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– Arameo -dijo Christine casi de inmediato-. Es arameo. Parece que es una forma bastante inusual… Dejen que lo mire bien.

Rob suspiró con frustración. Cada segundo que pasaba le resultaba doloroso. Miró el cráneo, apoyado sobre la mesa junto al pergamino. Parecía que lo miraba con desprecio, con cierto desdén, como Jamie Cloncurry.

¡Cloncurry! Rob se agitó. ¡Tenía el Libro Negro! Y Cloncurry tenía que saberlo de inmediato. Rob le preguntó a Matthewson si podía utilizar el ordenador de su despacho y éste asintió.

Rob se acercó al escritorio del director, encendió el ordenador y buscó directamente a Cloncurry. El enlace del vídeo se puso en marcha. La webcam estaba en funcionamiento. En pocos segundos Cloncurry apareció repentina y bruscamente. Sonreía con maldad.

– Vaya. Supongo que lo ha encontrado. ¿En una parada de autobús, quizá? ¿En el vestíbulo de un bingo?

Rob le hizo callar levantando el cráneo.

Cloncurry miró con atención. Tragó saliva y siguió mirando. Rob nunca había visto al jefe de la banda tan desconcertado como entonces. Pero el asesino parecía incómodo, ansioso, casi aturdido.

– Lo tiene. Lo tiene de verdad. -La voz de Cloncurry era flemática y ansiosa. Comenzó a hablar de nuevo-. ¿Y… los documentos? ¿Había algo más en la caja?

Sally le acercó el pergamino. Rob lo levantó y se lo enseñó. Cloncurry dejó escapar una exhalación larga y profunda, como si lo hubieran liberado de una terrible carga.

– Todo este tiempo. Todo este tiempo. ¡Y en Irlanda! Entonces, Previn se equivocó. Yo estaba equivocado. Layard no llevaba a ningún sitio. ¡Y ni siquiera está en cuneiforme! -Cloncurry sacudió la cabeza-. Y bien, ¿dónde estaba exactamente?

– En Newman House.

Cloncurry se quedó en silencio. Entonces movió la cabeza y se rió con amargura.

– Dios. ¿Debajo de las escaleras secretas? Dios mío. Les dije que buscaran bien. Menuda panda de imbéciles. -En ese momento dejó de reírse y miró con insolencia y desprecio a la cámara-. Sin embargo, ya nada se puede hacer. Mis compañeros yacen en sus ataúdes. Pero usted puede salvar la vida de su hija siempre que me traiga el libro. El cráneo y el documento. ¿De acuerdo? Y lo quiero aquí en… Oh, Dios mío. Ya estamos de nuevo. Otra fecha límite. ¿Cuánto tiempo tardarán en llegar aquí, idiotas?

Rob comenzó a hablar, pero Cloncurry levantó una mano.

– Cállese. Éste es el trato. Le doy tres días más. Sin duda, es un tiempo suficiente para usted. Posiblemente, demasiado generoso. Pero, por favor, créame. Se me está acabando la paciencia. Recuerde que soy un psicótico. -Se rió e hizo una mueca exagerada para burlarse de su propia locura-. Y chicos, cuando vengan, no se molesten en traer a sus amigos policías. No les servirán de nada. ¿A que no? Porque no van a tener mucha ayuda de Kiribali ni de los kurdos, como creo que ya saben bien. Así que, manos a la obra, Rob. Vuele hasta aquí, traiga el libro y podrá tener a su Lizzie de vuelta, y sin que vaya dentro de un tarro de conserva. Tiene setenta y dos horas, eso es todo. La fecha límite definitiva. Ciao ciao.

La pantalla se fundió en negro.

Forrester rompió el silencio:

– Por supuesto, tendremos que ponernos en contacto con la policía local de Turquía. Hablaré con el Ministerio del Interior. No podemos permitir que vayan hasta allí sin más. Se trata de un caso de asesinato. Es muy complejo. Imagino que son conscientes de ello.

