. Probablemente sea demasiado inteligente como para que us ted perciba lo inteligente que soy. Para mí, relacionarme con la gente normal es como tratar de mantener una conversación seria con un molusco.

– Pero le hemos encontrado.

– Vaya, buen trabajo. Usted y su ridículo coeficiente intelectual de posgrado de… ¿cuánto? ¿ciento veinticinco? ¿ciento treinta? Dios mío. Soy un Cloncurry. Llevo los genes nobles de los Cromwell y los Whaley. Por desgracia para usted y su hija, también llevo los de la tendencia a una excesiva violencia. La cual estamos a punto de ver. De todos modos…

Cloncurry miró a su izquierda. Rob levantó la vista y miró los monitores de vídeo. La policía estaba entrando. Al menos, las armas habían abierto fuego. Los disparos y los ecos resonaban por todo el valle.

Se oían gritos, ruidos y disparos por todas partes. Por el ordenador, por los monitores y por el valle. La pantalla se fundió y luego volvió a encenderse, como si alguien hubiese golpeado la cámara. Cloncurry estaba de pie. Se escuchó otro disparo por el valle; luego, cuatro más. Y después, ocurrió. Rob vio cómo una segunda unidad de policías se movía abriendo fuego mientras entraban. Disparando a toda velocidad.

Los francotiradores de la Gardai estaban sacando a los asesinos. Vio las oscuras figuras de los miembros de la banda en los monitores de televisión tirándose al suelo. Cayeron dos cuerpos. Después oyó otro grito. No sabía si venía de los monitores, del ordenador o de la vida real, pero los ruidos resultaban desconcertantes. Eran rifles de alta velocidad. Hubo un grito; quizá uno de los policías había caído. Y luego otro. Pero el asalto continuó, en directo en los monitores de televisión por toda la carpa.

La policía disparaba contra la pared de atrás del jardín de la casa saltando las vallas. Mientras Rob miraba las pantallas, el patio posterior de la casa se llenó de policías con pasamontañas y gorros negros gritando órdenes. Gritándole a la banda.

Todo estaba ocurriendo a una velocidad impresionante e increí ble. Al menos uno de los asesinos parecía gravemente herido, estaba tendido y sin apenas moverse; otro podría estar muerto. Luego alguien dio un salto adelante y lanzó una granada paralizante al interior de la casa y Rob escuchó una enorme explosión; nubes de humo negro salían por la ventana rota.

A pesar del humo, el ruido ensordecedor y la confusión, la imagen era clara. La policía iba ganando. Pero ¿podrían también con Clon curry? Rob miró al ordenador. Cloncurry tenía a Lizzie, que se retorcía en sus brazos. Miraba con el ceño fruncido mientras retrocedía, saliendo de la habitación. Al salir corriendo, Cloncurry cerró el ordenador con una mano y la imagen se volvió negra.

43

Excepto su líder, la banda había sido aniquilada, sus miembros estaban muertos, gravemente heridos o arrestados. Había dos policías heridos. Las ambulancias estaban aparcadas en los caminos que había detrás de ellos; se veían médicos y enfermeros por todas partes.