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Pearl blandió la mano en el aire, desechando claramente la idea.

– Eso es lo que me temía. -Introdujo la mano en la bolsa y extrajo una jarra de té helado-. No se puede vivir en las afueras y no tener un poco de té helado o de limonada para acompañar el postre. Eldin odia los limones, así que le compro té helado. Hay que tenerlos contentos, pero eso tú ya lo sabes, cómo no, ahora que sales con Rick, que es tan varonil. -Se dirigió a la cocina, como si estuviera en su casa, sin dejar de hablar-. ¿Cómo es que estás pintando todo esto? -preguntó.

– Pues…

– No me lo digas. Tú y Rick habéis pensado veniros a vivir aquí. Yo ya se lo he dicho a Eldin, pero él me ha dicho que no, que has pasado la noche en el apartamento de Rick y que esta vieja casa de invitados no era tu estilo, que eres una chica de ciudad y tal.

Kendall parpadeó. No sabía qué la sorprendía más, el hecho de que Pearl manifestara que, al parecer, todo el mundo sabía dónde había pasado la noche o la velocidad y coherencia con la que hablaba. Cuando estaba con Pearl, Kendall no tenía que preocuparse de mantener una conversación.

De todos modos, debía asegurarse de que lo que se decía por ahí era cierto, o útil para Rick y su causa.

– Supongo que eres consciente de que Rick y yo no estamos casados.

– Todavía. -Pearl se metió un trozo de brownie de chocolate en la boca y luego lo acompañó del té helado que había llevado, al tiempo que deslizaba un vaso hacia Kendall.

Ésta suspiró y se selló la boca con un brownie y un sorbo de la deliciosa bebida dulce. Estaba empezando a entender lo que Rick había querido decir al advertirle que no se molestara en rectificar las suposiciones equivocadas de los demás. En una comunidad tan pequeña, la gente creía lo que quería, independientemente de las pruebas o refutaciones. Se sorprendió al darse cuenta de que no sólo no le importaba sino que disfrutaba con la visión obstinada e idílica de Pearl.

– Pues estoy acondicionando este sitio y también me gustaría arreglar la casa principal. -En otra de las visitas que Pearl le había hecho esa semana, Kendall había descubierto que, si bien el exterior estaba dejado, el único problema del interior era la pintura. No tenía ninguna intención de ofender a Eldin criticando sus habilidades o sugiriendo que pintaran las paredes. Había otras formas de renovar una casa para revenderla.

– ¿Ah, sí? ¿Y qué tipo de arreglos? -preguntó Pearl.

A Kendall no le importaba responder, pero no quería entrar en detalles. ¿Para qué preocupar a Pearl respecto a si tenían que marcharse de allí antes de que Kendall tuviera la oportunidad de sopesar otras opciones para la pareja de ancianos? Era lo mínimo que podía hacer por los amigos de tía Crystal.

– He pensado en comprar unas cuantas flores. Rick ha dicho que cortaría el césped y limpiaría el exterior a conciencia -empezó a explicar.

– Eres un sol. -Pearl se abalanzó sobre ella y le dio un fuerte abrazo-. Eldin y yo viviremos en la gloria dentro de poco. Ya sabes que no podemos pagar ese tipo de arreglos. No sólo eres tan guapa como tu tía sino igual de buena. Y está claro que Eldin y yo ayudaremos en todo lo que podamos. -Volvió a sentarse, radiante de felicidad y placer.

Kendall no sabía qué decir. ¿Cómo iba a echar por tierra las ilusiones de Pearl y decirle que tendría que marcharse de allí? Pero por otra parte, ¿cómo iba a dejarle pensar que ella y Eldin podrían quedarse en la casa de su tía? Kendall se masajeó la sien, que de repente le empezó a palpitar.

– ¡Tengo que decírselo a Eldin! -Pearl cogió el bolso-. Quédate con los brownies y con la bandeja. -La alegría de la mujer era palpable.

Kendall emitió un gemido.

– Oh, no te preocupes. Ya volveré en otro momento para charlar.

