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Rob y Christine deseaban una boda pequeña y sencilla. En eso estaban de acuerdo. La única cuestión era dónde celebrarla. Pero cuando Christine se enteró de que había heredado la casa de Isobel en las islas de los Príncipes, el dilema quedó resuelto.

– Y es una forma de honrar su memoria. Ella lo aprobaría, lo sé.

El hermoso jardín de Isobel era el lugar apropiado. Así que, invitaron a un barbudo sacerdote ortodoxo griego, que apareció bastante ebrio, y contrataron a unos cantantes que se mostraron encantados de ser pagados con cervezas, e incluso encontraron a un trío de músicos que tocaban el buzuki. Invitaron a los familiares más cercanos y los amigos más íntimos. Steve voló desde Londres con algunos colegas de Rob; Sally llevó un gran regalo; la madre de Rob se mostró sonriente y orgullosa con su mejor sombrero. Y Kiribali asistió con un traje impecablemente blanco.

La sencilla ceremonia se celebró bajo la luz del sol. Lizzie hizo de dama de honor, descalza y vestida con su mejor vestido de verano. El sacerdote soltó en la terraza su mágica salmodia. El sol se filtraba entre los pinos y los tamariscos, y el ferri del Bósforo hacía sonar su bocina mientras cruzaba las azules y profundas aguas en dirección a Asia. Los cantantes entonaron sus canciones y Rob besó a Christine. Ya estaban casados. Rob volvía a tener esposa.

Luego se celebró una fiesta. Todos tomaron champán en el jardín y Ezekiel persiguió a una mariposa dorada entre los rosales. Steve charló con Christine, la madre de Christine conversó con el sacerdote y todos bailaron con poco estilo al son de la música de los buzukis. Kiribali recitó poesías y flirteó con todas las mujeres, especialmente con las más mayores.

A media tarde, Rob se encontró de pie junto a Forrester, a la sombra de los árboles en un extremo del jardín. Rob aprovechó la oportunidad para dar las gracias, por fin, al detective por hacer la vista gorda.

El policía se ruborizó con la copa de champán en los labios.

– ¿Cómo lo ha sabido?

– Usted es un tipo astuto, Mark. Nos dejó marchar con el Libro Negro. Por eso discutía con Dooley en Dublín, ¿no?

– ¿Perdón?

– Usted sabía que nos íbamos. Quería darnos un poco de cuerda y convenció a Dooley de que nos permitiera quedarnos con la caja.

Forrester suspiró.

– Supongo que lo hice. Y sí, sabía adónde iban. Pero no podía culparle, Rob. Yo habría hecho lo mismo si… si algún hijo mío hubiera estado en peligro. Tomar la ruta oficial puede ser desastrosamente lento.

– Sin embargo, usted llamó a Kiribali a tiempo. Así que, lo digo de verdad. Gracias por… no perdemos de vista. -Rob se esforzó por encontrar las palabras adecuadas. Una fugaz y terrible imagen de Cloncurry, enseñando sus dientes blancos, le cruzó por la mente-. Lo único que me aterra es pensar qué habría pasado si usted no hubiera hecho nada.

Forrester bebió un sorbo de champán y asintió.

– ¿Cómo está ella?

– ¿Lizzie? Es impresionante. Básicamente, parece haberlo olvidado todo. Un poco de miedo a la oscuridad. Creo que es por la capucha.

– Pero ¿ningún otro trauma?

– No… -Rob se encogió de hombros-. No lo creo.

– El encanto de tener cinco años -comentó Forrester-. Los niños pueden recuperarse rápido. Si sobreviven.

La conversación decayó. Rob miró a los bailarines en el otro extremo del jardín de Isobel. Kiribali daba saltos y palmas, haciendo una especie de baile cosaco improvisado.

Forrester hizo un gesto en dirección a Kiribali.

– Es a él a quien debería darle las gracias.

– ¿Se refiere a los disparos?

– Me lo han contado todo. Increíble.

– Al parecer, fue tirador olímpico o algo así. Un disparo digno de un experto.

– Pero fue fundamental, ¿verdad?

– Sí -asintió Rob-. Kiribali vio lo lejos que estaba Cloncurry y que no podrían llegar a tiempo hasta donde nos encontrábamos por culpa del agua. Así que sacó el rifle de

La música era bulliciosa. Los músicos se estaban aplicando a fondo. Rob se acabó lo que le quedaba de champán.

Los dos hombres volvieron a la fiesta. Mientras lo hacían, Lizzie se les acercó corriendo, riéndose y cantando. Rob se agachó y acarició con ternura el brillante cabello de su hija; la pequeña se rió y agarró la mano de su padre.

Mirando al padre y a la hija, con las manos entrelazadas, sonrientes y vivos, Forrester sintió una punzada de repentina emoción, la pena y el remordimiento habituales. Pero su sentimiento de pérdida contaba con algo más, algo mucho más sorprendente: una ligera y fugaz sombra de felicidad.

Nota del autor

El secreto Génesis es una obra de ficción. Sin embargo, la mayoría de las referencias religiosas, históricas y arqueológicas son completamente reales y precisas, sobre todo Gobekli Tepe (pronunciado Go-beckly Tep-ay), un yacimiento arqueológico de unos doce mil años de antigüedad que actualmente está siendo excavado en el sureste de Turquía, cerca de la ciudad de Sanliurfa. La totalidad del complejo de piedras, pilares y esculturas fue enterrada de forma deliberada en el año 8000 antes de Cristo. Nadie sabe por qué.

En la zona que rodea Gobekli Tepe, entre el Kurdistán turco y el norte de Iraq, existe un grupo de antiguas religiones conocido como el culto de los ángeles. Algunas de estas sectas adoran a un dios llamado Melek Taus.

Tom Knox

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