Rob entrecerró los ojos.

– Por supuesto.

– Lo siento mucho si esto les parece burocrático, pero seremos rápidos, muy rápidos. Lo prometo. Es sólo que debemos tener mucho cuidado. Y este tipo está loco. Si van allí solos no hay garantías de que él… ya sabe. Necesitamos refuerzos locales. Y eso significa una implicación oficial, un permiso de Ankara y coordinación con Du blín. Todo eso.

Rob pensó en Kiribali. Su sonrisa de lagartija. Sus amenazas en el aeropuerto.

– Desde luego.

Matthewson brincaba de nuevo de un pie a otro. Estaba claro que quería que aquel molesto séquito saliera de su despacho, pero era demasiado educado como para decirlo. Obedientemente, todos fueron saliendo detrás de Rob, que llevaba el «Libro Negro» -el cráneo y el plano en la vieja caja de piel. Sally y Christine iban detrás hablando en voz baja. Los policías, que iban los últimos, conversaban ardorosamente, casi discutiendo.

Rob vio cómo el detective londinense señalaba con el dedo a Boijer.

– ¿De qué demonios están discutiendo?

Christine se encogió de hombros.

– ¿Quién sabe? -Su expresión era de sarcasmo. Siguieron caminando.

Rob miró a su izquierda, a Sally, y a su derecha, a Christine.

– ¿Estáis pensando lo que yo? -dijo, de pronto.

– Sí -respondió Christine-. La policía lo echaría todo a perder.

– Exacto. Y todo eso de «hablar con el Ministerio del Interior»… Dios. -Rob sintió en su interior una oleada de rabia y frustración-. ¿Y ponerse en contacto con el maldito Kiribali? ¿En qué están pensando? Es probable que Kiribali esté confabulado con Cloncurry de algún modo. ¿Quién si no iba a ayudar a ese cabrón?

– Y si tienen que consultarlo con Ankara tardarán años -siguió hablando Christine-. Contrariarán a los kurdos y todo será un horrible fracaso. No lo entienden. Nunca han estado allí, nunca han visto Sanliurfa…

– Entonces, quizá debas irte. Ahora. -Sally se acercó y apretó la mano de Rob-. Hazlo. Lleva el Libro Negro, el cráneo, lo que sea eso. Llévaselo a Cloncurry y dáselo. Vete, ahora. Mañana. La policía no puede detenerte. Haz lo que quiere Cloncurry. Se trata de nuestra hija.

Rob asintió despacio.

– Definitivamente, sí. Y conozco a alguien que puede ayudarme… en Sanliurfa.

Christine levantó una mano.

– Pero aún no podemos fiarnos de Cloncurry, ¿no? Forrester tiene razón en eso. -Con los últimos rayos de la puesta de sol iluminando suavemente su rostro, Christine miró con gran seriedad a Rob y después a Sally. No hay duda de que está buscando el libro. Pero una vez que lo tenga, una vez que le demos el Libro Negro, puede que simplemente… haga lo que le apetezca de todos modos. ¿Entendéis? Es un psicótico, como bien dice. Disfruta matando.

– Entonces, ¿qué hacemos? -preguntó Rob con desesperación.

– Puede que exista un modo. He visto el plano.

– ¿Cómo?

– Cuando estábamos en el despacho -se explicó Christine-. El pergamino está escrito en arameo antiguo tardío. El idioma utilizado por los antiguos cananeos. Y creo que puedo leerlo. O casi.

– ¿Y?

Christine miró la caja de piel, que estaba colocada a los pies de Rob.

– Enséñamelo otra vez.

Rob se agachó y abrió la caja, sacó el pergamino y lo abrió en sus rodillas. Christine asintió.

– Es lo que pensaba. -Señaló una línea del antiguo escrito-. Dice que el «gran cráneo de los antepasados» procede de… «el valle de la Masacre».

