Carly Phillips
El Seductor
Hermanos Chandler, 02
Título original The Playboy
© Carly Phillips, 2003
© de la traducción, Mercé Diago y Abel Debotto, 2007
Para Janelle Denison,
por estar presente día tras día,
página tras página, línea tras línea,
palabra tras palabra.
Y luego volver a empegar de nuevo.
¡Este libro no habría sido posible sin ti!
Una vez más, gracias de nuevo a Lynda Sue Cooper por responder a todas mis preguntas, por insignificantes que fueran, y por escribir True Blue. ¡Eres un regalo caído del cielo! Los errores son míos y sólo míos.
Capítulo 1
El agente Rick Chandler detuvo el coche patrulla frente a una tranquila casa en Fulton Street y salió con cautela. Yorkshire Falls era un pequeño pueblo del norte del estado de Nueva York cuya población rondaba los 1.700 habitantes. El índice de criminalidad era bajo comparado con el de las grandes ciudades y los habitantes tenían una vivida imaginación. Un claro ejemplo era la última serie de delitos, consistente en varios robos de bragas, y el principal sospechoso, por absurdo que pareciera, había sido Roman, el hermano pequeño de Rick.
Lisa Burton, la mujer que había llamado a la policía esa tarde, era una profesora de secundaria nada dada a exagerar o a asustarse con facilidad, pero aunque Rick no preveía una situación complicada, no daba nada por sentado. La inspección preliminar del terreno le indicó que todo estaba en orden mientras se acercaba al patio delantero por la arenisca de color azul grisáceo. La puerta estaba cerrada a cal y canto y llamó con fuerza. Las persianas de la ventana contigua se agitaron mientras unos ojos cautos miraban hacia fuera.
– Policía. -Rick anunció su presencia. Oyó los cerrojos descorrerse y luego la puerta se abrió apenas unos centímetros-. Soy el agente Chandler -dijo, sin apartar la mano de la pistola como medida de precaución instintiva.
– Gracias a Dios. -Rick reconoció la voz de la propietaria de la casa-. Creía que no ibas a llegar nunca.
No le sorprendió el tono susurrante y apremiante de Lisa. A pesar de su conservadurismo de maestra, Lisa estaba loca por él. Ya se le había insinuado con anterioridad y, aunque Rick prefería pensar que no había llamado a la policía en vano, su voz seductora le había hecho apretar los dientes.
– ¿Has llamado porque necesitabas ayuda? -le preguntó.
La puerta se abrió de par en par. Rick entró con cautela porque Lisa seguía ocultándose tras la puerta de roble maciza.
– He llamado porque necesitaba a la policía. -Lisa cerró de un portazo-. He llamado porque te necesitaba.
El instinto le dijo que ya podía bajar la guardia y soltó la pistola. Al inhalar, se dio cuenta de que su presentimiento había sido acertado. Lo envolvió una fragancia intensa y todos sus mecanismos de defensa masculina se pusieron en marcha. Tosió, y lo que supuso que debía de ser un potente afrodisíaco, le provocó arcadas. Era potente, sin duda, pero la mujer que había llamado a la policía iba a llevarse un chasco. No estaba excitado y en lo único en que pensaba era en encender las luces.
Accionó el interruptor de la pared y, en ese preciso instante, vio a Lisa. Su aspecto debería haberlo sorprendido, pero supuso que estaba demasiado cansado debido a los recientes acontecimientos. La maestra normal y corriente se había transformado en una dominatriz. Desde las botas de cuero que le llegaban al muslo hasta el corpiño ceñido y sin tirantes, pasando por el pelo asalvajado. Su indumentaria pedía a gritos que la poseyera allí mismo, en el suelo, contra la pared, daba igual.
Rick meneó la cabeza. Aunque sabía la respuesta, se lo preguntó de todos modos.
– ¿Qué demonios pretendes?
Lisa apoyó el hombro en la pared y adoptó una postura sensual.
– Salta a la vista, ¿no? Has rechazado las ofertas de todas las mujeres del pueblo, incluida yo, pero pienso poner fin a eso. A pesar de mi trabajo y aspecto normal, puedo ser muy, pero que muy poco tradicional. -Le hizo señas con el dedo-. Vamos, te enseñaré los accesorios de que dispongo.
