Выбрать главу

– Para ser un hombre de pocas palabras, tu hermano las escoge de forma sensata. -Miró a Rick.

Rick asintió.

– Es el periodista que lleva dentro, pero no me refería a eso.

– ¿A qué te referías?

Se le tensó el rostro.

– A que los guardo aquí, pero nunca los he usado. -Sacó la caja y la vació en el colchón-. Once más el que tengo aquí, doce -dijo, sosteniendo en alto uno de los envoltorios.

Rick no tenía que añadir nada más ni explicarle qué significaban sus palabras o actos. Nunca había llevado a una mujer a aquella casa y quería que Kendall lo supiera. Ella sabía que Rick había estado con muchas mujeres, pero nunca allí. Tragó saliva.

En lugar de reaccionar, optó por tomárselo a la ligera.

– ¿Cuántos crees que usaremos esta noche?

Rick la miró con expresión seria durante unos instantes. Ella no sabía si aceptaría el juego o si querría adentrarse en emociones que Kendall prefería que no se comentasen.

Sin embargo, él se limitó a sonreír para restarle importancia a ese momento.

– ¿Por qué no lo averiguamos?

Kendall lo observó colocarse la protección rápidamente y luego deslizó las manos por sus muslos. La piel fuerte y curtida de Rick contrastaba con la piel blanca de ella, lo que tornaba mucho más intensas la masculinidad y la virilidad de él.

Rick le separó las piernas con las palmas de las manos, deslizó el extremo del pene en su interior y ella jadeó. Duro y suave, ardiente y tierno, su cuerpo entró en el de ella, abriéndola, consumiéndola. Kendall respiró hondo, asombrada por las intensas sensaciones que despertaba aquel sencillo acto. Pero ni Rick Chandler ni lo que ella sentía por él era sencillo.

Antes de que pudiera seguir pensando, Rick la embistió y la penetró por completo. El deseo se apoderó de ella, reavivó con fuerza el fuego que él ya había encendido y la arrastró hacia un torbellino de sensaciones embriagadoras.

– Rick -dijo ella sin tan siquiera pensarlo, y los ojos de él brillaron de pasión y necesidad.

Los cuerpos estaban tan unidos que era imposible distinguirlos, pero de repente Rick se detuvo. Los brazos le temblaron por el esfuerzo que le supuso contenerse.

– Has parado -murmuró Kendall-. ¿Por qué?

Rick se inclinó hasta que su frente tocó la de ella.

– ¿Por qué tengo la sensación de haberte estado esperando toda la vida cuando apenas acabamos de conocernos?

Ojalá Kendall lo supiera. Abrió la boca para responder y obtuvo un beso como recompensa. Un beso cálido, exigente y entregado que le indicaba con claridad qué harían a continuación. No necesitaban preliminares sexuales. Cada momento que habían compartido desde que se habían conocido había formado parte de los preliminares.

Le recorrió la mejilla con la lengua hasta llegar a su boca.

– Quiero que estés mojada y lista -le dijo con una voz áspera y ronca que la excitó aún más.

– Lo estoy.

– Lo sé. -Rick salió de su interior para que sintiera cada una de las rugosidades de su lascivia y luego volvió a embestirla, introduciendo en su cuerpo deseoso cada uno de los resbaladizos centímetros de su intensa erección.

Cada embestida ponía a prueba su resistencia y la acercaba al límite, al climax. Se balanceaba al mismo ritmo que Rick, alzando las caderas para que la penetrara hasta el fondo, uniéndose a él hasta que el torbellino que se había iniciado el día que se conocieron tomó fuerza e hizo que ella subiera, subiera, subiera hasta entregarse a un olvido cálido, dulce y divino.

A medida que la realidad y las sensaciones volvían, Kendall supo que había cambiado para siempre, y no sólo porque hubiese hecho el amor con Rick, sino porque él había hecho algo insólito: le había demostrado que ella le importaba. No sólo una vez, y no sólo con el cuerpo, sino también con el corazón y el alma.

«Tomárselo a la ligera.» A Rick le bastó una mirada para percibir la batalla interna de Kendall. Lo comprendía, porque él sentía lo mismo. Se suponía que el sexo era algo sencillo.

