Llegaron a una escalerilla de metal y Christine se colocó al lado de Rob.
– Así. Haga como yo. -La bajó casi sin rozarla, con energía. Estaba claro que no le importaba ensuciarse, a pesar de su camisa.
El periodista fue detrás con bastante menos rapidez. Ahora estaban abajo, a nivel del suelo en una de las fosas. Los megalitos se elevaban a su alrededor, como lúgubres guardianes. Rob se preguntó cómo se sentiría uno estando allí por la noche y rechazó aquella fugaz idea. Sacó su libreta.
– Estaba hablando sobre la datación.
– Sí. -Christine frunció el ceño-. Hasta hace poco no pudimos estar seguros de la antigüedad del lugar. Es decir, sabíamos que era muy antiguo… pero no si era del Neolítico PP A o PPNB…
– ¿Perdón?
– La semana pasada conseguimos por fin datar algo de carbón que encontramos en un megalito.
Rob tomó nota de aquel dato.
– Y tiene diez u once mil años, ¿no es así? ¿Es eso lo que decía el artículo del periódico?
– La verdad es que ese reportaje no era muy preciso. Incluso la datación con carbono no es más que una estimación. Para conseguir una fecha más exacta comparamos el análisis del radiocarbono con algunas de las piezas de sílex que hemos encontrado. Puntas de tipo Nemrik o Biblos, los tipos de puntas de flecha o cosas similares. Comparando estos datos con otros creemos que Gobekli está en realidad más cerca de los doce mil años de antigüedad.
– De ahí la excitación.
Christine lo miró fijamente, apartándose el oscuro cabello de sus ojos claros. Después se rió.
– Creo que Franz quiere que veas su lagartija.
– Lobo -la corrigió Breitner de pie junto a otro pilar semiente rrado con forma de T. A los pies de este pilar, pegado a la parte superior de una piedra, estaba la escultura de un animal de unos treinta centímetros de largo. Había sido delicadamente esculpida y parecía curiosamente nueva. Su mandíbula de piedra se dirigía hacia el suelo. Rob miró a Breitner y al trabajador turco que había detrás de él. El turco fulminaba a Breitner con una mirada que parecía de enfado, incluso odio. Era una expresión horrible. Cuando el hombre vio que Rob se fijaba en él, se giró y subió la escalerilla rápidamente. El periodista volvió a dirigir la vista a Breitner, que permanecía totalmente ajeno a ese pequeño incidente.
– Lo encontramos ayer mismo.
– ¿Qué es?
– Creo que es un lobo, a juzgar por las patas.
– Y yo creo que es un cocodrilo -dijo Christine.
Breitner se rió.
– ¿Ve? -Volvió a ponerse las gafas, que centellearon al brillante sol y, por un momento, Rob sintió una repentina admiración por aquel hombre, tan encantado y entusiasmado con su trabajo. Breitner continuó hablando-: Usted, yo y estos trabajadores somos las primeras personas que hemos visto esto desde… el final de la Edad del Hielo.
Rob pestañeó. Aquélla sí que era una idea verdaderamente impresionante.
– Esta excavación es algo muy novedoso para nosotros -añadió Christine-. Nadie sabe lo que es. Está viendo algo muy importante por primera vez. No hay nadie que lo esté interpretando para usted. Lo que crea que esto pueda ser es tan válido como lo que crea cualquier otro.
Rob se quedó mirando la mandíbula de la criatura de piedra.
– A mí me parece un gato. O un conejo enfadado.
Frotándose el mentón, Breitner contestó:
– ¿Un felino? No lo había pensado, ¿sabe? Alguna especie de gato montés…
– ¿Puedo incluir todo esto en mi artículo?
– Ja, natürlich -contestó Breitner. Pero no sonrió cuando lo dijo-. Y ahora creo… un poco de té.
Rob asintió. Estaba sediento. Breitner le condujo de nuevo a través del laberinto de fosos cubiertos y abiertos, recintos tapados con lonas y trabajadores que transportaban cubos. Por encima del último montículo había un área más llana con toldos sin paredes con alfombras rojas. Un samovar en una de las esquinas tenía tres vasos en forma de tulipán con cay turco dulce. Las tiendas abiertas proporcionaban una vista espectacular: más allá se extendían las infinitas planicies amarillas y las llanas y polvorientas colinas que se ondulaban hacia Siria e Iraq.
