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– La verdad es que el tipo está contento, ¿verdad?

– ¿No lo estarías tú? Es el arqueólogo más afortunado del mundo. Está sacando a la luz el yacimiento más espectacular que existe.

Rob asintió y siguió tomando notas. El entusiasmo de Christine era casi tan contagioso como el de Breitner. Y sus explicaciones resultaban más claras. Rob seguía sin compartir el asombro de ellos por la «verdadera revolución en nuestra percepción» que representaba Go bekli, pero empezaba a adivinar un artículo impresionante. Con toda seguridad en la segunda página del periódico principal. Mejor aún: un gran artículo en un suplemento a color con imágenes de las cavernas de colores vivos. Oscuras fotos de las piedras por la noche. Fotografías de los trabajadores cubiertos de tierra…

Entonces recordó la reacción de Radevan ante la mención del lugar y la mirada furiosa del trabajador. Y el leve cambio de humor de Breitner cuando hablaron sobre su artículo. Y la tensión por lo de la zanja. Christine se había acercado al samovar y llenó sus vasos con más té negro, caliente y dulce. Se preguntó si decir algo. Cuando ella volvió, él comentó:

– Pero lo curioso es, Christine, que aunque sé que esta excavación es increíble, ¿sienten todos lo mismo al respecto?

– ¿A qué te refieres?

– Pues… sólo que… he percibido vibraciones de la gente de aquí… Una cierta actitud… no demasiado buena. Este lugar molesta a algunas personas. A mi conductor, por ejemplo.

Christine se puso perceptiblemente tensa.

– Sigue.

– El conductor de mi taxi -Rob se tocó la barbilla con el bolígrafo-, Radevan. Se enfadó mucho cuando se lo mencioné anoche. Y no sólo él. Se respira cierto ambiente. Y Breitner se muestra… ambivalente. Cuando he mencionado una o dos veces mi artículo esta mañana me dio la sensación de que no estaba muy entusiasmado con tenerme aquí… Aunque se ría mucho. -Hizo una pausa-. Lo normal es pensar que le gustaría que el mundo supiera lo que está haciendo, ¿no? Pero no parece muy cómodo.

Christine no dijo nada, así que Rob guardó silencio. Un viejo truco de periodista.

Funcionó. Finalmente, avergonzada por el silencio, Christine se inclinó hacia delante.

– De acuerdo. Tienes razón. Hay… Hay unos… -Se interrumpió, como si debatiera consigo misma. La brisa del desierto era aún más caliente, si cabe. Rob esperó y le dio un sorbo al té.

Al final, ella suspiró.

– Vas a pasar una semana aquí, ¿no? ¿Vas a hacer un artículo serio?

– Sí.

Christine asintió.

– Muy bien. Deja que te lleve de vuelta a Sanliurfa. La excavación se detiene a la una porque hace mucho calor y muchos se van a casa. Normalmente yo también. Podemos hablar en mi coche. En privado.

6

En el polvoriento aparcamiento que llevaba hasta la excavación, Rob le dio a Radevan una buena propina y le dijo que volvería a casa por su cuenta. Radevan miró a Rob y, después, al dinero que se arrugaba en la mano. Luego echó una mirada a Christine, que estaba detrás de Rob. Le dedicó al periodista una amplia sonrisa cómplice y dio la vuelta al coche. Mientras el conductor aceleraba el motor, le gritó por la ventanilla.

– ¿Quizá mañana, señor Rob?

– Quizá mañana.

Radevan se alejó a toda velocidad.

El coche de Christine era un desvencijado Land Rover. Abrió la puerta del copiloto desde el interior y quitó a toda prisa un montón de documentos que ocupaban el asiento -libros de texto y revistas especializadas-, amontonándolas de cualquier modo en la parte trasera. Después puso en marcha el motor y salieron a gran velocidad a la carretera principal, avanzando rápidamente por las laderas llenas de escombros hacia las ardientes llanuras amarillas.

– Y bien… ¿qué pasa? -Rob tuvo que gritar su pregunta para hacerse oír entre el ruido de los neumáticos que saltaban por encima de las rocas.

– El principal problema es la política. Tienes que recordar que esto es el Kurdistán. Los kurdos creen que los turcos les están robando su legado. Llevándose todo lo bueno a los museos de Ankara y Estambul… Yo no estoy segura de que eso sea del todo mentira.

