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La librería quedó en silencio.

– ¡Vaya! -exclamó Dooley.

– ¡Sí! -respondió Boijer.

– Pero seguro que no es tan fácil -dijo Sally con un gesto compungido-. Una escalera secreta. ¿Sólo eso? ¿Por qué no miró allí esa terrible banda?

– Quizá no lean a Joyce -contestó Forrester.

– Tiene sentido -conjeturó Dooley-. Históricamente, la relación con Whaley es cierta. Hay dos grandes caserones en St Stephen's Green. Y estoy seguro de que uno de ellos fue construido para Richard Burnchapel Whaley.

– ¿Sigue existiendo ese edificio? -preguntó Rob.

– Por supuesto. Creo que aún sigue utilizándolo el University College.

Rob se encaminó hacia la puerta.

– Vamos, chicos. ¿A qué esperamos? Por favor, sólo tenemos un día.

Un par de minutos después a paso rápido llegaron a una plaza enorme de la época georgiana en la que una hilera de majestuosas casas adosadas daban a un generoso espacio verde. Aquellos jardines y campos fenían un aspecto acogedor en el que la luz del sol relum braba entre el follaje. Durante un momento, Rob se imaginó a su hija Texto extraído de Retrato del artista adolescente, de James Joyce, Alianza editorial, 1978. Traducción de Dámaso Alonso.

jugando feliz por aquellos jardines. Ahogó su desgarradora tristeza. Pero era imposible ahogar el miedo.

El antiguo colegio universitario resultó ser uno de los edificios más grandes de la plaza: elegante y sobrio, construido con piedra gris de Portland. A Rob le costaba relacionar este impresionante edificio con las depravaciones homicidas de Burnchapel Whaley y de su hijo, aún más loco. El letrero del exterior decía: newman HOUSE: PERTENECIENTE AL UNIVERSITY COLLEGE DE DUBLÍN.

Dooley pulsó el timbre mientras Christine y Rob merodeaban por la acera. Sally prefirió esperar sentada en un banco de la plaza. Forrester le ordenó a Boijer que se quedara con ella. Hubo una pequeña conversación a través del portero automático y tras acreditarse como policía, la puerta se abrió de inmediato. El vestíbulo que había a continuación era casi tan espectacular como el exterior, con exquisitos motivos circulares de escayola georgianos en gris y blanco.

– ¡Vaya! -exclamó Dooley.

– Sí, estamos muy orgullosos de esto.

Se trataba de una voz con acento americano de Nueva Inglaterra. Un hombre bien trajeado de mediana edad se acercaba por el vestíbulo y le extendía una mano a Dooley.

– Ryan Matthewson, director de la Newman House. Hola, oficial…, y hola…

Se presentaron. Forrester le mostró su placa. El director los condujo al recargado despacho de la recepción.

– Pero, agentes, el robo fue la semana pasada. No estoy seguro de por qué les envían ahora -dijo.

Rob se quedó desconcertado.

– ¿El robo? -preguntó Dooley-. ¿Cuándo? ¿Cómo?

– No fue nada importante. Hace algunos días un grupo de chicos entró en el sótano. Probablemente drogadictos. No los encontramos. Destrozaron la escalera del sótano. Dios sabe por qué. -Matthewson se encogió de hombros mostrando su falta de preocupación-. Pero la Gardai envió a un agente en su momento. Ya nos ocupamos de esto. Recabó toda la información…

Rob y Christine intercambiaron una mirada melancólica. Pero, al parecer, Dooley y Forrester no se desanimaban tan fácilmente. Forrester le contó al director un resumen de la historia de Burnchapel y de la investigación de Cloncurry. Rob se dio cuenta, por el modo en que pronunciaba su monólogo, de que trataba de no dar demasiada información para no confundir ni asustar a aquel hombre. Aun así, al final de su explicación, el director miró a los dos confundido y asustado.

– Extraordinario -dijo finalmente-. Entonces, ¿creen que esas personas estaban buscando las escaleras secretas que se mencionan en el Retrato?

