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– No me refería a eso. -Kendall se pasó una mano por el pelo despeinado-. Tenemos que hablar.

– Sí, claro.

Kendall entornó los ojos. Hannah llevaba varios días evitando sus llamadas y ahora de repente quería hablar.

– ¿Qué ocurre?

– Como si te importara.

Kendall hizo caso omiso del comentario.

– He hablado con el señor Vancouver y…

– Me odia.

– Por lo que parece le has dado motivos para ello.

Su hermana soltó un bufido.

– Me dijo que te habían dado una última oportunidad.

– Ya no importa.

Kendall parpadeó.

– ¿Que ya no importa? ¿Cómo lo has conseguido? ¿Te has disculpado o…?

– Me he largado.

– ¿Qué quieres decir con eso de que te has largado? -chilló Kendall. Rick, que seguía en la cama, se sobresaltó y se levantó para hacer que se sentara en el colchón-. ¿Dónde estás? ¿Y cómo estás? -Intentó conservar la calma. Por el momento.

– ¿A ti qué te parece? Tampoco puede decirse que allí me quisieran. Estoy convencida de que le he ahorrado el trabajo de expulsarme.

– ¿Expulsarte? -Aunque el señor Vancouver había insinuado que tal cosa era posible, Kendall había dado por supuesto que antes se sentaría con Hannah y sus padres, o con Hannah y Kendall, y lo hablarían. Además, nunca había pensado que su hermana pudiera hacer algo que tuviera unas consecuencias tan drásticas.

– ¿Quieres dejar de repetir lo que digo? No hay para tanto. Ese internado es una mierda.

– Ojo con lo que dices.

– No me digas lo que tengo que hacer. No eres mi madre.

Kendall sintió vergüenza ajena al oír el tono desagradable de Hannah. ¿Qué había sido de su tierna hermana y qué la había hecho escaparse del internado?

– Mira, resulta que soy tu único familiar adulto que aparece como persona de contacto en el internado. Eso me concede ciertos derechos. Y el primer derecho que tengo es obtener respuestas claras. -A la pregunta más importante, pensó Kendall-. ¿Cómo estás?

– Como si te importara -espetó Hannah con aquel tono desdeñoso.

– Pues me importa.

– Lo que tú digas. Estoy bien y estoy en la estación de autobuses que hay cerca del internado. Necesito un billete y saber dónde estás. Entre papá, mamá y tú, es como si no tuviera familia.

Las palabras de Hannah fueron como una daga que a Kendall se le clavó en el corazón. Había vivido la vida que Hannah acababa de describir y no había sido agradable y tampoco había tenido demasiados momentos cariñosos para recordar. Sus padres habían decidido enviar a su hermana pequeña a un internado para ofrecerle más estabilidad de la que había tenido Kendall. Pero ¿acaso la estabilidad sustituía a una familia?, le planteó una voz interior.

– Hannah…

– No te pongas ñoña conmigo. Sácame de aquí, ¿vale?

Kendall parpadeó. Era obvio que su hermana tenía interiorizados el sufrimiento y la hostilidad. Y Kendall ni siquiera se había dado cuenta de ello. Había estado tan absorta cuidando de tía Crystal y enfrentándose a sus problemas que se había limitado a dar por supuesto que Hannah estaba contenta y feliz en el internado. Suposición que ahora pagaría cara.

Pero antes que nada, tenía que conseguir que Hannah volviera a casa. Como si tuvieran una… Kendall consultó la hora. Eran las ocho de la mañana. Se frotó los ojos.

– Dime exactamente dónde estás y llamaré para comprar un billete de autobús. ¿Llevas encima tu documentación? -Hizo un gesto a Rick para pedirle lápiz y papel.

– Sí.

Rick le tendió lo que había pedido.

– Gracias -le dijo moviendo los labios-. Adelante, Hannah. -Kendall apuntó el nombre de la estación de autobuses de Vermont junto con el código postal y luego le dijo que pidiera el número de teléfono-. Me encargaré del tema y tendrás un billete. Te esperaré en la estación de autobuses de aquí.

– Lo que tú digas.