Pearl la malinterpretó otra vez y Kendall no la corrigió. Por un lado, ya había aprendido que era inútil y, por otro, Pearl no le había dado la oportunidad. Se marchó a toda prisa y dejó a Kendall boquiabierta, sola con la bandeja de brownies.

Miró a su alrededor y se encogió de hombros, luego apartó todo el papel de aluminio y empezó a ahogar sus penas en chocolate.

Unas horas después de la marcha emocionada de Pearl, la cocina estaba resplandeciente. Tras zamparse prácticamente la bandeja entera de brownies, Kendall decidió quemar las calorías. Para cuando terminó, quienquiera que hubiera inspeccionado el rincón más profundo de la alacena no habría encontrado más que limpieza y un espacio vacío. Luego le tocó el turno a los armarios de la casa, todos vacíos salvo el vestidor de la entrada. Cuando terminó con él, Kendall había acumulado trastos suficientes para organizar un mercadillo.

Exhausta pero con más ideas, se puso manos a la obra en su dormitorio. Como le había pedido a Brian que le enviara su ropa de casa y otros artículos desde Nueva York, la pequeña habitación tenía un aspecto hogareño y acogedor. Kendall recorrió una estancia tras otra admirando las mejoras.

Había vencido la frustración del día con algo constructivo, pero se sentía culpable al pensar que el motivo por el que quería arreglar la casa era para venderla… a espaldas de Pearl y Eldin.

Se sintió embargada por la culpa.

– Maldita sea.

Eso es lo que le pasaba por cogerle cariño a las personas. Pero ¿cómo iba a evitarlo? Eran los amigos de su tía y le caían bien, además ella lo estaba pasando bien allí, en casa de su tía. Pero pronto llegaría el momento de marcharse.

Como todavía no quería pensar en eso, Kendall decidió actuar de forma productiva. Consultó la hora e intentó llamar a su hermana. De nuevo fue en vano. O no estaba en su habitación o la pequeña idiota había decidido no coger sus llamadas, lo cual era lo más probable. Aparte de la breve conversación del otro día, Hannah no había respondido a sus muchos mensajes.

Describió un movimiento circular con los hombros para aliviar la tensión, e intentó relajarse. Por lo menos sabía que su hermana estaba a buen recaudo en el internado. Por el momento, Kendall no podía hacer nada para cambiar la situación de Hannah. Pero sí podía hacer mucho en cambio por la suya.

Había pensando en Rick muchas veces a lo largo del día. Su voz ronca, su cuerpo fibroso y duro y la ternura con que le había hecho el amor la habían asaltado en cuanto bajó la guardia. Se había quedado ensimismada y, al volver a la realidad, se había encontrado con un trapo del polvo en la mano mientras su cuerpo seguía estremeciéndose como si los labios o la boca de Rick estuvieran recorriendo aún su sensible piel. Incluso ahora temblaba al recordar sus manos deslizándose por su cuerpo desnudo y anhelaba la repetición de la jugada.

Rick pronto acabaría su turno y ella sabía exactamente cómo tentarle tras una larga jornada de trabajo. Se dio una ducha rápida y llamó a Chase para que le diera información personal sobre Rick. ¿Cuál era su comida preferida? ¿Qué música le gustaba? Las cuestiones básicas de la vida. Armada con las respuestas, se encaminó a su apartamento.

Como ella había podido ver con sus propios ojos, Rick era un hombre que se preocupaba por todo el mundo, pero que apenas pensaba en sí mismo. Kendall tenía intención de invertir esa tendencia. Esa noche pensaba ocuparse de él.

Rick subió despacio la escalera trasera que conducía a su apartamento. El agotamiento se mezclaba con el hambre y no sabía si tendría fuerzas para buscar algo de comer en la nevera. Habría comido algo en Norman's, pero allí la conversación era tan predecible como la comida y a Rick no le apetecía hablar. No después de los últimos días. Los turnos de diez horas en el trabajo, la fiesta familiar improvisada en Norman's, pasar la noche con Kendall y levantarse y apechugar con otro turno de diez horas lo habían dejado agotado.