Выбрать главу

– Imagino que está usted un tanto confuso, señor Robbie. -Rob permaneció en silencio; Cloncurry sonrió-. No entiende cómo un completo psicópata como yo iba a terminar a este lado del agua, ¿eh? Mientras que los buenos, ustedes dos, están en ese lado. En el que morirán ahogados.

Una vez más, Rob no dijo nada. Su enemigo dibujó una sonrisa más amplia.

– Mucho me temo que les he estado utilizando a todos. He hecho que encontraran para mí el Libro Negro. Aproveché las expertas y famosas mentes de Christine Meyer e Isobel Previn para la causa. Vale, le corté la cabeza a Isobel, pero ella ya había terminado su trabajo. Me demostró que seguramente el libro no estaba en Kurdistán. -Cloncurry derrochaba orgullo-. Y entonces, quedándome simplemente sentado y sin hacer nada, consigo que unas personas tan encantadoras como ustedes hagan también el resto del trabajo: descifrar el libro, localizar el valle de la Masacre y encontrar la única prueba del secreto del Génesis. Porque, como saben, necesito saber seguro dónde están todas las pruebas para destruirlas para siempre. -Señaló hacia la espumosa crecida-. Y ahora voy a borrar todo esto con una enorme inundación, sepultarla bajo el agua para siempre. Y mientras destruyo todas las pruebas, mataré de forma simultánea a las únicas personas que conocen el secreto. -Bajó la mirada muy contento-. Ah, sí. Casi me olvidaba. ¡Y tengo también el Libro Negro! Al menos, creo que es así. Permítanme que me asegure…

Agachándose sobre la arena, Cloncurry agarró la caja y le quitó la tapa de piel. Miró dentro, metió las manos y sacó el cráneo híbrido. Por un momento, acunó la calavera, acariciándola. Después la giró y la miró de frente.

– Ay, pobre Yorick. Tenías unos ojos jodidamente raros. ¡Pero unos pómulos magníficos!

Dejó el cráneo a un lado, sacó el documento y lo extendió sobre su rodilla para poder leerlo.

– Fascinante. Verdaderamente fascinante. Me esperaba que fuera cuneiforme. Todos nos lo esperábamos. Pero ¿arameo antiguo? Un maravilloso descubrimiento. -Cloncurry miró a Christine y a Rob-. Gracias, amigos. Ha sido muy amable de su parte haberlo traído hasta aquí. Y excavarlo todo.

Dobló el documento, lo volvió a meter en la caja y colocó el cráneo sobre él; a continuación, colocó la tapa de cuero.

Rob observó todo esto con una especie de resentimiento huraño y lleno de odio. Lo más desagradable de este banquete de derrota era la sensación de que Cloncurry tenía razón. Todo el plan del asesino tenía una especie de brillante y extraña perfección. Él los había dirigido con ingenio durante todo este tiempo. Desde los kurdos hasta la casa de campo y otra vez de vuelta. Cloncurry no sólo había ganado, sino triunfado.

Y ahora su triunfo sería homenajeado con sangre.

Rob miró a los ojos brillantes y llorosos de su hija; y le gritó entre las aguas que la quería.

La mirada de Lizzie le suplicaba a su indefenso padre: «Ayúdame».

Cloncurry se reía entre dientes.

– Muy conmovedor. Si es que les gusta este tipo de cosas. Personalmente, a mí me dan ganas de vomitar. De todos modos, creo que deberíamos proceder al drama final, ¿no cree? Antes de que se ahoguen de verdad. Ya basta de preámbulos. -El asesino miró las pequeñas olas que golpeaban los tobillos de Christine. Mientras lo hacía, un cráneo especialmente grande apareció entre las burbujeantes aguas, como una especie de juguete de baño obsceno-. Oh, miren, ahí va uno de esos ancianitos. Saluda al abuelo, Lizzie.

Otra carcajada. El llanto de Lizzie se intensificó.

– Sí, sí. -Cloncurry suspiró con fuerza-. A mí tampoco me ha gustado nunca mi familia. -Se giró y le gritó a Rob-: ¿Tiene una bonita vista desde su montículo? Excelente. Porque vamos a hacerlo al modo de los aztecas y quiero asegurarme de que lo ve. Estoy seguro de que ya conoce el procedimiento. Colocamos a su hija sobre una roca, después le abrimos el pecho y le sacamos el corazón aún latiendo. Puede ser un poco sucio, pero creo que mi amigo Navda trae algún kleenex.

