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– ¡Bingo!

– Mejor que mamá no te vea haciendo eso.

Rick se volvió y vio a Chase, su hermano mayor, acercándosele por detrás y sentándose a su lado.

Chase se rió, pero a Rick no le hacía gracia. La determinación de Raina era legendaria. Ni siquiera sus problemas de corazón la habían frenado. No bastaba con haber conseguido que Roman, el pequeño, se casase. No, ahora en la incansable búsqueda de nietos, había fijado su punto de mira en Rick.

Chase, el solterón empedernido, había ayudado a Raina a criar a sus hermanos pequeños tras la muerte de su padre, hacía veinte años. Y al haber cumplido con las responsabilidades familiares, estaba exento de los planes de emparejamiento de su madre… de momento.

Rick en cambio no era tan afortunado.

– Mamá estará tan ocupada con su renovada vida social que no prestará atención a la mía.

Tras varios años viuda, había comenzado a salir de nuevo con un hombre. A Rick le parecía un poco raro emplear ese término para una mujer de su edad, pero eso era lo que hacía: salir con el doctor Eric Fallon. A los tres hijos les había preocupado su soledad y Rick se alegraba sobremanera de que, finalmente, la hubiera desterrado. Confiaba en que estuviera tan absorta en su nueva vida que no se molestara en entrometerse en la de él.

Chase se encogió de hombros.

– A mamá nunca le falta tiempo para entrometerse. Fíjate en lo que se trae entre manos: al buen médico, conseguir un hijo de Roman y Charlotte -dijo, refiriéndose a su hermano pequeño y a su mujer- y encarrilar tu vida social. -Cogió un bolígrafo y le dio vueltas entre las palmas.

Rick movió los hombros para liberar la tensión acumulada tras pasar demasiado tiempo en el coche patrulla. En aquel pueblecito la jerarquía no contaba, y todos colaboraban en los turnos.

– Al menos Eric la entretiene -repuso Chase.

– No lo bastante. Tal vez debería trabajar. Podrías ofrecerle un puesto.

– ¿De qué? -El tono de Chase no ocultaba su sorpresa.

– Columnista de chismorreos sería lo más apropiado -bromeó Rick, y consiguió que su hermano sonriera.

Pero Chase se recompuso de inmediato.

– Ni en sueños la llevaría a la redacción. A la que me despistase empezaría a entrometerse en mi vida social.

– ¿Qué vida social? -le preguntó Rick sonriendo. Chase era tan reservado que Rick no podía evitar la tentación de poner en aprietos a su hermano más serio.

Chase meneó la cabeza.

– La de cosas que no sabes tú de mí. -Y esbozó una sonrisa sardónica mientras se cruzaba de brazos sobre el pecho-. Para ser poli eres bastante corto.

– Porque te lo guardas todo.

– Exactamente. -Chase asintió con una mirada de satisfacción en sus ojos azules-. Me gusta la intimidad, así que voto por dejar que mamá siga entrometiéndose en tu vida amorosa.

– Vaya, gracias. -Al hablar de Raina y sus intromisiones, Rick recordó la última parada del día-. ¿Has visto a Lisa Burton últimamente? -preguntó a su hermano.

– Desayunando en Norman's esta mañana. ¿Por qué?

Rick se encogió de hombros.

– Por curiosidad. Esta tarde ha habido una falsa alarma en su casa.

Chase se animó y su instinto periodístico pasó a la acción.

– ¿Qué clase de falsa alarma?

– La de siempre. -No valía la pena explicarle a Chase que a la maestra le iba el sadomaso. Seguramente Lisa estaba avergonzada y Rick no era de los que iban por ahí contando secretos. Chase le había enseñado a respetar a las mujeres, se lo mereciesen o no-. Ruidos en el exterior, pero no pasaba nada. -Tal vez fuera un animal o algo.

Rick asintió.

– ¿Te dio la impresión de que estaba nerviosa? Chase meneó la cabeza.

– En absoluto.

– Bien.

– Hablando de cenar… -Chase se levantó. -No he dicho nada.

– Pues yo sí. ¿Te apetece ir a casa de mamá?

El estómago de Rick gruñó y le recordó que estaba tan hambriento como su hermano.

– Me parece un plan excelente. Vamos.