– Sí -contestó Christine-. Lo cual significa que probablemente hayamos llegado demasiado tarde. Si la banda no encontró nada, eso quiere decir que aquí no hay nada. Merde.

El director movió la cabeza enérgicamente.

– Lo cierto es que no necesitaban entrar a escondidas. Podrían haber venido en alguno de nuestros días de puertas abiertas.

– ¿Cómo dice?

– No es ningún misterio. En absoluto. Sí que hubo una escalera secreta aquí, pero fue descubierta en 1999. Durante los trabajos de rehabilitación. Ahora es la escalera principal de servicio de la parte de atrás del edificio. Hoy ya no queda nada que se mantenga en secreto.

– Entonces, ¿la banda buscó en el lugar equivocado? -preguntó Dooley.

Matthewson asintió.

– Pues sí. Imagino que así fue. ¡Qué cruel ironía! Podrían simplemente haber venido a preguntarme dónde estaba la escalera secreta y yo se lo habría dicho. Pero imagino que pedir información de una forma educada no es el modus operandi de este tipo de gente, ¿verdad? Vaya, vaya.

– Entonces, ¿dónde están las escaleras? -preguntó Rob.

– Síganme.

Tres minutos después estaban en la parte posterior del edificio contemplando una estrecha escalera de madera que conducía de la planta baja a una especie de entresuelo. La escalera era lóbrega y estaba mal iluminada y tenía un revestimiento de madera de roble oscura a cada lado.

Rob se agachó sobre los tablones. Golpeó el peldaño de debajo de las escaleras con los nudillos. El sonido fue decepcionantemente sólido.

El director se inclinó con expresión preocupada.

– ¿Qué está haciendo?

Rob se encogió de hombros.

– Simplemente creí que si había algo oculto debía de estar bajo uno de los peldaños. Así que, si suena hueco, quizá…

– ¿Quiere hacer pedazos la escalera?

– Sí -respondió Rob-. Por supuesto. ¿Qué si no?

El director se ruborizó.

– Pero éste es uno de los edificios más protegidos de Dublín. No puede limitarse a entrar aquí y meter una palanca en el mobiliario. Lo siento mucho. Entiendo su situación, pero…

Rob frunció el ceño y se sentó en las escaleras tratando de contener su rabia. Forrester mantuvo una breve conversación en privado con Dooley, quien se dirigió a Matthewson.

– ¿Sabe? Parece que les vendría bien una mano de pintura.

– ¿Perdón?

– Las escaleras -dijo Dooley-. Están un poco espartanas. Necesitan un retoque.

El director suspiró.

– Bueno, desde luego, no tuvimos suficiente dinero para hacerlo todo. La decoración de escayola del vestíbulo acabó con la mayor parte de los fondos.

– Nosotros tenemos -contestó Dooley.

– ¿El qué?

– Tenemos el dinero. La Gardai. Si tenemos que romper unos cuantos peldaños para una investigación legal, sin duda le pagaremos los daños a su instituto. -Dooley dio una palmada a Matthewson en la espalda-. Y me imagino que usted sabrá que los reembolsos de la policía pueden ser muy generosos.

Matthewson se esforzó por sonreír.

– ¿Lo suficiente para reparar y pintar unas cuantas escaleras? ¿Y puede que un aula o dos?

– Yo diría que sí.

La sonrisa del director se hizo más amplia. Parecía muy aliviado.

– De acuerdo. Creo que puedo explicarlo a los miembros del consejo de administración. Así que, adelante. -Hizo una pausa-. Aunque me pregunto si de verdad están buscando en el lugar correcto.

– ¿Tiene una idea mejor?

– Puede… No es más que una idea.

– ¡Díganosla!

– Bueno, siempre pensé… -Levantó la mirada hacia la parte superior de las escaleras-. A veces, me he preguntado por qué esta pequeña escalera hace una curva cerrada en la parte superior. ¿Lo ven? Miren. Da la vuelta. En la parte de arriba. Y aparentemente no hay ninguna razón arquitectónica para ello. Es fastidioso cuando uno va cargado con muchos libros. Puede tropezar. Está muy oscuro. Un estudiante nuestro se rompió el tobillo estas Navidades.