No.
– No -dijo en voz alta para convencerse a sí misma. Aunque Rick sabía que quería vender la casa y que no le sobraba el dinero, no sabía cuan reducidos eran sus recursos económicos. Ni lo sabría. Por los mismos motivos por los que no compartiría lo mucho que le preocupaba la situación de Hannah.
No le había confiado sus problemas personales por puro instinto de supervivencia… no podía permitirse el lujo de confiar en él. La presencia de Rick hacía que se sintiese mejor, pero la vida y el pasado le habían enseñado a confiar sólo en sí misma. No era el momento de cambiar lo que siempre había funcionado.
Kendall no necesitaba llamar a un agente inmobiliario para saber que la clave para obtener más dinero por la venta de la casa pasaba por darle una buena capa de pintura. Rick ya había rascado y lijado gran parte de la casa de invitados, por lo que decidió que ella misma comenzaría a pintar la casa principal. Se había mudado muchas veces en el pasado y había alquilado y subarrendado muchos apartamentos y pintado por tanto unas cuantas paredes.
Corrió hasta la habitación de atrás, se enfundó la ropa de trabajo y observó la entrada. Había comprado litros de pintura blanca y decidió comenzar por allí, donde cualquier potencial comprador recibiría la primera impresión. Luego seguiría hacia el interior de la casa, de modo que vería la mejora cada vez que entrase. Mientras tanto, confiaba en que así se le pasara el tiempo más rápido, y no mirase el reloj tan a menudo, esperando a que la llamasen su hermana o sus desaparecidos padres.
Tras encender la radio y reprimir el impulso de telefonear de nuevo a Rick para sentir su hombro o cualquier otra parte del cuerpo que la tentase, comenzó a trabajar.
Rick creía que su turno no acabaría nunca. Para cuando llegó a la casa de Kendall, en Edgemont Street, ya había anochecido. Kendall no sabía que iría, pero él tenía que explicarle su propuesta. Esperaba que no la rechazase, en parte porque quería ayudarla a integrarse en Yorkshire Falls, pero sobre todo porque la había echado de menos y le apetecía estar con ella. Teniendo en cuenta que no se quedaría mucho tiempo en el pueblo, Rick sabía que el primer argumento era endeble y patético, pero le daba igual. Le había hecho daño y quería arreglar las cosas antes de que se marchase.
Llamó a la puerta y, al ver que no abría, entró. Había dejado la puerta sin cerrar, por lo que ya no era una verdadera recién llegada. Para disgusto de Rick y del resto del cuerpo de policía, en Yorkshire Falls los cerrojos no solían usarse.
Oyó música al entrar. Miró alrededor y vio a Kendall cantando mientras pintaba la pared con un rodillo. La capa de pintura sólo llegaba hasta la altura de su brazo, por lo que quedaba una línea horizontal que separaba la pintura nueva de la vieja. Aunque ella creía que había quedado de fábula, la impresión inicial era la de un trabajo muy poco profesional.
Rick meneó la cabeza y se rió.
– Podrías darle una oportunidad al pobre Eldin.
– ¡Rick! -exclamó con una mezcla de cordialidad y placer mientras dejaba todo en el suelo para saludarle-. Seguramente debería haber comprado una escalera, ¿no? -Sonrió con expresión picara-. Pero estaba tan impaciente por empezar y estar ocupada que no quería esperar.
– ¿Por qué no me has llamado para pedirme que te trajera una?
– No se me ha ocurrido.
Rick se acercó a ella, llevado por un impulso más poderoso que su mente o su voluntad.
– Supongo que confías en que pinte yo lo que falta, ¿no?
Kendall se mordió el labio inferior y le dedicó una sonrisa encantadora.
– Tenemos un trato.
– Sí, claro. -El maldito trato. El que los convertía en amantes en público pero no le daba derecho alguno sobre su cuerpo en privado. Joder, cómo le gustaría cambiar esa parte del trato.
No había dejado de pensar en ello en todo el día. Esa mujer a la que apenas conocía, a la que por algún motivo quería proteger emocionalmente y poseer físicamente, le había llegado muy dentro. Mucho más que cualquier otra mujer en mucho tiempo. Rick se acercó más a ella y la atrapó junto a su cuerpo. Kendall no podía retroceder, porque de hacerlo se toparía con la pared recién pintada, por lo que dio un pequeño paso hacia Rick.