Rob vio cómo un rayo de sol se reflejaba sobre un canal de riego. Había leído que esta zona estaba protagonizando una campaña agrícola masiva: el Gran Proyecto Anatolia, que utilizaba las aguas del Eufrates para devolverle la vida al desierto. Este proyecto era polémico porque estaba anegando y haciendo desaparecer docenas de antiguos yacimientos arqueológicos únicos. Aunque, por fortuna, no le tocaba a Gobekli. Volvió a mirar a Christine, que cambiaba de marchas con fuerza.

– Lo que sí es cierto es que el gobierno no permite que los habitantes del lugar se enriquezcan con Gobekli Tepe.

– ¿Por qué?

– Por motivos arqueológicos perfectamente comprensibles. Lo último que necesita Gobekli es a miles de turistas metiéndose por todos los sitios. Así que el gobierno no pone señales y mantiene las carreteras como ésta. Y eso significa que podemos trabajar en paz. -Giró bruscamente el volante y aceleró-. Pero también entiendo el punto de vista de los kurdos. Has tenido que ver algunas de las aldeas en el camino hacia aquí.

Rob asintió.

– Un par de ellas.

– Ni siquiera tienen agua corriente. Condiciones de salubridad. Apenas hay colegios. Son pobres y están sucios. Y Gobekli Tepe, si estuviera adecuadamente gestionado, podría ser un enorme filón que traería un montón de dinero a esta región.

– ¿Y Franz se encuentra en medio de este debate?

– Exacto. Recibe presiones por ambos lados. Presiones para que la excavación se haga bien, para que se dé prisa, para que dé empleo a muchas personas de aquí. E incluso para que siga al mando.

– Entonces, ¿por eso se muestra ambivalente en cuanto a la publicidad?

– Naturalmente se siente orgulloso de lo que ha descubierto. Le encantaría que todo el mundo lo supiera. Lleva trabajando aquí desde 1994. -Christine aminoró la marcha para dejar que una cabra cruzara la carretera y después volvió a acelerar-. Hay muchos arqueólogos que viajan mucho. Yo he trabajado en México, Israel y Francia desde que me fui de Cambridge hace seis años. Pero Franz ha pasado aquí más de la mitad de su carrera. Por tanto, ¡sí que le gustaría contárselo al mundo! Pero si lo hace y Gobekli se convierte en algo realmente famoso, tanto como debería, es probable que algún pez gordo de Ankara decida que sea un turco el que esté al mando. Y se lleve toda la gloria.

Rob comprendió mejor la situación. Pero seguía sin explicarse bien el extraño ambiente que había en la excavación. El resentimiento de los obreros. ¿O serían imaginaciones suyas?

Llegaron a la carretera principal, entraron en el asfalto uniforme y se dirigieron más deprisa hacia Sanliurfa, aunque con más tráfico. Mientras adelantaban a camiones de frutas y del ejército, hablaron sobre lo que a Christine le interesaba: los restos humanos. Le contó que antes había estudiado los sacrificios humanos de Teotihuacán, y le habló del periodo que pasó en Tel Gezer y Megido, en Israel. Y los emplazamientos de neandertales de Francia.

– Los antiguos homínidos vivieron en el sur de Francia durante cientos de miles de años, personas como nosotros, pero no del todo.

– ¿Te refieres a los neandertales?

– Sí, pero quizá también el Homo erectus y el Homo antecessor. Incluso el Homo heidelbergensis.

– Ah… vale.

Christine se rió.

– ¿Te estoy liando otra vez? Está bien, deja que te enseñe algo chulo de verdad. Si esto no te parece interesante, nada lo hará.

El coche avanzó por el centro de Sanliurfa. Sobre las colinas había un revoltijo de casas de cemento; grandes tiendas y oficinas se extendían entre el polvo en bulevares iluminados por el sol. Otras calles eran más sombrías y antiguas. Mientras se abrían camino entre el tráfico, Rob vio una parte de arcada otomana, la entrada a un zoco animado y oscuro, mezquitas ocultas tras muros de piedra desmoronados. Sanliurfa tenía una clara división entre el barrio antiguo -muy antiguo- y los barrios modernos que se extendían hacia el desierto.