Durante varios minutos charlaron sentados. Breitner le explicaba cómo los alrededores de Gobekli solían ser mucho más fértiles y no el desierto en el que se habían convertido.
– Hace diez o doce mil años esta zona era mucho menos árida. De hecho, era hermosa, un paisaje de pastoreo. Rebaños de ganado, huertos de árboles frutales, ríos llenos de peces… Por eso hay en las piedras grabados de animales, criaturas que ya no viven aquí.
Rob tomó nota. Quería saber más, pero en ese momento una pareja de obreros turcos se acercaron y le hicieron a Breitner una pregunta en alemán. Rob conocía lo suficiente el idioma como para entender su significado: querían excavar una zanja mucho más profunda para acceder a un nuevo megalito. Breitner estaba claramente preocupado por la seguridad de una excavación tan importante. Por fin, el arqueólogo suspiró, se encogió de hombros mirando a Rob y se fue para solucionar aquello. Al marcharse, Rob se percató de que uno de los obreros fruncía el ceño con una expresión extraña y sombría. Definitivamente, allí flotaba una cierta tensión. ¿Por qué? Se preguntó si debía mencionar sus sospechas ahora que él y Christine estaban solos. El ruido de la excavación se amortiguaba en la distancia. Lo único que Rob podía oír era el tintineo de las palas y los picos, pequeños ruidos que ocasionalmente traía el viento caliente del desierto. Estaba a punto de hacerle la pregunta a Christine cuando ésta dijo:
– Entonces, ¿qué te parece Gobekli?
– Es increíble, por supuesto.
– Pero ¿sabes hasta qué punto es increíble?
– Creo que sí. ¿No? -Ella lo miró con escepticismo-. Entonces, ¿por qué no me lo dices?
Christine dio un sorbo a su vaso de té con forma de tulipán.
– Piénsalo de este modo, Rob. Lo que tienes que recordar es… la edad del yacimiento. Doce mil años.
– ¿Y…?
– Y recordar lo que los hombres hacían en aquella época.
– ¿A qué te refieres?
– Los hombres que construyeron este lugar eran cazadores-recolectores.
– ¿Hombres de las cavernas?
– En cierto modo, sí. -Le dedicó una mirada directa y seria-. Antes de descubrir Gobekli Tepe no teníamos ni idea de que unos hombres tan primitivos pudieran construir algo como esto, que pudieran crear arte y una arquitectura sofisticada. Y rituales religiosos complejos.
– ¿Porque no eran más que simples hombres de las cavernas?
– Exacto. Gobekli Tepe representa una revolución en nuestra percepción. Una verdadera revolución. -Christine apuró lo que le quedaba de té-. Cambia el modo en que debemos entender toda la historia de la humanidad. Es más importante que cualquier excavación de ninguna otra parte del mundo de los últimos cincuenta años y uno de los mayores descubrimientos arqueológicos de la historia.
Rob estaba intrigado y muy impresionado. También se sintió un poco como un niño del colegio al que le están enseñando.
– ¿Cómo lo hicieron?
– Ésa es la cuestión. Hombres con arcos y flechas que ni siquiera tenían cerámica. Ni ganado. ¿Cómo construyeron este enorme templo?
– ¿Templo?
– Pues sí, lo más probable es que sea un templo. No hemos encontrado pruebas de que haya estado habitado, ni señal alguna de los asentamientos más rudimentarios. Sólo imágenes estilizadas de la caza. Imaginería de celebraciones o rituales. Posiblemente hayamos encontrado nichos para huesos, para ritos funerarios. Por eso, Breit ner cree que es un templo, el primer edificio religioso del mundo diseñado para celebrar la caza y venerar a los muertos. -Sonrió tranquila-. Y creo que tiene razón.
Rob dejó el bolígrafo y pensó en la expresión de excitación y alegría de Breitner.