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Entró en Luanne's Locks, el local que Raina le había aconsejado la noche en que había cenado en su casa. Percibió de inmediato el intenso olor a amoníaco; los pulmones se le congestionaron y los ojos se le llenaron de lágrimas. Cuando dejó de lagrimear, miró a su alrededor. Papel pintado color rosa, sillas burdeos, mucho cromado y espejos por doquier. Una vitrina con productos capilares ocupaba la pared frontal del establecimiento, el lugar perfecto para que las joyas de Kendall realzasen aquella zona… si la propietaria accedía a quedárselas en depósito.

Kendall había abordado a muchos comerciantes de varias ciudades para que aceptasen sus diseños, y confiaba en que la dueña de la peluquería fuera receptiva en ese sentido. No había nadie en el mostrador de la entrada, por lo que se adentró un poco más en el local y se detuvo al llegar a un escalón que separaba la zona de recepción de la de trabajo. Para ser un pueblo pequeño, la peluquería estaba llena de mujeres que conversaban de forma alegre y distendida, lo cual le infundió ánimo.

Kendall respiró hondo y se dirigió a la primera mujer.

– Perdona, ¿podrías decirme quién es la dueña o la recepcionista?

– Yo misma. -La estilista, una mujer de pelo cardado, se volvió hacia Kendall con un peine en la mano-. ¿En qué puedo ayudarte?

Kendall sonrió.

– Soy Kendall Sutton y me gustaría concertar una cita.

La estilista no tuvo ni tiempo de responder. Una cuenta se inclinó hacia adelante en la silla y le susurró a otra mujer con rulos en el pelo: «Es la nueva novia de Rick Chandler».

La información se transmitió entre todas las mujeres presenten en el lugar y, al cabo de unos instantes, se hizo el silencio y todos los ojos se centraron en Kendall con expresión de pocos amigos. La esperanza de ganarse la confianza de la propietaria del local se esfumó junto con el buen humor.

Kendall se había pasado la vida siendo la chica nueva. Llegaba a escuelas o a sitios en los que no conocía a nadie, se mantenía alejada de los grupos y, desde muy joven, había sabido que nunca estaría el tiempo suficiente en un mismo lugar como para que las opiniones de los demás le importasen. Mientras se sintiera feliz y segura, mientras su vida fuera digna y pudiera mirarse al espejo, eso era lo que contaba… Otra lección de sabiduría de tía Crystal, lección que Kendall se tomaba muy en serio y que siempre la animaba.

Hasta ese momento, en que una extraña sensación de incomodidad se apoderó de ella. Algo raro tratándose de una persona acostumbrada a ser la «forastera».

– Tiene el pelo rosa. -La frase sonó como un grito en el local silencioso.

Mientras la media docena de mujeres seguía mirándola de hito en hito, Kendall apretó los puños para evitar llevarse las manos a los mechones. Se le hizo un nudo en el estómago y se sintió cohibida. Otra sensación extraña para alguien a quien nunca le había importado lo que pensasen los demás.

Se obligó a sonreír y se pasó la mano por el pelo fingiendo despreocupación.

– Eso es lo que he venido a arreglarme. -Aunque no dejaban de fulminarla con la mirada, se negó a mostrarse insegura.

– Venga, volved a chismorrear y dejad en paz a la chica. -Una pelirroja atractiva emergió del fondo del local y se acercó a Kendall-. No les hagas caso. -Movió la cabeza-. Soy Pam, copropietaria del local, y la señora que está junto a mí boquiabierta es mi madre, Luanne. -Le dio un codazo cariñoso a su madre-. Es decir, la otra propietaria, que normalmente suele ser mucho más educada con los clientes.

– Vaya modales tengo. -Luanne le tendió la mano y Kendall se la estrechó-. Todas estaban hablando de la nueva amiga de Rick y, de repente, apareces tú. -Luanne se llevó la mano a la boca-. Y ahora me callo.

Pam afirmó con la cabeza.

– Buena idea, mamá.

– No pasa nada -dijo Kendall-. Además, ya supongo que el pelo rosa llama la atención.

Pam puso los brazos en jarras y la miró con detenimiento.

– Entonces no lo sabes. -Se encogió de hombros, se inclinó hacia ella y le habló en un susurro-: Mamá lo ha dicho en serio. No se trata de tu pelo, sino de tu situación. ¿Sabes cuántas mujeres han tratado de conseguir una cita con Rick Chandler y han fracasado?