– ¿Y eso qué es?

– No lo dice.

– Estupendo. Muy bien. ¿Y qué hay escrito? Aquí. ¿Qué significa eso?

– Menciona el Libro de Enoc. No lo cita -dijo, frunciendo el ceño-. Pero se refiere a él. Y luego dice aquí: «El valle de la Masacre es donde murieron nuestros antepasados». Sí, sí, sí. -Christine señaló una línea del pergamino-. Y aquí dice que el valle está a un día de camino en dirección a la puesta de sol desde el «lugar del culto».

– ¿Y esto…?

– Eso es un río y los valles. Y aquí hay otra pista. ¡Dice que el lugar del culto se llama también «el monte del ombligo»! ¡Eso es!

La mente de Rob quedó en blanco. Se sentía muy cansado y estre sado por Lizzie. Miró a Christine. La expresión de ella era la contraria a la de éclass="underline" alerta y entusiasta.

Ella lo miró.

– El monte del ombligo. ¿No lo recuerdas?

Rob negó con la cabeza sintiéndose estúpido.

– El «monte del ombligo» es la traducción de un nombre turco, Gobekli Tepe.

En la mente de Rob se encendió una luz.

Por el jardín, los policías estaban terminando su discusión y se daban la mano.

– Entonces, según este pergamino -continuó Christine-, un día de camino desde Gobekli Tepe, en dirección al oeste alejándonos del sol, está el valle de la Masacre. Y de ahí es de donde viene este cráneo. Y sospecho que es allí donde encontraremos muchos otros como él. Tenemos que ser previsores. Pensar unos cuantos pasos por delante. Podemos hacer que Cloncurry venga a nosotros. Necesitamos tener algo tan poderoso que haga que nos devuelva a Lizzie sana y salva. Si desenterramos el secreto al que se refiere el Libro Negro que contiene el cráneo y el mapa, si excavamos el valle de la Masacre y descubrimos la verdad que se esconde detrás de todo esto, él acudirá a nosotros suplicándonos. Porque es en ese valle donde se oculta el secreto. Ese secreto que él tanto busca. El que fue revelado a Jerusa lem Wahley y que arruinó su vida. El secreto que Cloncurry quiere que permanezca oculto para siempre. Si queremos tener poder sobre Cloncurry, tendremos que adelantarnos a él, excavar el valle, encontrar el secreto y amenazarle con revelar el misterio a menos que entregue a Lizzie. Así es como ganaremos.

Los policías se estaban acercando a ellos. Al parecer, su discusión había terminado.

Rob apretó la mano de Sally y la de Cristine también.

– De acuerdo. Hagámoslo -les susurró a las dos-. Christine y yo nos iremos inmediatamente a Sanliurfa. Lo haremos solos. Y excavaremos el secreto.

– Y no se lo diremos a la policía -añadió Christine.

Rob se giró hacia Sally.

– ¿Estás segura de esto, Sally? Necesito tu aprobación.

Ella miró a Rob fijamente.

– Yo… voy a confiar en ti, Rob Luttrell. -Sus ojos se llenaron de lágrimas y trató de reprimirlas-. Voy a confiar en que me traigas a nuestra hija. Así que, sí. Por favor, hazlo. Por favor, por favor, por favor. Trae a Lizzie de vuelta.

Forrester se frotaba las manos mientras se acercaba a ellos.

– Está haciendo frío. ¿Vamos hacia el aeropuerto? Tenemos que informar al Ministerio del Interior. Les presionaremos mucho, lo prometo.

Rob asintió. Tras el inspector se cernían las sombrías y grises elevaciones de Newman House. Por un segundo, Rob se imaginó la casa tal y como sería cuando Buck Egan y Buck Whaley celebraban sus fiestas a la tenue luz de las lámparas georgianas; aquellos jóvenes riéndose a carcajadas mientras prendían fuego a gatos negros bañados en whisky.