Rick a duras penas arqueó una ceja. Luego dejó escapar un suspiro, convencido de una cosa. Su entrometida madre, Raina, era la responsable de las insinuaciones nada sutiles y continuadas de Lisa.
Raina había dado a entender a todas las mujeres del pueblo que su hijo sólo sentaría cabeza si encontraba a alguien especial, alguien con quien no se aburriese. Lisa, al igual que muchas otras mujeres del pueblo, se había tomado las palabras de Raina al pie de la letra. Aunque su madre tenía razón al pensar que Rick apreciaba lo singular, se equivocaba al creer que volvería a casarse, y mucho menos tener hijos. Dada su experiencia pasada, su madre debería imaginárselo.
¿Por qué arriesgarse a que le destrocaran el corazón cuando podía disfrutar de un amplio abanico de mujeres sin salir malparado? Aunque su reputación de ligón estaba sobrevalorada, era cierto que disfrutaba de las mujeres. O así había sido hasta que todas las féminas de Yorkshire Falls se habían abalanzado como fieras hambrientas sobre su soltería.
– ¿Estás preparado para esposarme? -Lisa agitó unas esposas forradas de cuero.
En otro momento, en otro lugar, joder, con otra mujer, tal vez se habría sentido tentado, pero con Lisa no había química alguna y prefería su amistad a sus ardides femeninos. Se cruzó de brazos y le dijo lo que le había dicho las dos últimas veces que ella se le había insinuado, aunque no de forma tan descarada.
– Lo siento. No voy a picar.
Lisa parpadeó, con una repentina expresión de vulnerabilidad.
– Vale, lo haré yo por los dos. -Sonrió dejando entrever los dientes, y esas palabras borraron cualquier rastro de ternura que hubiese podido sentir.
– Ahora no, Lisa. -Se frotó las sienes doloridas-. Para ser sincero, ni ahora ni nunca. -No le fue fácil decirlo. Rick no quería herir los sentimientos de Lisa a pesar de su actitud agresiva. Al fin y al cabo, su madre le había educado para que se comportase como un caballero. Pero se apostaba lo que fuese a que ni siquiera Raina se había imaginado de lo que serían capaces las mujeres de Yorkshire Falls con tal de atrapar a Rick.
Si Lisa prefería el cuero a los encajes seguramente estaba curtida. Además, debía de saber que, con esa actitud tan descarada, se arriesgaba a que Rick la rechazara. Del mismo modo que Rick sabía que, si se ablandaba, corría el riesgo de que el episodio se repitiera. Le había ocurrido con anterioridad, no sólo con Lisa. Otras mujeres, otros ardides vergonzosos. Era el tercer intento de seducción en lo que iba de semana.
– Un día acertaré.
Rick lo dudaba. Se encaminó hacia la puerta, pero se volvió.
– Deberías recordar que es ilegal llamar a la policía si no se trata de una urgencia. -Tendría que poner un recordatorio en el periódico, pero ¿para qué desperdiciar árboles y tinta si las mujeres no iban a hacer el más mínimo caso? ¿Por qué iban a hacerlo cuando su madre quería nietos y le daba igual cuál de sus hijos fuera el primero en tenerlos?
– Ya nos veremos en el programa ERAD de formación para maestros sobre el uso indebido de drogas -le dijo Lisa antes de que Rick cerrara la puerta.
– Genial -farfulló él.
Una hora después, cuando su turno estaba a punto de acabar, Rick redactó un informe en el que omitió detalles específicos de su última actuación. A Lisa no le pasaría nada si explicaba que el incidente no había sido más que una falsa alarma. Sin embargo, esperaba que este último rechazo convenciera a la maestra de que no debía llamar a la policía por capricho.
Cogió una goma elástica y apuntó al otro lado de la sala. Antes su madre y toda aquella minada de mujeres le divertían, pero ya no. Tenía que encontrar el modo de que le dejaran en paz, pero no se le ocurría cómo. Entrecerró los ojos y disparó. La goma elástica dio en el blanco, una fotografía desgarrada de una pareja de recién casados con pinta de tontos colgada en la pared color beis.