– He oído rumores…

– Nada de rumores, es un hecho. Probablemente, ahora mismo soy la única soltera de la peluquería que no ha tratado de conquistar al poli favorito del pueblo. Prefiero a los rubios, pero la mayoría de las mujeres no son tan quisquillosas. Sólo quieren una alianza en el dedo. -Pam agitó la mano hacia Kendall-. No es que crea que es lo que tú buscas. Acabo de conocerte y no tengo ni idea, pero ya me entiendes.

Kendall asintió, un poco desconcertada tras oír las palabras de Pam. Acostumbrada a una vida solitaria en la gran ciudad, Kendall se sentía incómoda compartiendo información íntima con una desconocida. Saltaba a la vista que en un pueblo pequeño la intimidad brillaba por su ausencia.

– ¿Puedo reservar hora para lo de mi pelo? -le preguntó Kendall cambiando de tema.

Pam sonrió.

– Estás de suerte; me había tomado la mañana libre para hacer varios recados y ya he acabado. Me ocuparé yo misma porque… -volvió a inclinarse hacia ella-… supongo que no querrás que mi madre te cambie el rosa por el azul. Últimamente se ha especializado en el azul.

Pam se rió y a Kendall aquella risa le pareció contagiosa.

– Encantada de contar con tus servicios.

– Entonces sígueme.

Kendall siguió a Pam hasta la sala posterior, esforzándose por no hacer caso de las miradas, aunque no pudo evitar la sensación de que a algunas mujeres no les caía precisamente bien.

Pam la acomodó en una silla y le colocó un protector de tela negra alrededor del cuello que la cubrió hasta los pies.

– Ni caso, querida. Te prometo que ese grupo de cuentas no es representativo de nuestro pueblo. -Le dio una palmadita en el hombro-. Entonces, ¿quieres recuperar el rubio?

Kendall asintió.

– Todo lo que se pueda.

– Bien, antes de poner el color tendremos que decolorar bien las partes rosa. -Pam se dirigió hacia un pequeño armario sin dejar de hablar-. Tal vez te queden algunos tonos rojizos cuando acabemos. El rojo es el color más difícil de conseguir y el que más cuesta quitar… a no ser que no te importe que se te quede verde.

Kendall abrió los ojos como platos y Pam se rió.

– Es broma, pero quiero que sepas a qué nos enfrentamos. Es posible que necesitemos varios intentos durante las próximas semanas hasta que recuperes el color rubio.

Kendall no creía que fuera a permanecer tanto tiempo en el pueblo, pero no le apetecía contárselo a Pam.

– Unos tonos rojizos suaves no me molestarán. Cualquier cosa más natural que lo que tengo ahora -repuso Kendall.

– ¿Corto? -Pam asomó la cabeza desde el armario-. Siempre he querido probar el corte de pelo de Meg Ryan, pero en el pueblo nadie se atreve.

Kendall se miró el pelo, que le llegaba por los hombros, en el espejo.

– Supongo que quieres que haga de conejillo de Indias, ¿no?

Pam sonrió.

– Seré tu mejor amiga -replicó con voz cantarina.

La musicalidad le recordó la cantinela infantil con que había oído que se dirigían a otros, pero nunca a ella. El tono alegre y feliz le hizo sentir un nudo en la garganta y una nostalgia indefinida. Kendall inspiró hondo.

– Vale, ¿por qué no? Córtamelo a lo Meg Ryan. -Se rió para tratar de librarse de aquella sensación inquietante, la de que nunca había tenido amigas siendo niña.

Pam chilló de alegría al oír que Kendall accedía a sus deseos.

– Te has ganado mi amistad para toda la vida.

La idea no sólo alegró a Kendall sino que le hizo sentir algo especial que nunca había tenido.

– Lo mismo digo, Pam.

Durante el siguiente cuarto de hora, Pam charló mientras le cortaba el pelo y, para cuando hubo acabado, Kendall tenía un nuevo color y una nueva amiga en el pueblo. Sin embargo, a pesar de la cálida acogida de Pam, las otras mujeres de la peluquería ni siquiera la saludaron. Kendall trató de convencerse de que no le importaba, pero en el fondo sabía que no era cierto.