Kendall intuyó que, más allá de su pasotismo, su hermana era una chica sola y asustada en una estación de autobuses, o quizá Kendall necesitara creer que su hermana no era tan dura y desafecta como parecía. Al fin y al cabo, había estado en contacto con Hannah últimamente y le había parecido que estaba bien. Pero «¿cuándo fue la última vez que realmente te tomaste la molestia de escucharla?», le preguntó la misma voz acusadora. Como no quería hacer frente a las respuestas ni al sentimiento de culpa, Kendall se centró en el aquí y ahora.

– Ten cuidado, Hannah.

– No pienso volver a ese sitio. -A la chica se le quebró la voz y Kendall se dio cuenta de que esta vez no se lo había imaginado.

Kendall tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.

– Cuando llegues aquí hablaremos, ¿vale?

– Prométeme que no volverás a enviarme a ese sitio.

Tendría que ponerse en contacto con sus padres de alguna manera, pero ninguna persona tenía por qué permanecer en un lugar donde era tan infeliz.

– Te lo prometo.

Desde el otro extremo de la línea se oyó un fuerte suspiro de alivio.

– Llamaré al señor Vancouver y le explicaré que vienes hacia aquí. No quiero que llame a la policía o que dé parte de tu desaparición.

– No te tomes demasiado en serio nada de lo que diga, el cabeza huevo…

– ¿Así llamas al señor Vancouver? -Kendall imaginó que sí.

Hannah respondió con un bufido.

– No tiene sentido del humor.

– Yo tampoco lo tendría si me llamaras cabeza huevo -dijo Kendall irónicamente. No estaba segura de querer oír la última trastada de Hannah.

– Sólo se lo he dicho a la cara una vez.

Kendall negó con la cabeza y se dio cuenta de que tendría mucho trabajo por hacer cuando Hannah llegara.

– Ahora cuelga para que te compre el billete. Quiero que llegues aquí sana y salva. Quédate al lado del teléfono de la estación. Te llamaré dándote los detalles.

Kendall se pasó los cinco minutos siguientes al teléfono, comprando el billete y asegurándose de que el empleado vigilaría a Hannah hasta que cogiera el autobús antes de volver a llamar a su hermana.

Al final, colgó el teléfono y se dirigió a Rick.

– Sale a las 10.45. Tengo que recogerla en Harrington a las 14.55.

– ¿Qué ha pasado? -Rick le quitó el móvil de la mano y lo dejó en la mesita de noche.

Kendall se pasó una mano temblorosa por el pelo y luego empezó a caminar de un lado a otro.

– No me lo puedo creer.

– Ven, siéntate. -Dio una palmadita en la cama en la que habían hecho el amor y dormido felizmente ajenos al mundo, mientras su hermana era tan desgraciada.

Y Kendall sin saberlo. Ni se lo había imaginado. Negó con la cabeza mientras le daba vueltas al asunto.

– Hannah debe de estar consternada. Porque ¿cómo es posible que se haya marchado del internado? ¿Cómo es capaz de cometer la estupidez de ir a la estación de autobuses sin pensar en un destino? ¿Cómo se puede ser tan impulsiva?

Rick hizo una mueca.

– Perdona que diga una obviedad, pero tú eres así.

Kendall abrió la boca para replicarle, pero se dio cuenta de que no podía.

– Vale, o sea que es cosa de familia. Pero ¿sabes qué puede pasarle a una chica de catorce años sola en una terminal de autobuses? -Se estremeció al pensarlo-. Más vale que el empleado la vigile.

Rick cogió el papel en el que Kendall había anotado la información y llamó por teléfono.

– ¿Hola?

– ¿Qué estás…?

Alzó una mano para silenciarla.

– Soy el agente Rick Chandler, de la comisaría de policía de Yorkshire Falls, en Nueva York. ¿Tiene ahí a una menor llamada Hannah Sutton? -Esperó la respuesta y luego asintió en dirección a Kendall-. Bien. Le agradecería que se asegurara de que sube al autobús adecuado y de que ningún desconocido la molesta mientras espera. Puedo darle mi número de placa como identificación si lo desea… -Volvió a guardar silencio mientras escuchaba-. ¿No hace falta? Gracias. Muy amable. Adiós. -Colgó el auricular y dedicó una sonrisa a Kendall.