Él aspiró y se dejó envolver por su aroma voluptuoso. Observó su cuerpo ágil, cubierto apenas con prendas elásticas de deporte. Sin duda, el calor sofocante había contribuido a la elección de aquel atuendo. El aparato de aire acondicionado que había comprado sólo enfriaba el dormitorio en el que dormía. En el resto de la casa seguía haciendo el mismo calor y Kendall no quería invertir más dinero en un lugar del que se marcharía en breve.
Rick se negaba ni siquiera a plantearse esa posibilidad. No estaba listo para despedirse, y menos cuando apenas acababa de conocerla.
Pensaba enmendar esa situación.
Sus miradas se encontraron y ella esperó a ver qué hacía. Rick colocó las manos por encima de la cabeza de Kendall y en cuanto notó la sensación fría en las palmas de las manos, se dio cuenta de su error.
– La pared está recién pintada. -Kendall se rió.
– Vaya, gracias por recordármelo. -Tenía las dos manos manchadas de pintura.
– Sólo trataba de ser amable.
– Se me ocurren otras cosas mejores… para ser amable con tu amante.
– Sólo en público. -Ésos eran los hechos, pero su mirada los cuestionaba.
Se preguntó lo mismo que Rick se había estado planteando. ¿Podían llegar más lejos?
Kendall respiró hondo, insegura.
La inhalación la hizo erguirse y sus pechos redondos presionaron contra la tela elástica, tentando a Rick
– Podríamos cambiar eso -dijo él.
Ella ladeó la cabeza. El pelo rubio recién cortado le rozaba los hombros y le envolvía el rostro de forma sensual. Joder, y a él le iban las rubias. Esa rubia.
– Podríamos -repuso ella.
Rick también ladeó la cabeza y sus labios se unieron. Ese mismo día la había besado como parte del papel que representaban. Ahora el beso era real. A pesar de que se sentía presa de la excitación, Rick se lo tomó con calma, le mordisqueó el labio inferior y disfrutó de los gemidos que ella emitía a modo de respuesta. Al colocarle la mano en el pecho, el movimiento le pareció natural, y sintió un dolor en la entrepierna al tiempo que las sienes comenzaban a palpitarle.
No le bastaba aquel contacto, su cuerpo pedía mucho más, pero antes de que Rick pudiera seguir, los interrumpió el inconfundible sonido de un móvil. Por pura costumbre, se llevó la mano al teléfono que llevaba colgado del cinturón.
Muy a su pesar, Kendall se hizo a un lado.
– Es el mío -dijo con voz grave.
Pero Kendall era suya, pensó Rick, tal como indicaba la huella de su mano estampada en la ropa de ella. Rick pensaba proseguir lo que habían comenzado en cuanto aquella interrupción acabase.
– ¿Sí? -Kendall respondió como si esperase una llamada urgente.
Rick no escuchó la conversación, pero no pudo evitar oír que Kendall había elevado la voz y, para cuando hubo colgado, Rick supo que aquel momento mágico había llegado a su fin. La tensión sexual había dado paso a un claro desasosiego, mientras Kendall, inquieta, caminaba de un lado a otro sin dejar de farfullar.
– ¿Qué pasa?
– Problemas familiares. -Kendall cruzó la habitación y se quedó junto a Rick, con el cejo fruncido.
Rick quería borrarle esas arrugas y tranquilizarla. Aunque el sentido común le decía que no se metiera donde no le llamaban, no soportaba verla así.
– ¿Puedo ayudarte? -preguntó de todos modos.
Kendall negó con la cabeza.
– Gracias, pero no es nada de lo que debas preocuparte. -Se lo dijo como si no acabaran de estar abrazados, como si a Rick no le importara nada más que su cuerpo. Él dejó escapar un suspiro de frustración. Kendall le estaba excluyendo. Físicamente, estaba cerca, pero emocionalmente estaba a kilómetros de distancia. La huella que antes indicaba que Kendall era suya ahora era una inequívoca señal de STOP.