Cloncurry le dio un codazo a uno de sus seguidores. El kurdo con bigote que estaba a su izquierda emitió un gruñido, pero no dijo nada. El líder de la banda suspiró.

– No es un tipo muy expresivo, aunque es lo mejor que he podido conseguir. Sin embargo, me asombran esos bigotes. Bastante… genuinos, ¿verdad? -Sonrió-. En fin, ¿podríais vosotros dos, simpáticos kurdos forzudos, coger a esta niña y tenderla sobre aquella roca? -Les indicó lo que tenían que hacer por mímica.

Los kurdos asintieron y obedecieron. Levantaron a Lizzie y la llevaron sobre una pequeña roca, tumbándola boca arriba y agarrándola de los pies y las manos. Y mientras tanto, Lizzie sollozaba y se retorcía. Cloncurry sonreía.

– Muy bien, muy bien. Ahora viene lo mejor. Lo adecuado, señor Robbie, es que tuviéramos un chac mool, uno de esos extraños cuencos de piedra en el que dejar caer el corazón ensangrentado y aún vivo de su hija, pero no disponemos de ninguno. Supongo que tendré que dar el corazón de alimento a los cuervos.

Le dio la pistola a uno de los kurdos, metió después la mano en uno de los bolsillos de su chaqueta y sacó del interior un enorme cuchillo de acero, que blandió exultante, con admiración y con los ojos brillantes, entusiastas y cariñosos. Después, levantó la mirada y le guiñó un ojo a Rob.

– En realidad deberíamos usar obsidiana. Eso es lo que los aztecas utilizaban. Oscuras dagas de obsidiana. Pero un buen cuchillo, grande y grueso como éste, servirá muy bien. Un cuchillo grande, grueso y memorable. ¿Lo reconoce? -Cloncurry elevó el arma bajo la polvorienta luz del sol. Brilló mientras lo giraba-. Christine, ¿alguna idea?

– Que te jodan -contestó la francesa.

– Bueno, casi. Es el cuchillo que utilicé para cortar en filetes a su vieja amiga Isobel. Creo que puedo ver algo de su sangre en el mango. ¡Y un diminuto trozo de bazo! -Sonrió abiertamente-. Also, como dicen los alemanes. A lo que íbamos. Veo que el agua les llega ya por las rodillas y que se ahogarán en unos diez minutos. Pero quiero que lo último que vea sea cómo le arranco literalmente a su hija el corazón de su pequeño pecho mientras ella grita desesperadamente para que acuda su patético, inútil y cobarde padre. Así que, manos a la obra. Chicos, sujetad fuerte a la niña, sí, así. Sí, sí. Muy bien.

Cloncurry levantó el cuchillo con las dos manos y la atroz hoja emitió un destello bajo el sol. Se detuvo.

– Los aztecas eran muy raros, ¿verdad? Al parecer, vinieron de Asia por el estrecho de Bering. Como usted, yo y Rob. Todo el camino desde el norte de Asia. -El cuchillo brilló; los ojos de Cloncurry también-. Les encantaba matar a niños. Lo ansiaban. Al principio, mataban a los hijos de todos sus enemigos, sus adversarios conquistados. Pero imagino que al final de su imperio estaban tan locos que comenzaron a matar a sus propios hijos. No es broma. Los sacerdotes pagaban a las familias aztecas pobres para que les entregaran a sus niños para ser masacrados en rituales. Toda una civilización que literalmente se asesinaba a sí misma, que devoraba a su propia descendencia. ¡Fantástico! Y menuda forma de hacerlo, arrancándoles el corazón tras golpear la caja torácica y luego sostener el órgano aún vivo delante de la víctima. Y bien. -Cloncurry suspiró contento-. ¿Estás preparada, Lillibet? ¿Pequeña Betsy? ¿Mi pequeña Betty Boop? ¿Eh? ¿Es hora de abrir el pechito?

Cloncurry sonrió a la hija de Rob. Éste miraba con desolación y repugnancia. El asesino babeaba, un rastro de saliva le chorreaba por la boca sobre el rostro amordazado y lloroso de Lizzie.

Y llegó el momento. Cloncurry agarró con las dos manos el extremo del mango y levantó el cuchillo hacia arriba y Rob cerró los ojos con la tristeza de la derrota total y absoluta. Mientras un disparo sonó en el aire. Un disparo venido de ningún sitio. Un disparo desde el cielo.