– Rick, espera. -Felicia, la operadora de la comisaría, entró en la sala-. Hay una mujer en un vehículo detenido en la carretera 10 de camino al pueblo. Phillips ha llegado tarde. ¿Puedes encargarte tú mientras a él le dan las instrucciones de su turno?

Rick asintió.

– ¿Por qué no? -Así tardaría más en ver a su madre y oír sus intencionadas preguntas sobre su vida social. Se volvió hacia su hermano-. Dile a mamá que lo siento, y que iré lo antes posible.

– No le mencionaré la sonrisa complacida de tu cara ni el alivio que sientes por no volver a casa todavía. Pero sí que está esperando una mujer; así lo pagarás -dijo Chase.

Felicia se acercó a Chase, confiada y femenina incluso con su uniforme azul.

– Yo salgo dentro de cinco minutos. Llévame a casa de tu madre y te librarás de su insistencia respecto a los emparejamientos -dijo, pestañeando con sus ojos color avellana.

Rick la observó con expresión divertida. Felicia tenía buenas intenciones y mejor cuerpo, toda ella era un sinfín de curvas y feminidad bajo la ropa. Hasta un ciego sabría que estaba para comérsela.

– ¿Qué me dices? -le preguntó Felicia a Chase.

Éste sonrió, le rodeó los hombros con el brazo y dejó los dedos peligrosamente cerca de esas curvas en las que Rick se había fijado.

– Ya sabes que no puedo llevarte a casa, guapa. Los chismorreos se dispararían y mañana saldríamos en la portada de The Gazette -le explicó Chase, refiriéndose a su periódico.

Felicia dejó escapar un suspiro exagerado.

– Tienes razón. Una noche con el mayor de los Chandler y echaría a perder mi reputación. -Se llevó la mano a la frente con un gesto histriónico-. ¿En qué estaría pensando? -Se rió, se irguió y se alisó la blusa-. Además, tengo una cita. Será mejor que Rick vaya a ver qué le pasa a ese coche -añadió-. Nos vemos, Chase.

– Hasta luego -contestó éste, y se volvió hacia Rick-. Y ven lo más de prisa que puedas.

Rick meneó la cabeza.

– No te preocupes. Estoy convencido de que mamá considera que su casa es territorio neutral. No te tendería una trampa si sabe que estará presente para sufrir las consecuencias. -Recogió las llaves del coche.

– Si mamá está por medio, yo no me relajaría demasiado -le advirtió Chase.

Diez minutos más tarde, al caer en la cuenta de que probablemente estaba acudiendo a otra llamada de emergencia para rescatar a otra damisela en apuros, Rick reconoció que su hermano no andaba descaminado. Basándose en su experiencia pasada, Rick dudaba de que se tratase de algo rutinario; más bien debía de ser otra trampa obra de su madre.

A pesar de la ira que iba en aumento en su interior, Rick tuvo que admitir que en esa ocasión le decepcionaba la falta de creatividad. Hasta el momento, las situaciones de emergencia habían sido métodos innovadores para llamar la atención del oficial Rick Chandler. Fingir quedarse sin gasolina, si es que de eso se trataba, se encontraba al final de la escala de originalidad.

Condujo hasta las afueras del pueblo y se dirigió hacia donde le esperaba la conductora del coche rojo oscuro. Mientras se aproximaba, vio el encaje blanco que sólo podía pertenecer a un vestido nupcial asomando por la puerta. Puso los ojos en blanco. Primero una dominatriz, ahora una novia. El vestido respaldaba su teoría de que seguramente se trataba de una trampa. Las novias no pasaban como si tal cosa por Yorkshire Falls, y además ese día no había ninguna boda en el pueblo. La tienda de vestidos más cercana estaba en Harrington, el pueblo anterior, y a Rick no le sorprendería que la mujer se hubiese equipado allí.

Al parecer, ella era más imaginativa de lo que Rick había supuesto, pero se había equivocado en su relación. A Rick Chandler le gustaba rescatar mujeres, pero las novias estaban al final de la lista. La última vez que había acudido a una llamada de socorro como ésa, acababa de volver a casa tras finalizar los estudios y llevaba unos dos años en el cuerpo. Jillian Frank, una de sus mejores amigas y por la que había sentido un gran afecto, había dejado la universidad porque se había quedado embarazada y sus padres la habían echado de casa. Rick había acudido en su ayuda sin pensárselo dos veces. Eran los malditos genes de los Chandler. La lealtad era su punto fuerte, y más aún la necesidad de proteger.