Su relación no lo era.

Por el bien de los dos, haría lo que sus ojos le suplicaban.

– Hemos usado dos condones -dijo-. ¿Pasamos al tercero? ¿O debería compadecerme de ti y dejarte dormir un poco?

Kendall se rió, se relajó y se acurrucó a su lado.

– ¿Por qué tengo la impresión de que le estás dando la vuelta a la tortilla y me pones a mí de excusa cuando en realidad el que necesita descansar eres tú?

Rick se desplomó sobre las sábanas, exhausto.

– Me has pillado.

– Vale, lo admito, yo también estoy agotada.

– Supongo que entonces disponemos de tiempo para hablar.

Ella se volvió hacia Rick.

– ¿De qué?

Él se encogió de hombros. Le daba igual. Todo lo que supiera sobre ella valdría la pena. Todo lo que explicara su personalidad única, qué la convertía en una trotamundos que ansiaba el amor aunque no lo reconociese. Era así. Rick lo sabía, lo había presenciado esa noche.

Había visto su expresión de gratitud cuando le había mencionado la fiesta y, una vez allí, la había visto absorber, a pesar de la cautela, la cordialidad y la afectuosidad del mismo modo que una esponja absorbe el agua. Ese lado vulnerable le había atraído tanto como la mujer atractiva de ceñidos pantalones de cuero.

– Quiero saber qué es lo que te emociona. ¿Cuáles son tus propósitos, tus sueños? ¿Qué planes tienes, y no me refiero a limpiar la casa, sino a cuando te hayas marchado? ¿Piensas hacer de modelo en el futuro? -Lo dijo como si no le importara lo más mínimo. Por desgracia, comenzaba a darse cuenta de que no era así.

Kendall negó con la cabeza.

– No. Sólo hice de modelo con una finalidad. Como te habrás dado cuenta al verme con el pelo rosa, la vanidad no es lo mío. -Se rió y Rick notó la vibración en su cuerpo-. Pero diseño joyas y…

– ¿Ah, sí?

– ¿Te sorprende? -Se apoyó en el codo y lo miró de hito en hito-. ¿Cómo creías que me ganaba la vida?

El edredón se movió un poco dejándole al descubierto los pechos y, durante unos instantes, Rick no pudo pensar en nada.

Kendall se dio cuenta y volvió a taparse con el edredón.

– Compórtate y contesta.

– Bueno, sabía que hacías de modelo. Creo que no había pensado en nada más.

– Aah, vale. Sólo he vivido de mi atractivo. -Kendall sonrió y se le formaron aquellos hoyuelos que a Rick tanto le gustaban.

Rick sabía que bromeaba y le agradeció que bajase la guardia unos instantes.

– Eres guapa. ¿Por qué no sacarle partido?

– Me parece bien siempre y cuando no supongas que es lo único que tengo que vale la pena.

– ¿Me crees tan superficial? -Le recorrió el vientre con la mano, luego ascendió hasta el pecho y se lo rodeó con la palma-. Sé que tienes muchas otras virtudes.

Kendall suspiró, disfrutando del contacto.

– Enuméralas.

– ¿Eh?

– Enumera esas virtudes que dices que tengo. Demuéstrame que no te estás valiendo del encanto de los Chandler para meterte en mi cama.

– Corrígeme si me equivoco, pero creo que estás en mi cama.

Kendall dejó escapar un largo suspiro.

– Vale, para meterte en mis pantalones… por así decirlo.

– Corrígeme de nuevo si me equivoco, pero ya he estado ahí dentro. -Al pensar en ello, la entrepierna se le endureció y se colocó sobre Kendall.

– Sí, pero si quieres volver a entrar tendrás que enumerar esos supuestos atributos. -Lo miró a los ojos y sonrió.

Rick, complacido, se rió. ¿Cuándo fue la última vez que había disfrutado con la personalidad de una mujer en la cama?

– Tengo la impresión de que no quieres hablar de tus planes inmediatos ni de ti misma, pero te seguiré el juego.